miércoles, 22 de abril de 2015

El Papa en su Catequesis del 22 de abril: “Importante revalorizar el matrimonio y la familia”.



Que el ejemplo de Dios misericordioso, que  nunca abandona a la pareja pecadora, avive en los creyentes la protección de la alianza de vida y de amor, alentó el Papa Francisco. Y deseó que «imitando a nuestra madre la Virgen María, aprendamos a obedecer a Dios y a fortalecer, entre los hombres y mujeres de hoy, la armonía primera con la que fueron creados y queridos por Dios».
También el miércoles que precede el IV Domingo de Pascua, del Buen Pastor, miles de peregrinos de tantas partes del mundo acudieron a  la plaza de San Pedro para participar en la Audiencia general. Lo recibieron con gran alegría y entusiasmo, para luego escuchar con atención sus palabras, rezar con él y recibir su bendición.
Prosiguiendo sus catequesis sobre la familia, el Obispo de Roma recordó «la ternura y amor paternal de Dios», «que deposita en el hombre y la mujer una confianza plena, pero el maligno pone en su corazón la sombra de la sospecha y la desconfianza, llevándoles a la desobediencia a Dios y a destruir la armonía entre ellos», con «mil formas de seducción engañosa, de humillación e incluso de violencia», aumentando la desconfianza y la dificultad de una alianza plena entre el hombre y la mujer, así como la comunión y el respeto de las diferencias. Hasta llegar a desvalorizar socialmente la alianza estable y generadora entre ambos, lo que constituye una gran pérdida para todos.
¡Qué importante es que se revalorice el matrimonio y la familia! Enfatizó el Santo Padre y recordó que en su catequesis precedente se había detenido en la creación del ser humano, con el primer capítulo del Génesis: «Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer». Y en esta oportunidad expresó su anhelo de completar su reflexión haciendo hincapié en que «Dios creó al hombre como culmen de toda la creación».
Con el relato del segundo capítulo del Génesis, el Papa Bergoglio señaló que el hombre aparece «por un momento sin la mujer, libre y señor, pero solo». Realidad que Dios mismo reconoce que «no es buena, que es una falta de plenitud y de comunión, y por tanto decide crear a la mujer».




Texto completo de la Catequesis del Papa




Queridos hermanos y hermanas, 
¡Buenos días!
 En la Catequesis anterior sobre la familia, examiné el primer relato de la creación del ser humano, en el primer capítulo del Génesis, donde está escrito: «Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó» (1, 27).
Hoy quisiera completar nuestra reflexión con el segundo relato, que encontramos en el segundo capítulo. En él leemos que el Señor, tras crear el cielo y la tierra, «modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo» (2, 7). Es la cumbre de la creación. Pero falta algo: después Dios coloca al hombre en un bellísimo jardín para que lo cultive y lo guarde (cf. 2, 15).
El Espíritu Santo, que inspiró toda la Biblia, sugiere, por un momento, la imagen del hombre solo —al que le falta algo—, sin la mujer. Y sugiere el pensamiento de Dios, casi el sentimiento de Dios que lo mira, que observa a Adán solo en el jardín: es libre, es señor…, pero está solo. Y Dios ve que eso «no es bueno»: es una especie de falta de comunión, le falta una comunión, le falta plenitud. «No es bueno», dice Dios, y añade: «Voy a hacerle a alguien como él, que le ayude» (2, 18).
Entonces Dios presenta al hombre todos los animales; el hombre pone a cada uno de ellos su nombre —y esta es otra imagen del señorío del hombre sobre la creación—, pero no encuentra en ningún animal otro semejante a él. El hombre sigue estando solo. Cuando, por fin, Dios presenta a la mujer, el hombre reconoce con exultación que esa criatura, y solo ella, forma parte de él: «Hueso de mis huesos y carne de mi carne» (2, 23). Por fin hay una consonancia, una reciprocidad. Cuando una persona —se trata de un ejemplo para entender bien esto— quiere darle la mano a otra, deben tenerla ante sí; si uno da la mano y no tiene a nadie delante, la mano se queda ahí…: le falta   la reciprocidad. Así era el hombre: le faltaba algo para alcanzar su plenitud, le faltaba la reciprocidad. La mujer no es una «réplica» del hombre; procede directamente del gesto creador de Dios. La imagen de la «costilla» no expresa en absoluto inferioridad o subordinación, sino, al contrario, que hombre y mujer están hechos de la misma sustancia y son complementarios, y que tienen también esa reciprocidad. Y el hecho de que —siguiendo una vez más la parábola— Dios forme a la mujer mientras el hombre duerme, subraya precisamente que ella no es, en modo alguno, una criatura del hombre, sino de Dios. Y sugiere también otra cosa: que para encontrar a la mujer —y, podemos decir, para encontrar el amor en la mujer—, el hombre debe primero soñar con ella, y después la encuentra.
La confianza de Dios en el hombre y en la mujer, a quienes encomienda la tierra, es generosa, directa y plena. Se fía de ellos. Pero he aquí que el maligno introduce en sus mentes la sospecha, la incredulidad, la desconfianza. Y, por último, llega la desobediencia al mandamiento que los protegía. Caen en ese delirio de omnipotencia que lo contamina todo y que destruye la armonía. Nosotros también lo sentimos en nuestro interior  muchas veces, todos.
El pecado engendra desconfianza y división entre el hombre y la mujer. Su relación se verá amenazada por mil formas de prevaricación y de sometimiento, de seducción engañosa y de prepotencia humillante, hasta las más dramáticas y violentas. La historia conserva el rastro de ellas: pensemos, por ejemplo, en los excesos negativos de las culturas patriarcales. Pensemos en las muchas formas de machismo, en las que la mujer era considerada como de segunda categoría. Pensemos en la instrumentalización  y en la mercantilización del cuerpo femenino propias de la actual cultura mediática. Pero pensemos también en la reciente epidemia de desconfianza, de escepticismo e incluso de hostilidad que  va difundiéndose en nuestra cultura —especialmente a partir de una comprensible desconfianza por parte de las mujeres— en relación con una alianza entre hombre y mujer que sea capaz, al mismo tiempo, de acrisolar la intimidad de la comunión y de tutelar la dignidad de la diferencia.
Si no sentimos un estremecimiento de simpatía por esta alianza, capaz de poner a las nuevas generaciones a resguardo de la desconfianza y de la indiferencia, los hijos vendrán al mundo cada vez más desarraigados de ella desde el seno materno. La devaluación social de la alianza estable y generativa del hombre y de la mujer es, sin lugar a dudas, una pérdida para todos. ¡Debemos  reinstaurar el honor del matrimonio y de la familia! La Biblia dice una cosa bonita: el hombre halla a la mujer, los dos se encuentran y el hombre ha de dejar algo para hallarla plenamente. Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre para ir a ella. ¡Qué bonito! Esto significa recorrer un nuevo camino: el hombre es todo él para la mujer y la mujer es toda ella para el hombre.
La custodia de esta alianza entre el hombre y la mujer —aun siendo estos pecadores y estando heridos, confusos y humillados, desconfiados e indecisos— es, pues, para nosotros los creyentes, una vocación exigente y apasionante, en la  actual condición. El propio relato de la creación y del pecado, en su final, nos entrega un icono bellísimo de la misma: «El Señor Dios hizo túnicas de piel para Adán y su mujer, y los vistió» (3, 21). Se trata de una imagen de ternura hacia esa pareja pecadora, que nos deja boquiabiertos: ¡la ternura de Dios por el hombre y por la mujer! Es una imagen de custodia paterna de la pareja humana. Dios mismo cuida y protege su obra maestra.

Saludo al final de la Audiencia


En los saludos en diversas lenguas después de la catequesis, el Papa se dirigió, entre otros, a los peregrinos polacos que mañana celebran la solemnidad de San Adalberto, cuyo martirio, hace más de mil años, pasó a ser fundamento de su iglesia y de su nación y del que san Juan Pablo II afirmó : ''Fue un inspirador inigualable para los que hoy trabajan en la construcción de una Europa renovada en la fidelidad a sus raíces culturales y religiosas''. ''La protección celestial del patrono de Polonia- dijo Francisco- os confirme en la fe e interceda por la paz y el desarrollo de vuestra patria''.


También recordó, hablando a los italianos, que hoy es la Jornada de la Tierra y exhortó a todos a ''ver el mundo con los ojos de Dios Creador: la tierra es el ambiente que defender y el jardín que cultivar. La relación de los seres humanos con la naturaleza no esté guíada por la avidez, por la manipulación y la explotación, sino que conserve la armonía divina entre las criaturas y lo creado en la lógica del respeto y el cuidado, para ponerla al servicio de los hermanos, también los de las generaciones futuras''.


Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Argentina y México, así como a los venidos de otros países latinoamericanos. Que, imitando a nuestra Madre la Virgen María, aprendamos a obedecer a Dios y a fortalecer, entre los hombres y mujeres de hoy, la armonía primera con la que fueron creados y queridos por Dios. Que Dios les bendiga.





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