jueves, 8 de agosto de 2013

Fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María - 15 Agosto - I Parte






« Hoy María Virgen subió
a los cielos: alegraos
porque con Cristo reina
para siempre. »





La fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María, se celebra en toda la Iglesia el 15 de agosto. Esta fiesta tiene un doble objetivo: La feliz partida de María de esta vida y la asunción de su cuerpo al cielo.
“En esta solemnidad de la Asunción contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día, incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas. María, el arca de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios”. Homilía de Benedicto XVI (2010)

1era Lectura: Apoc 11, 19a; 12, 1-6a. 10ab
Lectura del libro del Apocalipsis.

Salmo: Sal 44, 10b-12. 15b-16
R. ¡De pie a tu derecha está la Reina, Señor!
Una hija de reyes está de pie a tu derecha: es la reina, adornada con tus joyas y con oro de Ofir. R.
¡Escucha, hija mía, mira y presta atención! Olvida tu pueblo y tu casa paterna, y el rey se prendará de tu hermosura. Él es tu señor: inclínate ante él. R.
Las vírgenes van detrás, sus compañeras la guían, con gozo y alegría entran al palacio real. R.

2da Lectura:  1Cor 15, 20-27a
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Lucas (1, 39-56)
Gloria a ti, Señor.

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno.
Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno.Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.
 
Entonces dijo María:
“Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava.
Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre y su misericordia llega de generación en generación a los que lo temen.
Ha hecho sentir el poder de su brazo: dispersó a los de corazón altanero, destronó a los potentados y exaltó a los humildes. A los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió sin nada.
Acordándose de su misericordia, vino en ayuda de Israel, su siervo, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia para siempre”.
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
Gloria a ti, Señor Jesús.
 
Reflexión:
 
A la mitad del mes de agosto, estalla la alegría en la liturgia de la Iglesia. En el hemisferio norte, coincide -o se le ha hecho coincidir- con las fiestas ancestrales de la canícula del verano boreal. La alegría de la plenitud de las cosechas llega a su plenitud ahora al celebrar la Asunción de la Virgen María. Ella, la madre de Jesús, es la «primera cristiana», debería ser también la primera en llegar hasta Jesús. La fe de la iglesia ha querido ver en ella la confirmación definitiva de que nuestra esperanza tiene sentido. De que esta vida, aunque nos parezca que está enferma de muerte, está en realidad preñada de vida, de una vida que se manifiesta ya en nosotros y que debemos celebrar ya aquí y ahora. Y en primer lugar, en María, Madre de Jesús y Madre nuestra.
En la primera lectura encontramos un combate frontal entre la debilidad de una mujer a punto de dar a luz y la crueldad de un monstruo perverso y poderoso que se ha apropiado de una buena parte del mundo y quiere arrebatarle el hijo a la mujer. El Apocalipsis, hace un relato rico en simbología en el cual las comunidades cristianas pueden estar representadas en la mujer, reconociendo que un sector del cristianismo de los primeros días tuvo un alto influjo de la persona de María y de la presencia femenina en medio de ellas, como sostenedoras de la fe y la radicalidad. Por otra parte el monstruo, es un sinónimo del aparato imperial. Con sus respectivas cabezas y cuernos representa los tentáculos del poder civil, militar, cultural, económico y religioso, que está empeñado en eliminar al cristianismo por su talante profético, ya que se ha tornado incómodo para los poderosos de la tierra. 

La segunda lectura, abre bellamente con una metáfora de la resurrección de Cristo como primer fruto de la cosecha, y luego clarifica cómo todos lo que en Cristo viven, en Cristo mueren, también en Cristo resucitarán. Se trata de una afirmación de la vida plena para los que asumen el proyecto de Jesús como propio y en ese sentido se hacen partícipes de la Gloria de la resurrección. 



 En el evangelio, el canto de alegría de María que se proclama en el Evangelio se hace nuestro canto. Tenemos pocos datos sobre María en los evangelios. Los estudiosos nos dirán que, casi seguro, este cántico, el Magnificat, no fue pronunciado por María, sino que es una composición del autor del Evangelio de Lucas. Pero no hay duda de que, aun sin ser histórico, recoge el auténtico sentir de María, sus sentimientos más profundos ante la presencia salvadora de Dios en su vida. Es un cántico de alabanza. Esa es la respuesta de María ante la acción de Dios. Alabar y dar gracias. No se siente grande ni importante por ella misma, sino por lo que Dios está haciendo a través de ella.
"Proclama mi alma la grandeza del Señor". María goza de esa vida en plenitud. Su fe la hizo vivir ya en su vida la vida nueva de Dios. Hay un detalle importante. Lo que nos cuenta el evangelio no sucede en los últimos días de la vida de María, cuando ya suponemos que había experimentado la resurrección de Jesús, sino antes del nacimiento de su Hijo. Ya entonces María estaba tan llena de fe que confiaba totalmente en la promesa de Dios. María tenía la certeza de que algo nuevo estaba naciendo. La vida que ella llevaba en su seno, aún en embrión, era el signo de que Dios se había puesto en marcha y había empezado a actuar en favor de su pueblo.
Más de una vez, en alguna dictadura, este canto de María se ha considerado como revolucionario y subversivo. Y ha sido censurado. Ciertamente es revolucionario, y su mensaje tiende a poner patas arriba el orden establecido, el orden que los poderosos intentan mantener a toda costa. María, llena de confianza en Dios, anuncia que Él se ha puesto a favor de los pobres y desheredados de este mundo. La acción de Dios cambia totalmente el orden social de nuestro mundo: derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. No es eso lo que estamos acostumbrados a ver en nuestra sociedad. Tampoco en tiempos de María. La vida de Dios se ofrece a todos, pero sólo los humildes, los que saben que la salvación sólo viene de Dios, están dispuestos a acogerla. Los que se sienten seguros con lo que tienen, esos lo pierden todo. María supo confiar y estar abierta a la promesa de Dios, confiando y creyendo más allá de toda esperanza.
Hoy María anima nuestra esperanza y nuestro compromiso para transformar este mundo, para hacerlo más como Dios quiere: un lugar de fraternidad, donde todos tengamos un puesto en la mesa que nos ha preparado Dios. Pero en este día María anima sobre todo nuestra alabanza y acción de gracias. María nos invita a mirar a la realidad con ojos nuevos y descubrir la presencia de Dios, quizá en embrión, pero ya presente, a nuestro alrededor. María nos invita a cantar con gozo y proclamar, con ella, las grandezas del Señor.

 Pablo VI, en su magnífica exhortación sobre el culto mariano, resume así el sentido de la solemnidad: "Es la fiesta de su destino de plenitud y bienaventuranza, de la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, de su perfecta configuración con Cristo resucitado; una fiesta que propone a la Iglesia y a la humanidad la imagen y la consoladora prenda del cumplimiento de la esperanza final; pues dicha glorificación plena es el destino de aquellos que Cristo ha hecho hermanos teniendo en común con ellos la carne y la sangre" (_Marialis-Cultus, n. 6).


Asunción significa que María fue llevada en cuerpo y alma al cielo por el poder de Dios, a diferencia de la Ascensión del Señor que lo hizo por su propio poder.

LA DEFINICIÓN DOGMÁTICA

El Papa Pío XII, en la Bula Munificentissimus Deus, del 1 XI 1950, proclamó solemnemente el dogma de la Asunción de María con estas palabras:

Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste" (DZ. 2333).

EXPLICACIÓN DEL CONTENIDO DEL DOGMA

De la definición pontificia conviene destacar dos aspectos importantes:

1° Que la Asunción de María ocurre inmediatamente después del término de su vida mortal y,

2° Se hace hincapié en la glorificación de su cuerpo más que en la gloria de su alma, como se explicará a continuación cumplido el curso de su vida terrena.

La Asunción de María ocurre inmediatamente después del término de su vida mortal, así pues, para entender correctamente esta frase hay que considerar las siguientes cuestiones:

a) el significado de la fórmula;

b) la intención del Papa al usar dicha fórmula y no otra y,

c) las posibles conclusiones.

a) La fórmula significa que la Asunción de María no hay que aplazarla hasta el final de los tiempos, como sucederá con todos los hombres, sino como hecho que ya ocurrió; y, además que el cuerpo santísimo de la Virgen no sufrió descomposición alguna, como ocurre con los cadáveres.

b) El Papa quiso prescindir de la cuestión de la muerte de María en la fórmula definitoria, y por ello la expresión utilizada es igualmente válida, tanto si se entiende que la Virgen murió al final de su vida terrena, cuanto si se piensa en la glorificación del cuerpo mediante la donación de la inmortalidad gloriosa sin pasar por la muerte.

c) En la Bula aparece repetidas veces el tema de la muerte de María, pero ello estudiado bien el texto no favorece ni niega la postura contraria. Hay que decir, en resumen, que aún no se ha llegado a una solución definitiva sobre este punto.


La glorificación celeste del cuerpo de Santa María

Este es el elemento esencial del dogma de la Asunción. Enseña que la Virgen, al término de su vida en este mundo, fue llevada al cielo en cuerpo y alma, con todas las cualidades y dotes propias del alma de los bienaventurados e igualmente con todas las cualidades propias de los cuerpos gloriosos. Se trata, pues, de la glorificación de María, en su alma y en su cuerpo, tanto si la incorruptibilidad y la inmortalidad le hubieren sobrevenido sin una muerte previa como si le hubiesen sobrevenido después de la muerte mediante la resurrección.

Una vez visto el contenido del dogma, con más fuerza y claridad se aprecia el hincapié que se hace sobre la glorificación corporal de María - más que la de su alma- , si tenemos en cuenta lo siguiente:

a) María estuvo exenta de todo pecado: del original y del actual;

b) tuvo la plenitud de gracia y santidad correspondientes a su condición y dignidad de ser la Madre de Dios;

c) el premio o castigo del alma para todo hombre es inmediato a la muerte.

Por consiguiente, resulta sencillo entender que el premio del alma de María por su excelsa santidad estaba ya decidido, esto es, su glorificación; por ello, resultaría supérflua la definición si no tratara sobre todo de la glorificación inmediata del cuerpo, que es en lo que consiste el privilegio de la Asunción.

Escribía Pablo VI: "Nuestra aspiración a la vida eterna parece cobrar alas y remontarse a cimas maravillosas, al reflexionar que nuestra Madre celeste está allá arriba, nos ve y nos contempla con su mirada llena de ternura" (Discurso, 15 VIII 1963).

El Concilio Vaticano II se expresa de modo semejante cuando dice: “1a Madre de Jesús, de la misma manera que, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo, hasta que llegue el día del Señor" (Const. dogm. Lumen gentium, n.68; cfr. Sacrosanctum Concilium, n.103).


FUNDAMENTOS O RAZONES DE ESTE DOGMA

La definición pontificia sobre la Asunción de María estuvo precedida, desde muchos siglos atrás, de múltiples razones teológicas y testimonios que llevaron - en su momento - a la feliz proclamación de este dogma mariano. Las principales razones fueron las siguientes.

La creencia universal de la Iglesia

Desde los primeros siglos hasta nuestros días, la unanimidad de la fe del pueblo cristiano, quedó de manifiesto con la respuesta unánime y afirmativa de todos los obispos del mundo -que a su vez representaba al pueblo fiel de todo el orbe-, a la consulta que sobre la definibilidad de la Asunción de María hiciera el Papa Pío XII en el año de 1949 (cfr. DZ. 2332).

Los grandes privilegios marianos

El fundamento del dogma de la Asunción de María se desprende y es consecuencia de los anteriores dogmas marianos. En efecto, si por la plena asociación de María a la persona y a la obra de su Hijo se debió su redención anticipada; por esa misma razón, convenía también su glorificación anticipada, su asunción corporal, como veremos enseguida.

a) Por su Inmaculada Concepción

Puesto que María - por su Inmaculada Concepción -  estuvo exenta de todo pecado, no quedaba sujeta a la ley de padecer la corrupción del sepulcro - castigo del pecado - ni, por consiguiente, tampoco tenía necesidad de esperar la redención de su cuerpo hasta el fin del mundo.

Si la resurrección es el triunfo y el trofeo de la Redención, a una redención preventiva y anticipada, como ocurrió en María, corresponderá también una anticipada resurrección. Por ello, primicias de la redención de Cristo en el alma de María fueron su preservación del pecado y la plenitud de gracia, y primicias, de la redención en su cuerpo fueron su incorruptibilidad y su anticipada glorificación.

b) Por su divina Maternidad
Si Adán y Eva introdujeron en el mundo la muerte del alma, que es el pecado y, con él también la muerte del cuerpo, que es la corrupción; Cristo, por el contrario, introduce la vida del alma que es la gracia, y la inmortalidad del cuerpo por medio de la resurrección. Por estas dos consideraciones, María que es Madre de Cristo y Madre de los hombres, es lógico que la que es causa de vida y antídoto contra la muerte, Ella, no permanezca en el sepulcro presa de la misma muerte.

Así pues, dado que nuestro Redentor es hijo de María, su glorificación anticipada parece ser exigida: Cristo que pudiendo dar a su Madre tanto honor y tanta gloria, necesariamente lo hizo.

"No era tampoco admisible que Tú, Vaso que contuvo a Dios, fueses disuelta en el polvo de la corrupción, que destruye todos los cuerpos... Era necesario que la Madre de la Vida cohabitase con la Vida y recibiese la muerte como un sueño y, en tanto que Madre de la Vida, fuese su traslado como el despertar" (San Germán de Constantinopla, Homilia in Dormitionem B.V. Mariae).

c) Por su perpetua virginidad
Finalmente la virginidad perpetua de María, nos conduce a la conveniencia de su incorruptibilidad. Cuando pensamos en el cuerpo santísimo de María, tan divinamente poseído de Dios, no se concibe que sea presa de la corrupción; por ello puede afirmarse que su misma virginidad exige los esplendores de la glorificación corporal.

CONSECUENCIAS PARA LA FE Y LA PIEDAD

a) La Asunción de la Virgen es un argumento prueba de que todos los hombres, de los que Ella es Madre, estaremos también en el Cielo con nuestro cuerpo glorificado: si aprendemos a gastar la vida en el cumplimiento de la voluntad de Dios como lo hizo Santa María.

b) María es nuestra esperanza, pues en Ella se ha dado con plenitud lo que todo hombre está llamado a ser al final de los tiempos. María es nuestro consuelo, ya que podemos dirigirnos a aquella que antes de nosotros recorrió este valle de lágrimas y ahora fija sus ojos en la luz eterna. María es nuestro refugio porque con su ternura nos devuelve la paz y, por su poderosa intercesión nos sabemos amparados. Glorificada anticipadamente, vive en el Cielo con una solicitud maternal y amorosa por todos sus hijos.

"Subió al cielo nuestra Abogada, para que, como Madre del Juez y Madre de Misericordia, tratara los negocios de nuestra salvación" (San Bernardo, Hom. en la Asunción de la B.V. María).

El Papa Pío XII, en la Bula Munificentissimus Deus, del 1 XI 1950, proclamó solemnemente el dogma de la Asunción de María con estas palabras:

Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste"

Subió al cielo nuestra Abogada, para que, como Madre del Juez y Madre de Misericordia, tratara los negocios de nuestra salvación (S. BERNARDO).





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