domingo, 28 de septiembre de 2014

El Papa Francisco se reúne con 40 mil ancianos en San Pedro y celebra "la bendición de una larga vida"


En este último domingo de Septiembre que celebramos el XXVI del Tiempo Ordinario, el Señor trae para nosotros un mensaje que nos confronta con nuestra forma de ser. Te invita a un diálogo y a la acción. Son muchas las ocasiones en que contestaremos sin meditar en lo que decimos y la conciencia nos lleva a la conversión para actuar conforme al llamado de Dios y en armonía con las enseñanzas de Cristo.  
Hoy, la Palabra de Dios nos pone muy claro el compromiso que entraña decir SÍ. El problema de nuestro tiempo es que nos cuesta mucho comprometernos. Decimos SÍ con facilidad, pero si ese SÍ lleva detrás un compromiso serio, la cosa no es tan fácil. Creemos merecerlo todo porque hemos dicho "voy Señor”, y no nos damos cuenta que no engañaremos a Dios por un SÍ no madurado. Dios ve en lo profundo del corazón, y sabe lo que algunas afirmaciones, no sentidas, encierran. Dispongámonos, pues a iniciar la Eucaristía con el firme propósito de revisar nuestro Sí. Pero hagámoslo con alegría pues Dios nos perdona y nos ayuda siempre.

El Evangelio de Mateo nos recuerda todas esas veces que somos fieles sólo de fachada. Somos correctos, respetamos las formas pero rechazamos una fidelidad que supone sacrificio, un compromiso hondo, una entrega por amor, una generosidad sin excepciones, una vida que grite a los demás. No nos engañemos creyendo que tenemos el Reino en posesión. Otros a los que precisamente catalogamos de irresponsables, quizá se hayan conmovido con la invitación de Cristo y hayan respondido el SÍ con su arrepentimiento. Pensemos que nunca se acaba de ser cristiano de verdad.



Se celebró esta mañana, por primera vez, en la plaza de San Pedro, la Jornada de la tercera edad, organizada por el Pontificio Consejo de la Familia y llamada “La bendición de la larga vida”, reunión a ancianos y abuelos de más de 20 países que dieron testimonio de una vida plena, feliz y al servicio de los demás.
En una alegre jornada que contó con la presencia del papa emérito Benedicto XVI, y animada por música y canciones. Andrea Bocelli entonó la primera canción con su conocido tema “Con te partirò”.
El papa Francisco agradeció a todos por venir y especialmente agradeció la presencia de Benedicto XVI. "Yo dije muchas veces que me gusta mucho que él viva aquí en el Vaticano, porque era como tener el abuelo sabio en casa", afirmó Francisco.
A continuación, el Pontífice destacó el testimonio del matrimonio venido de Irak, de una ciudad cercana a Mosul. "A ellos, todos juntos decimos un gracias especial. Es muy lindo que estén hoy aquí y un don para la Iglesia. Nosotros les ofrecemos nuestra cercanía, nuestra oración y la ayuda concreta", expresó Francisco.
Además, añadió que "la violencia a los ancianos es deshumana, como a los niños. Pero Dios no los abandona. Está con ustedes. Con su ayuda son y siguen siendo memoria para su pueblo. Y también para nosotros, para la gran familia de la Iglesia. Gracias".
Estos hermanos -prosiguió el Papa- nos testimonian que también en las pruebas más difíciles, los ancianos que tienen fe son como árboles que continúan dando fruto. Y esto vale también en las situaciones más comunes, donde puede haber otras tentaciones, y otras formas de discriminación.
“La vejez, dijo el Santo Padre, de forma particular, es un tiempo de gracia en el que el Señor nos renueva su llamada, nos llama a custodiar y transmitir la fe. Nos llama a rezar, nos llama a interceder, nos llama a ser cercano a quien lo necesita". Y es que, precisó, "los abuelos tienen una capacidad para entender las situaciones más difíciles, una gran capacidad. ¡Y cuando rezan por estas situaciones, su oración es fuerte, es poderosa!".
De este modo recordó que "los abuelos, que recibieron la bendición de ver los hijos de los hijos, les es concedida una tarea grande: transmitir la experiencia de la vida, la historia de una familia, de una comunidad, de un pueblo; compartir con sencillez una sabiduría y la misma fe: ¡la herencia más preciosa!"
A propósito, el Papa mencionó los países donde la persecución religiosa fue cruel, donde "fueron los abuelos quienes llevaron a bautizar a los niños a escondidas, a darles su fe". Ellos, "salvaron la fe en esos países", afirmó.
Pero el anciano no siempre tiene una familia que lo acoge. Por esta razón, el Santo Padre pidió que las casas para los ancianos sean "verdaderamente casa y no prisiones". Así como deben ser "para los ancianos y no para los intereses de otros". Francisco advirtió que no "debe haber institutos donde los ancianos viven olvidados, como escondidos, descuidados". Las residencias de ancianos, precisó, deberían ser "pulmones" de humanidad en un país, en un barrio, en una parroquia; "deberían ser santuarios de humanidad donde quien es viejo y débil es cuidado y custodiado como un hermano o una hermana mayor".
Otro aspecto sobre que el Santo Padre reflexionó en su discurso, fue sobre el abandono de los ancianos. Por eso advirtió sobre las veces que se "descartan a los ancianos con actitudes de abandono que son una verdadera y propia eutanasia escondida". Esto, explicó, "es el efecto de esa cultura del descarte que hace mucho mal al mundo". Así, "todos estamos llamados a contrarrestar esta venenosa cultura del descarte".
Como cristianos -concluyó el Papa- estamos llamados a imaginar, con fantasía y sabiduría, los caminos para afrontar este desafío. "Un pueblo que no custodia a los abuelos y no les trata bien es un pueblo que no tiene futuro", subrayó Francisco. Pero, también exhortó a los ancianos que "tienen la responsabilidad de mantener vivas estas raíces en ustedes mismos. Con la oración, la lectura del Evangelio, las obras de misericordia". Así -añadió- permanecemos como árboles vivos, que en la vejez no paran de dar fruto.
Finalmente, el Obispo de Roma afirmó que "una de las cosas más bellas de la vida de familia, de nuestra vida humana de familia, es acariciar un niño y dejarse acariciar por un abuelo o una abuela".
Para culminar la celebración, el Papa celebró la Santa Misa y el rezo mariano del Ángelus.

Texto completo del discurso del Papa

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días! 



¡Gracias haber venido en tan gran número! Y gracias por su acogida festiva: 

 
¡hoy es su fiesta, nuestra fiesta! Agradezco a monseñor Paglia y a todos los que la han preparado. También agradezco en especial la presencia del Papa Emérito Benedicto XVI. Tantas veces he dicho que me gusta tanto que viva aquí en el Vaticano, porque es como tener al abuelo sabio en casa ¡Gracias!

 
He escuchado los testimonios de algunos de ustedes, que presentan experiencias comunes a tantos ancianos y abuelos. Pero uno era diferente: el de los hermanos que vinieron desde Kara Qosh, escapando de una persecución violenta. ¡A todos ellos juntos les decimos "gracias" de forma especial! Es muy bello que ustedes hayan venido aquí hoy: es un don para la Iglesia. Y nosotros les ofrecemos nuestra cercanía, nuestra oración y nuestra ayuda concreta. La violencia contra los ancianos es inhumana, así como la que se comete contra los niños. ¡Pero Dios no los abandona, está con ustedes! Con su ayuda, ustedes son y seguirán siendo la memoria de su pueblo; y también para nosotros, para la gran familia de la Iglesia. ¡Gracias!

 Estos hermanos nos dan testimonio de que aun en las pruebas más difíciles, los ancianos que tienen fe son como árboles que continúan dando frutos. Y esto vale también en las situaciones más ordinarias, donde, sin embargo, puede haber otras tentaciones, y otras formas de discriminación. Hemos escuchado algunas en los otros testimonios.
La vejez, de forma particular, es un tiempo de gracia, en el que el Señor nos renueva su llamado: nos llama a custodiar y transmitir la fe, nos llama a orar, especialmente a interceder; nos llama a estar cerca de los necesitados ... pero los ancianos, los abuelos tienen una capacidad para comprender las situaciones más difíciles: ¡una gran capacidad! Y cuando rezan por estas situaciones, su oración es más fuerte ¡es poderosa!

A los abuelos, que han recibido la bendición de ver a los hijos de sus hijos (cf. Sal 128,6), se les ha confiado una gran tarea: transmitir la experiencia de la vida, la historia de una familia, de una comunidad, de un pueblo; compartir con sencillez una sabiduría, y la misma fe: ¡el legado más precioso! ¡Felices esas familias que tienen a los abuelos cerca! El abuelo es padre dos veces y la abuela es madre dos veces. Y en aquellos países donde la persecución religiosa ha sido cruel, pienso por ejemplo en Albania, donde estuve el domingo pasado; en aquellos países han sido los abuelos los que llevaban a los niños a bautizar a escondidas, los que les dieron la fe ¡Qué bien actuaron! ¡Fueron valientes en la persecución y salvaron la fe en esos países!

Pero no siempre el anciano, el abuelo, la abuela, tiene una familia que puede acogerlo. Y entonces bienvenidos los hogares para los ancianos ... con tal de que sean verdaderos hogares, y ¡no prisiones! ¡Y que sean para los ancianos - sean para los ancianos - y no para los intereses de otras personas! No debe haber institutos donde los ancianos vivan olvidados, como escondidos, descuidado. Me siento cerca de los numerosos ancianos que viven en estos institutos, y pienso con gratitud en los que los van a visitar y los cuidan. Los hogares para ancianos deberían ser los "pulmones" de humanidad en un país, en un barrio, en una parroquia; deberían ser "santuarios" de humanidad, donde los que son viejos y débiles son cuidados y custodiados como un hermano o una hermana mayor. ¡Hace tanto bien ir a visitar a un anciano! Miren a nuestros chicos: a veces los vemos desganados y tristes; van a visitar a un anciano, y ¡se vuelven alegres!
Pero también existe la realidad del abandono de los ancianos: ¡cuántas veces se descarta a los ancianos con actitudes de abandono que son una verdadera eutanasia escondida! Es el efecto del descarte que tanto daño hace a nuestro mundo. Se descarta a los niños, a los jóvenes y a los ancianos con el pretexto de mantener un sistema económico "equilibrado", en cuyo centro no está la persona humana, sino el dinero. ¡Todos estamos llamados a contrarrestar esta cultura del descarte!
Nosotros, los cristianos, junto con todos los hombres de buena voluntad, estamos llamados a construir con paciencia una sociedad diversa, más acogedora, más humano, más inclusiva, que no necesita descartar a los débiles de cuerpo y mente, aún más, una sociedad que mide su propio "paso" precisamente sobre estas personas. 

Como cristianos y como ciudadanos, estamos llamados a imaginar, con fantasía y sabiduría, los caminos para afrontar este reto. Un pueblo que no custodia a los abuelos y no los tratan bien no tiene futuro: pierde la memoria, y se desarraiga de sus propias raíces. Pero cuidado: ¡ustedes tienen la responsabilidad de mantener vivas estas raíces en ustedes mismos! Con la oración, la lectura del Evangelio, las obras de misericordia. Así permanecemos como árboles vivos, que aun en la vejez no dejan de dar frutos.










A las10.30 de este mañana, XXVI Domingo del Tiempo ordinario, el papa Francisco ha presidido en el sagrato de la Basílica Vaticana, la santa misa por los ancianos y abuelos que participan en el encuentro "La bendición de la más larga de la vida", promovido por el Consejo Pontificio para la Familia. Han concelebrado con el Santo Padre cientos de sacerdotes ancianos procedentes de distintas partes del mundo.

Homilía del Santo Padre


El Evangelio que acabamos de escuchar, lo acogemos hoy como el Evangelio del encuentro entre los jóvenes y los ancianos: un encuentro lleno de gozo, de fe y de esperanza. María es joven, muy joven. Isabel es anciana, pero en ella se manifestó la misericordia de Dios, y, junto a con su esposo Zacarías, está en espera de un hijo desde hace seis meses. 
 
También en esta ocasión, María nos muestra el camino: ir a visitar a la anciana pariente, para estar con ella, ciertamente para ayudarla, pero también y sobre todo para aprender de ella, que ya es mayor, una sabiduría de vida. La Primera Lectura recuerda de varios modos el cuarto mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre: así se prolongarán tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar” (Ex 20,12).
No hay futuro para el pueblo sin este encuentro entre generaciones, sin que los niños reciban con gratitud el testigo de la vida por parte de los padres. Y, en esta gratitud a quien te ha transmitido la vida, hay también un agradecimiento al Padre que está en los cielos.
Hay a veces generaciones de jóvenes que, por complejas razones históricas y culturales, viven más intensamente la necesidad de independizarse de sus padres, casi de “liberarse” del legado de la generación anterior. Es como un momento de adolescencia rebelde. Pero, si después no se recupera el encuentro, si no se logra un nuevo equilibrio fecundo entre las generaciones, se llega a un grave empobrecimiento del pueblo, y la libertad que prevalece en la sociedad es una falsa libertad, que casi siempre se convierte en autoritarismo.
El mismo mensaje nos llega de la exhortación del apóstol Pablo dirigida a Timoteo y, a través de él, a la comunidad cristiana. Jesús no abolió la ley de la familia y la transición entre las generaciones, sino que la llevó a su plenitud. El Señor formó una nueva familia, en la que, por encima de los lazos de sangre, prevalece la relación con él y el cumplir la voluntad de Dios Padre.
Pero el amor por Jesús y por el Padre eleva el amor a los padres, hermanos y abuelos, renueva las relaciones familiares con la savia del Evangelio y del Espíritu Santo. Y así, san Pablo recomienda a Timoteo, que es Pastor, y por tanto padre de la comunidad, que se respete a los ancianos y a los familiares, y exhorta a que se haga con actitud filial: al anciano “como un padre”, a las ancianas “como a madres” (cf. 1 Tm 5,1).
El jefe de la comunidad no está exento de esta voluntad de Dios, sino que, por el contrario, la caridad de Cristo le insta a hacerlo con un amor más grande. Como la Virgen María, que aun habiéndose convertido en la Madre del Mesías, se siente impulsada por el amor de Dios, que en ella se está encarnando, a ir de prisa hacia su anciana pariente.
Volvamos, pues, a este “icono” lleno de alegría y de esperanza, lleno de fe, lleno de caridad. Podemos pensar que la Virgen María, estando en la casa de Isabel, habrá oído rezar a ella y a su esposo Zacarías con las palabras del Salmo Responsorial de hoy: “Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. No me rechaces ahora en la vejez, me van faltando las fuerzas, no me abandones. Ahora, en la vejez y en las canas, no me abandones, Dios mío, hasta que describa tu poder, tus hazañas a la nueva generación” (Sal 70,9.5.18).
La joven María escuchaba, y lo guardaba todo en su corazón. La sabiduría de Isabel y Zacarías ha enriquecido su ánimo joven; no eran expertos en maternidad y paternidad, porque también para ellos era el primer embarazo, pero eran expertos de la fe, expertos en Dios, expertos en esa esperanza que de él proviene: esto es lo que necesita el mundo en todos los tiempos.

María supo escuchar a aquellos padres ancianos y llenos de asombro, hizo acopio de su sabiduría, y ésta fue de gran valor para ella en su camino como mujer, esposa y madre.

Así, la Virgen María nos muestra el camino: el camino del encuentro entre jóvenes y ancianos. El futuro de un pueblo supone necesariamente este encuentro: los jóvenes dan la fuerza para hacer avanzar al pueblo, y los ancianos robustecen esta fuerza con la memoria y la sabiduría popular. 



En sus palabras, se refirió al Encuentro Internacional con personas mayores por él presidido, a la beatificación en Madrid de don Álvaro del Portillo y pidió oraciones por el Sínodo de la Familia
Antes de concluir esta celebración, quiero saludar a todos los peregrinos, especialmente a ustedes, personas mayores,, venidos de tantos países. ¡Gracias!
Dirijo un cordial saludo a los participantes en el encuentro-peregrinación “Cantar la Fe”, organizado con motivo del trigésimo aniversario del coro de la diócesis de Roma. Gracias por su presencia, y gracias por haber animado con el canto esta celebración, junto con la Capilla Sixtina. ¡Continuad llevando a cabo con alegría y generosidad, el servicio litúrgico en vuestra comunidad!
Ayer, en Madrid, fue proclamado beato el obispo Álvaro del Portillo; que su testimonio cristiano y sacerdotal ejemplar, pueda despertar en muchos el deseo de adherirse siempre más a Jesús y el Evangelio.
El próximo domingo comenzará la Asamblea Sinodal sobre el tema de la familia. Invito a todos, individual y comunitariamente, a orar por este evento tan importante y yo confío esta intención a la intercesión de María, Salus Populi Romani.
Ahora rezamos juntos el Ángelus.
  Con esta oración, invocamos la protección de María para las personas mayores de todo el mundo, especialmente para aquellos que viven en situaciones de mayor dificultad.
FUENTE:








PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE

SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA

CAPÍTULO SEGUNDO
CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS

ARTÍCULO 3
"JESUCRISTO FUE CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA
DEL ESPÍRITU SANTO Y NACIÓ DE SANTA MARÍA VIRGEN"

Párrafo 3
LOS MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO


546 Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza (cf. Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino (cf. Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (cf. Mt 13, 44-45); las palabras no bastan, hacen falta obras (cf. Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra (cf. Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (cf. Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para "conocer los Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13, 11). Para los que están "fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo enigmático (cf. Mt 13, 10-15).

TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO

SEGUNDA SECCIÓN
LOS DIEZ MANDAMIENTOS

“Maestro, ¿qué he de hacer...?”

2055 Cuando le hacen la pregunta: “¿Cuál es el mandamiento mayor de la Ley?” (Mt 22, 36), Jesús responde: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas” (Mt 22, 37-40; cf Dt 6, 5; Lv 19, 18). El Decálogo debe ser interpretado a la luz de este doble y único mandamiento de la caridad, plenitud de la Ley:
«En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud» (Rm 13, 9-10).

El Decálogo en la Sagrada Escritura
2056 La palabra “Decálogo” significa literalmente “diez palabras” (Ex 34, 28 ; Dt 4, 13; 10, 4). Estas “diez palabras” Dios las reveló a su pueblo en la montaña santa. Las escribió “con su Dedo” (Ex 31, 18), a diferencia de los otros preceptos escritos por Moisés (cf Dt 31, 9.24). Constituyen palabras de Dios en un sentido eminente. Son transmitidas en los libros del Éxodo (cf Ex 20, 1-17) y del Deuteronomio (cf Dt 5, 6-22). Ya en el Antiguo Testamento, los libros santos hablan de las “diez palabras” (cf por ejemplo, Os 4, 2; Jr 7, 9; Ez 18, 5-9); pero su pleno sentido será revelado en la nueva Alianza en Jesucristo.

2063 La alianza y el diálogo entre Dios y el hombre están también confirmados por el hecho de que todas las obligaciones se enuncian en primera persona (“Yo soy el Señor...”) y están dirigidas a otro sujeto (“tú”). En todos los mandamientos de Dios hay un pronombre personal en singular que designa el destinatario. Al mismo tiempo que a todo el pueblo, Dios da a conocer su voluntad a cada uno en particular:
«El Señor prescribió el amor a Dios y enseñó la justicia para con el prójimo a fin de que el hombre no fuese ni injusto, ni indigno de Dios. Así, por el Decálogo, Dios preparaba al hombre para ser su amigo y tener un solo corazón con su prójimo [...]. Las palabras del Decálogo persisten también entre nosotros (cristianos). Lejos de ser abolidas, han recibido amplificación y desarrollo por el hecho de la venida del Señor en la carne» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 16, 3-4).
2067 Los diez mandamientos enuncian las exigencias del amor de Dios y del prójimo. Los tres primeros se refieren más al amor de Dios y los otros siete más al amor del prójimo.
«Como la caridad comprende dos preceptos de los que, según dice el Señor, penden la ley y los profetas [...], así los diez preceptos se dividen en dos tablas: tres están escritos en una tabla y siete en la otra» (San Agustín, Sermo 33, 2, 2).
2068 El Concilio de Trento enseña que los diez mandamientos obligan a los cristianos y que el hombre justificado está también obligado a observarlos (cf DS 1569-1670). Y el Concilio Vaticano II afirma que: “Los obispos, como sucesores de los Apóstoles, reciben del Señor [...] la misión de enseñar a todos los pueblos y de predicar el Evangelio a todo el mundo para que todos los hombres, por la fe, el bautismo y el cumplimiento de los mandamientos, consigan la salvación” (LG 24).