miércoles, 17 de junio de 2015

Catequesis del Papa Francisco del 17 de Junio: “La muerte ha sido derrotada por la Cruz de Jesús. Jesús nos restituirá a todos a la familia''.

El luto en la familia por la muerte de alguno de sus miembros ha sido el tema de la Catequesis del Papa Francisco durante la Audiencia general de este miércoles en la Plaza de San Pedro a la que han asistido más de quince mil personas.

La muerte física tiene “cómplices” que son aún peores que ella y que se llaman odio, envidia, soberbia, avaricia; en resumen, el pecado del mundo que trabaja para la muerte y la hace todavía más dolorosa e injusta. 
Queridos hermanos y hermanas, 
¡buenos días!
En el recorrido de Catequesis sobre la familia, hoy tomamos directamente inspiración del episodio narrado por el evangelista Lucas, que acabamos de escuchar ( Lc 7,11-15).
 Es una escena muy conmovedora, que nos muestra la compasión de Jesús por quien sufre – en este caso, una viuda que ha perdido a su único hijo – y nos muestra también la potencia de Jesús sobre la muerte.
La muerte es una experiencia que concierne a todas las familias, sin ninguna excepción. Es parte de la vida; sin embargo, cuando toca a los afectos familiares, la muerte no nos parece jamás natural. Para los padres, sobrevivir a los propios hijos es algo particularmente desgarrador, que contradice la naturaleza elemental de las relaciones que dan sentido a la familia misma. La pérdida de un hijo o de una hija es como si detuviera el tiempo: se abre un abismo que traga el pasado y también el futuro. La muerte, que se lleva el hijo pequeño o joven, es una bofetada a las promesas, a los dones y sacrificios de amor alegremente entregados a la vida que hemos hecho nacer. Tantas veces vienen a misa en Santa Marta padres con la foto de un hijo, una hija, niño, muchacho, muchacha y me dicen: “se fue”. La mirada es tan dolorida. La muerte toca y cuando es un hijo toca profundamente. Toda la familia queda paralizada, enmudecida. Y algo similar sufre el niño que se queda solo, por la pérdida de un padre, o de ambos. Esa pregunta: “¿dónde está papá?” “¿Dónde está mamá?” – Está en el cielo. “¿Pero por qué no lo veo?” Esta pregunta que cubre una angustia en el corazón del niño o la niña. Se queda solo. El vacío del abandono que se abre dentro de él es aún más angustiante por el hecho que no tiene ni siquiera la experiencia suficiente para “dar un nombre” a aquello que ha sucedido. “¿Cuándo vuelve papá?” “¿Cuándo vuelve mamá?” ¿Qué se responde? Y el niño sufre. Y así es la muerte en familia.
En estos casos la muerte es como un agujero negro que se abre en la vida de las familias y a la cual no sabemos dar explicación. Y a veces, se llega incluso a dar la culpa a Dios. Pero cuánta gente – yo los entiendo – se enoja con Dios, blasfema: “¿Por qué me has quitado el hijo, la hija? ¡Dios no está, no existe! ¿Por qué hizo esto?” Tantas veces hemos escuchado esto. Pero esta rabia es un poco aquello que viene del corazón, del gran dolor. La pérdida de un hijo o de una hija, del papá o de la mamá es un gran dolor. Y esto sucede continuamente en las familias. En estos casos, he dicho, la muerte es casi como un agujero.
Pero la muerte física tiene “cómplices” que son aún peores que ella y que se llaman odio, envidia, soberbia, avaricia; en resumen, el pecado del mundo que trabaja para la muerte y la hace todavía más dolorosa e injusta. Los afectos familiares aparecen como las víctimas predestinadas e indefensas de estas potencias auxiliares de la muerte, que acompañan la historia del hombre. Pensemos en la absurda “normalidad” con la cual, en ciertos momentos y en ciertos lugares, los eventos que agregan horror a la muerte son provocados por el odio y por la indiferencia de otros seres humanos. ¡El Señor nos libere de acostumbrarnos a esto!
                      
En el pueblo de Dios, con la gracia de su compasión donada en Jesús, tantas familias demuestran, con los hechos, que la muerte no tiene la última palabra y esto es un verdadero acto de fe. Todas las veces que la familia en el luto – incluso terrible – encuentra la fuerza para custodiar la fe y el amor que nos unen a aquellos que amamos, impide a la muerte, ya ahora, que se tome todo. La oscuridad de la muerte debe ser afrontada con un trabajo de amor más intenso. "¡Dios mío, aclara mis tinieblas!”, es la invocación de la liturgia de la tarde. En la luz de la Resurrección del Señor, que no abandona a ninguno de aquellos que el Padre le ha confiado, nosotros podemos sacar a la muerte su “aguijón”, como decía el apóstol Pablo (1 Cor 15,55); podemos impedirle avenenarnos la vida, de hacer vanos nuestros afectos, de hacernos caer en el vacío más oscuro.
En esta fe, podemos consolarnos unos a otros, sabiendo que el Señor ha vencido la muerte de una vez por todas. Nuestros seres queridos no desaparecieron en la oscuridad de la nada: la esperanza nos asegura que ellos están en las manos buenas y fuertes de Dios. El amor es más fuerte que la muerte. Por esto el camino es hacer crecer el amor, hacerlo más sólido, y el amor nos custodiará hasta el día en el cual cada lágrima será secada, cuando “no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor” (Ap 21,4). Si nos dejamos sostener por esta fe, la experiencia del luto puede generar una más fuerte solidaridad de los vínculos familiares, una nueva apertura al dolor de otras familias, una nueva fraternidad con las familias que nacen y renacen en la esperanza. Nacer y renacer en la esperanza, esto nos da la fe. Pero yo quisiera subrayar la última frase del Evangelio que hoy hemos escuchado. Después que Jesús trae de nuevo a la vida a este joven, hijo de la mamá que era viuda, dice el Evangelio: “Jesús lo restituyó a su madre”. ¡Y ésta es nuestra esperanza! ¡Todos nuestros seres queridos que se han ido, todos el Señor los restituirá a nosotros y con ellos nos encontraremos juntos y esta esperanza no decepciona! Recordemos bien este gesto de Jesús; “Y Jesús lo restituyó a su madre”. ¡Así hará el Señor con todos nuestros seres queridos de la familia!
Esta fe nos protege de la visión nihilista de la muerte, como también de las falsas consolaciones del mundo, de modo que la verdad cristiana “no corra el riesgo de mezclarse con mitologías de varios géneros cediendo a los ritos de la superstición, antigua o moderna” (Benedicto XVI, Ángelus del 2 de noviembre 2008).
Hoy es necesario que los Pastores y todos los cristianos expresen de manera más concreta el sentido de la fe en relación a la experiencia familiar del luto. No se debe negar el derecho al llanto - ¡debemos llorar en el luto! También Jesús “rompió a llorar” y estaba “profundamente turbado” por el grave luto de una familia que amaba (Jn 11,33-37). Podemos más bien tomar del testimonio simple y fuerte de tantas familias que ha sabido captar, en el durísimo pasaje de la muerte, también el seguro pasaje del Señor, crucificado y resucitado, con su irrevocable promesa de resurrección de los muertos. El trabajo del amor de Dios es más fuerte del trabajo de la muerte. ¡Es de aquel amor, es precisamente de aquel amor, que debemos hacernos “cómplices” activos con nuestra fe! Y recordemos aquel gesto de Jesús: “Y Jesús lo restituyó a su madre”, así hará con todos nuestros seres queridos y con nosotros cuando nos encontraremos, cuando la muerte será definitivamente vencida en nosotros. Ella está vencida por la Cruz de Jesús. ¡Jesús nos restituirá en familia a todos! Gracias.


Después de la Catequesis el Papa recordó que mañana se publica la encíclica ''Laudato si'” sobre el cuidado de la "casa común" que es la Creación. 

 ''Esta casa nuestra -dijo- se está arruinando y es algo que nos perjudica a todos, especialmente a los más pobres. El mio es, por tanto, un llamamiento a la responsabilidad basado en la tarea que Dios confió al ser humano en la creación: "cultivar y custodiar" el "jardín" en que lo puso. Invito a todos a acoger con el corazón abierto este documento, que se situa en la línea de la doctrina social de la Iglesia''.

 Después llamó la atención sobre el Día Mundial del Refugiado, la jornada promovida por las Naciones Unidas que se celebra el próximo sábado, pidiendo a todos oraciones ''por los tantos hermanos y hermanas que buscan refugio lejos de su tierra natal, en busca de un hogar donde puedan vivir sin miedo, para que su dignidad se respete siempre''. ''Animo la labor de cuantos los ayudan -afirmó Francisco- y espero que la comunidad internacional actúe de manera armoniosa y eficaz para prevenir las causas de la migración forzada. Y os invito a todos a pedir perdón por las personas e instituciones que cierran la puerta a esta gente que busca una familia, que intenta que les protejan''.
Y en el saludo a los peregrinos polacos el Santo Padre habló de san Alberto Chmielowski cuya memoria se celebra hoy. ''Recordando su entrega a los pobres, a los que no tenían hogar, a los enfermos incurables, abramos como él nuestros corazones a las necesidades de nuestros hermanos más necesitados. Aprendamos de él a servir a Cristo en los pobres y '' a ser buenos para los demás como el pan''. Imitémosle en su tender hacia la santidad''.




domingo, 14 de junio de 2015

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO DEL DOMINGO 14 DE JUNIO: “El amor de Dios hará brotar y crecer cada semilla de bien presente en la tierra”.



Domingo XI del Tiempo Ordinario. 
Atrás hemos dejado las grandes solemnidades del Tiempo Pascual y también las dos grandes fiestas que abren el Tiempo Ordinario: la Santísima Trinidad y el Corpus Christi. Iremos siguiendo a Cristo es su vida pública durante todos estos domingos. Se nos irá relatando la biografía de Jesús, domingo a domingo para que aprendamos a conocerle mejor, para que su enseñanza jalone nuestro recto camino de buenos cristianos.
 Hoy el Señor Jesús nos va a relatar las parábolas de las semillas. Una semilla es pequeña y mientras permanece en tierra el labrador no se apercibe de su crecimiento. Y así es la Palabra de Dios, cae en el corazón humano y con la ayuda del Espíritu Santo se fecunda, crece y da mucho fruto. La pequeñez primera de una semilla es la promesa de muchos y grandes frutos.


San Marcos reúne en el texto de su evangelio dos parábolas referidas a las semillas. Describe el Señor Jesús el camino de crecimiento de las mismas, a veces sin que el agricultor sepa bien como, para convertirse en árboles donde pueden anidar las aves. Así es la Palabra de Dios, que depositada como semilla en nuestros corazones va creciendo y creciendo hasta convertirse en un árbol firme.

A mediodía el Papa se asomó a la ventana de su estudio que da a la plaza de San Pedro, para rezar el Ángelus con los miles de peregrinos asistentes.
Previo al ángelus, el Papa comentó el Evangelio del domingo.
Al finalizar el sumo pontífice anunció que el próximo jueves se hará pública su encíclica sobre el cuidado de la creación.
- El Santo Padre recordó que el Evangelio del XI domingo del tiempo ordinario contiene dos breves parábolas: la de la semilla que germina y crece sola, y la del granito de mostaza. Se trata de imágenes del mundo rural – explicó Francisco – mediante las cuales Jesús presenta la eficacia de la Palabra de Dios y las exigencias de su Reino, mostrando las razones de nuestra esperanza y de nuestro compromiso en la historia.
También afirmó que la primera parábola destaca la confianza del campesino en el poder de la semilla y en la fertilidad de la tierra. Y tras recordar que en el lenguaje evangélico, la semilla es símbolo de la Palabra de Dios, el Obispo de Roma explicó que la segunda parábola nos muestra cómo es el Reino de Dios, a saber: una realidad humanamente pequeña y aparentemente irrelevante que implica que seamos pobres y humildes de corazón y que más que en nuestras propias capacidades confiemos sólo en el poder del amor de Dios.
Porque como dijo el Papa, cuando vivimos así, a través nuestro irrumpe la fuerza de Cristo que transforma lo que es pequeño y modesto en una realidad que hacer fermentar la entera masa del mundo y de la historia.
Además, Francisco reafirmó que de estas dos parábolas surge una enseñanza importante, que el Reino de Dios requiere nuestra colaboración, y, sobre todo, que es iniciativa y don del Señor, puesto que si ponemos nuestra débil obra frente a la complejidad de los problemas del mundo en la obra de Dios no debemos tener miedo de las dificultades, dado que la victoria del Señor es segura.
Después de recordar que el amor de Dios hará brotar y crecer cada semilla de bien presente en la tierra, lo que nos abre a la confianza y al optimismo, a pesar de los dramas, las injusticias y los sufrimientos que encontramos, el Santo Padre invocó a la Santísima Virgen María, que ha escuchado como “tierra fecunda” la semilla de la divina Palabra, para que nos sostenga en esta esperanza.

Texto completo del Ángelus: El papa Francisco explica las parábolas del grano de trigo y de la semilla de mostaza

«Queridos hermanos y hermanas, 
¡buenos días!
 El Evangelio de hoy está formado por dos parábolas muy breves: la de la semilla que germina y crece por sí, y la del grano de mostaza (cfr Mc 4,26–34).
A través de estas imágenes tomadas del mundo rural, Jesús presenta la eficacia de la palabra de Dios y las exigencias de su Reino, mostrando las razones de nuestra esperanza y de nuestro empeño en la historia.
En la primera parábola centra atención sobre el hecho que la semilla echada en la tierra, prende y se desarrolla por sí misma, sea que el campesino duerma o esté despierto. Él confía en la potencia interna de la misma semilla y en la fertilidad del terreno.
En el lenguaje evangélico la semilla es símbolo de la palabra de Dios, cuya fecundidad es invocada por esta parábola. Así como la humilde semilla se desarrolla en la tierra, así la Palabra obra con la potencia de Dios en el corazón de quien la escucha. Dios ha confiado su Palabra a nuestra tierra, o sea a cada uno de nosotros, con nuestra concreta humanidad.
Podemos tener confianza, porque la palabra de Dios es palabra creadora, destinada a volverse 'el grano lleno en la espiga'. Esta parábola si es acogida, trae seguramente sus frutos, porque Dios mismo la hace germinar y madurar a través de caminos que no siempre podemos verificar y de una manera que no conocemos. Y de una manera que no sabemos.
Todo esto nos hace entender que es siempre Dios, que es siempre Dios quien hace crecer su Reino. Por esto rezamos tanto, 'Qué venga tu Reino'. Es él quien lo hace crecer, el hombre es su humilde colaborador, que contempla y se alegra de la acción creadora divina y espera con paciencia los frutos.
La palabra de Dios hace crecer, da vida. Y aquí quiero recordarles la importancia de tener el Evangelio, la Biblia al alcance de mano. El Evangelio pequeño en la cartera, en el bolsillo, de nutrirnos cada día con esta palabra viva de Dios. Leer cada día un párrafo del Evangelio o un párrafo de la Biblia. Por favor no se olviden nunca de esto, porque esta es la fuerza que hace germinar en nosotros la vida del Reino de Dios.
La segunda parábola utiliza la imagen del grano de mostaza. Si bien es el más pequeño de todas las semillas está lleno de vida y crece hasta volverse 'más grande que todas las plantas de huerto'.
Así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña y aparentemente irrelevante. Para entrar a ser parte es necesario ser pobres en el corazón; no confiarse en las propias capacidades sino en la potencia del amor de Dios; no actuar para ser importantes a los ojos de mundo, sino preciosos a los ojos de Dios, que tiene predilección por simples y los humildes.
Cuando vivimos así, a través de nosotros irrumpe la fuerza de Cristo y transforma lo que es pequeño y modesto en una realidad que hace fermentar a toda la masa del mundo y de la historia.
De estas dos parábolas nos viene una enseñanza importante: el Reino de Dios pide nuestra colaboración, si bien es sobretodo iniciativa y un don del Señor. Nuestra débil obra aparentemente pequeña delante de los problemas del mundo, si se inserta en la de Dios y no tiene miedo de las dificultades.
La victoria del Señor es segura, su amor hará crecer cada semilla de bien presente en la tierra. Esto nos abre a la confianza y al optimismo a pesar de los dramas, las injusticias, y los sufrimientos que encontramos. La semilla del bien y de la paz germina y se desarrolla, porque lo hace madurar el amor misericordioso de Dios.
La Virgen santa, que ha acogido como 'tierra fecunda' la semilla de la divina Palabra, nos sostenga en esta esperanza que nunca nos desilusiona».


El papa Francisco ha rezado el ángelus y después ha dicho las siguientes palabras
«Queridos hermanos y hermanas,
 hoy es la Jornada mundial de los donantes de sangre. Millones de personas contribuyen de manera silenciosa para ayudar a los hermanos en dificultad. A todos los donantes les expreso mi aprecio e invito a los jóvenes a que sigan su ejemplo.
Saludo a todos ustedes, queridos romanos y peregrinos: grupos parroquiales, familias y asociaciones. En particular saludo a los fieles que llegaron desde Debrecen (Hungheria), de Malta, de Houston (Estados Unidos) y de Panamá. Y de Italia a los files de Altamura, Angri, Treviso y Osimo. Un pensamiento especial a la comunidad de los rumanos católicos que viven en Roma y a los jóvenes de la confirmación de Cerea.
Saludo al grupo de recuerda a todas las personas que han desaparecido y les aseguro mi oración. Y estoy además cercano a todos los trabajadores que defienden de manera solidaria el derecho al trabajo, que es un derecho a la dignidad.
 Como ya ha sido anunciado, el jueves próximo será publicada una Carta Encíclica sobre la defensa de lo creado”, e invitó “a acompañar este evento con una renovada atención a la situación del degrado ambiental, pero también de recuperación de los propios territorios.
Esta encíclica está dirigida a todos. Recemos para que todos puedan recibir su mensaje y crecer en la responsabilidad hacia la casa común que Dios nos ha confiado».
Y a todos ustedes les deseo un buen domingo, y por favor no se olviden de rezar por mi. Y concluyó con su “buon pranzo e arrivederci”.