domingo, 29 de junio de 2014

SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO: San Pedro y San Pablo, diferentes entre sí, pero unidos por la fe en hermandad y "transformados en una sola cosa por el amor de Cristo", dijo el Papa Francisco en el Ángelus.

  En este domingo del  29 de junio, festividad de San Pedro y de San Pablo –y en su correspondiente sábado de vísperas-- celebramos litúrgicamente la Solemnidad de los dos Apóstoles, en lugar del formulario del Domingo XIII del Tiempo Ordinario.
 Hace ahora seis años, el antecesor de Francisco, el Papa Benedicto, decidió dar prelación a la fiesta de los dos grandes santos sobre el domingo como pórtico del aquel Año Paulino que tuvo lugar desde el 29 de junio de 2008 hasta la misma fecha de 2009. Hoy la tradición continúa y festejamos con fe y alegría a esos dos grandes santos de la Iglesia de Dios.

Celebramos el martirio de San Pedro, en el año 66, y el de San Pablo, al año siguiente, ambos durante el reinado de Nerón. Recordemos que aquella comunidad cristiana de Roma sufrió persecuciones, destierros y martirios durante casi tres siglos y, como dijo Tertuliano: la sangre de los mártires era semilla de nuevos cristianos... ¡y lo sigue siendo también en nuestros días a lo largo y ancho de nuestro mundo!

Ellos dieron su vida por Cristo y por predicar su Evangelio, ellos, que son las columnas fuertes de la Iglesia en sus comienzos y que sellaron con su sangre la fe que hoy nosotros profesamos... y estamos llamados a testimoniarla en vivo y en directo con nuestras mejores obras de amor a Dios y los prójimos: que en ello radica la solemnidad de nuestra fiesta de hoy. 
 Pedro y Pablo fueron dos grandes pilares en el crecimiento primero de nuestra Iglesia. 
 Que los ejemplos de fe y santidad de Pedro y Pablo y el testimonio de su vida entregada por Cristo y por proclamar su Palabra, nos animen a dar nuevos pasos adelante en nuestra vida cristiana de cada día. 

En la celebración de la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, principales patronos de Roma, el Papa Francisco preside la Santa Misa celebrada en la Basílica Vaticana. En su homilía el Santo Padre ha hablado del "miedo y de los refugiados pastorales", recordando el testimonio de Pedro, quien se dio cuenta de que "el Señor le había liberado del temor y de las cadenas".
La vida del apóstol Pedro "nos recuerda que nuestro verdadero refugio es la confianza en Dios: ella disipa todo temor y nos hace libres de toda esclavitud y de toda tentación mundana", explicó Francisco relacionando este mensaje con el significado que tiene la entrega los palios que han sido entregados por el Santo Padre a los obispos metropolitanos. "Nos sentimos interpelados por el ejemplo de san Pedro a verificar nuestra confianza en el Señor", dijo el Papa en su homilía.
"El Señor repite hoy, a mí, a ustedes y a todos los Pastores: «Sígueme»". "No pierdas tiempo en preguntas o chismes inútiles; no te entretengas en lo secundario, sino mira a lo esencial y sígueme", concluyó el Obispo de Roma.
En unión entre los arzobispos metropolitanos nombrados este año y el Pontífice, el Papa Francisco bendijo y entregó el sagrado Palio, recordando el simbolismo que tienen estas prendas con el cuidado pastoral, pidiendo así al Señor a que sirvan para ayudar a reconocerle como pastor de la grey.
El palio es un ornamento del Papa y de los arzobispos metropolitanos. Tiene la forma de una faja circular que carga sobre los hombros y de la cual penden ante el pecho y en la espalda dos tiras rectangulares, todo de lana blanca, de la que se destacan las cruces de bordadas en seda negra. Suele adornarse con tres clavos metálicos, que recuerdan los clavos de la Pasión. El palio se confecciona con la lana de los corderos que el Papa bendice en la fiesta de Santa Inés, el 21 de enero, en una capilla del Palacio Apostólico. El emblema de Santa Inés es un cordero, por la similitud de su nombre en latín "Agnes", con la palabra cordero en latín "agnus". Siguiendo la tradición, se le presentan al Papa dos corderos adornados uno con flores blancas –que simboliza la virginidad de Santa Inés- y el otro con flores rojas –que simboliza su martirio-. Luego, los corderos son llevados a la Basílica de Santa Inés, de Roma, donde está enterrada la santa, y son criados por los padres trapenses de la Abadía de las Tres Fuentes. Posteriormente, los palios son confeccionados por las religiosas benedictinas de Santa Cecilia con la lana recién esquilada.
En el marco de la fiesta de los santos patrones de Roma, y como es ya tradición, estuvieron presentes también en la santa misa, la Delegación enviada por el Patriarca Ecuménico, Bartolomé I, encabezada por el metropolita Ioannis. El Papa pidió que esta visita haga reforzar "nuestros lazos de fraternidad en el camino hacia la plena comunión, que tanto deseamos, entre las dos Iglesias hermanas".

 Lectura del Santo Evangelio según San Mateo
Texto completo de la Homilía del Papa Francisco
En la solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo, patronos principales de Roma, acogemos con gozo y reconocimiento a la Delegación enviada por el Patriarca Ecuménico, el venerado y querido hermano Bartolomé, encabezada por el metropolita Ioannis.
Roguemos al Señor para que también esta visita refuerce nuestros lazos de fraternidad en el camino hacia la plena comunión, que tanto deseamos, entre las dos Iglesias hermanas.
«El Señor ha enviado su ángel para librarme de las manos de Herodes». En los comienzos del servicio de Pedro en la comunidad cristiana de Jerusalén, había aún un gran temor a causa de la persecución de Herodes contra algunos miembros de la Iglesia.
Habían matado a Santiago, y ahora encarcelado a Pedro, para complacer a la gente. Mientras estaba en la cárcel y encadenado, oye la voz del ángel que le dice: «Date prisa, levántate... Ponte el cinturón y las sandalias... Envuélvete en el manto y sígueme». Las cadenas cayeron y la puerta de la prisión se abrió sola. Pedro se da cuenta de que el Señor lo «ha librado de las manos de Herodes»; se da cuenta de que Dios lo ha liberado del temor y de las cadenas. Sí, el Señor nos libera de todo miedo y de todas las cadenas, de manera que podamos ser verdaderamente libres.
La celebración litúrgica expresa bien esta realidad con las palabras del estribillo del Salmo responsorial: «El Señor me libró de todos mis temores».
Aquí está el problema para nosotros, el del miedo y de los refugios pastorales.
Nosotros -me pregunto- queridos hermanos obispos, ¿tenemos miedo?, ¿de qué tenemos miedo? Y si lo tenemos, ¿qué refugios buscamos en nuestra vida pastoral para estar seguros? ¿Buscamos tal vez el apoyo de los que tienen poder en este mundo? ¿O nos dejamos engañar por el orgullo que busca gratificaciones y reconocimientos, y allí nos parece estar a salvo?
Queridos hermanos obispos, ¿dónde ponemos nuestra seguridad?
El testimonio del apóstol Pedro nos recuerda que nuestro verdadero refugio es la confianza en Dios: ella disipa todo temor y nos hace libres de toda esclavitud y de toda tentación mundana. Hoy, el Obispo de Roma y los demás obispos, especialmente los metropolitanos que han recibido el palio, nos sentimos interpelados por el ejemplo de san Pedro a verificar nuestra confianza en el Señor.
Pedro recobró su confianza cuando Jesús le dijo por tres veces: «Apacienta mis ovejas». Y, al mismo tiempo él, Simón, confesó por tres veces su amor por Jesús, reparando así su triple negación durante la pasión. Pedro siente todavía dentro de sí el resquemor de la herida de aquella decepción causada a su Señor en la noche de la traición. Ahora que él pregunta: «¿Me amas?», Pedro no confía en sí mismo y en sus propias fuerzas, sino en Jesús y en su divina misericordia: «Señor, tú conoces todo; tú sabes que te quiero».
Y aquí desaparece el miedo, la inseguridad, la pusilanimidad.
Pedro ha experimentado que la fidelidad de Dios es más grande que nuestras infidelidades y más fuerte que nuestras negaciones. Se da cuenta de que la fidelidad del Señor aparta nuestros temores y supera toda imaginación humana. También hoy, a nosotros, Jesús nos pregunta: «¿Me amas?».
Lo hace precisamente porque conoce nuestros miedos y fatigas. Pedro nos muestra el camino: fiarse de él, que 'sabe todo' de nosotros, no confiando en nuestra capacidad de serle fieles a él, sino en su fidelidad inquebrantable. Jesús nunca nos abandona, porque no puede negarse a sí mismo. Es fiel.
La fidelidad que Dios nos confirma incesantemente a nosotros, los Pastores, es la fuente de nuestra confianza y nuestra paz. La fidelidad del Señor para con nosotros mantiene encendido nuestro deseo de servirle y de servir a los hermanos en la caridad.
El amor de Jesús debe ser suficiente para Pedro. Él no debe ceder a la tentación de la curiosidad, de la envidia, como cuando, al ver a Juan cerca de allí, preguntó a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?».
Pero Jesús a esta tentación le respondió: «¿A ti qué te importa? Tú, sígueme». Esta experiencia de Pedro es un mensaje importante también para nosotros, queridos hermanos arzobispos. El Señor repite hoy, a mí, a ustedes y a todos los Pastores: «Sígueme».
No pierdas tiempo en preguntas o chismes inútiles; no te entretengas en lo secundario, sino mira a lo esencial y sígueme. Sígueme a pesar de las dificultades. Sígueme en la predicación del Evangelio. Sígueme en el testimonio de una vida que corresponda al don de la gracia del bautismo y la ordenación.
Sígueme en el hablar de mí a aquellos con los que vives, día tras día, en el esfuerzo del trabajo, del diálogo y de la amistad. Sígueme en el anuncio del Evangelio a todos, especialmente a los últimos, para que a nadie le falte la Palabra de vida, que libera de todo miedo y da confianza en la fidelidad de Dios. ¡Tú sígueme!



En la Solemnidad de los Apóstoles San Pedro y San Pablo el Papa Francisco rezó el ángelus dominical con varios miles de fieles y peregrinos procedentes de Italia y de diversos países que se dieron cita en la Plaza de San Pedro para escuchar sus palabras y recibir su bendición apostólica.

En esta ocasión el Obispo de Roma se centró en los corazones de "dos hombres pecadores", dijo el Papa, San Pedro y San Pablo, diferentes entre sí, pero unidos por la fe en hermandad y "transformados" en una sola cosa "por el amor de Cristo".
Francisco destacó que el encuentro con la Palabra de Cristo es capaz de transformar completamente nuestros corazones y nuestras vidas, por lo que, recibiéndola a corazón abierto, "no nos es posible quedarnos bloqueados en las propias costumbres", sino que su Palabra nos "empuja" a vencer el egoísmo y a seguir a Jesús, que dio la vida por los amigos.
De ahí la invitación del Santo Padre a que esta fiesta inspire en nosotros alegría, porque Dios quiere donar su gracia también a nosotros, como lo hizo con Pedro y Pablo, e, invocando la ayuda de la Virgen para que acojamos esta gracia con el corazón abierto nos exhortó a no recibirla en vano.
"La caridad de Cristo, recibida con el corazón abierto, -dijo- nos cambia, nos transforma, nos hace capaces de amar, no a nivel humano, siempre limitado, sino de acuerdo a la medida de Dios, es decir, sin medida". "Porque no se puede medir el amor de Dios: ¡es sin medida!". "Y siguiendo a Jesús, nosotros -con la Eucaristía- hacemos de nuestra vida un don".
Palabras del Papa antes del rezo del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
 Desde la antigüedad, la Iglesia de Roma celebra a los apóstoles Pedro y Pablo en una única fiesta en el mismo día, 29 de junio. La fe en Jesucristo los hizo hermanos y el martirio los convirtió en una sola cosa. San Pedro y San Pablo, tan diferentes uno del otro a nivel humano, fueron elegidos personalmente por el Señor Jesús y respondieron a su llamada, ofreciendo toda su vida. En ambos la gracia de Cristo hizo grandes cosas, los transformó: ¡y cómo los transformó! 
Simón había negado a Jesús en el momento dramático de la pasión; Saulo había perseguido a los cristianos con dureza. Pero ambos recibieron el amor de Dios y se dejaron transformar por su misericordia; así se convirtieron en amigos y apóstoles de Cristo. Por eso ellos continúan hablando a la Iglesia y aún hoy, nos muestran el camino de la salvación. También nosotros, si por caso cayéramos en los pecados más graves y en la noche más oscura, Dios siempre es capaz de transformarnos, así como transformó a Pedro y Pablo; transformarnos el corazón y perdonarnos todo, transformando así nuestra oscuridad del pecado, en un alba de luz. Dios es así: nos transforma, nos perdona siempre, como lo hizo con Pedro y como lo hizo con Pablo.
El libro de los Hechos de los Apóstoles muestra muchos aspectos de su testimonio. Pedro, por ejemplo, nos enseña a mirar a los pobres con los ojos de la fe y a donarles lo más precioso que tenemos: el poder del nombre de Jesús. Esto hizo con aquel paralítico, le dio todo lo que él tenía: Jesús.
De Pablo, se cuenta tres veces el episodio de la llamada en el camino de Damasco, que señala el punto de inflexión en su vida, marcando claramente un antes y un después. Antes, Pablo era un enemigo acérrimo de la Iglesia. Después, pone toda su existencia al servicio del Evangelio. También para nosotros, el encuentro con la Palabra de Cristo es capaz de transformar completamente nuestras vidas. No es posible oír esta Palabra y permanecer en el propio lugar, quedarse bloqueados en las propias costumbres. Ella nos empuja a vencer el egoísmo que tenemos en el corazón para seguir con decisión aquel Maestro que ha dado la vida por sus amigos. Pero es Él que con su Palabra nos cambia; es Él el que nos transforma; es Él el que nos perdona todo, si nosotros abrimos el corazón y pedimos el perdón.
Queridos hermanos y hermanas, que esta fiesta inspire en nosotros una gran alegría, porque nos pone de frente a la obra de la misericordia de Dios en los corazones de dos hombres. Es la obra de la misericordia de Dios en estos dos hombres, que eran grandes pecadores. Y Dios quiere llenar con su gracia también a nosotros, como lo hizo con Pedro y Pablo. Que la Virgen María nos ayude a acogerla como ellos, con el corazón abierto, ¡a no recibirla en vano! Y nos sostenga en los momentos de prueba, para dar testimonio de Jesucristo y de su Evangelio. Hoy le pedimos en particular por los arzobispos metropolitanos nombrados el último año, que esta mañana han celebrado conmigo la Eucaristía en San Pedro. Los saludamos con afecto junto con sus fieles y familiares, y rezamos por ellos.
Después del rezo Marianao del Ángelus
Tras el rezo a la Madre de Dios, el Papa Francisco se refirió a las noticias llegadas de Irak, en donde miles de familias tuvieron que abandonar sus hogares para escapar a los recientes ataques contra pueblos cristianos, uniéndose al llamado al diálogo de los obispos del país para que pueda preservarse la unidad nacional evitándose la guerra:
Queridos hermanos y hermanas
las noticias que nos llegan de Irak son lamentablemente muy dolorosas. Me uno a los obispos del país en apelar a los gobernantes para que, a través del diálogo, se pueda preservar la unidad nacional y evitar la guerra. Estoy cerca de los miles de familias, especialmente cristianas, que tuvieron que abandonar sus hogares y que se encuentran en grave peligro. La violencia genera otra violencia; el diálogo es el único camino hacia la paz. Oremos a la Virgen, para que custodie al pueblo del Irak:
Ave Maria...

El Papa dirigió un saludo particular a los romanos, en la fiesta de sus santos Patronos, a los arzobispos que recibieron esta mañana el palio y a los diversos grupos de peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro, deseando a todos un feliz domingo y un buen almuerzo:
Saludo a todos ustedes, especialmente a los fieles de Roma, en la fiesta de los santos Patronos; así como a los familiares de los arzobispos metropolitanos, que esta mañana recibieron el palio y a las delegaciones que los han acompañado.
Saludo a los artistas de tantas partes del mundo que han realizado un gran despliegue floral, y doy gracias al Pro Loco de Roma por haberlo promovido. Qué bien estos artistas, ¿eh? ¡Felicitaciones!
Saludo cordialmente a los fieles de San Fernando y de Ubrique (Cádiz), de Elche de la Sierra (Albacete), y de Parla, Madrid, así como a los numerosos alfombristas que han participado en la gran muestra floral.
Saludo a los peregrinos provenientes de Madagascar, a los estudiantes las escuelas católicas de los Estados Unidos de América y de Londres; los fieles de Messina, Nápoles, Neviano, Taranto, Rocca di Papa y Pezzoro, y a los que vinieron en bicicleta desde Cardito; el grupo "Amigos del Venerable Francesco Antonio Marcucci".
Saludo al Foro de las Asociaciones Familiares del Lazio y les deseo todo bien para las actividades de los próximos días en el Instituto Pío XI en Roma.

Un augurio también para el tradicional espectáculo de fuegos artificiales que tendrá lugar esta noche en el Castillo de Sant'Angelo, cuya recaudación sostendrá una iniciativa para los jóvenes de la Tierra Santa.
A todos ustedes les deseo buen domingo, buena fiesta de los patronos y por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!




PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE

SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA

CAPÍTULO TERCERO
CREO EN EL ESPÍRITU SANTO

ARTÍCULO 9
“CREO EN LA SANTA IGLESIA CATÓLICA”

Párrafo 4
LOS FIELES DE CRISTO: JERARQUÍA, LAICOS, VIDA CONSAGRADA


 El colegio episcopal y su cabeza, el Papa
880 Cristo, al instituir a los Doce, "formó una especie de colegio o grupo estable y eligiendo de entre ellos a Pedro lo puso al frente de él" (LG 19). "Así como, por disposición del Señor, san Pedro y los demás apóstoles forman un único Colegio apostólico, por análogas razones están unidos entre sí el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores de los Apóstoles"(LG 22; cf. CIC, can 330).
881 El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y solamente de él, la piedra de su Iglesia. Le entregó las llaves de ella (cf. Mt 16, 18-19); lo instituyó pastor de todo el rebaño (cf. Jn 21, 15-17). "Consta que también el colegio de los apóstoles, unido a su cabeza, recibió la función de atar y desatar dada a Pedro" (LG 22). Este oficio pastoral de Pedro y de los demás Apóstoles pertenece a los cimientos de la Iglesia. Se continúa por los obispos bajo el primado del Papa.
882 El Sumo Pontífice, obispo de Roma y sucesor de san Pedro, "es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles "(LG 23). "El Pontífice Romano, en efecto, tiene en la Iglesia, en virtud de su función de Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, la potestad plena, suprema y universal, que puede ejercer siempre con entera libertad" (LG 22; cf. CD 2. 9).
La misión de enseñar
891 "El Romano Pontífice, cabeza del colegio episcopal, goza de esta infalibilidad en virtud de su ministerio cuando, como Pastor y Maestro supremo de todos los fieles que confirma en la fe a sus hermanos, proclama por un acto definitivo la doctrina en cuestiones de fe y moral [...] La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el cuerpo episcopal cuando ejerce el magisterio supremo con el sucesor de Pedro", sobre todo en un Concilio Ecuménico (LG 25; cf. Vaticano I: DS 3074). Cuando la Iglesia propone por medio de su Magisterio supremo que algo se debe aceptar "como revelado por Dios para ser creído" (DV 10) y como enseñanza de Cristo, "hay que aceptar sus definiciones con la obediencia de la fe" (LG 25). Esta infalibilidad abarca todo el depósito de la Revelación divina (cf. LG 25).