miércoles, 28 de agosto de 2013

MES DE SEPTIEMBRE - "MES DE LA BIBLIA" PARTE I



La Biblia es más que un libro, es Dios quien nos habla. Para oírlo necesitamos fe y así creer en Él; debemos abrirle nuestro corazón e inteligencia.


¿POR QUÉ SEPTIEMBRE ES EL MES DE LA BIBLIA?

Tanto evangélicos como católicos han establecido el mes de Septiembre como mes de la Biblia cada uno con sus razones:

Para los católicos es el mes de la Biblia porque el 30 de septiembre es el día de San Jerónimo, el hombre que dedicó su vida al estudio y a la traducción de la Biblia al latín. Naciò en Dalmacia, cerca del año 340 y muriò en Belén el 30 de septiembre de 420. San Jerónimo tradujo la Biblia del griego y el hebreo al latín.La traducción al latín de la Biblia hecha por San Jerónimo, llamada laVulgata (de vulgata editio, 'edición para el pueblo'), ha sido hasta la promulgación de la Neovulgata en 1979, el texto bíblico oficial de la Iglesia católica romana.

Los evangélicos, celebran el mes de la Biblia porque el 26 de septiembre de 1569 se terminó de imprimir la primera Biblia traducida al español por Casiodoro de Reina llamada "Biblia del Oso". Se llamaba así porque la tapa de esta Biblia tenía un oso comiendo miel desde un panal. Esta traducción, que posteriormente fue revisada por Cipriano de Valera, dio origen a la famosa versión "Reina Valera".

Del "Mes de la Biblia" se desprende "el Día de la Biblia" el cual es conmemorado en varios países, aunque en distintas fechas, entre ellos:

* En Argentina (cuarto domingo de septiembre), no está institucionalizado por ley dicho día, sino que sólo se celebra por entidades religiosas en un ambiente ecuménico.


UNA HISTORIA QUE ENSEÑA:
EL CANASTO DE CARBÓN
Cuentan que un anciano vivía en una granja en las afueras de la ciudad, con su nieto, un muchacho joven que le ayudaba en el trabajo del campo.
Cada mañana, antes de empezar sus labores, el abuelo se sentaba en la mesa de la cocina con su vieja y estropeada Biblia, y leía durante un rato.
El nieto, que admiraba mucho a su abuelo y quería parecerse a él, intentó imitarlo durante algunos días, pero al cabo de ellos le dijo:    “Abuelo, yo intento leer la  Biblia, me gusta pero no la entiendo, y lo que logro entender se me olvida en cuanto cierro el libro. ¿Para qué entonces debo gastar tiempo en leerla?”.
El abuelo, dejó su trabajo y le dijo: “Busca el canasto de carbón, ve al río y tráeme un canasto de agua”.  El muchacho hizo tal y como su abuelo le mandó, aunque toda el agua que recogió se salió del canasto antes de que pudiera volver a la casa. 
El abuelo, al verlo, se rió y le dijo: “Tendrás que moverte un poco más rápido la próxima vez”. Y lo mandó de nuevo al río, con el canasto, para que realizara su tarea. Esta vez el muchacho corrió más rápido, pero de nuevo el canasto estaba vacío antes de que llegara  a la casa.
Ya sin respiración, el muchacho le dijo a su abuelo que era imposible llevar agua en un canasto, y  fue a conseguir un  balde. Pero el abuelo le dijo: “Hijo, yo no quiero un balde de agua; yo quiero un canasto de agua. Esfuérzate más”.
Nuevamente, el muchacho puso todo su empeño en dar gusto a  su abuelo, haciendo lo que le pedía, pero finalmente le dijo:”¡Mira abuelo, es inútil!”.  “¿Por qué piensas que es inútil”?, le respondió el anciano. Mira dentro del canasto”.
El muchacho miró el canasto y comprendió que el canasto parecía diferente.  En lugar de un sucio canasto carbonero, tenía en sus manos un canasto limpio. Entonces el abuelo le explicó: ”Hijo  esto es lo que pasa cuando tú lees la Biblia.  Tal vez no puedes  entender o recordar todo, pero hacerlo te cambiará el interior. Esa es la obra que Dios realiza en nuestras vidas, para cambiarnos desde adentro y lentamente transformarnos  en la imagen de su Hijo”. 

Autor: P Evaristo Sada LC | Fuente: www.la-oracion.com
¿De verdad se puede dialogar con Dios? ¿Cómo?
Nos explican que orar es escuchar a Dios, pero a Dios no le escuchamos como oímos los sonidos, ni como escuchamos las palabras de un amigo...
¿De verdad se puede dialogar con Dios? ¿Cómo?
Nos dicen que busquemos a Dios en todas las cosas, pero en realidad no lo vemos de la misma manera en que vemos a las demás personas. Nos explican que orar es escuchar a Dios, pero a Dios no le escuchamos como oímos los sonidos, ni como escuchamos las palabras de un amigo en una conversación.
Efectivamente, sólo vemos y escuchamos a Dios mediante la fe y el amor.
Alcanzar lo invisible a través de medios visibles
Dios se vale de algunos medios para que le alcancemos a Él, que es invisible, a través de algunas realidades visibles y tangibles. Él se nos revela a través de algunos medios, como son Su Palabra, la Sagrada Eucaristía, las creaturas, la historia, los símbolos e imágenes, etc. De diversas maneras descubrimos Su presencia y escuchamos Su voluntad a través de estos medios. Alcanzamos lo invisible mediante lo visible.
La Palabra de Dios
Me refiero ahora a uno de estos medios que tenemos a nuestro alcance para escuchar a Dios y dialogar con Él: la Palabra de Dios. En ella lo veneramos y en ella lo vamos conociendo cada día más, tal y como Él quiso revelarse
“La novedad de la revelación bíblica consiste en que Dios se da a conocer en el diálogo que desea tener con nosotros. (…) Dios se nos da a conocer como misterio de amor infinito en el que el Padre expresa desde la eternidad Su Palabra en el Espíritu Santo. (…) El Verbo, que desde el principio está junto a Dios y es Dios, nos revela al mismo Dios en el diálogo de amor de las Personas divinas y nos invita a participar en él.” (Verbum Domini, 6)
Dios ha hablado y sigue hablando
Pero la Palabra de Dios no es estática o muerta. La Palabra de Dios encierra una riqueza y una virtualidad inmensas que el Espíritu Santo nos va descubriendo a cada uno personalmente en la oración. Se nos revela, se nos da a conocer a lo largo de la historia, de nuestra historia y en el interior de nuestra conciencia cuando hacemos de la Palabra de Dios objeto privilegiado de nuestra meditación diaria. La oración centrada en la Palabra de Dios tiene sello de garantía y autenticidad.
“Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía” (Dei Verbum, 2)
Interiorizar y actualizar la Palabra
Cuando meditamos la Palabra de Dios y la hacemos materia de nuestra oración en la intimidad del propio corazón, se da una conversación personal entre Dios y cada uno de sus hijos. Es como una carta que Dios me escribe personalmente a mí. Nuestra tarea en la oración consiste en leerla con atención, meditarla y contemplarlo a Él interiorizando la Sagrada Escritura en nuestra conciencia y nuestro corazón y actualizándola en el aquí y el ahora de nuestra historia.
Al interiorizar la Palabra de Dios, el Espíritu Santo me habla a mí personalmente. Al actualizar la Palabra de Dios, se aplica y toma sentido en mi existencia. Se convierte en vida. Es así como se da el diálogo entre Dios y sus hijos.
“En los libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual.” Dei Verbum, 21.

Un ejemplo: carta de amor del Padre
Vamos a poner un ejemplo, valiéndonos de esta “Carta de amor del Padre” que cayó en mis manos hace algunos meses. Es una recopilación de textos y referencias de la Sagrada Escritura en clave del amor del Padre.
Esta carta de amor del Padre ofrece materia de meditación y contemplación para muchas horas de oración. A mí me ha servido para dialogar con Dios de manera íntima, profunda y provechosa. Su Palabra me interpela personalmente conforme la voy interiorizando y actualizando, sin prisas.
Es probable que no me conozcas, pero yo te conozco perfectamente bien... Salmos 139.1
Sé cuando te sientas y cuando te levantas... Salmos 139.2
Todos tus caminos me son conocidos... Salmos 139.3
Pues aún tus cabellos están todos contados... Mateo 10.29-31
Porque fuiste creado a mi imagen... Génesis 1.27
En mi vives, te mueves y eres… Hechos 17.28
Porque linaje mío eres... Hechos 17.28
Antes que te formase en el vientre, te conocí… Jeremías 1.4-5
Fuiste predestinado conforme a mi propósito… Efesios 1.11-12
No fuiste un error... Salmo 139.15
En mi libro estaban escritos tus días… Salmos 139.16
Yo determiné el momento exacto de tu nacimiento y donde vivirías… Hechos 17.26
Tu creación fue maravillosa… Salmos 139.14
Te hice en el vientre de tu madre… Salmos 139.13
Te saqué de las entrañas de tu madre… Salmos 71.6
He sido mal representado por aquellos que no me conocen… Juan 8.41-44
No estoy enojado ni distante de ti; soy la manifestación perfecta del amor… 1 Juan 4.16
Y deseo derramar mi amor sobre ti... 1 Juan 3.1
Simplemente porque eres mi hijo y yo soy tu padre… 1 Juan 3.1
Te ofrezco mucho más de lo que te podría dar tu padre terrenal… Mateo 7.11
Porque soy el Padre perfecto… Mateo 5.48
Toda buena dádiva que recibes viene de mi… Santiago 1.17
Porque yo soy tu proveedor que suple tus necesidades… Mateo 6.31-33
Mi plan para tu futuro está lleno de esperanza… Jeremías 29.11
Porque te amo con amor eterno… Jeremías 31.3
Mis pensamientos sobre ti se multiplican más que la arena en la orilla del mar… Sal 139,17-18
Y me regocijo sobre ti con cánticos… Sofonías 3.17
Nunca me volveré atrás de hacerte bien… Jeremías 32.40
Tú eres mi especial tesoro… Éxodo 19.5
Deseo afirmarte de todo corazón y con toda mi alma… Jeremías 32.41
Y te quiero enseñar cosas grandes y ocultas que tú no conoces… Jeremías 33.3
Me hallarás, si me buscas de todo corazón… Deuteronomio 4.29
Deléitate en mí y te concederé las peticiones de tu corazón… Salmo 37.4
Porque yo inspiro tus deseos… Filipenses 2.13
Yo puedo hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pides o entiendes… Efesios 3.30
Porque yo soy quien más te alienta… 2 Tesalonicenses 2.16-17
Soy también el Padre que te consuela en todos tus problemas… 2 Corintios 1.3-4
Cuando tu corazón está quebrantado, yo estoy cerca a ti… Salmos 34.18
Como el pastor lleva en sus brazos a un cordero, yo te llevo cerca de mi corazón… Isaías 40.11
Un día enjugaré toda lágrima de tus ojos… Apocalipsis 21.3-4
Y quitaré todo el dolor que has sufrido en esta tierra… Apocalipsis 21.3-4
Yo soy tu Padre, y te he amado como a mi hijo, Jesucristo… Juan 17.23
Porque te he dado a conocer mi amor en Jesús… Juan 17.26
Él es la imagen misma de mi sustancia... Hebreos 1.3
Él vino a demostrar que yo estoy por ti y no contra ti… Romanos 8.31
Y para decirte que no tomaré en cuenta tus pecados… 2 Corintios 5.18-19
Porque Jesús murió para reconciliarnos... 2 Corintios 5.18-19
Su muerte fue mi máxima expresión de amor por ti… 1 Juan 4.10
Entregué todo lo que amaba para ganar tu amor… Romanos 8.31-32
Si recibes el regalo de mi Hijo Jesucristo, me recibes a mí… 1 Juan 2.23
Y nada te podrá volver a separar de mi amor… Romanos 8.38-39
Vuelve a casa y participa en la fiesta más grande que el Cielo ha celebrado… Lucas 15.7
Siempre he sido y por siempre seré tu Padre… Efesios 3.14-15
Mi pregunta es... ¿Quieres ser mi hijo? Juan 1.12-13
Aquí te espero… Lucas 15.11-32

Con amor, tu Padre

"Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;
los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios." Jn.1:12-13




¿Qué es la Biblia?
La palabra "Biblia" viene del griego y significa "libros". Es el conjunto de Libros Sagrados llamados también "Sagradas Escrituras" (Mateo 21:42; Hechos 8:32) que contienen la Palabra Viva de Dios y narran la "Historia de Salvación" (como Dios nos salva). Nos revela las verdades necesarias para conocerle, amarle y servirle.

A la Biblia se le llama también Sagrada Escritura, La Escritura, Palabra de Dios, Libro de la Revelación:

  Se le llama Sagrada Escritura porque trata de asuntos sagrados y religiosos.
  Palabra de Dios, ya que es el mismo Dios el que se comunica con nosotros a través de la Biblia.
  Libro de la Revelación, ya que Dios se nos revela, es decir, corre el velo cuando la leemos; y porque los que la escribieron lo hicieron por medio de la revelación de Dios. No se la inventaron ellos. 


. ¿Cómo se divide la Sagrada Biblia? 

La Sagrada Biblia se divide en dos grandes partes: Antiguo Testamento y Nuevo Testamento. La palabra testamento significa pacto o alianza, que Dios hizo con los hombres.

El Antiguo Testamento comprende lo sucedido desde la creación del mundo, hasta que llegó el tiempo de la venida del Hijo de Dios, y contiene los pactos o testamentos que hizo Dios con los primeros padres, con los patriarcas (Noé, Abraham, Moisés), con los profetas y con el pueblo de Dios. Narra también los éxitos que obtuvieron quienes cumplieron estos pactos o testamentos, y los fracasos que sufrieron quienes no los cumplieron. Por eso, la Biblia nos enseña a hacer el bien y a evitar el mal. A hacer el bien, que gusta a Dios; y a evitar el mal que le hiere y le pone triste.

El Nuevo Testamento contiene lo que sucedió desde el nacimiento del Hijo de Dios en Belén, sus enseñanzas, su vida, su Pasión, su Muerte, Resurrección y Ascensión a los cielos. Y, además, la historia de los apóstoles, las cartas de algunos de ellos, y el libro de Apocalipsis. El primer pacto que hizo Dios fue con Moisés. El segundo pacto o Nueva Alianza lo hizo a través de Jesucristo, su Hijo. El antiguo Pueblo de Israel viene ahora sustituido con un nuevo Pueblo: La Iglesia, por Él fundada.

Estos dos Testamentos no son independientes uno del otro, sino que el antiguo es preparación para el nuevo y ambos están estrechamente unidos. Ambas Alianzas constituyen la historia de la salvación, en la cual Dios interviene con sus palabras y con sus obras en la vida de los hombres para llevar a cabo su plan.

Todos nosotros junto con Dios somos los protagonistas de esta historia sagrada; todos con Dios estamos dentro de ella porque todos los hombres vamos en peregrinación hacia el Padre.

Siguiendo la historia del Pueblo escogido, nosotros llegamos a descubrir nuestra propia historia. Igual que el Pueblo de Israel, Dios nos ofrece su amor y nos hace comprender cómo podemos responderle, no obstante nuestras rebeldías y pecados.


 ¿Cuántos libros contiene la Sagrada Escritura? 

Contiene 73 libros, realizados por diferentes escritores y en distinto tiempo, aunque todos inspirados por Dios a través del Espíritu Santo De estos 73 libros, 46 son del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento.



 ¿Qué condiciones se necesitan para tener éxito al leer la Sagrada Biblia?

a) Oración, pidiendo a Dios nos ilumine para entender su mensaje.
b) Lectura pausada, para poder digerir bien.
c) Humildad, sabiéndonos necesitados de Dios.
d) No buscar ciencia profana, sino un mensaje espiritual para salvarnos.
e) No dejar pasar el día sin leer una página de la Sagrada Biblia.
f) Leer explicaciones de buenos libros que comenten la Sagrada Escritura; o pedir esas explicaciones a expertos de la Biblia.
g) Leer la Sagrada Escritura en el orden más fácil para entenderla: Evangelios, Hechos, Génesis y Éxodo, Samuel y libros de los Reyes, Tobías y Judit, Salmos, Proverbios, Eclesiástico, Santiago, san Pablo, etc.


 ¿Cómo encontrar un pasaje en la Biblia? 

Cada libro se encuentra dividido en capítulos y cada capítulo en versículos o versos. Ejemplo: si se nos dice “Mateo 16, 12” quiere decir: Evangelio de san Mateo, capítulo 16, versículo 12. Si se nos dice, por ejemplo, “Lucas 1, 20-26”, significa: capítulo 1, del versículo 20 al 26. Si leemos así: “Marcos 1, 3.8.10” significa esto: capítulo 1, versículos 3, 8 y 10 solamente.


Leer la Biblia es el medio para animarnos a tener siempre presente a Dios en nuestras vidas. La Biblia nos entusiasma por Dios y nos llena de amor hacia Él. Nos anima a llenarnos de obras buenas. Nos da gran temor y aversión hacia el pecado. La Biblia consuela mucho y lleva al arrepentimiento, la conversión y cambio de vida. 



lunes, 26 de agosto de 2013

EVANGELIO DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO-CICLO C


Jesús, conocedor del corazón del hombre, y de su reacción en muchas situaciones humanas, hoy aparece observando…y enseñando.
Concretamente, algo que normalmente ocurre en una fiesta: hay una cabecera hay invitados importantes, y personas con las que queremos conversar…

 Jesús nos da una lección magistral: no busquéis el primer lugar: «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto» (Lc 14,8). Jesucristo sabe que nos gusta ponernos en el primer lugar: en los actos públicos, en las tertulias, en casa, en la mesa... Él conoce nuestra tendencia a sobrevalorarnos por vanidad, o todavía peor, por orgullo mal disimulado. ¡Estemos prevenidos con los honores!, ya que «el corazón queda encadenado allí donde encuentra posibilidad de fruición» (San León Magno).
PRIMERA LECTURA

Ecl 3, 17-18.20.28-29: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad.”
Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad, y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes.
No corras a curar la herida del orgulloso, pues la maldad echó raíz en él.
El hombre inteligente medita los proverbios y el sabio anhela tener oídos atentos.
PALABRA DE DIOS.
TE ALABAMOS SEÑOR.
Sal 67, 4-7.10-11: “Preparaste, oh Dios, casa para los pobres”
Los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.
Canten a Dios, toquen en su honor;
su nombre es el Señor.
Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece.
Derramaste en tu herencia, oh Dios, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres.
Heb 12, 18-19. 22-24: “Se han acercado a Dios y a Jesús, mediador de la nueva Alianza.”
Hermanos:
Ustedes no se han acercado a un monte que se puede tocar, a un fuego encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido de la trompeta; ni han oído aquella voz que el pueblo, al oírla, pidió que no les siguiera hablando.
En cambio ustedes se han acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios viviente, a la Jerusalén celestial; a millares de ángeles en fiesta, a la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo, y a Dios, juez universal, y a los espíritus de los justos que han llegado ya a su perfección, y a Jesús, Mediador de la nueva Alianza.
PALABRA DE DIOS
TE ALABAMOS SEÑOR.
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS 
 (Lucas 14,1.7-14)



Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer; y ellos lo observaban atentamente. Notando que los invitados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola:
— «Cuando te inviten a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan invitado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que los invitó a ti y al otro y te dirá: “Cédele a éste tu sitio”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
Al contrario, cuando te inviten, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga quien te invitó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. 

Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Y dijo al que lo había invitado:— «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado.
Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos». 
PALABRA DE DIOS
GLORIA A TI SEÑOR JESUS. 



Es sábado, día del descanso judío. El Señor Jesús sigue su marcha a Jerusalén. En algún pueblo del camino es invitado a su casa por «uno de los principales fariseos para comer». No es explícito el Evangelista sobre el motivo de la invitación, pero sí nos dice que ya en casa del fariseo «ellos lo observaban atentamente». ¿Quién es éste que alborota a las gentes con sus enseñanzas y sus milagros? ¿Es un enviado de Dios, o un impostor? Sin duda querían saber de Él, conocer su doctrina, examinarla a fondo.
Pero los fariseos no son los únicos que observan. También el Señor observa. Observa no para criticar o descalificar, sino para educar, para enseñar, para ayudar, para amonestar. ¿Qué observa? Que a los fariseos que iban llegando a la comida les gustaba colocarse en los puestos de mayor honor. Observa, en el fondo, su afán por ser tenidos como importantes, de ser enaltecidos, de ser reconocidos por los demás y tratados con privilegios.
La escena da pie al Señor a pronunciar una parábola con una doble finalidad: invitar a la humildad y advertir sobre el criterio que Dios usará al final de los tiempos para determinar quienes merecerán los puestos de mayor honor.
Propone el Señor el siguiente criterio: «Cuando te inviten a una boda, no te sientes en el puesto principal». Y es que quien busca sentarse en el puesto principal sin que le corresponda, se expone a ser avergonzado públicamente cuando el anfitrión le pida ceder su puesto a un huésped de más categoría que él. Para colmo de la vergüenza, tendrá que ir a «ocupar el último puesto», ya que todos los demás puestos están ya ocupados.
El Señor, a quienes se mueven por la vanidad y soberbia, los invita a ser modestos y humildes proponiéndoles un argumento de sensatez. Si son inteligentes, no deben exponerse a aquello que tanto temen: ser avergonzados y humillados públicamente. Lo sabio es escoger un puesto humilde, o más bien, lo sabio es ser humildes. Parece contradictorio, pero es justamente quien no busca la grandeza quien será enaltecido por aquel que lo ha invitado. Exaltarse uno a sí mismo, arrogarse puestos importantes y privilegiados pisando incluso a los demás, es pura ilusión de grandeza. Tarde o temprano quien acostumbra exaltarse a sí mismo quedará terriblemente humillado.
También en esta parábola el banquete de bodas representa el Reino de Dios. El Señor da a entender a los fariseos que los puestos de honor en el Reino de los Cielos no son para los que creen tener privilegios, para los soberbios y vanidosos, sino para los humildes y sencillos de corazón. Si quieren entrar en el Reino de los Cielos y alcanzar puestos de honor, deben cambiar de mentalidad y actitud.
Culminada la parábola y lección primera, el Señor propone a su anfitrión algo sumamente radical: preparar un banquete e invitar no a quienes le puedan retribuir con otro banquete, sino a quienes serán incapaces de hacerlo: pobres, ciegos, lisiados. Si obra así, ciertamente quedará sin retribución en esta vida, pero el Señor le garantiza que estos mismos le pagarán «cuando resuciten los justos». La retribución, en realidad, la recibirá de Dios mismo, quien lo hará ingresar al banquete del Reino eterno y quien finalmente dará a cada cual el puesto que merece. Él es quien, finalmente, derribará a los potentados de sus tronos y exaltará a los humildes (ver Lc 1,52).
El Señor Jesús invita a quien lo escuche a acercarse a Dios y a acercarse a también a su Enviado, el «Mediador de una nueva Alianza» entre Dios y los hombres (2ª. lectura). Él es el Modelo de cómo hacerse el último y servidor de todos (ver Mt 20,26-28). Quien como Él se “abaja” para servir y elevar a los demás, no sólo alcanzará «el favor de Dios» en la resurrección futura, sino que también será querido en esta vida «más que al hombre generoso» (1ª. lectura).
Suele suceder que en nuestras relaciones con los demás entra en juego aquel mismo mecanismo que motivó a algunos invitados a la cena a buscar los primeros puestos: nos ponemos “máscaras”, fingimos cosas que no somos, exageramos cosas que hemos hecho o inventamos otras para llamar la atención, exaltamos nuestras virtudes y escondemos nuestros defectos, cedemos y hacemos cosas que sabemos que van en contra de nuestra conciencia y principios tan sólo para ser aceptados por los demás, llamamos la atención con gestos o formas de vestir, ostentamos vanidosamente nuestra apariencia o los bienes que tenemos para sentirnos “más”, buscamos tener éxito y sobresalir en todo lo que podamos para cosechar la gloria humana, o también nos callamos cuando tenemos que defender la verdad por temor a “perder el puesto”. En fin, cada cual, consciente o inconscientemente, actúa en no pocas ocasiones movido por ese afán de ser enaltecido, de ser bien considerado por lo demás, de estar cerca de personas importantes para sentirse importante uno mismo, de “escalar un puesto”.
Es interesante observar que el Señor no niega la aspiración a la grandeza, a ser enaltecidos, y es que Dios mismo ha puesto en el corazón humano el deseo de conquistar la verdadera gloria y grandeza. Lo que hace el Señor es mostrar el camino por el que cada cual será verdaderamente enaltecido, “elevado”, engrandecido. La verdadera grandeza humana la alcanza no el vanidoso, no el soberbio, no el que se cree más que los demás por ser importante o tan sólo por estar cerca de personas importantes, sino el humilde, el que en todo procede con sencillez, el que incluso siendo una persona muy importante se abaja para servir y elevar a los demás.
Para alcanzar la verdadera grandeza humana, para ser enaltecidos auténticamente, la virtud de la humildad es esencial en nuestras vidas. La humildad es el fundamento de todas las demás virtudes, ella es la más importante de todas. “Humildad es andar en verdad”, es decir, no creerte más pero tampoco menos de lo que verdaderamente eres, pues así como no debes aparentar ser más o creerte superior a los demás, tampoco debes aparentar ser menos o pensar que nada vales.
Para descubrir quién soy y cuál es mi verdadero valor es necesario conocerme a mí mismo a la luz del Señor Jesús, aprender a mirarme con los ojos con que Él me mira. Sólo se conoce y se valora rectamente a sí mismo quien conoce y ama al Señor, porque Él «revela el hombre al propio hombre» (Gaudium et spes, 22). En Cristo descubrimos la verdad sobre nosotros mismos y de Él podemos aprender a ser verdaderamente humildes.


TERCERA PARTE LA VIDA EN CRISTO
SEGUNDA SECCIÓN
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
CAPÍTULO SEGUNDO
«AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO»
ARTÍCULO 10
EL DÉCIMO MANDAMIENTO

Llamados a vivir la humildad

2540: La envidia representa una de las formas de la tristeza y, por tanto, un rechazo de la caridad; el bautizado debe luchar contra ella mediante la benevolencia. La envidia procede con frecuencia del orgullo; el bautizado ha de esforzarse por vivir en la humildad.
 «¿Querríais ver a Dios glorificado por vosotros? Pues bien, alegraos del progreso de vuestro hermano y con ello Dios será glorificado por vosotros. Dios será alabado —se dirá— porque su siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su alegría en los méritos de otros» (San Juan Crisóstomo, In epistulam ad Romanos, homilía 7, 5).
2559: «La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes». ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde «lo más profundo» (Sal 130,14) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (ver Lc 18,9-14). La humildad es la base de la oración. «Nosotros no sabemos pedir como conviene» (Rom 8,26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (S. Agustín).



Letanías de la Humildad
del Cardenal Merry del Val

-Jesús manso y humilde de Corazón, ...Óyeme.
 

-Del deseo de ser estimado*,...Líbrame Jesús (se repite)
-Del deseo de ser alabado,
-Del deseo de ser honrado,
-Del deseo de ser aplaudido,
-Del deseo de ser preferido a otros,
-Del deseo de ser consultado,
-Del deseo de ser aceptado,
-Del temor de ser humillado,
-Del temor de ser despreciado,
-Del temor de ser reprendido,
-Del temor de ser calumniado,
-Del temor de ser olvidado,
-Del temor de ser puesto en ridículo,
-Del temor de ser injuriado,
-Del temor de ser juzgado con malicia,

-Que otros sean más estimados que yo,...Jesús dame la gracia de desearlo (se repite)
-Que otros crezcan en la opinión del mundo y yo me eclipse,
-Que otros sean alabados y de mí no se haga caso,
-Que otros sean empleados en cargos y a mí se me juzgue inútil,
-Que otros sean preferidos a mí en todo,
-Que los demás sean más santos que yo con tal que yo sea todo lo santo que pueda.