domingo, 26 de julio de 2015

"Los que cuidan a los mayores con amor, colaboran al bien de la sociedad", dijo el Papa Francisco en el Ángelus.


El Señor satisface el hambre del corazón con el pan de vida y nos envía a compartirlo con los hermanos.
 Hoy nos habla sobre la multiplicación de los panes. Este tema sirve de base para la enseñanza de Cristo sobre la Eucaristía. Jesús tomó pan, dio gracias y lo repartió personalmente a la multitud. La gente entusiasmada, lo proclamó Mesías, pero no comprendieron bien el signo.
En el Evangelio de hoy, a través del signo del pan, Jesús se manifiesta como pan para la vida del mundo.
Multiplicar el pan es multiplicar la solidaridad y la hermandad.
La abundancia con la que Dios nos bendice tiene que ser compartida. La abundancia de su amor tiene que llegar a todos sus hijos.
Empezando hoy y siguiendo en los próximos cuatro domingos vamos a escuchar el capítulo seis del Evangelio según San Juan, sobre el discurso del Pan de Vida. El pasaje de hoy se refiere a la multiplicación de los panes y de los peces por Cristo. Es signo de Eucaristía. El pan, fruto del trabajo del hombre, puesto en manos del Señor, produce la Vida nueva que nunca termina.


En el ardiente verano romano, a las 12 del mediodía del 26 de julio de 2015, el Obispo de Roma reflexionó sobre el Evangelio de la multiplicación de los panes, ante miles de peregrinos que, a pesar del calor intenso, acudieron a la plaza del santuario de San Pedro, para escucharlo y recibir su bendición.
“En Jesús actúa el poder misericordioso de Dios, que cura todo mal del cuerpo y del espíritu. Pero Jesús no es sólo sanador, es también maestro… Jesús, que sabe bien lo que está por hacer, pone a la prueba a sus discípulos. ¿Qué hacer para dar de comer a toda aquella gente? Felipe, uno de los Doce, hace un rápido cálculo: organizando una colecta, se podrán recoger, al máximo, doscientos denarios para comprar el pan que, sin embargo, no alcanzaría para dar de comer a cinco mil personas”.
El Papa explicó que “los discípulos razonan en términos de “mercado”, pero Jesús, a la lógica del comprar, sustituye la del dar. Y he aquí que Andrés, otro de los Apóstoles, hermano de Simón Pedro, presenta a un niño que pone a disposición todo lo que tiene: cinco panes y dos pescados; pero ciertamente – dice Andrés – no son nada para aquella gente”.
Pero Jesús, que esperaba precisamente esto -dijo el Sucesor de Pedro-. “ordena a los discípulos que hagan sentar a la gente, después tomó aquellos panes y aquellos pescados, dio gracias al Padre y los distribuyó. Estos gestos anticipan aquellos de la Última Cena, que dan al pan de Jesús su significado más profundo y más verdadero”.
El Vicario de Cristo afirmó que “el pan de Dios es Jesús mismo. Tomando la Comunión con Él, recibimos  su vida en nosotros y llegamos a ser hijos del Padre celestial y hermanos entre nosotros. Participar en la Eucaristía significa entrar en la lógica de Jesús, la lógica de la gratuidad, de la participación. Y por más pobres que seamos, todos podemos dar algo. “Tomar la Comunión” también significa tomar de Cristo la gracia que nos hace capaces de compartir con los demás lo que somos y lo que tenemos”.
Francisco concluyó que la multitud está sorprendida por el prodigio de la multiplicación de los panes; pero que “el don que Jesús ofrece es plenitud de vita para el hombre hambriento. Jesús sacia no sólo el hambre material, sino aquella más profunda, el hambre de sentido de la vida, el hambre de Dios”."Que nuestra oración sostenga el empeño común para que jamás falte a nadie el Pan del cielo que da la vida eterna y lo necesario para una vida diga, y para que se afirme la lógica del compartir y del amor". 


 Texto de las palabras del Papa Francisco antes de rezar el Ángelus dominical:
Queridos hermanos y hermanas, 
¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (Jn 6, 1-15) presenta el gran signo de la multiplicación de los panes, en la narración del evangelista Juan. Jesús se encuentra en la orilla del lago de Galilea, y está rodeado por “una gran multitud”, atraída por los “signos que hacía curando a los enfermos” (v. 2).
En Él actúa el poder misericordioso de Dios, que cura todo mal del cuerpo y del espíritu. Pero Jesús no es un sanador, es también maestro: en efecto sube al monte y se si sienta, en la típica actitud del maestro cuando enseña: sube sobre aquella “cátedra” natural creada por su Padre celestial. Llegado a este punto Jesús, que sabe bien lo que está por hacer, pone a la prueba a sus discípulos.
¿Qué hacer para dar de comer a toda aquella gente? Felipe, uno de los Doce, hace un rápido cálculo: organizando una colecta, se podrán recoger, al máximo, doscientos denarios para comprar el pan que, sin embargo, no alcanzaría para dar de comer a cinco mil personas.
Los discípulos razonan en términos de “mercado”, pero Jesús, a la lógica del comprar, sustituye aquella otra lógica, la lógica del dar. Las dos lógicas, ¿no? La del comprar y la del dar. Y he aquí que Andrés, otro de los Apóstoles, hermano de Simón Pedro, presenta a un muchacho que pone a disposición todo lo que tiene: cinco panes y dos pescados; pero ciertamente – dice Andrés – son nada para aquella gente (Cfr. v. 9).
Pero Jesús esperaba precisamente esto. Ordena a los discípulos que hagan sentar a la gente, después tomó aquellos panes y aquellos pescados, dio gracias al Padre y los distribuyó (Cfr. v. 11). Estos gestos anticipan aquellos de la Última Cena, que dan al pan de Jesús su significado más verdadero.
El pan de Dios es Jesús mismo. Tomando la Comunión con Él, recibimos su vida en nosotros y llegamos a ser hijos del Padre celestial y hermanos entre nosotros. Tomando la Comunión nos encontramos con Jesús, realmente vivo y resucitado. Participar en la Eucaristía significa entrar en la lógica de Jesús, la lógica de la gratuidad, de la participación. Y por más pobres que seamos, todos podemos dar algo. “Tomar la Comunión” también significa tomar de Cristo la gracia que nos hace capaces de compartir con los demás lo que somos y lo que tenemos.
La multitud está sorprendida por el prodigio de la multiplicación de los panes; pero el don que Jesús ofrece es plenitud de vida para el hombre hambriento. Jesús sacia no sólo el hambre material, sino aquella más profunda, el hambre de sentido de la vida, el hambre de Dios.
 Frente al sufrimiento, a la soledad, a la pobreza y a las dificultades de tanta gente, ¿qué podemos hacer nosotros? Lamentarse no resuelve nada, pero podemos ofrecer lo poco que tenemos. Como aquel muchacho. Ciertamente tenemos alguna hora de tiempo, algún talento, alguna competencia... ¿Quién de nosotros no tiene sus “cinco panes y dos pescados”? Todos tenemos.
Si estamos dispuestos a ponerlos en las manos del Señor, bastarán para que en el mundo haya un poco más de amor, de paz, de justicia y, sobre todo, de alegría. ¡Cuán necesaria es la alegría en el mundo! Dios es capaz de multiplicar nuestros pequeños gestos. Gestos de solidaridad y hacernos partícipes de su don.
Que nuestra oración sostenga el empeño común para que jamás falte a nadie el Pan del cielo que da la vida eterna y lo necesario para una vida diga, y para que se afirme la lógica del compartir y del amor. Que la Virgen María nos acompañe con su intercesión maternal.




Queridos hermanos y hermanas,
 Hoy se abren las inscripciones para la  XXXI Jornada Mundial de la Juventud, que se desarrollará el próximo año en Polonia. Quise abrir yo mismo las inscripciones y por esto hice venir junto a mí a un muchacho y una muchacha, para que estén conmigo en el momento de abrir las inscripciones, aquí, delante de ustedes. He aquí, me inscribí en la Jornada  como peregrino mediante este dispositivo electrónico. Celebrada durante el Año de la Misericordia, esta Jornada será, en cierto sentido, un jubileo de la juventud, llamada a reflexionar sobre el tema: “Beatos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia” (Mt 5,7). Invito a los jóvenes de todo el mundo a vivir esta peregrinación ya sea dirigiéndose a Cracovia que participando en este momento de gracia en las propias comunidades.
Dentro de algunos días se celebra el segundo aniversario desde cuando, en Siria, fue secuestrado el padre Paolo Dall’Oglio. Dirijo un sentido y apremiante llamado por la liberación de este estimado religioso. No puedo olvidar también a los Obispos Ortodoxos secuestrados en Siria y a todas las otras personas que, en las zonas de conflicto, han sido secuestradas. Espero en el renovado empeño de las competentes Autoridades locales e internacionales, para que a estos hermanos nuestros les sea restituida la libertad. Con afecto y participación a sus sufrimientos, queremos recordarlos en la oración y recemos todos juntos a la Virgen: Ave María…
Los saludo a todos ustedes, peregrinos provenientes de Italia y de otros países, saludo a la peregrinación internacional de las Hermanas de San Félix, a los fieles de Salamanca, a los jóvenes de Brescia que están desarrollando un servicio en el comedor de los pobres de la Caritas de Roma, y a los jóvenes de Ponte San Giovanni (Perugia).

Hoy 26 de julio la Iglesia recuerda a los Santos Joaquín y Ana, padres de la Beata Virgen María y abuelos de Jesús. En esta ocasión, quisiera saludar a todas las abuelas y a todos los abuelos, agradeciéndoles por su preciosa presencia en las familias y por las nuevas generaciones. Para todos los abuelos vivos, pero también por aquellos que nos miran desde el cielo, ¡demos un saludo y un hermoso aplauso!
¡A todos les deseo un feliz domingo! Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Feliz almuerzo y hasta pronto!







sábado, 11 de julio de 2015

VISITA PAPAL A BOLIVIA: ''Pasar sin escuchar el dolor de nuestra gente es como escuchar la Palabra de Dios sin dejar que eche raíces en nosotros''.


El Pontífice llegó a La Paz en su segunda escala de su gira sudamericana. La próxima parada será Paraguay.
Aterrizó poco después de las 17, hora local. Allí lo esperaban miles de personas. Otras tantas colmaban las avenidas de La Paz, ciudad a 3.600 metros de altura sobre el nivel del mar.
"Usted viene lleno de energía, bueno de respirar la brisa del pacífico ecuatoriano. Bienvenido a una parte de la 'patria grande' a la que se le ha mutilado su derecho al mar mediante una invasión", dijo Morales durante su discurso de bienvenida.
Tras su visita a Ecuador, el papa Francisco llegó hoy a La Paz, en Bolivia, donde fue recibido en el aeropuerto El Alto por el presidente Evo Morales.


Se convierte así en el segundo pontífice -luego de Juan Pablo II (1988)- en pisar tierra boliviana, donde se calcula que el 78% de la población es católica.
Francisco viajó en una nave de Boliviana de Aviación, tal como es su costumbre de usar aviones de bandera del país al que visita.
Al recibirlo, Morales le obsequió a Francisco una chuspa, una bolsa indígena con hojas de coca para que mastique y evite los efectos de la altitud. El Papa ya había dicho que tenía intención de consumir esta hoja, típica de la zona.
El "Papa de los pobres", como lo calificó Morales, deseó paz y prosperidad para Bolivia y agradeció el recibimiento por parte del mandatario y los bolivianos. 
 
"Me alegra estar en este país de singular belleza, bendecido por Dios en sus diversas zonas, pero sobre todo es una tierra bendecida en su gente", afirmó, a su turno, Francisco, quien también saludó a los pueblos originarios.
Francisco pidió la construcción de una sociedad más igualitaria y destacó que en Bolivia "amplios sectores han sido incorporados a la vida económica, social y política".

A su vez, elogió la Constitución promulgada por el gobierno de Morales en 2009, "que reconoce los derechos de los individuos, las minorías y el medioambiente". El Papa, además, abogó por los derechos de los niños en el país, donde se registra una alta tasa de trabajo infantil.
Desde temprano, miles de personas aguardaban en El Alto la llegada del Pontífice, con cantos y oraciones. De igual forma, miles de bolivianos, acompañados por extranjeros de Chile y Perú, se han congregado con banderas de Bolivia y del Vaticano en la plaza Murillo de La Paz, donde están los palacios de la presidencia y del Parlamento y la catedral metropolitana.
El Sumo Pontífice visitará el denominado Palacio Quemado para reunirse con Morales y después la catedral para celebrar un encuentro con instituciones de la sociedad civil.
 El pueblo boliviano te recibe con alegría y esperanza, ¡Jallalla Papa Francisco!
 expresó el presidente Evo Morales. Como estaba previsto, el papa Francisco arribó este miércoles al Aeropuerto Internacional El Alto en La Paz capital de Bolivia, a las 17h11, procedente de Quito, Ecuador, donde fue recibido por el presidente Evo Morales y autoridades de esa nación, en el marco de una multitud de gente que espera desde tempranas horas al Pontífice con cánticos y oraciones. El Papa Francisco recibió de Evo Morales la hoja sagrada de coca, para masticarlas, luego de que el máximo representante de la Iglesia católica lo pidiera el pasado mes de junio. “El pueblo boliviano te recibe con alegría y esperanza... Jallalla Papa Francisco”, expresó Morales en sus palabras de bienvenida. Asimismo dijo “Hermano Papa Francisco usted ha llegado a una tierra de paz que busca justicia. Estamos muy felices porque vienes a visitarnos a nuestra casa, eres el Papa de los pobres”. El dato → Jallalla es una palabra quechua-aymara que une los conceptos de esperanza, festejo y bienaventuranza Lea→ Miles de bolivianos aguardan llegada del Papa a la Catedral de la Paz En el primer día de su estadía, el papa redimirá al jesuita, Luis Espinal Camps, asesinado por la dictadura militar de Bolivia en marzo de 1980. Está previsto que en horas de la noche, Francisco viaje a Santa Cruz de la Sierra, donde el próximo jueves 9 de julio oficiará una misa en la plaza de Cristo Redentor y, por la tarde encontrará a los religiosos, religiosas y seminaristas en la escuela Don Bosco. En esta comunidad, se reecontrará con los Movimientos Populares de Bolivia para debatir, entre otras cosas, sobre la transformación en estas comunidades en el terreno de la justicia social. En esta reunión será el encargado de la clausura de este II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, para la cual está prevista la participación de unos mil 500 delegados de más de 20 países, entre ellos Kenia, India, Armenia, España, Estados Unidos, Uruguay, Ecuador, Colombia, Chile, Argentina, Venezuela, Paraguay y Brasil. El Papa se despedirá de Bolivia en el aeropuerto Viru Viru de Santa Cruz de la Sierra para emprender vuelo a Paraguay llegará al aeropuerto Silvio Pettirossi de Asunción, de donde partirá dos días después de regreso al Vaticano. 

                     "Sean testigos
  del amor misericordioso de Jesús"
      el Papa a los religiosos de Bolivia

- El Papa se encontró con los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas en el Coliseo de Don Bosco de Santa Cruz, la tarde de este jueves. Se vivieron emocionantes momentos acompañados de cantos y testimonios de diferentes fieles.

En el discurso, que el Papa había preparado con anterioridad para este momento, reflexionó sobre el Evangelio de Marcos donde se lee la experiencia del ciego y mendigo Bartimeo que llamó a Jesús a gritos y recuperó la vista. Y así analizó las diferentes respuestas frente a los gritos del necesitado: pasar, cállate, ánimo, levántate. “Pasar es el eco de la indiferencia, de pasar al lado de los problemas y que éstos no nos toquen”, observó el Santo Padre “pasa y pasa, pero no queda nada”.
“Cállate”, es la segunda actitud frente al grito de Bartimeo, según el Obispo de Roma, escuchan pero no oyen, ven pero no miran. Y finalmente se refirió al “ánimo, levántate” que según consideró es un grito que se transforma en Palabra, en invitación.
Concluyendo su discurso explicó que ésta es la lógica del discipulado, esto es lo que hace el Espíritu Santo con nosotros, “Un día Jesús nos vio al borde del camino, sentados sobre nuestros dolores, sobre nuestras miserias. No acalló nuestros gritos, por el contrario se detuvo, se acercó y nos preguntó qué podía hacer por nosotros”.

Al clero boliviano:

''Pasar sin escuchar el dolor de nuestra gente es como escuchar la Palabra de Dios sin dejar que eche raíces en nosotros''.

Texto completo del discurso del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, 
buenas tardes,
Estoy contento con este encuentro con ustedes, para compartir la alegría que llena el corazón y la vida entera de los discípulos misioneros de Jesús. Así lo han manifestado las palabras de saludo de Mons. Roberto Bordi, y los testimonios del Padre Miguel, de la hermana Gabriela, y del seminarista Damián. Muchas gracias por compartir la propia experiencia vocacional.
Y en el relato del Evangelio de Marcos hemos escuchado también la experiencia de otro discípulo, Bartimeo, que se unió al grupo de los seguidores de Jesús. Fue un discípulo de última hora. Era el último viaje, que el Señor hacía de Jericó a Jerusalén adónde iba a ser entregado. Ciego y mendigo, Bartimeo estaba al borde del camino, más exclusión imposible, marginado, y cuando se enteró del paso de Jesús, comenzó a gritar, se hizo sentir, como esa buena hermanita que con la batería se hacía sentir y decía: “!aquí estoy!”. Te felicito, tocas bien.
En torno a Jesús iban los apóstoles, los discípulos, las mujeres que lo seguían habitualmente, con quienes recorrió durante su vida los caminos de Palestina para anunciar el Reino de Dios. Y una gran muchedumbre. Si traducimos esto forzando el lenguaje, en torno a Jesús iban los obispos, los curas, las monjas, los seminaristas, los laicos comprometidos, todos los que lo seguían, escuchando a Jesús, y el pueblo fiel de Dios.
Dos realidades aparecen con fuerza, se nos imponen. Por un lado, el grito, el grito de un mendigo y por otro, las distintas reacciones de los discípulos. Pensemos las distintas reacciones de los obispos, los curas, las monjas, los seminaristas a los gritos que vamos sintiendo o no sintiendo. Parece como que el evangelista nos quisiera mostrar, cuál es el tipo de eco que encuentra el grito de Bartimeo en la vida de la gente y en la vida de los seguidores de Jesús. Cómo reaccionan frente al dolor de aquél que está al borde del camino, que nadie le hace caso, no más le dan una limosna, de aquél que está sentado sobre su dolor, que no entra en ese círculo que está siguiendo al Señor.
Son tres las respuestas frente a los gritos del ciego, y  hoy también estas tres respuestas tienen actualidad. Podríamos decirlo con las palabras del propio Evangelio: Pasar, Cállate, Ánimo, levántate.
1. Pasar, pasar de largo y algunos porque ya no escuchan. Estaban con Jesús, miraban a Jesús, querían oír a Jesús, no escuchaban. Pasar es el eco de la indiferencia, de pasar al lado de los problemas y que éstos no nos toquen. No es mi problema. No los escuchamos, no los reconocemos. Sordera, eh. Es la tentación de naturalizar el dolor, de acostumbrarse a la injusticia, y sí, hay gente así: yo estoy acá con Dios, con mi vida consagrada, elegido por Jesús para el ministerio y sí, es natural que haya enfermos, que haya pobres, que haya gente que sufre, entonces ya es tan natural que no me llama la atención un grito, un pedido de auxilio.  Acostumbrarse y nos decimos: es normal, siempre ha sido fue así, ‘mientras a mí no me toque’, pero eso entre paréntesis, ¿no? Es el eco que nace en un corazón blindado, en un corazón cerrado, que ha perdido la capacidad de asombro y por lo tanto, la posibilidad de cambio. ¿Cuántos seguidores de Jesús corremos este peligro de perder nuestra capacidad de asombro, incluso con el Señor? Ese estupor del primer encuentro como que se va degradando, y eso le puede pasar a cualquiera, le pasó al primer Papa: ¿adónde vamos a ir Señor si tú tienes palabras de vida eterna? y después lo traicionan, lo niega, el estupor se le degradó. Es todo un proceso de acostumbramiento. Corazón blindado. Se trata de un corazón, que se ha acostumbrado a pasar sin dejarse tocar; una existencia que, pasando de aquí para allá, no logra enraizarse en la vida de su pueblo, simplemente porque está en esa “elite” que sigue al Señor.
Podríamos llamarlo, la espiritualidad del zapping. Pasa y pasa, pasa y pasa pero nada queda. Son quienes van atrás de la última novedad, del último best seller pero no logran tener contacto, no logran relacionarse, no logran involucrarse incluso con el Señor que están siguiendo porque la sordera avanza ¿eh?.  
Ustedes me podrán decir: «Pero esa gente estaba siguiendo al Maestro, estaban atentos a las palabras del Maestro. Lo estaban escuchando a él». Creo que eso es de lo más desafiante de la espiritualidad cristiana. Como el evangelista Juan nos lo recuerda, ¿cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? (1 Jn 4, 20b). Ellos creían que escuchaban al maestro pero también traducían, y las palabras del Maestro pasaban por el alambique de su corazón blindado. Dividir esta unidad –entre escuchar a Dios y escuchar al hermano- es una de las grandes tentaciones que nos acompañan a lo largo de todo el camino de los que seguimos a Jesús. Y tenemos que ser conscientes de esto. De la misma forma que escuchamos a nuestro Padre es como escuchamos al Pueblo fiel de Dios. Si no lo hacemos con los mismos oídos, con la misma capacidad de escuchar, con el mismo corazón, algo se quebró.
Pasar sin escuchar el dolor de nuestra gente, sin enraizarnos en sus vidas, en su tierra, es como escuchar la Palabra de Dios sin dejar que eche raíces en nuestro interior y sea fecunda. Una planta, una historia sin raíces, es una vida seca.
2. Segunda palabra: Cállate. Es la segunda actitud frente al grito de Bartimeo. Cállate, no molestes, no disturbes, que estamos haciendo oración comunitaria, que estamos en una espiritualidad de profunda elevación, no molestes, no disturbes. A diferencia de la actitud anterior, esta escucha, esta reconoce, toma contacto con el grito del otro. Sabe que está y reacciona de una forma muy simple, reprendiendo. Son los obispos, los curas, los monjes, los Papas del dedo así, ¿eh? En Argentina decimos de las maestras del dedo así, ésta es como la maestra del tiempo de Irigoyen que estudiaban la disciplina muy dura. Y pobre pueblo fiel de Dios, cuántas veces es retado, por el mal humor o por la situación personal de un seguidor o de una seguidora de Jesús. Es la actitud de quienes frente al pueblo de Dios, lo están continuamente reprendiendo, rezongando, mandándolo callar. Dale una caricia, por favor, escúchalo, dile que Jesús lo quiere: “no, eso no se puede hacer, señora, saque al chico de la iglesia que está llorando y yo estoy predicando”. Como si el llanto de un chico no fuera una sublime predicación.
Es el drama de la conciencia aislada, de aquellos discípulos y discípulas que piensan que la vida de Jesús es sólo para los que se creen aptos. En el fondo hay un profundo desprecio al santo pueblo fiel de Dios: “este ciego qué tiene que meterse que se quede ahí”. Parecería lícito que encuentren espacio solamente los «autorizados», una «casta de diferentes» que poco a poco se separa, diferenciándose se diferencia de su pueblo. Han hecho de la identidad una cuestión de superioridad. Esa identidad que es pertenencia se hace superior, ya no son pastores sino capataces: “yo llegué hasta acá, ponte en tu sitio”. Escuchan pero no oyen, ven pero no miran. Me permito un anécdota que viví hace como.. - año 75, en tu diócesis, en tu arquidiócesis- yo le había hecho una promesa al Señor del Milagro de ir todos los años a Salta en peregrinación para El Milagro si mandaba 40 novicios. Mandó 41. Bueno, después de una concelebración - porque ahí es como en todo gran santuario, misa tras misa, confesiones y no paras- yo salía hablando con un cura que me acompañaba, que estaba conmigo, había venido conmigo, y se acerca una señora, ya a la salida, con unos santitos, una señora muy sencilla, no sé, sería de Salta o habrá venido de no sé dónde, que a veces tardan días en llegar a la capital para la fiesta de El Milagro: “Padre, me lo bendice” -le dice al cura que me acompañaba-.  Señora usted estuvo en misa: sí padrecito. Bueno, ahí la bendición de Dios, la presencia de Dios bendice todo, todo, las… Si, padrecito, sí padrecito.. Y después la bendición final bendice todo. Si, padrecito, si padrecito”. En ese momento sale otro cura amigo de éste pero que no se habían visto, entonces: ¡Oh! vos acá – se da vuelta y la señora que no sé cómo se llamaba, digamos, la señora ‘si padrecito’ me mira y me dice: “Padre, me lo bendice usted”. Los que siempre le ponen barreras al pueblo de Dios, lo separan.  Escuchan pero no oyen, le echan un sermón, ven pero no miran. La necesidad de diferenciarse les ha bloqueado el corazón. La necesidad, consiente o inconsciente, de decirse: yo no soy como él, no soy como ellos, los ha apartado no sólo del grito de su gente, ni de su llanto, sino especialmente de los motivos de alegría. Reír con los que ríen, llorar con los que lloran, he ahí, parte del misterio del corazón sacerdotal y del corazón consagrado. A veces hay castas que nosotros con ésta actitud vamos haciendo y nos separamos. En Ecuador, me permití decirle a los curas que por favor – también estaban las monjas- que por favor pidieran todos los días la gracia de la memoria, de no olvidarse, de no olvidarse, de dónde te sacaron, te sacaron de detrás del rebaño, no te olvides nunca, no te la creo, no niegues tus raíces, no niegues esa cultura que aprendiste de tu gente porque ahora tienes una cultura más sofisticada, más importante. Hay sacerdotes que les da vergüenza hablar su lengua originaria y entonces se olvidan de su quechua, de su aymara, de su guaraní: “porque no, no, ahora, hablo en fino”. La gracia de no perder la memoria del pueblo fiel y es una gracia. El Libro del Deuteronomio, cuántas veces Dios le dice a su Pueblo: “no te olvides, no te olvides, no te olvides. Y Pablo a su discípulo predilecto, que él mismo consagró obispo, Timoteo, le dice: “Y acuérdate de tu madre y de tu abuela, ¿eh?”. O sea.
3. La tercera palabra: Ánimo, levántate. Y este es el tercer eco. Un eco que no nace directamente del grito de Bartimeo, sino de la reacción de la gente que mira cómo Jesús actuó ante el clamor del ciego mendicante. Es decir, aquellos que no le daban lugar al reclamo de él, no le daban paso o alguno que lo hacía callar. Claro, cuando ve que Jesús reacciona así, cambia. Levántate, te llamo.
Es un grito que se transforma en Palabra, en invitación, en cambio, en propuestas de novedad frente a nuestras formas de reaccionar ante el Santo Pueblo fiel de Dios.
A diferencia de los otros, que pasaban, el Evangelio dice que Jesús se detuvo y preguntó qué pasa, ¿quién toca la batería? Se detiene frente al clamor de una persona. Sale del anonimato de la muchedumbre para identificarlo y de esta forma se compromete con él. Se enraíza en su vida. Y lejos de mandarlo callar, le pregunta: decime ¿Qué puedo hacer por vos? No necesita diferenciarse, no necesita separarse, no le echa un sermón, no lo clasifica y le pregunta si está autorizado o no para hablar. Tan solo le pregunta, lo identifica queriendo ser parte de la vida de ese hombre, queriendo asumir su misma suerte. Así le restituye paulatinamente la dignidad que tenía perdida, al borde del camino y ciego. Lo incluye. Y lejos de verlo desde fuera, se anima a identificarse con los problemas y así manifestar la fuerza transformadora de la misericordia. No existe una compasión. Una compasión, no una lástima. No existe una compasión que no se detenga. Si no te detienes, no padeces con, no tienes la divina compasión. No existe una compasión que no escuche. No existe una compasión que no se y solidarice con el otro. La compasión no es zapping, no es silenciar el dolor, por el contrario, es la lógica propia del amor, el padecer con. Es la lógica que no se centra en el miedo sino en la libertad que nace de amar y pone el bien del otro por sobre todas las cosas. Es la lógica que nace de no tener miedo de acercarse al dolor de nuestra gente. Aunque muchas veces no sea más que para estar a su lado y hacer de ese momento una oportunidad de oración.
Y esta es la lógica del discipulado, esto es lo que hace el Espíritu Santo con nosotros y en nosotros. De esto somos testigos. Un día Jesús nos vio al borde del camino, sentados sobre nuestros dolores, sobre nuestras miserias, sobre nuestras indiferencias. Cada uno conoce su historia antigua. No acalló nuestros gritos, por el contrario se detuvo, se acercó y nos preguntó qué podía hacer por nosotros. Y gracias a tantos testigos, que nos dijeron: «ánimo, levántate», paulatinamente fuimos tocando ese amor misericordioso, ese amor transformador, que nos permitió ver la luz. No somos testigos de una ideología, no somos testigos de una receta, o de una manera de hacer teología. No somos testigos de eso. Somos testigos del amor sanador y misericordioso de Jesús. Somos testigos de su actuar en la vida de nuestras comunidades.
Y esta es la pedagogía del Maestro, esta es la pedagogía de Dios con su Pueblo. Pasar de la indiferencia del zapping al «ánimo, levántate, el Maestro te llama» (Mc 10,49). No porque seamos especiales, no porque seamos mejores, no porque seamos los funcionarios de Dios, sino tan solo porque somos testigos agradecidos de la misericordia que nos transforma.
Y cuando se vive así, hay gozo y alegría, y podemos adherirnos al testimonio de la hermana, que en su vida hizo suyo el consejo de San Agustín: “canta y camina”. Esa alegría que viene del testigo de la misericordia que transforma. No estamos solos en este camino. Nos ayudamos con el ejemplo y la oración los unos a los otros. Tenemos a nuestro alrededor una nube de testigos (cf. Hb 12,1). Recordemos a la beata Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús, que dedicó su vida al anuncio del Reino de Dios en la atención a los ancianos, con la «olla del pobre» para quienes no tenían qué comer, abriendo asilos para niños huérfanos, hospitales para heridos de la guerra, e incluso creando un sindicato femenino para la promoción de la mujer. Recordemos también a la venerable Virginia Blanco Tardío, entregada totalmente a la evangelización y al cuidado de las personas pobres y enfermas. Ellas y tantos otros anónimos, del montón, de los que seguimos a Jesús, son estímulo para nuestro camino. ¡Esa nube de testigos! Vayamos adelante con la ayuda de Dios y colaboración de todos. El Señor se vale de nosotros para que su luz llegue a todos los rincones de la tierra. Y adelante, canta y camina. Y, mientras cantan y caminan, por favor, recen por mí, que lo necesito. Gracias.

El Papa encuentra a los Movimientos Populares: 
"El destino universal de los bienes 
no es un adorno discursivo 
de la doctrina social de la Iglesia".

Ciudad del Vaticano, 10 de julio de 2015

El evento que cerró la jornada del Papa en Santa Cruz de la Sierra fue su participación en el II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, organizado en colaboración con el Pontificio Consejo Justicia y Paz y la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales al que asisten delegados de los movimientos populares de todo el mundo: trabajadores precarios y de la economía informal, campesinos sin tierras, ''villeros'' (habitantes de los barrios pobres), indígenas, inmigrantes, además de representantes de movimientos sociales.

También estaban presentes el cardenal Peter Kodwo AppiahTurkson, Presidente de Justicia y Paz y monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, canciller de la Pontificia Academia. El primer Encuentro tuvo lugar en el Vaticano en octubre de 2014 y a él asistió el Presidente de Bolivia Evo Morales que ayer también pronunció un discurso en el recinto de la Expo Feria, sede del evento en el que participaron tres mil personas.
Texto  del discurso pronunciado por el Papa Francisco

''Hace algunos meses nos reunimos en Roma y tengo presente ese primer encuentro nuestro. Durante este tiempo los he llevado en mi corazón y en mis oraciones. Y me alegra verlos de nuevo aquí, debatiendo los mejores caminos para superar las graves situaciones de injusticia que sufren los excluidos en todo el mundo. Gracias Señor Presidente Evo Morales por acompañar tan decididamente este Encuentro.

Aquella vez en Roma sentí algo muy lindo: fraternidad, garra, entrega, sed de justicia. Hoy, en Santa Cruz de la Sierra, vuelvo a sentir lo mismo. Gracias por eso. También he sabido por medio del Pontificio Consejo Justicia y Paz, que preside el Cardenal Turkson, que son muchos en la Iglesia los que se sienten más cercanos a los movimientos populares. ¡Me alegra tanto! Ver la Iglesia con las puertas abiertas a todos Ustedes, que se involucre, acompañe y logre sistematizar en cada diócesis, en cada Comisión de Justicia y Paz, una colaboración real, permanente y comprometida con los movimientos populares. Los invito a todos, Obispos, sacerdotes y laicos, junto a las organizaciones sociales de las periferias urbanas y rurales, a profundizar ese encuentro. 

 Dios permite que hoy nos veamos otra vez. La Biblia nos recuerda que Dios escucha el clamor de su pueblo y quisiera yo también volver a unir mi voz a la de Ustedes: las famosas tres ''t'', tierra, techo y trabajo para todos nuestros hermanos y hermanas. Lo dije y lo repito: son derechos sagrados. Vale la pena, vale la pena luchar por ellos. Que el clamor de los excluidos se escuche en América Latina y en toda la tierra.

Primero de todo. Empecemos reconociendo que necesitamos un cambio. Quiero aclarar, para que no haya malos entendidos, que hablo de los problemas comunes de todos los latinoamericanos y, en general, también de toda la humanidad. Problemas que tienen una matriz global y que hoy ningún Estado puede resolver por sí mismo. Hecha esta aclaración, propongo que nos hagamos estas preguntas:

- ¿Reconocemos, en serio, que las cosas no andan bien en un mundo donde hay tantos campesinos sin tierra, tantas familias sin techo, tantos trabajadores sin derechos, tantas personas heridas en su dignidad?

- ¿Reconocemos que las cosas no andan bien cuando estallan tantas guerras sin sentido y la violencia fratricida se adueña hasta de nuestros barrios? ¿Reconocemos que las cosas no andan bien cuando el suelo, el agua, el aire y todos los seres de la creación están bajo permanente amenaza?

Entonces, si reconocemos esto, digámoslo sin miedo: necesitamos y queremos un cambio.

Ustedes –en sus cartas y en nuestros encuentros – me han relatado las múltiples exclusiones e injusticias que sufren en cada actividad laboral, en cada barrio, en cada territorio. Son tantas y tan diversas como tantas y diversas sus formas de enfrentarlas. Hay, sin embargo, un hilo invisible que une cada una de las exclusiones. No están aisladas, están unidas por un hilo invisible. ¿Podemos reconocerlo? Porque no se trata de esas cuestiones aisladas. Me pregunto si somos capaces de reconocer que esas realidades destructoras responden a un sistema que se ha hecho global. ¿Reconocemos que esesistema ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo sin pensar en la exclusión social o la destrucción de la naturaleza?

Si esto es así, insisto, digámoslo sin miedo: queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los Pueblos… Y tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana Madre Tierra como decía San Francisco.

Queremos un cambio en nuestras vidas, en nuestros barrios, en el pago chico, en nuestra realidad más cercana; también un cambio que toque al mundo entero porque hoy la interdependencia planetaria requiere respuestas globales a los problemas locales. La globalización de la esperanza, que nace de los Pueblos y crece entre los pobres, debe sustituir esta globalización de la exclusión y de la indiferencia.

Quisiera hoy reflexionar con Ustedes sobre el cambio que queremos y necesitamos. Ustedes saben que escribí recientemente sobre los problemas del cambio climático. Pero, esta vez, quiero hablar de un cambio en el otro sentido. Un cambio positivo, un cambio que nos haga bien, un cambio –podríamos decir– redentor. Porque lo necesitamos. Sé que Ustedes buscan un cambio y no sólo ustedes: en los distintos encuentros, en los distintos viajes he comprobado que existe una espera, una fuerte búsqueda, un anhelo de cambio en todos los Pueblos del mundo. Incluso dentro de esa minoría cada vez más reducida que cree beneficiarse con este sistema reina la insatisfacción y especialmente la tristeza. Muchos esperan un cambio que los libere de esa tristeza individualista que esclaviza.

El tiempo, hermanos, hermanas, el tiempo parece que se estuviera agotando; no alcanzó el pelearnos entre nosotros, sino que hasta nos ensañamos con nuestra casa. Hoy la comunidad científica acepta lo que hace ya desde mucho tiempo denuncian los humildes: se están produciendo daños tal vez irreversibles en el ecosistema. Se está castigando a la tierra, a los pueblos y a las personas de un modo casi salvaje. Y detrás de tanto dolor, tanta muerte y destrucción, se huele el tufo de eso que Basilio de Cesarea –uno de los primeros teólogos de la Iglesia- llamaba ''el estiércol del diablo''. La ambición desenfrenada de dinero que gobierna. Ese es ''el estiércol del diablo''. El servicio para el bien común queda relegado. Cuando el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones de los seres humanos, cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema socioeconómico, arruina la sociedad, condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y, como vemos, incluso pone en riesgo esta nuestra casa común, la hermana y madre tierra.

No quiero extenderme describiendo los efectos malignos de esta sutil dictadura: ustedes los conocen. Tampoco basta con señalar las causas estructurales del drama social y ambiental contemporáneo. Sufrimos cierto exceso de diagnóstico que a veces nos lleva a un pesimismo charlatán o a regodearnos en lo negativo. Al ver la crónica negra de cada día, creemos que no hay nada que se puede hacer salvo cuidarse a uno mismo y al pequeño círculo de la familia y los afectos.

¿Qué puedo hacer yo, cartonero, catadora, pepenador, recicladora frente a tantos problemas si apenas gano para comer? ¿Qué puedo hacer yo artesano, vendedor ambulante, transportista, trabajador excluido si ni siquiera tengo derechos laborales? ¿Qué puedo hacer yo, campesina, indígena, pescador que apenas puedo resistir el avasallamiento de las grandes corporaciones? ¿Qué puedo hacer yo desde mi villa, mi chabola, mi población, mi rancherío cuando soy diariamente discriminado y marginado? ¿Qué puede hacer ese estudiante, ese joven, ese militante, ese misionero que patea las barriadas y los parajes con el corazón lleno de sueños pero casi sin ninguna solución para sus problemas? Pueden hacer mucho. Pueden hacer mucho. Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de ''las tres t'', ¿de acuerdo? (trabajo, techo, y tierra) y también, en su participación protagónica en los grandes procesos de cambio, cambios nacionales, cambios regionales y cambios mundiales. ¡No se achiquen!

Segundo. Ustedes son sembradores de cambio. Aquí en Bolivia he escuchado una frase que me gusta mucho: ''proceso de cambio''. El cambio concebido no como algo que un día llegará porque se impuso tal o cual opción política o porque se instauró tal o cual estructura social. Dolorosamente sabemos que un cambio de estructuras que no viene acompañado de una sincera conversión de las actitudes y del corazón termina a la larga o a la corta por burocratizarse, corromperse y sucumbir. Hay que cambiar el corazón. Por eso me gusta tanto la imagen del proceso, los procesos, donde la pasión por sembrar, por regar serenamente lo que otros verán florecer, remplaza la ansiedad por ocupar todos los espacios de poder disponibles y ver resultados inmediatos. La opción es por generar procesos y no por ocupar espacios .Cada uno de nosotros no es más que parte de un todo complejo y diverso interactuando en el tiempo: pueblos que luchan por una significación, por un destino, por vivir con dignidad, por ''vivir bien'', dignamente, en ese sentido.

Ustedes, desde los movimientos populares, asumen las labores de siempre motivados por el amor fraterno que se revela contra la injusticia social. Cuando miramos el rostro de los que sufren, el rostro del campesino amenazado, del trabajador excluido, del indígena oprimido, de la familia sin techo, del migrante perseguido, del joven desocupado, del niño explotado, de la madre que perdió a su hijo en un tiroteo porque el barrio fue copado por el narcotráfico, del padre que perdió a su hija porque fue sometida a la esclavitud; cuando recordamos esos ''rostros y esos nombres'' se nos estremecen las entrañas frente a tanto dolor y nos conmovemos, todos nos conmovemos… Porque ''hemos visto y oído'', no la fría estadística sino las heridas de la humanidad doliente, nuestras heridas, nuestra carne. Eso es muy distinto a la teorización abstracta o la indignación elegante. Eso nos conmueve, nos mueve y buscamos al otro para movernos juntos. Esa emoción hecha acción comunitaria no se comprende únicamente con la razón: tiene un plus de sentido que sólo los pueblos entienden y que da su mística particular a los verdaderos movimientos populares.

Ustedes viven cada día, empapados, en el nudo de la tormenta humana. Me han hablado de sus causas, me han hecho parte de sus luchas, ya desde Buenos Aires, y yo se los agradezco. Ustedes, queridos hermanos, trabajan muchas veces en lo pequeño, en lo cercano, en la realidad injusta que se les impuso y a la que no se resignan, oponiendo una resistencia activa al sistema idolátrico que excluye, degrada y mata. Los he visto trabajar incansablemente por la tierra y la agricultura campesina, por sus territorios y comunidades, por la dignificación de la economía popular, por la integración urbana de sus villas y asentamientos, por la autoconstrucción de viviendas y el desarrollo de infraestructura barrial, y en tantas actividades comunitarias que tienden a la reafirmación de algo tan elemental e innegablemente necesario como el derecho a ''las tres t'': tierra, techo y trabajo.

Ese arraigo al barrio, a la tierra, al oficio, al gremio, ese reconocerse en el rostro del otro, esa proximidad del día a día, con sus miserias, porque las hay, las tenemos, y sus heroísmos cotidianos, es lo que permite ejercer el mandato del amor, no a partir de ideas o conceptos sino a partir del encuentro genuino entre personas, necesitamos instaurar esta cultura del encuentro, porque ni los conceptos ni las ideas se aman, nadie ama un concepto, nadie ama una idea; se aman las personas. La entrega, la verdadera entrega surge del amor a hombres y mujeres, niños y ancianos, pueblos y comunidades… rostros, rostros y nombres que llenan el corazón. De esas semillas de esperanza sembradas pacientemente en las periferias olvidadas del planeta, de esos brotes de ternura que lucha por subsistir en la oscuridad de la exclusión, crecerán árboles grandes, surgirán bosques tupidos de esperanza para oxigenar este mundo.

Veo con alegría que ustedes trabajan en lo cercano, cuidando los brotes; pero, a la vez, con una perspectiva más amplia, protegiendo la arboleda. Trabajan en una perspectiva que no sólo aborda la realidad sectorial que cada uno de ustedes representa y a la que felizmente está arraigado, sino que también buscan resolver de raíz los problemas generales de pobreza, desigualdad y exclusión.

Los felicito por eso. Es imprescindible que, junto a la reivindicación de sus legítimos derechos, los Pueblos y sus organizaciones sociales construyan una alternativa humana a la globalización excluyente. Ustedes son sembradores del cambio. Que Dios les dé coraje, les de alegría, les de perseverancia y pasión para seguir sembrando. Tengan la certeza que tarde o temprano vamos de ver los frutos. A los dirigentes les pido: sean creativos y nunca pierdan el arraigo a lo cercano, porque el padre de la mentira sabe usurpar palabras nobles, promover modas intelectuales y adoptar poses ideológicas, pero si ustedes construyen sobre bases sólidas, sobre las necesidades reales y la experiencia viva de sus hermanos, de los campesinos e indígenas, de los trabajadores excluidos y las familias marginadas, seguramente no se van a equivocar.

La Iglesia no puede ni debe estar ajena a este proceso en el anuncio del Evangelio. Muchos sacerdotes y agentes pastorales cumplen una enorme tarea acompañando y promoviendo a los excluidos de todo el mundo, junto a cooperativas, impulsando emprendimientos, construyendo viviendas, trabajando abnegadamente en los campos de la salud, el deporte y la educación. Estoy convencido que la colaboración respetuosa con los movimientos populares puede potenciar estos esfuerzos y fortalecer los procesos de cambio.

Y tengamos siempre en el corazón a la Virgen María, una humilde muchacha de un pequeño pueblo perdido en la periferia de un gran imperio, una madre sin techo que supo transformar una cueva de animales en la casa de Jesús con unos pañales y una montaña de ternura. María es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia Yo rezo a la Virgen María, tan venerada por el pueblo boliviano se confía con fervor, para que permita que este Encuentro nuestro sea fermento de cambio.

Tercero. Por último quisiera que pensemos juntos algunas tareas importantes para este momento histórico, porque queremos un cambio positivo para el bien de todos nuestros hermanos y hermanas, eso lo sabemos. Queremos un cambio que se enriquezca con el trabajo mancomunado de los gobiernos, los movimientos populares y otras fuerzas sociales, eso también lo sabemos. Pero no es tan fácil definir el contenido del cambio, podría decirse, el programa social que refleje este proyecto de fraternidad y justicia que esperamos, no es fácil de definirlo. En ese sentido, no esperen de este Papa una receta. Ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio de la interpretación de la realidad social ni la propuesta de soluciones a problemas contemporáneos. Me atrevería a decir que no existe una receta. La historia la construyen las generaciones que se suceden en el marco de pueblos que marchan buscando su propio camino y respetando los valores que Dios puso en el corazón.

Quisiera, sin embargo, proponer tres grandes tareas que requieren el decisivo aporte del conjunto de los movimientos populares.

La primera tarea es poner la economía al servicio de los Pueblos: Los seres humanos y la naturaleza no deben estar al servicio del dinero. Digamos NO a una economía de exclusión e inequidad donde el dinero reina en lugar de servir. Esa economía mata. Esa economía excluye. Esa economía destruye la Madre Tierra.

La economía no debería ser un mecanismo de acumulación sino la adecuada administración de la casa común. Eso implica cuidar celosamente la casa y distribuir adecuadamente los bienes entre todos. Su objeto no es únicamente asegurar la comida o un ''decoroso sustento''. Ni siquiera, aunque ya sería un gran paso, garantizar el acceso a ''las tres t'' por las que ustedes luchan. Una economía verdaderamente comunitaria, podría decir, una economía de inspiración cristiana, debe garantizar a los pueblos dignidad, ''prosperidad sin exceptuar bien alguno'' .Esta última frase la dijo el Papa Juan XXIII hace cincuenta años. Jesús dice en el Evangelio que aquél que le dé espontáneamente un vaso de agua al que tiene sed, le será tenido en cuenta en el Reino de los Cielos. Esto implica ''las tres t'', pero también acceso a la educación, la salud, la inovación, las manifestaciones artísticas y culturales, la comunicación, el deporte y la recreación. Una economía justa debe crear las condiciones para que cada persona pueda gozar de una infancia sin carencias, desarrollar sus talentos durante la juventud, trabajar con plenos derechos durante los años de actividad y acceder a una digna jubilación en la ancianidad. Es una economía donde el ser humano en armonía con la naturaleza, estructura todo el sistema de producción y distribución para que las capacidades y las necesidades de cada uno encuentren un cauce adecuado en el ser social. Ustedes, y también otros pueblos, resumen este anhelo de una manera simple y bella: ''vivir bien'', que no es lo mismo de ''pasarla bien''.

Esta economía no es sólo deseable y necesaria sino también es posible. No es una utopía ni una fantasía. Es una perspectiva extremadamente realista. Podemos lograrlo. Los recursos disponibles en el mundo, fruto del trabajo intergeneracional de los pueblos y los dones de la creación, son más que suficientes para el desarrollo integral de ''todos los hombres y de todo el hombre''. El problema, en cambio, es otro. Existe un sistema con otros objetivos. Un sistema que además de acelerar irresponsablemente los ritmos de la producción, además de implementar métodos en la industria y la agricultura que dañan a la Madre Tierra en aras de la ''productividad'', sigue negándoles a miles de millones de hermanos los más elementales derechos económicos, sociales y culturales. Ese sistema atenta contra el proyecto de Jesús, contra la Buena Noticia que trajo Jesús.

La distribución justa de los frutos de la tierra y el trabajo humano no es mera filantropía. Es un deber moral. Para los cristianos, la carga es aún más fuerte: es un mandamiento. Se trata de devolverles a los pobres y a los pueblos lo que les pertenece. El destino universal de los bienes no es un adorno discursivo de la doctrina social de la Iglesia. Es una realidad anterior a la propiedad privada. La propiedad, muy en especial cuando afecta los recursos naturales, debe estar siempre en función de las necesidades de los pueblos. Y estas necesidades no se limitan al consumo. No basta con dejar caer algunas gotas cuando lo pobres agitan esa copa que nunca derrama por si sola. Los planes asistenciales que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras, coyunturales. Nunca podrían sustituir la verdadera inclusión: ésa que da el trabajo digno, libre, creativo, participativo y solidario.

Y en este camino, los movimientos populares tienen un rol esencial, no sólo exigiendo y reclamando, sino fundamentalmente creando. Ustedes son poetas sociales: creadores de trabajo, constructores de viviendas, productores de alimentos, sobre todo para los descartados por el mercado mundial.

He conocido de cerca distintas experiencias donde los trabajadores unidos en cooperativas y otras formas de organización comunitaria lograron crear trabajo donde sólo había sobras de la economía idolátrica. Y vi que algunos están aquí. Las empresas recuperadas, las ferias francas y las cooperativas de cartoneros son ejemplos de esa economía popular que surge de la exclusión y, de a poquito, con esfuerzo y paciencia, adopta formas solidarias que la dignifican. Y ¡qué distinto es eso a que los descartados por el mercado formal sean explotados como esclavos!

Los gobiernos que asumen como propia la tarea de poner la economía al servicio de los pueblos deben promover el fortalecimiento, mejoramiento, coordinación y expansión de estas formas de economía popular y producción comunitaria. Esto implica mejorar los procesos de trabajo, proveer infraestructura adecuada y garantizar plenos derechos a los trabajadores de este sector alternativo. Cuando Estado y organizaciones sociales asumen juntos la misión de ''las tres T'' se activan los principios de solidaridad y subsidiariedad que permiten edificar el bien común en una democracia plena y participativa.

La segunda tarea es unir nuestros Pueblos en el camino de la paz y la justicia.

Los pueblos del mundo quieren ser artífices de su propio destino. Quieren transitar en paz su marcha hacia la justicia. No quieren tutelajes ni injerencias donde el más fuerte subordina al más débil. Quieren que su cultura, su idioma, sus procesos sociales y tradiciones religiosas sean respetados. Ningún poder fáctico o constituido tiene derecho a privar a los países pobres del pleno ejercicio de su soberanía y, cuando lo hacen, vemos nuevas formas de colonialismo que afectan seriamente las posibilidades de paz y de justicia porque ''la paz se funda no sólo en el respeto de los derechos del hombre, sino también en los derechos de los pueblos particularmente el derecho a la independencia''. Los pueblos de Latinoamérica parieron dolorosamente su independencia política y, desde entonces llevan casi dos siglos de una historia dramática y llena de contradicciones intentando conquistar una independencia plena.

En estos últimos años, después de tantos desencuentros, muchos países latinoamericanos han visto crecer la fraternidad entre sus pueblos. Los gobiernos de la Región aunaron esfuerzos para hacer respetar su soberanía, la de cada país, y la del conjunto regional, que tan bellamente, como nuestros Padres de antaño, llaman la ''Patria Grande''. Les pido a ustedes, hermanos y hermanas de los movimientos populares, que cuiden y acrecienten esta unidad. Mantener la unidad frente a todo intento de división es necesario para que la región crezca en paz y justicia.

A pesar de estos avances, todavía subsisten factores que atentan contra este desarrollo humano equitativo y coartan la soberanía de los países de la ''Patria Grande'' y otras latitudes del planeta. El nuevo colonialismo adopta diversas fachadas. A veces, es el poder anónimo del ídolo dinero: corporaciones, prestamistas, algunos tratados denominados de ''libres libre comercio'' y la imposición de medidas de ''austeridad'' que siempre ajustan el cinturón de los trabajadores y de los pobres. Los obispos latinoamericanos lo denunciamos con total claridad en el documento de Aparecida cuando se afirman que ''las instituciones financieras y las empresas transnacionales se fortalecen al punto de subordinar las economías locales, sobre todo, debilitando a los Estados, que aparecen cada vez más impotentes para llevar adelante proyectos de desarrollo al servicio de sus poblaciones'' . En otras ocasiones, bajo el noble ropaje de la lucha contra la corrupción, el narcotráfico o el terrorismo –graves males de nuestros tiempos que requieren una acción internacional coordinada– vemos que se impone a los Estados medidas que poco tienen que ver con la resolución de esas problemáticas y muchas veces empeora las cosas.

Del mismo modo, la concentración monopólica de los medios de comunicación social que pretende imponer pautas alienantes de consumo y cierta uniformidad cultural es otra de las formas que adopta el nuevo colonialismo. Es el colonialismo ideológico. Como dicen los Obispos de Africa, muchas veces se pretende convertir a los países pobres en ''piezas de un mecanismo y de un engranaje gigantesco''

Hay que reconocer que ninguno de los graves problemas de la humanidad se puede resolver sin interacción entre los Estados y los pueblos a nivel internacional. Todo acto de envergadura realizado en una parte del planeta repercute en el todo en términos económicos, ecológicos, sociales y culturales. Hasta el crimen y la violencia se han globalizado. Por ello ningún gobierno puede actuar al margen de una responsabilidad común. Si realmente queremos un cambio positivo, tenemos que asumir humildemente nuestra interdependencia, es decir, nuestra sana interdependencia. Pero interacción no es sinónimo de imposición, no es subordinación de unos en función de los intereses de otros. El colonialismo, nuevo y viejo, que reduce a los países pobres a meros proveedores de materia prima y trabajo barato, engendra violencia, miseria, migraciones forzadas y todos los males que vienen de la mano… precisamente porque al poner la periferia en función del centro les niega el derecho a un desarrollo integral. Y eso, hermanos es inequidad y la inequidad genera violencia que no habrá recursos policiales, militares o de inteligencia capaces de detener.

Digamos NO, entonces, a las viejas y nuevas formas de colonialismo. Digamos SÍ al encuentro entre pueblos y culturas. Felices los que trabajan por la paz.

Y aquí quiero detenerme en un tema importante. Porque alguno podrá decir, con derecho, que ''cuando el Papa habla del colonialismo se olvida de ciertas acciones de la Iglesia''. Les digo, con pesar: se han cometido muchos y graves pecados contra los pueblos originarios de América en nombre de Dios. Lo han reconocido mis antecesores, lo ha dicho el CELAM, el Consejo Episcopal Latinoamericano y también quiero decirlo. Al igual que san Juan Pablo II pido que la Iglesia - y cito lo que dijo él- ''se postre ante Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos''.. Y quiero decirles, quiero ser muy claro, como lo fue san Juan Pablo II: pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América. Y junto, junto a este pedido de perdón y para ser justos, también quiero que recordemos a millares de sacerdotes, obispos, que se opusieron fuertemente a la lógica de la espada con la fuerza de la Cruz. Hubo pecado, hubo pecado y abundante, pero no pedimos perdón, y por eso pedimos perdón, y pido perdón, pero allí también, donde hubo pecado, donde hubo abundante pecado, sobreabundó la gracia a través de esos hombres que defendieron la justicia de los pueblos originarios.

Les pido también a todos, creyentes y no creyentes, que se acuerden de tantos Obispos, sacerdotes y laicos que predicaron y predican la buena noticia de Jesús con coraje y mansedumbre, respeto y en paz -dije obispos, sacerdotes, y laicos, no me quiero olvidar de las monjitas que anónimamente patean nuestros barrios pobres llevando un mensaje de paz y de bien-, que en su paso por esta vida dejaron conmovedoras obras de promoción humana y de amor, muchas veces junto a los pueblos indígenas o acompañando a los propios movimientos populares incluso hasta el martirio. La Iglesia, sus hijos e hijas, son una parte de la identidad de los pueblos en latinoamericana. Identidad que tanto aquí como en otros países algunos poderes se empeñan en borrar, tal vez porque nuestra fe es revolucionaria, porque nuestra fe desafía la tiranía del idolo dinero. Hoy vemos con espanto como en Medio Oriente y otros lugares del mundo se persigue, se tortura, se asesina a muchos hermanos nuestros por su fe en Jesús. Eso también debemos denunciarlo: dentro de esta tercera guerra mundial en cuotas que vivimos, hay una especie – fuerzo la palabra- de genocidio en marcha que debe cesar.

A los hermanos y hermanas del movimiento indígena latinoamericano, déjenme trasmitirle mi más hondo cariño y felicitarlos por buscar la conjunción de sus pueblos y culturas, eso –conjunción de pueblos y culturas- eso que a mí me gusta llamar poliedro, una forma de convivencia donde las partes conservan su identidad construyendo juntas una pluralidad que no atenta, sino que fortalece la unidad. Su búsqueda de esa interculturalidad que combina la reafirmación de los derechos de los pueblos originarios con el respeto a la integridad territorial de los Estados nos enriquece y nos fortalece a todos.

Y la tercera tarea, tal vez la más importante que debemos asumir hoy, es defender la Madre Tierra.

La casa común de todos nosotros está siendo saqueada, devastada, vejada impunemente. La cobardía en su defensa es un grave pecado. Vemos con decepción creciente como se suceden una tras otras las cumbres internacionales sin ningún resultado importante. Existe un claro, definitivo e impostergable imperativo ético de actuar que no se está cumpliendo. No se puede permitir que ciertos intereses –que son globales pero no universales– se impongan, sometan a los Estados y organismos internacionales, y continúen destruyendo la creación. Los Pueblos y sus movimientos están llamados a clamar a movilizarse, a exigir –pacifica pero tenazmente– la adopción urgente de medidas apropiadas. Yo les pido, en nombre de Dios, que defiendan a la Madre Tierra. Sobre éste tema me he expresado debidamente en la Carta Encíclica Laudato si’, que creo que les será dada al finalizar.

Para finalizar, quisiera decirles nuevamente: el futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las élites. Está fundamentalmente en manos de los Pueblos; en su capacidad de organizarse y también en sus manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio. Los acompaño. Digamos juntos Y cada uno, repitámonos desde el corazón: ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez. Sigan con su lucha y, por favor, cuiden mucho a la Madre Tierra. Créanme, y soy sincero, de corazón les digo: rezo por ustedes, rezo con ustedes y quiero pedirle a nuestro Padre Dios que los acompañe y los bendiga, que los colme de su amor y los defienda en el camino dándoles abundantemente esa fuerza que nos mantiene en pie: esa fuerza es la esperanza. Y una cosa importante: la esperanza que no defrauda, gracias. Y, por favor, les pido que recen por mí. Y si alguno de ustedes no puede rezar, con todo respeto, le pido que me piense bien y me mande buena onda. Gracias''.



En el Penitenciario de Santa Cruz-Palmasola: "Reclusión no es lo mismo que exclusión"
11 de julio de 2015
Después de celebrar la santa misa en la capilla de la residencia arzobispal, el Papa visitó el Penitenciario de Santa Cruz-Palmasola donde viven diversas categorías de reclusos, hombres, mujeres, jóvenes, presos por delitos menores y presos por delitos graves. El pabellón masculino PS4 donde tuvo lugar el encuentro del Papa con los detenidos, alberga a unos 2.800 con los que los familiares, alrededor de 1.500 personas por día, pueden convivir en una suerte de aldea protegida y gestionada por los mismos reclusos, a través de una Regencia General a cargo del personal de seguridad del Estado.
El Papa fue recibido por el director del Penitenciario, por el capellán y por monseñor Jesús Juárez, Responsable de la Pastoral Penitenciaria de la Comisión Episcopal de Bolivia. Después de escuchar las palabras de diversos reclusos tomó a su vez la palabra.


Texto completo del discurso del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

No podía dejar Bolivia sin venir a verlos, sin dejar de compartir la fe y la esperanza que nace del amor entregado en la cruz. Gracias por recibirme. Sé que se han preparado y rezado por mí. Muchas gracias.
Las palabras de Mons. Jesús Juárez en el testimonio de los hermanos que han – mientras no se me vuele la cabeza no hay problema – en el testimonio de quienes han intervenido he podido comprobar cómo el dolor no es capaz de apagar la esperanza en lo más profundo del corazón, y que la vida sigue brotando con fuerza en circunstancias adversas.
¿Quién está ante ustedes? Podrían preguntarse. Me gustaría responderles la pregunta con una certeza de mi vida, con una certeza que me ha marcado para siempre. El que está ante ustedes es un hombre perdonado. Un hombre que fue y es salvado de sus muchos pecados. Y así es como me presento. No tengo mucho más para darles u ofrecerles, pero lo que tengo y lo que amo, sí quiero dárselos, sí quiero compartirlo: es Jesús,  Jesucristo, la misericordia del Padre.
Él vino a mostrarnos, a hacer visible el amor que Dios tiene por nosotros. Por vos, por vos, por vos, por vos, por mí. Un amor activo, real. Un amor que tomó en serio la realidad de los suyos. Un amor que sana, perdona, levanta, cura. Un amor que se acerca y devuelve dignidad. Una dignidad que la podemos perder de muchas maneras y formas. Pero Jesús es un empecinado de esto: dio su vida por esto, para devolvernos la identidad perdida, para revestirnos con toda su fuerza de dignidad.

Me viene a la memoria, una experiencia que nos puede ayudar, Pedro y Pablo, discípulos de Jesús también estuvieron presos. También fueron privados de la libertad. En esa circunstancia hubo algo que los sostuvo, algo que nos los dejó caer en la desesperación, que nos los dejó caer en la oscuridad que puede brotar del sin sentido. Y fue la oración. Fue orar. Oración Personal y Comunitaria. Ellos rezaron y por ellos rezaban. Dos movimientos, dos acciones que generan entre sí una red que sostiene la vida y la esperanza. Nos sostiene de la desesperanza y nos estimula a seguir caminando. Una red que va sosteniendo la vida, la de ustedes y la de sus familias. Vos hablabas de tu madre. La oración de las madres, la oración de las esposas, la oración de los hijos: eso es una red y la de ustedes, que va llevando adelante la vida.
Porque cuando Jesús entra en la vida, uno no queda detenido en su pasado sino que comienza a mirar el presente de otra manera, con  otra esperanza. Uno comienza a mirar con otros ojos su propia persona, su propia realidad. No queda anclado en lo que sucedió, sino que es capaz de llorar y encontrar ahí la fuerza para volver a empezar. Y si en algún momento estamos tristes, estamos mal, ‘bajoneados’, los invito a mirar el rostro de Jesús crucificado. En su mirada, todos podemos encontrar espacio.  Todos podemos poner junto a Él nuestras heridas, nuestros dolores, así como también nuestros errores, nuestros pecados, tantas cosas en las que nos podemos haber equivocado. En las llagas de Jesús, encuentran lugar nuestras llagas. Porque todos estamos llagados, de una u otra manera. Y llevar nuestras llagas a las llagas de Jesús, ¿para qué? Para ser curadas, lavadas, transformadas, resucitadas. El murió por vos, por mí, para darnos su mano y levantarnos. Charlen, charlen con los curas que vienen, charlen... Charlen con los hermanos y las hermanas que vienen, charlen. Charlen con todo aquel que viene a hablarles de Jesús. Jesús quiere levantarlos siempre.

Y esta certeza nos moviliza a trabajar por nuestra dignidad. Reclusión no es lo mismo que exclusión, que quede claro, porque la reclusión, la reclusión forma parte de un proceso de reinserción en la sociedad. Son muchos los elementos que juegan en su contra en este lugar – lo sé bien – y vos, y vos, mencionaste con mucha claridad uno: el hacinamiento, la lentitud de la justicia, la falta de terapias ocupacionales y de políticas de rehabilitación, la violencia, la carencia de facilidades de estudios universitarios lo cual hace necesaria una rápida y eficaz alianza interinstitucional para encontrar respuestas.
Sin embargo, mientras se lucha por eso no podemos dar todo por perdido. Hay cosas que hoy ya podemos hacer.
Aquí, en este Centro de Rehabilitación, la convivencia depende en parte de ustedes. El sufrimiento y la privación pueden volver nuestro corazón egoísta y dar lugar a enfrentamientos, pero también tenemos la capacidad de convertirlo en ocasión de auténtica fraternidad. Ayúdense entre ustedes. No tengan miedo a ayudarse entre ustedes. El demonio busca la pelea, busca la rivalidad, la división, los bandos. No le hagan el juego. Luchen por salir adelante, unidos.
Me gustaría pedirles también que lleven mi saludo a sus familias, algunos están aquí. ¡Es tan importante la presencia y la ayuda de la familia! Los abuelos, el padre, la madre, los hermanos, la pareja, los hijos. Nos recuerdan que merece la pena vivir y luchar por un mundo mejor.
 Por último, una palabra de aliento a todos los que trabajan en este Centro: a sus dirigentes, a los agentes de la Policía penitenciaria, a todo el personal. Ustedes cumplen un servicio público y fundamental. Tienen una importante tarea en este proceso de reinserción. Tarea de levantar y no rebajar; de dignificar y no humillar; de animar y no afligir. Este proceso pide dejar una lógica de buenos y malos para pasar a una lógica centrada en ayudar a la persona y esta lógica de ayudar a las personas los va a salvar a ustedes de todo tipo de corrupción y mejorará condiciones para todos. Ya que un proceso así vivido nos dignifica, nos anima y nos levanta a todos.

Antes de darles la bendición me gustaría que rezáramos un rato en silencio, en silencio cada uno desde su corazón. Cada uno como sepa cómo hacerlo...
Por favor, les pido que sigan rezando por mí, porque también yo tengo mis errores y debo hacer penitencia. Muchas gracias. 
Y que Dios nuestro Padre mire nuestro corazón, y que Dios nuestro Padre que nos quiere nos de su fuerza, su paciencia, su ternura de padre, nos bendiga. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y no se olviden de rezar por mí. Gracias.




Oferta de dones a la Virgen de Copacabana,
 Patrona de Bolivia
11 de julio de 2015-
La última jornada del Santo Padre en Bolivia, comenzó como es habitual, con la santa misa celebrada en privado en la capilla de la residencia arzobispal de Santa Cruz de la Sierra y con la oferta a la Virgen de Copacabana, Patrona de la nación, de los dones que el Presidente Evo Morales le entregó el pasado miércoles en el curso de su encuentro en el Palacio Presidencial.

''El Señor Presidente de la Nación en un gesto de calidez -explicó Francisco- ha tenido la delicadeza de ofrecerme dos condecoraciones en nombre del pueblo boliviano. Agradezco el cariño del pueblo boliviano y agradezco esta fineza, esta delicadeza del Señor Presidente y quisiera dejar estas dos condecoraciones a la Patrona de Bolivia, a la Madre de esta noble Nación para que Ella se acuerde siempre de su pueblo y también desde Bolivia, desde su Santuario, donde quisiera que estuvieran, se acuerde del Sucesor de Pedro y de toda la Iglesia, y desde Bolivia la cuide''.
Después rezó la siguiente oración a la Virgen:
 

''Madre del Salvador y Madre nuestra, tu, Reina de Bolivia, 
desde la altura de tu Santuario en Copacabana, atiendes a las súplicas y a las necesidades de tus hijos, especialmente de los más pobres y abandonados, y los proteges.

Recibe como obsequio del corazón de Bolivia
 y de mi afecto filial los símbolos del cariño y de la cercanía que – en nombre del Pueblo boliviano – me ha entregado con afecto cordial y generoso el Señor Presidente Evo Morales Ayma, en ocasión de este viaje apostólico, que he confiado a tu solicita intercesión.

Te ruego que estos reconocimientos, 
que dejo aquí en Bolivia a tus pies, 
y que recuerdan la nobleza del vuelo del cóndor en los cielos de los Andes y el conmemorado sacrificio del Padre Luis Espinal, S.I., sean emblemas del amor perenne y de la perseverante gratitud del Pueblo boliviano a tu solícita y fuerte ternura.

En este momento pongo en tu corazón mis oraciones 
por todas las peticiones de tus hijos, que he recibido en estos días:
 te suplico que les escuches; concede a ellos tu aliento y tu protección, y manifiesta a toda Bolivia tu ternura de mujer y Madre de Dios, que vive y reina por los siglos de los siglos. 
Amén''.