jueves, 15 de agosto de 2013

21 de Agosto - DÍA DEL CATEQUISTA



El Papa Pío X ejerció su pontificado entre los años 1903 y 1914. Toda su actividad como Papa estuvo marcada por la importancia que dio a la catequesis y a la pastoral. Promocionó la comunión frecuente y dispuso las formas de preparación para que los niños accedieran al sacramento, redactó un catecismo, se ocupó de la formación del clero y de promover el canto litúrgico. También dio mucha importancia a la organización de los distintos movimientos y asociaciones de laicos que por aquellos años comenzaban a surgir en la Iglesia. 
Con todas estas iniciativas se estaban dando los pasos iniciales para que la catequesis, sobre todo la de preparación a los sacramentos, llegara a tener un lugar destacado en la Iglesia del siglo XX y que fuera ejercida no sólo por los sacerdotes y las religiosas, sino también por  laicos y laicas.

 Catequista es la persona que ha tenido una experiencia de Cristo personal y profunda, y lo ha reconocido como su Señor y Salvador. Se ha sentido interpelada por su amor de predilección y ha respondido con generosa responsabilidad el llamado a ser su discípulo, comprometido activamente en la construcción de su Reino.


La caridad del catequista

Quiero compartir con todos/as los catequistas algunas palabras de la obra “Catequesis para los ignorantes” (De Catechizandis Rudibus), escrita por San Agustín en el año 400. San Agustín recibió una carta de su amigo diácono Deogracias. En ella, el diácono  le planteaba esas preguntas que nos seguimos planteando los catequistas hoy: cómo hacer para que los catequizandos se entusiasmen, cómo hacerme entender, qué métodos emplear, etc. San Agustín le contesta con un pequeño tratado sobre la catequesis, donde aborda tanto los aspectos metodológicos como el contenido doctrinal. Y también comenta las actitudes y disposiciones necesarias en el catequista para llevar adelante su tarea:

“Ciertamente que si nos cansa repetir a menudo las enseñanzas usuales y apropiadas para niños, será necesario que nos adaptemos a ellos con afecto fraternal, paternal y maternal, y así unidos a sus corazones hasta a nosotros mismos nos parecerán novedosas.
En realidad, vale mucho el afecto de un corazón que sabe compadecerse de los demás. Y así como ellos se encariñan de nosotros que les enseñamos, así nosotros de ellos, que aprenden. Compenetrarse mutuamente, de manera que ellos escuchando nos atiendan con sus mismas palabras; y nosotros enseñando, aprendamos de ellos a expresarnos en forma que les guste.” (Cap. 12)

San Agustín, que había estudiado retórica, conocía el principio de “adaptación al oyente”. Y lo aplica magníficamente a la catequesis, no como un recurso para “vender” algo, sino como la actitud que nace del afecto y el cariño.


 Nadie da lo que no tiene. 
Para transmitir fielmente el mensaje de Dios debes llenarte de Dios, ser una persona con una profunda vida interior, que reconoce el valor de la oración y que ama profundamente a Jesucristo y a su Iglesia. Este amor forzosamente se reflejará en tu trabajo de catequesis. Por esto, el catequista que la Iglesia necesita:
  • Tiene una profunda vida de oración
  • Mantiene una relación personal con Jesucristo. Lo ama realmente.
  • Reconoce la acción de Dios en su tarea de catequesis, lo deja actuar por medio del Espíritu Santo y recuerda siempre que El sólo es un instrumento para sembrar la semilla que Dios hará germinar.
  • Valora la vida de Gracia y por ello se acerca frecuentemente a los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía. Sabe que si el sarmiento se separa de la vid, no podrá dar fruto.
  • Ama a la Iglesia profundamente. Se alegra con sus triunfos y se entristece con sus fracasos.
  • La defiende de los ataques de sus enemigos y trabaja por su extensión.
  • Reconoce al Papa como la autoridad suprema de la Iglesia. Estudia su palabra y la toma como propia.
  • Reconoce a María como su gran aliada en la tarea de la catequesis. Le tiene una gran devoción que la manifiesta con la imitación de sus virtudes.
  • Su testimonio guía a preferir a Dios sobre todos los atractivos del mundo, es testigo del gran tesoro de la fe católica por el cual vale la pena luchar.

  •  
  • Abran las puertas al Señor: la puerta del corazón, las puertas de la mente, las puertas de la catequesis, de nuestras comunidades… todas las puertas a la Fe.

    “En aquellos días,
    María partió y fue sin demora
    a un pueblo de la montaña de Judá.
    Entró en la casa de Zacarías
    y saludó a Isabel…” (Lc. 1, 39)
    Queridos catequistas:

    Ya es costumbre de muchos años que, ante la proximidad de la fiesta de San Pío X, les escriba una carta. Por medio de ella quiero saludarlos en su día, agradecerles el trabajo silencioso y fiel de cada semana, la capacidad de hacerse samaritanos que hospedan desde la fe, siendo rostros cercanos y corazones hermanos que permiten trasformar, de alguna manera, el anonimato de la gran ciudad.

    Este año, el día del catequista nos encuentra ante un acontecimiento de gracia que ya empezamos a gustar. Dentro de dos meses comenzará el Año de la Fe que nuestro Papa Benedicto XVI ha convocado para “iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo…” (Carta Apostólica Porta Fidei, PF 2)

    Será ciertamente un año jubilar. De ahí la invitación que el mismo Papa nos hace a atravesar la “Puerta de la Fe”. Atravesar esta puerta es un camino que dura toda la vida pero que en este tiempo de gracia todos estamos llamados a renovar. Por esto me nace en este año exhortarlos, como pastor y como hermano, a que se animen a transitar el tiempo presente con la fuerza transformadora de este acontecimiento.

    Todos recordamos la invitación tantas veces repetidas del Beato Juan Pablo II: “Abran las puertas al Redentor”. Dios nos exhorta nuevamente: Abran las puertas al Señor: la puerta del corazón, las puertas de la mente, las puertas de la catequesis, de nuestras comunidades… todas las puertas a la Fe.

    En este abrir la puerta de la fe hay siempre un sí, personal y libre. Un sí que es respuesta a Dios que toma la iniciativa y se acerca al hombre para entablar con él un diálogo, en que el don y el misterio se hacen siempre presentes.
    Un sí que la Virgen Madre supo dar en la plenitud de los tiempos, en aquella humilde aldea de Nazareth, para que se empezara a entretejer la alianza nueva y definitiva que Dios tenía preparada, en Jesús, para la humanidad toda.

    Siempre nos hace bien volver nuestra mirada a la Virgen. Más a quienes, de una u otra manera, se nos confía la tarea de acompañar la vida de muchos hermanos, y así juntos, poder decirle sí a la invitación de creer.


    Pero la catequesis se vería seriamente comprometida si la experiencia de la fe nos dejara encerrados y anclados en nuestro mundo intimista o en las estructuras y espacios que con los años hemos ido creando. Creer en el Señor es atravesar siempre la puerta de la fe que nos hace salir, ponernos en camino, desinstalarnos... No hay que olvidar que la primera iniciación cristiana que se dio en el tiempo y en la historia culminó en misión... que tuvo las características de visitación. Con toda claridad nos dice el relato de Lucas: María se puso en camino con rapidez y llena del Espíritu.

    La experiencia de la Fe nos ubica en Experiencia del Espíritu signada por la capacidad de ponerse en camino... No hay nada más opuesto al Espíritu que instalarse, encerrarse. Cuando no se transita por la puerta de la Fe, la puerta se cierra, la Iglesia se encierra, el corazón se repliega y el miedo y el mal espíritu “avinagran” la Buena Noticia. Cuando el Crisma de la Fe se reseca y se pone rancio el evangelizador ya no contagia sino que ha perdido su fragancia, constituyéndose muchas veces en causa de escándalo y de alejamiento para muchos.

    El que cree es receptor de aquella bienaventuranza que atraviesa todo el Evangelio y que resuena a lo largo de la historia, ya en labios de Isabel: “Feliz de ti por haber creído”, ya dirigida por el mismo Jesús a Tomás: “¡Felices los que creen sin haber visto!”

    Es bueno tomar conciencia de que hoy, más que nunca, el acto de creer tiene que trasparentar la alegría de la Fe. Como en aquel gozoso encuentro de María e Isabel, el Catequista debe impregnar toda su persona y su ministerio con la alegría de la Fe. Permítanme que les comparta algo de lo que los Obispos de la Argentina escribimos hace unos meses en un documento en el que bosquejamos algunas orientaciones pastorales comunes para el trienio 2012-2015:

    “La alegría es la puerta para el anuncio de la Buena Noticia y también la consecuencia de vivir en la fe. Es la expresión que abre el camino para recibir el amor de Dios que es Padre de todos. Así lo notamos en el Anuncio del ángel a la Virgen María que, antes de decirle lo que en ella va a suceder, la invita a llenarse de alegría. Y es también el mensaje de Jesús para invitar a la confianza y al encuentro con Dios Padre: alégrense. Esta alegría cristiana es un don de Dios que surge naturalmente del encuentro personal con Cristo Resucitado y la fe en él”.

    Por eso me animo a exhortarlos con el Apóstol Pablo: Alégrense, alégrense siempre en el Señor… Que la catequesis a la cual sirven con tanto amor esté signada por esa alegría, fruto de la cercanía del Señor Resucitado (“los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor”, Jn. 20,20), que permite también descubrir la bondad de ustedes y la disponibilidad al llamado del Señor…Y no dejen nunca que el mal espíritu estropee la obra a la cual han sido convocados. Mal espíritu que tiene manifestaciones bien concretas, fáciles de descubrir: el enojo, el mal trato, el encierro, el desprecio, el ninguneo, la rutina, la murmuración, el chismerío…
    La Virgen María en la visitación nos enseña otra actitud que debemos imitar y encarnar: la cercanía.
    Ella literalmente se puso en camino para acortar distancias. No se quedó en la noticia de que su parienta Isabel estaba embarazada. Supo escuchar con el corazón y por eso conmoverse con ese misterio de vida. La cercanía de María hacia su prima implicó un desinstalarse, no quedarse centrada en ella, sino todo lo contrario. El sí de Nazaret, propio de toda actitud de fe, se transformó en un sí que se correspondió en su actuar… Y la que por obra del Espíritu Santo fue constituida Madre del Hijo, movida por ese mismo Espíritu se transformó en servidora de todos por amor a su Hijo. Una fe fecunda en caridad, capaz de incomodarse para encarnar la pedagogía de Dios que sabe hacer de la cercanía su identidad, su nombre, su misión: “y lo llamará con el nombre de Emanuel”

    “El Dios de Jesús se revela como un Dios cercano y amigo del hombre. El estilo de Jesús se distingue por la cercanía cordial.
    Los cristianos aprendemos ese estilo en el encuentro personal con Jesucristo vivo, encuentro que ha de ser permanente empeño de todo discípulo misionero. Desbordado de gozo por ese encuentro, el discípulo busca acercarse a todos para compartir su alegría. La misión es relación y por eso se despliega a través de la cercanía, de la creación de vínculos personales sostenidos en el tiempo. El amigo de Jesús se hace cercano a todos, sale al encuentro generando relaciones interpersonales que susciten, despierten y enciendan el interés por la verdad. De la amistad con Jesucristo surge un nuevo modo de relación con el prójimo, a quien se ve siempre como hermano. (CEA, Orientaciones pastorales para el trienio 2012-2015)

    Cercanía que, me consta, se hace presente muchas veces en los encuentros catequísticos de Ustedes, en la diversas edades en que les toca acompañar los procesos de fe (niños-jóvenes-adultos). Pero siempre se nos puede filtrar el profesionalismo distante, la desubicación de creernos los “maestros que saben”, el cansancio y fatiga que nos baja las defensas y nos endurece el corazón... Recordemos aquello tan hermoso de la 1° Carta de Pablo a los cristianos de Tesalónica: “…fuimos tan condescendientes con ustedes, como una madre que alimenta y cuida a sus hijos. Sentíamos por ustedes tanto afecto, que deseábamos entregarles, no solamente la buena noticia de Dios, sino también nuestra propia vida: tan queridos llegaron a sernos.” (1Tes. 2, 7-8)

    Pero además, les pido que, no vean reducido su campo evangelizador a los catequizandos. Ustedes son privilegiados para contagiar la alegría y belleza de la Fe a las familias de ellos. Háganse eco en su pastoral catequística de esta Iglesia de Buenos Aires que quiere vivir en estado de misión.
    Miren una y mil veces a la Virgen María. Que ella interceda ante su Hijo para que les inspire el gesto y la palabra oportuna, que les permita hacer de la Catequesis una Buena Noticia para todos, teniendo siempre presente que la “Iglesia crece, no por proselitismo, sino por atracción”.

    Soy consciente de las dificultades. Estamos en un momento muy particular de nuestra historia, incluso del país. El reciente Congreso Catequístico Nacional realizado en Morón fue muy realista en señalar las dificultades en la transmisión de la fe en estos tiempos de tantos cambios culturales. Quizás en más de una oportunidad el cansancio los venza, la incertidumbre los confunda e incluso lleguen a pensar que hoy no se puede proponer la fe, sino solamente contentarse con transmitir valores…

    Por eso mismo, nuestro Papa Benedicto XVI nos invita a atravesar juntos la puerta de la Fe. Para renovar nuestro creer y en el creer de la Iglesia seguir haciendo lo que ella sabe hacer, en medio de luces y sombras. Tarea que no tiene origen en una estrategia de conservación, sino que es raíz de un mandato del Señor que nos da identidad, pertenencia y sentido. La misión surge de una certeza de la fe. De esa certeza que, en forma de Kerygma, la Iglesia ha venido trasmitiendo a los hombres a lo largo de dos mil años.
    Certeza de la fe que convive con mil preguntas del peregrino. Certeza de la fe que no es ideología, moralismo, seguridades existenciales… sino el encuentro vivo e intransferible con una persona, con una acontecimiento, con la presencia viva de Jesús de Nazareth.
    Por eso, me animo a exhortarlos: vivan este ministerio con pasión, con entusiasmo.

    La palabra entusiasmo (ενθουσιασμός) tiene su raíz en el griego “en-theos”, es decir: “que lleva un dios adentro.” Este término indica que, cuando nos dejamos llevar por el entusiasmo, una inspiración divina entra en nosotros y se sirve de nuestra persona para manifestarse. El entusiasmo es la experiencia de un “Dios activo dentro de mí” para ser guiado por su fuerza y sabiduría. Implica también la exaltación del ánimo por algo que causa interés, alegría y admiración, provocado por una fuerte motivación interior. Se expresa como apasionamiento, fervor, audacia y empeño. Se opone al desaliento, al desinterés, a la apatía, a la frialdad y a la desilusión.

    El “Dios activo dentro” de nosotros es el regalo que nos hizo Jesús en Pentecostés, el Espíritu Santo: “Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto.” (Lc 24, 49). Se realiza así lo anunciado por los profetas, “les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes.” [c] (Ez. 36, 26) (CEA, Orientaciones pastorales para el trienio 2012-2015)

    El entusiasmo, el fervor al cual nos llama el Señor, bien sabemos que no puede ser el resultado de un movimiento de voluntad o un simple cambio de ánimo. Es gracia... renovación interior, transformación profunda que se fundamenta y apoya en una Presencia, que un día nos llamó a seguirlo y que hoy, una vez más, se hace camino con nosotros, para transformar nuestros miedos en ardor, nuestra tristeza en alegría, nuestros encierros en nuevas visitaciones…

    Al darte gracias de corazón por todo tu camino de catequista, por tu tiempo y tu vida entregada, le pido al Señor que te dé una mente abierta para recrear el diálogo y el encuentro entre quienes Dios te confía y un corazón creyente para seguir gritando que El está vivo y nos ama como nadie. Hay una estampa de María Auxiliadora que dice: [c]“Vos que creíste, ayudame!” Que Ella nos ayude a seguir siendo fieles al llamado del Señor…

    No dejes de rezar por mí para que sea un buen catequista. Que Jesús te bendiga y la Virgen Santa te cuide. Afectuosamente

    Card. Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires
    Buenos Aires, 21 de Agosto de 2012

    Otro gran evento a realizarse en Roma por el Año de la Fe:

    CONGRESO INTERNACIONAL DE CATEQUISTAS
    Roma, 26-28 de septiembre de 2013
    y participación en la PEREGRINACIÓN DE LOS CATEQUISTAS
    (28-29 de septiembre de 2013)


    ORACIÓN DEL CATEQUISTA
    Señor Jesús:
    Aquí me tienes para servirte
    y colocar a tus pies la labor
    que estoy desempeñando.

    Tú me escogiste para ser catequista,
    anunciador de tu Mensaje a los hermanos.
    Me siento muy pequeño e ignorante,
    soy a menudo inconstante,
    pero sé que Tú me necesitas.
    Gracias por confiar en mí,
    pequeño servidor tuyo.
    Estoy pronto a cumplir esta hermosa tarea
    con sencillez y modestia, amor y fe.
    Quiero ser instrumento tuyo
    para despertar en muchos hermanos:
    cariño por tu persona
    confianza en tus promesas,
    deseos de seguirte como discípulo.
    Bendice día a día mis esfuerzos;
    pon tus palabras en mis labios,
    y haz que, en comunión
    con mis hermanos,
    pueda colaborar
    en extender tu Reino.
    María, tu que seguiste
    siempre con fidelidad
    las huellas de tu Hijo,
    guíanos por ese mismo camino.
    Amén.






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