Que el
ejemplo de Dios misericordioso, que nunca abandona a la pareja
pecadora, avive en los creyentes la protección de la alianza de vida y de amor,
alentó el Papa Francisco. Y deseó que «imitando a nuestra madre la Virgen
María, aprendamos a obedecer a Dios y a fortalecer, entre los hombres y mujeres
de hoy, la armonía primera con la que fueron creados y queridos por Dios».
También
el miércoles que precede el IV Domingo de Pascua, del Buen Pastor, miles de
peregrinos de tantas partes del mundo acudieron a la plaza de San Pedro
para participar en la Audiencia general. Lo recibieron con gran alegría
y entusiasmo, para luego escuchar con atención sus palabras, rezar con él y
recibir su bendición.
Prosiguiendo
sus catequesis sobre la familia, el Obispo de Roma recordó «la ternura y
amor paternal de Dios», «que deposita en el hombre y la mujer una
confianza plena, pero el maligno pone en su corazón la sombra de la sospecha y
la desconfianza, llevándoles a la desobediencia a Dios y a destruir la armonía
entre ellos», con «mil formas de seducción engañosa, de humillación e incluso
de violencia», aumentando la desconfianza y la dificultad de una alianza plena
entre el hombre y la mujer, así como la comunión y el respeto de las
diferencias. Hasta llegar a desvalorizar socialmente la alianza estable y
generadora entre ambos, lo que constituye una gran pérdida para todos.
¡Qué
importante es que se revalorice el matrimonio y la familia!
Enfatizó el Santo Padre y recordó que en su catequesis precedente se había
detenido en la creación del ser humano, con el primer capítulo del Génesis: «Y
Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y
mujer». Y en esta oportunidad expresó su anhelo de completar su reflexión
haciendo hincapié en que «Dios creó al hombre como culmen de toda
la creación».
Con el
relato del segundo capítulo del Génesis, el Papa Bergoglio señaló que el hombre
aparece «por un momento sin la mujer, libre y señor, pero solo». Realidad que
Dios mismo reconoce que «no es buena, que es una falta de plenitud y de
comunión, y por tanto decide crear a la mujer».
Texto
completo de la Catequesis del Papa
Queridos hermanos y hermanas,
¡Buenos días!
En la Catequesis anterior sobre la familia, examiné el primer relato de la creación
del ser humano, en el primer capítulo del Génesis, donde está escrito: «Y creó
Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó»
(1, 27).
Hoy quisiera completar nuestra reflexión con el segundo relato, que encontramos
en el segundo capítulo. En él leemos que el Señor, tras crear el cielo y la
tierra, «modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de
vida; y el hombre se convirtió en ser vivo» (2, 7). Es la cumbre de la
creación. Pero falta algo: después Dios coloca al hombre en un bellísimo jardín
para que lo cultive y lo guarde (cf. 2, 15).
El Espíritu Santo, que inspiró toda la Biblia,
sugiere, por un momento, la imagen del hombre solo —al que le falta algo—, sin
la mujer. Y sugiere el pensamiento de Dios, casi el sentimiento de Dios que lo
mira, que observa a Adán solo en el jardín: es libre, es señor…, pero está
solo. Y Dios ve que eso «no es bueno»: es una especie de falta de comunión, le
falta una comunión, le falta plenitud. «No es bueno», dice Dios, y añade: «Voy
a hacerle a alguien como él, que le ayude» (2, 18).
Entonces Dios presenta al hombre todos los
animales; el hombre pone a cada uno de ellos su nombre —y esta es otra imagen
del señorío del hombre sobre la creación—, pero no encuentra en ningún animal
otro semejante a él. El hombre sigue estando solo. Cuando, por fin, Dios
presenta a la mujer, el hombre reconoce con exultación que esa criatura, y solo
ella, forma parte de él: «Hueso de mis huesos y carne de mi carne» (2, 23). Por
fin hay una consonancia, una reciprocidad. Cuando una persona —se trata de un
ejemplo para entender bien esto— quiere darle la mano a otra, deben tenerla
ante sí; si uno da la mano y no tiene a nadie delante, la mano se queda ahí…:
le falta la reciprocidad. Así era el hombre: le faltaba algo para
alcanzar su plenitud, le faltaba la reciprocidad. La mujer no es una «réplica»
del hombre; procede directamente del gesto creador de Dios. La imagen de la
«costilla» no expresa en absoluto inferioridad o subordinación, sino, al
contrario, que hombre y mujer están hechos de la misma sustancia y son
complementarios, y que tienen también esa reciprocidad. Y el hecho de que
—siguiendo una vez más la parábola— Dios forme a la mujer mientras el hombre
duerme, subraya precisamente que ella no es, en modo alguno, una criatura del
hombre, sino de Dios. Y sugiere también otra cosa: que para encontrar a la
mujer —y, podemos decir, para encontrar el amor en la mujer—, el hombre debe
primero soñar con ella, y después la encuentra.
La confianza de Dios en el hombre y en la mujer, a
quienes encomienda la tierra, es generosa, directa y plena. Se fía de ellos.
Pero he aquí que el maligno introduce en sus mentes la sospecha, la
incredulidad, la desconfianza. Y, por último, llega la desobediencia al
mandamiento que los protegía. Caen en ese delirio de omnipotencia que lo
contamina todo y que destruye la armonía. Nosotros también lo sentimos en
nuestro interior muchas veces, todos.
El pecado engendra desconfianza y división entre el
hombre y la mujer. Su relación se verá amenazada por mil formas de prevaricación
y de sometimiento, de seducción engañosa y de prepotencia humillante, hasta las
más dramáticas y violentas. La historia conserva el rastro de ellas: pensemos,
por ejemplo, en los excesos negativos de las culturas patriarcales. Pensemos en
las muchas formas de machismo, en las que la mujer era considerada como de
segunda categoría. Pensemos en la instrumentalización y en la
mercantilización del cuerpo femenino propias de la actual cultura mediática.
Pero pensemos también en la reciente epidemia de desconfianza, de escepticismo
e incluso de hostilidad que va difundiéndose en nuestra cultura
—especialmente a partir de una comprensible desconfianza por parte de las
mujeres— en relación con una alianza entre hombre y mujer que sea capaz, al
mismo tiempo, de acrisolar la intimidad de la comunión y de tutelar la dignidad
de la diferencia.
Si no sentimos un estremecimiento de simpatía por
esta alianza, capaz de poner a las nuevas generaciones a resguardo de la
desconfianza y de la indiferencia, los hijos vendrán al mundo cada vez más
desarraigados de ella desde el seno materno. La devaluación social de la
alianza estable y generativa del hombre y de la mujer es, sin lugar a dudas,
una pérdida para todos. ¡Debemos reinstaurar el honor del matrimonio y de
la familia! La Biblia dice una cosa bonita: el hombre halla a la mujer, los dos
se encuentran y el hombre ha de dejar algo para hallarla plenamente. Por eso el
hombre dejará a su padre y a su madre para ir a ella. ¡Qué bonito! Esto
significa recorrer un nuevo camino: el hombre es todo él para la mujer y la
mujer es toda ella para el hombre.
La custodia de esta alianza entre el hombre y la
mujer —aun siendo estos pecadores y estando heridos, confusos y humillados,
desconfiados e indecisos— es, pues, para nosotros los creyentes, una vocación
exigente y apasionante, en la actual condición. El propio relato de la
creación y del pecado, en su final, nos entrega un icono bellísimo de la misma:
«El Señor Dios hizo túnicas de piel para Adán y su mujer, y los vistió» (3,
21). Se trata de una imagen de ternura hacia esa pareja pecadora, que nos deja
boquiabiertos: ¡la ternura de Dios por el hombre y por la mujer! Es una imagen
de custodia paterna de la pareja humana. Dios mismo cuida y protege su obra
maestra.
Saludo al final de la Audiencia
En los saludos en diversas lenguas después de la
catequesis, el Papa se dirigió, entre otros, a los peregrinos polacos que
mañana celebran la solemnidad de San Adalberto, cuyo martirio, hace más de mil
años, pasó a ser fundamento de su iglesia y de su nación y del que san Juan
Pablo II afirmó : ''Fue un inspirador inigualable para los que hoy trabajan en
la construcción de una Europa renovada en la fidelidad a sus raíces culturales
y religiosas''. ''La protección celestial del patrono de Polonia- dijo
Francisco- os confirme en la fe e interceda por la paz y el desarrollo de
vuestra patria''.
También recordó, hablando a los italianos, que
hoy es la Jornada de la Tierra y exhortó a todos a ''ver el mundo con los ojos
de Dios Creador: la tierra es el ambiente que defender y el jardín que
cultivar. La relación de los seres humanos con la naturaleza no esté guíada por
la avidez, por la manipulación y la explotación, sino que conserve la armonía
divina entre las criaturas y lo creado en la lógica del respeto y el cuidado,
para ponerla al servicio de los hermanos, también los de las generaciones
futuras''.
Saludo a
los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de
España, Argentina y México, así como a los venidos de otros países
latinoamericanos. Que, imitando a nuestra Madre la Virgen María, aprendamos a
obedecer a Dios y a fortalecer, entre los hombres y mujeres de hoy, la armonía
primera con la que fueron creados y queridos por Dios. Que Dios les bendiga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario