domingo, 26 de abril de 2015

DOMINGO 26 DE ABRIL, FRANCISCO señaló a los nuevos sacerdotes que “Ustedes están para perdonar y no para condenar”.





La mañana de este domingo, IV domingo de Pascua, en la 52º Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, el Papa Francisco presidió la Santa Misa con el rito de ordenación presbiteral en la Basílica de San Pedro. 
Con la imposición de manos, la unción del crisma y el abrazo de la paz, el Santo Padre ordenó 19 nuevos sacerdotes de la Diócesis de Roma.
Para esta ocasión el Pontífice recordó que a la raíz de toda vocación cristiana se encuentra la experiencia fundamental del éxodo, la experiencia de salir del propio yo para centrar nuestra vida en Jesús. De esta manera podremos escuchar y seguir la voz de Cristo Buen Pastor, dejándonos atraer y conducir por Él y consagrando a Él la propia vida.
 En su homilía el Obispo de Roma señaló a los nuevos sacerdotes que “ejercitando el ministerio sacerdotal serán participes de la misión de Cristo, único Maestro”. Serán quienes continúen con la obra santificadora de Cristo, mediante su ministerio el sacrificio espiritual de los fieles se hará perfecto unido al de Cristo.
Asimismo el Papa les pidió “en nombre de Cristo y de la Iglesia: por favor, no se cansen de ser misericordiosos. Ustedes están para perdonar y no para condenar. Con el óleo santo darán alivio a los enfermos, y también a los ancianos: no sientan vergüenza de mostrar ternura con los ancianos”.
Finalmente, les exhortó “a participar en la misión de Cristo, Cabeza y Pastor, permaneciendo unidos a sus Obispo, esfuércense por reunir a los fieles en una sola familia para conducirlos a Dios Padre, por medio de Cristo en el Espíritu Santo. Tengan siempre presente el ejemplo del Buen Pastor, que no vino para ser servido, sino para servir, y buscar y salvar lo que estaba perdido”.
 
Homilía completa del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas,
Ahora que estos hijos han sido llamados al orden del presbiterado. Nos hará bien reflexionar un poco a qué ministerio acceden en la Iglesia.
Como ustedes saben el Señor Jesús es el único Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento, también en Él todo el pueblo santo de Dios ha sido constituido pueblo sacerdotal. ¡Todos nosotros! No obstante, el Señor Jesús quiso elegir entre sus discípulos a algunos en particular, para que, ejerciendo públicamente en la Iglesia en su nombre el oficio sacerdotal en favor de todos los hombres, continuaran su misión personal de maestro, sacerdote y pastor.
Él mismo, enviado por el Padre, envió a su vez a los Apóstoles por el mundo, para continuar sin interrupción su obra de Maestro, Sacerdote y Pastor por medio de ellos y de los Obispos, sus sucesores. Y los presbíteros son colaboradores de los Obispos, con quienes en unidad de sacerdocio, son llamados al servicio del Pueblo de Dios.
Ellos han reflexionado sobre esta vocación que tienen y que ahora vienen para recibir el orden de los presbíteros y el obispo arriesga - ¡arriesga! – y escoge a ellos, como el Padre ha arriesgado por cada uno de nosotros.
Ellos serán configurados con Cristo, sumo y eterno Sacerdote, y unirlos al sacerdocio de los Obispos, la Ordenación los convertirá en verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento para anunciar el Evangelio, apacentar al Pueblo de Dios y celebrar el culto divino, principalmente en el sacrificio del Señor.
A ustedes, que van a ser ordenados presbíteros, les incumbe, en la parte que les corresponde, la función de enseñar en nombre de Cristo, el Maestro. Transmitir a todos la palabra de Dios que han recibido con alegría. Recuerden a sus madres, a sus abuelas, a sus catequistas, que les han dado la Palabra de Dios, la fe... ¡el don de la fe! Les han trasmitido este don de la fe. Y al leer y meditar asiduamente la Ley del Señor, procuren creer lo que lean, enseñar lo que crean y practicar lo que enseñan.
Y que esto sea el alimento del Pueblo de Dios; que sus homilías no sean aburridas, que sus homilías lleguen al corazón de la gente porque salen de su corazón, porque lo que digan a ellos es lo que ustedes tienen en el corazón. Así se da la Palabra de Dios y así su doctrina será gozo y ayuda a los fieles de Cristo, el perfume de sus vidas será el testimonio, porque el ejemplo edifica, pero las palabras sin el ejemplo son palabras vacías, son ideas y no llegan jamás al corazón y es más hacen mal: ¡no hacen bien! Ustedes continuaran la obra santificadora de Cristo. Por medio de su ministerio alcanzará su plenitud el sacrificio espiritual de los fieles, que por sus manos, junto con ellos, será ofrecido sobre el altar, unido al sacrificio de Cristo, en celebración incruenta. Tengan presente lo que hacen e imiten lo que conmemoran, de tal manera que, al celebrar el misterio de la muerte y resurrección del Señor, se esfuercen por hacer morir en ustedes el mal y procuren caminar con Él en una vida nueva.
Introducirán a los hombres en el Pueblo de Dios por el Bautismo. Perdonaran los pecados en nombre de Cristo y de la Iglesia por el sacramento de la Penitencia. Y hoy les pido en nombre de Cristo y de la Iglesia: Por favor, no se cansen de ser misericordiosos. A los enfermos les darán el alivio del óleo santo, y también a los ancianos: no sientan vergüenza de mostrar ternura con los ancianos. Al celebrar los ritos sagrados, al ofrecer durante el día la oración de alabanza y de súplica, serán voz del Pueblo de Dios y de toda la humanidad.
Conscientes de haber sido escogidos entre los hombres y puestos al servicio de ellos en las cosas de Dios, ejerzan con alegría perenne, llenos de verdadera caridad, el ministerio de Cristo Sacerdote, no buscando el propio interés, sino el de Jesucristo. Es malo un sacerdote que vive por complacer a si mismo… ¡como hacen los pavos!
Finalmente, al participar en la misión de Cristo, Cabeza y Pastor, permaneciendo unidos a sus Obispo, esfuércense por reunir a los fieles en una sola familia – sean ministros de la unidad en la Iglesia, en la familia – para conducirlos a Dios Padre, por medio de Cristo en el Espíritu Santo. Y tengan siempre presente el ejemplo del Buen Pastor, que no vino para ser servido, sino para servir: no para permanecer en la comodidad, sino para salir y buscar y salvar lo que estaba perdido.




Miles de peregrinos han asistido a las 12 en punto del mediodía al rezo del Regina Coeli del Papa Francisco en la Plaza de San Pedro. Previamente el Santo padre había celebrado Misa en la Basílica Vaticana, confiriendo el Orden Sacerdotal a 19 nuevos Presbíteros, quienes aparecieron con él durante la Plegaria Mariana de este Tiempo Pascual. Durante la reflexion, Francisco tuvo un recuerdo para las víctimas del trágico terremoto en Nepal.


Queridos hermanos y hermanas, 
¡buenos días!
El IV Domingo de Pascua, llamado “Domingo del Buen Pastor”, cada año, nos invita a redescubrir, con una sorpresa siempre nueva, esta definición que Jesús se da a sí mismo, releyéndola a la luz de su pasión, muerte y resurrección.
 “El Buen Pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11): estas palabras se realizan plenamente cuando Cristo, obedeciendo libremente a la voluntad del Padre, se ha inmolado en la Cruz. En ese momento se aclara lo que significa que Él es el Buen Pastor: ha ofrecido su vida en sacrificio por nosotros. ¡Por esto es el Buen Pastor!
         Cristo es el pastor verdadero, que lleva a cabo el modelo más alto de amor por su grey: Él dispone libremente de su vida, nadie se la quita (cfr. v.18), porque la da a favor de las ovejas (v.17). En abierta oposición a los falsos pastores, Jesús se presenta como el verdadero y único pastor del pueblo: el mal pastor piensa en sí mismo y se aprovecha de las ovejas; el buen pastor piensa en las ovejas y se da a sí mismo. A diferencia del mercenario, Cristo pastor es un guía cuidadoso que participa en la vida de su rebaño, que no busca su propio interés, que no tiene otra ambición que la de guiar, alimentar, proteger a sus ovejas.. Y todo esto por el precio más alto, el del sacrificio de la propia vida.


En la figura de Jesús, pastor bueno, nosotros contemplamos la Providencia de Dios, su cuidado paterno por cada uno de nosotros. La consecuencia de esta contemplación de Jesús pastor verdadero y bueno, es la exclamación de conmovido estupor que encontramos en la Segunda Lectura de la liturgia de hoy: “Ved con qué gran amor nos amó el Padre…” (1Jn 3,1). Y es verdaderamente un amor sorprendente y misterioso, porque dándonos a Jesús como Pastor que da la vida por nosotros, el Padre nos ha dado ¡lo más grande y precioso que podía darnos! Es el amor más alto y más puro, porque no está motivado por ninguna necesidad, no está condicionado por ningún cálculo, no está vinculado a ningún deseo interesado de intercambio. Frente a este amor de Dios, nosotros experimentamos una alegría inmensa y nos abrimos al reconocimiento por lo que hemos recibido gratuitamente.  
Pero contemplar y agradecer no basta. Es necesario seguir al Buen Pastor. En especial, los que tienen la misión de guía en la Iglesia –sacerdotes, obispos, Papas, son llamados a asumir no la mentalidad del manager sino la de siervo, a imitación de Jesús que, desnudándose a sí mismo, nos ha salvado con su misericordia. En este estilo de vida pastoral  son llamados también  los nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma, que he tenido la alegría de ordenar esta mañana en la Basílica de San Pedro.
María Santísima obtenga para mí, para los obispos y por los sacerdotes de todo el mundo la gracia de servir al Pueblo Santo de Dios mediante la gozosa predicación del Evangelio, la sentida celebración de los Sacramentos y la paciente y mansa guía pastoral.

DESPUÉS DEL REGINA COELI
        Queridos hermanos y hermanas,
Deseo asegurar mi cercanía a las poblaciones golpeadas por un fuerte terremoto en Nepal y en los países colindantes. Rezo por las víctimas, por los heridos y por todos los que sufren por esta calamidad. Que tengan el apoyo de la solidaridad fraterna.
Hoy, en Canadá, se ha proclamado Beata a María Elisa Turgeon, fundadora de las Hermanas de Nuestra Señora del Santo Rosario de San Germano: una religiosa ejemplar, dedicada a la oración, a la enseñanza en los pequeños centros de su diócesis y a las obras de caridad. Demos gracias al Señor por esta mujer, modelo de vida consagrada a Dios y al generoso compromiso al servicio del prójimo. Saludo con afecto a todos los peregrinos provenientes de Roma, de Italia y de distintos países, en especial a los venidos de Polonia en ocasión del primer aniversario de la canonización de Juan Pablo II. Queridísimos, que resuene siempre en vuestros corazones su llamada: “¡Abrid las puertas a Cristo!”. Que el Señor os bendiga a vosotros y a vuestras familias y que la Virgen os proteja.
  Saludo a los fieles de Budapest, Madrid, Burgos, Bratislava y El Cairo; como también a los de Trieste, Giovinazzo, Gorga, Gorlago, Pesaro, Lamezia Terme. Saludo a los jóvenes de Niscemi y Trezzano Rosa, y a los chicos de los vicariados de Casalpusterlengo y Codogno que van a renovar la profesión de fe.
  A todos os deseo un buen domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buena comida y hasta pronto!

FUENTE: 







jueves, 23 de abril de 2015

Mensaje del Papa para la 52º Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones.

El próximo día 26 de abril, IV Domingo de Pascua será el domingo del Buen Pastor, en el que  celebraremos la  52ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, con el lema: ¡Qué bueno caminar contigo!Con esta Jornada todos estamos invitados a pedir al Padre que envíe obreros a su mies, pero que entre esos obreros mande “especialistas”. No debemos olvidar que todos somos llamados por Dios y que todos estamos convocados, por el bautismo, a hacer un seguimiento radial de Cristo. Pero la Iglesia necesita especialmente vocaciones sacerdotales, religiosas, laicos comprometidos en la construcción de un mundo mejor. Cualquier cristiano es evangelizador, pero los sacerdotes, religiosos y laicos dedican su vida, sus esfuerzos a eso. De ahí la importancia de estas vocaciones”.  
 «El éxodo, experiencia fundamental de la vocación», es el Mensaje y el lema elegido por el Papa Francisco para la 52 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebra el cuarto Domingo de Pascua, del Buen Pastor, y que en 2015 es el 26 de abril. Haciendo hincapié en la importancia de rezar, evocando el mandamiento de Jesús en el contexto de un envío misionero, el Obispo de Roma señala que «efectivamente, si la Iglesia «es misionera por su naturaleza» (Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, 2), la vocación cristiana nace necesariamente dentro de una experiencia de misión. Así, escuchar y seguir la voz de Cristo Buen Pastor, dejándose atraer y conducir por él y consagrando a él la propia vida, significa aceptar que el Espíritu Santo nos introduzca en este dinamismo misionero, suscitando en nosotros el deseo y la determinación gozosa de entregar nuestra vida y gastarla por la causa del Reino de Dios».

Entregar la propia vida en esta actitud misionera sólo será posible si somos capaces de salir de nosotros mismos. Por eso, el Papa desea «reflexionar precisamente sobre ese particular «éxodo» que es la vocación o, mejor aún, nuestra respuesta a la vocación que Dios nos da. Cuando oímos la palabra «éxodo», nos viene a la mente inmediatamente el comienzo de la maravillosa historia de amor de Dios con el pueblo de sus hijos, una historia que pasa por los días dramáticos de la esclavitud en Egipto, la llamada de Moisés, la liberación y el camino hacia la tierra prometida. El libro del Éxodo ―el segundo libro de la Biblia―, que narra esta historia, representa una parábola de toda la historia de la salvación, y también de la dinámica fundamental de la fe cristiana. De hecho, pasar de la esclavitud del hombre viejo a la vida nueva en Cristo es la obra redentora que se realiza en nosotros mediante la fe (cf. Ef 4,22-24). Este paso es un verdadero y real «éxodo», es el camino del alma cristiana y de toda la Iglesia, la orientación decisiva de la existencia hacia el Padre».

«Responder a la llamada de Dios, por tanto, es dejar que él nos haga salir de nuestra falsa estabilidad para ponernos en camino hacia Jesucristo, principio y fin de nuestra vida y de nuestra felicidad», escribe el Santo Padre, explicando luego que esta dinámica del éxodo «no se refiere sólo a la llamada personal, sino a la acción misionera y evangelizadora de toda la Iglesia. La Iglesia es verdaderamente fiel a su Maestro en la medida en que es una Iglesia «en salida», no preocupada por ella misma, por sus estructuras y sus conquistas, sino más bien capaz de ir, de ponerse en movimiento, de encontrar a los hijos de Dios en su situación real y de com-padecer sus heridas. Dios sale de sí mismo en una dinámica trinitaria de amor, escucha la miseria de su pueblo e interviene para librarlo (cf. Ex 3,7).

«La Iglesia que evangeliza sale al encuentro del hombre, anuncia la palabra liberadora del Evangelio, sana con la gracia de Dios las heridas del alma y del cuerpo, socorre a los pobres y necesitados»

«Esta dinámica del éxodo, hacia Dios y hacia el hombre, llena la vida de alegría y de sentido» vuelve señalar el Papa, con el anhelo de «decírselo especialmente a los más jóvenes. Y los alienta a no tener miedo, a ponerse en camino: «el Evangelio es la Palabra que libera, transforma y hace más bella nuestra vida. Qué hermoso es dejarse sorprender por la llamada de Dios, acoger su Palabra, encauzar los pasos de vuestra vida tras las huellas de Jesús, en la adoración al misterio divino y en la entrega generosa a los otros. Vuestra vida será más rica y más alegre cada día».

Culminando su Mensaje con «la Virgen María, modelo de toda vocación», que «no tuvo miedo a decir su «fiat» a la llamada del Señor»: «Ella nos acompaña y nos guía. Con la audacia generosa de la fe, María cantó la alegría de salir de sí misma y confiar a Dios sus proyectos de vida», el Papa Francisco ha fechado su Mensaje en el Vaticano el, 29 de marzo, Domingo de Ramos,  de 2015.

Texto completo del MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA
   52º JORNADA MUNDIAL

DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES

26 DE ABRIL DE 2015 – IV DOMINGO DE PASCUA

"El éxodo, experiencia fundamental de la vocación"

         Queridos hermanos y hermanas,
    
     El IV Domingo de Pascua nos presenta el icono del Buen Pastor que conoce a sus ovejas, las llama por su nombre, las alimenta y las guía. Hace más de 50 años que en este domingo celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Esta Jornada nos recuerda la importancia de rezar para que, como dijo Jesús a sus discípulos, «el dueño de la mies… mande obreros a su mies» (Lc 10,2). Jesús nos dio este mandamiento en el contexto de un envío misionero: además de los doce apóstoles, llamó a otros setenta y dos discípulos y los mandó de dos en dos para la misión (cf. Lc 10,1-16). Efectivamente, si la Iglesia «es misionera por su naturaleza» (Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, 2), la vocación cristiana nace necesariamente dentro de una experiencia de misión. Así, escuchar y seguir la voz de Cristo Buen Pastor, dejándose atraer y conducir por él y consagrando a él la propia vida, significa aceptar que el Espíritu Santo nos introduzca en este dinamismo misionero, suscitando en nosotros el deseo y la determinación gozosa de entregar nuestra vida y gastarla por la causa del Reino de Dios.

Entregar la propia vida en esta actitud misionera sólo será posible si somos capaces de salir de nosotros mismos. Por eso, en esta 52 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, quisiera reflexionar precisamente sobre ese particular «éxodo» que es la vocación o, mejor aún, nuestra respuesta a la vocación que Dios nos da. Cuando oímos la palabra «éxodo», nos viene a la mente inmediatamente el comienzo de la maravillosa historia de amor de Dios con el pueblo de sus hijos, una historia que pasa por los días dramáticos de la esclavitud en Egipto, la llamada de Moisés, la liberación y el camino hacia la tierra prometida. El libro del Éxodo ―el segundo libro de la Biblia―, que narra esta historia, representa una parábola de toda la historia de la salvación, y también de la dinámica fundamental de la fe cristiana. De hecho, pasar de la esclavitud del hombre viejo a la vida nueva en Cristo es la obra redentora que se realiza en nosotros mediante la fe (cf. Ef 4,22-24). Este paso es un verdadero y real «éxodo», es el camino del alma cristiana y de toda la Iglesia, la orientación decisiva de la existencia hacia el Padre.

En la raíz de toda vocación cristiana se encuentra este movimiento fundamental de la experiencia de fe: creer quiere decir renunciar a uno mismo, salir de la comodidad y rigidez del propio yo para centrar nuestra vida en Jesucristo; abandonar, como Abrahán, la propia tierra poniéndose en camino con confianza, sabiendo que Dios indicará el camino hacia la tierra nueva. Esta «salida» no hay que entenderla como un desprecio de la propia vida, del propio modo de sentir las cosas, de la propia humanidad; todo lo contrario, quien emprende el camino siguiendo a Cristo encuentra vida en abundancia, poniéndose del todo a disposición de Dios y de su reino. Dice Jesús: «El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna» (Mt 19,29). La raíz profunda de todo esto es el amor. En efecto, la vocación cristiana es sobre todo una llamada de amor que atrae y que se refiere a algo más allá de uno mismo, descentra a la persona, inicia un «camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios» (Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 6).

La experiencia del éxodo es paradigma de la vida cristiana, en particular de quien sigue una vocación de especial dedicación al servicio del Evangelio. Consiste en una actitud siempre renovada de conversión y transformación, en un estar siempre en camino, en un pasar de la muerte a la vida, tal como celebramos en la liturgia: es el dinamismo pascual. En efecto, desde la llamada de Abrahán a la de Moisés, desde el peregrinar de Israel por el desierto a la conversión predicada por los profetas, hasta el viaje misionero de Jesús que culmina en su muerte y resurrección, la vocación es siempre una acción de Dios que nos hace salir de nuestra situación inicial, nos libra de toda forma de esclavitud, nos saca de la rutina y la indiferencia y nos proyecta hacia la alegría de la comunión con Dios y con los hermanos. Responder a la llamada de Dios, por tanto, es dejar que él nos haga salir de nuestra falsa estabilidad para ponernos en camino hacia Jesucristo, principio y fin de nuestra vida y de nuestra felicidad.

Esta dinámica del éxodo no se refiere sólo a la llamada personal, sino a la acción misionera y evangelizadora de toda la Iglesia. La Iglesia es verdaderamente fiel a su Maestro en la medida en que es una Iglesia «en salida», no preocupada por ella misma, por sus estructuras y sus conquistas, sino más bien capaz de ir, de ponerse en movimiento, de encontrar a los hijos de Dios en su situación real y de com-padecer sus heridas. Dios sale de sí mismo en una dinámica trinitaria de amor, escucha la miseria de su pueblo e interviene para librarlo (cf. Ex 3,7). A esta forma de ser y de actuar está llamada también la Iglesia: la Iglesia que evangeliza sale al encuentro del hombre, anuncia la palabra liberadora del Evangelio, sana con la gracia de Dios las heridas del alma y del cuerpo, socorre a los pobres y necesitados.

 Queridos hermanos y hermanas, este éxodo liberador hacia Cristo y hacia los hermanos constituye también el camino para la plena comprensión del hombre y para el crecimiento humano y social en la historia. Escuchar y acoger la llamada del Señor no es una cuestión privada o intimista que pueda confundirse con la emoción del momento; es un compromiso concreto, real y total, que afecta a toda nuestra existencia y la pone al servicio de la construcción del Reino de Dios en la tierra. Por eso, la vocación cristiana, radicada en la contemplación del corazón del Padre, lleva al mismo tiempo al compromiso solidario en favor de la liberación de los hermanos, sobre todo de los más pobres. El discípulo de Jesús tiene el corazón abierto a su horizonte sin límites, y su intimidad con el Señor nunca es una fuga de la vida y del mundo, sino que, al contrario, «esencialmente se configura como comunión misionera» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 23).
Esta dinámica del éxodo, hacia Dios y hacia el hombre, llena la vida de alegría y de sentido. Quisiera decírselo especialmente a los más jóvenes que, también por su edad y por la visión de futuro que se abre ante sus ojos, saben ser disponibles y generosos. A veces las incógnitas y las preocupaciones por el futuro y las incertidumbres que afectan a la vida de cada día amenazan con paralizar su entusiasmo, de frenar sus sueños, hasta el punto de pensar que no vale la pena comprometerse y que el Dios de la fe cristiana limita su libertad. En cambio, queridos jóvenes, no tengáis miedo a salir de vosotros mismos y a poneros en camino. El Evangelio es la Palabra que libera, transforma y hace más bella nuestra vida. Qué hermoso es dejarse sorprender por la llamada de Dios, acoger su Palabra, encauzar los pasos de vuestra vida tras las huellas de Jesús, en la adoración al misterio divino y en la entrega generosa a los otros. Vuestra vida será más rica y más alegre cada día.

La Virgen María, modelo de toda vocación, no tuvo miedo a decir su «fiat» a la llamada del Señor. Ella nos acompaña y nos guía. Con la audacia generosa de la fe, María cantó la alegría de salir de sí misma y confiar a Dios sus proyectos de vida. A Ella nos dirigimos para estar plenamente disponibles al designio que Dios tiene para cada uno de nosotros, para que crezca en nosotros el deseo de salir e ir, con solicitud, al encuentro con los demás (cf. Lc 1,39). Que la Virgen Madre nos proteja e interceda por todos nosotros.