jueves, 8 de agosto de 2013

DOMINGO XIX Tiempo Ordinario Ciclo C*11 de Agosto del Año 2013 de la Fe*



Si pudiéramos hacer una lista de las cosas que son necesarias para vivir, seguro que necesitaríamos mucho papel. Sin embargo, esa lista disminuiría al escribir sólo aquellas que realmente nos proporcionan felicidad. Hoy Jesús nos recuerda que donde está nuestro tesoro, allí estará nuestro corazón.

Primera lectura
Lectura del libro de la Sabiduría (18,6-9):

La noche de la liberación se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa de que se fiaban. Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables, pues con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti. Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y, de común acuerdo, se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.

Palabra de Dios
TE ALABAMOS SEÑOR. 
 
Salmo
Sal 32,1.12.18-19.20.22

R/.
Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad

Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad. R/.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R/.
 
Segunda lectura
Lectura de la carta a los Hebreos (11,1-2.8-19):

La fe es la garantía de las cosas que se esperan, la prueba de aquellas que no se ven. Por ella recibieron testimonio de admiración los antiguos. Por la fe Abrahán, obedeciendo la llamada divina, partió para un país que recibiría en posesión, y partió sin saber a dónde iba. Por la fe vino a habitar en la tierra prometida como en un país extranjero, viviendo en tiendas de campaña, con Isaac y Jacob, herederos con él de la misma promesa. Porque él esperaba la ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. Por la fe recibió también Sara el poder de concebir, fuera de la edad propicia, porque creyó; en la fidelidad de aquel que se lo había prometido. Precisamente por esto, de un solo hombre, ya casi muerto, nació una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo y como los incontables granos de arena que hay en las playas del mar. Todos éstos murieron en la fe sin haber obtenido la realización de las promesas, pero habiéndolas visto y saludado de lejos y reconociendo que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Ahora bien, aquellos que hablan así demuestran claramente que buscan la patria. Y si ellos hubiesen pensado en aquella de la que habían salido, hubiesen tenido oportunidad para volver a ella. Ellos, en cambio, aspiraban a una patria mejor, es decir, celeste. Por eso Dios no se avergüenza de ellos, de llamarse «su Dios», porque les ha preparado una ciudad. Por la fe Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac; e inmolaba a su hijo único a aquel que había recibido las promesas, a aquel de quien le había sido dicho: De Isaac saldrá una descendencia que llevará tu nombre. Porque pensaba que Dios tiene poder incluso para resucitar a los muertos. Por eso recobró a su hijo. Esto es un símbolo para nosotros.

Palabra de Dios
TE ALABAMOS SEÑOR. 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,32-48):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón. Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.
 Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.»
Pedro le preguntó:
«Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?»
El Señor le respondió: «¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.»
PALABRA DE DIOS
GLORIA A TI SEÑOR JESUS.


El texto comienza con una de las más bellas declaraciones de Jesús: “No temas, pequeño rebaño…”¡Qué palabras para estos tiempos! 

Continúa el maestro apuntando la mirada a la vida eterna que se nos ha preparado, como si fuera necesario explicarles a sus discípulos que este mundo es pasajero y que lo que aquí sembremos será lo recogido en el Reino de Dios. De ahí la necesidad de dar limosna, de compartir, de tener claro dónde está nuestro corazón y nuestro tesoro. Acumular riquezas temporales no sirve para el Cielo.
Mucha gente vive al margen de esta realidad y pasa la vida desviviéndose por tener y tener; otra gran mayoría de nuestro mundo muere a causa de las riquezas que nosotros poseemos injustamente, puesto que no han sido compartidas ni repartidas equitativamente entre la humanidad. Y en medio, toda una vida que no alza su mirada al futuro para contemplar lo que está por venir.
Jesús quiere quedar claro a aquellos que quieren oírle que debemos estar preparados, pues no sabemos ni el día ni la hora en que volverá entre nosotros como Rey del Universo. No podemos bajar la guardia, hemos de volver nuestro corazón hacia Dios para ver en qué medida estamos siendo dignos herederos de esa vida eterna.
Y no es cuestión de tener miedo, pero si de estar precavidos, puesto que pueden pasar los años sin que seamos conscientes de esta realidad temporal y finita del mundo y de nuestra propia vida. Se nos han regalado los años para compartirlos, para vivirlos hasta el máximo, pero con un criterio como base: el amor. Y el que ama no tiene miedo, sino que se desvive por los demás y gasta su tiempo y sus recursos en crear ambiente de felicidad entre los que le rodean.
Hay más gracia en dar que en recibir; aunque parezca mentira y a pesar de que resulte imposible creer esta frase en la sociedad del bienestar. Vivamos nuestra vida mirando al futuro y gastemos nuestro presente en amar a los demás.

TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO
SEGUNDA SECCIÓN
LOS DIEZ MANDAMIENTOS

CAPÍTULO SEGUNDO
«AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO»

ARTÍCULO 10
EL DÉCIMO MANDAMIENTO

«Donde [...] esté tu tesoro, allí estará también tu corazón » (Mt 6, 21).
2544 Jesús exhorta a sus discípulos a preferirle a Él respecto a todo y a todos y les propone “renunciar a todos sus bienes” (Lc 14, 33) por Él y por el Evangelio (cf Mc 8, 35). Poco antes de su pasión les mostró como ejemplo la pobre viuda de Jerusalén que, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir (cf Lc 21, 4). El precepto del desprendimiento de las riquezas es obligatorio para entrar en el Reino de los cielos.
2545 “Todos los cristianos han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto” (LG 42).
2546 “Bienaventurados los pobres en el espíritu” (Mt 5, 3). Las bienaventuranzas revelan un orden de felicidad y de gracia, de belleza y de paz. Jesús celebra la alegría de los pobres, a quienes pertenece ya el Reino (Lc 6, 20)
«El Verbo llama “pobreza en el Espíritu” a la humildad voluntaria de un espíritu humano y su renuncia; el apóstol nos da como ejemplo la pobreza de Dios cuando dice: “Se hizo pobre por nosotros” (2 Co 8, 9)» (San Gregorio de Nisa, De beatitudinibus, oratio 1).
2547 El Señor se lamenta de los ricos porque encuentran su consuelo en la abundancia de bienes (cf Lc 6, 24). “El orgulloso busca el poder terreno, mientras el pobre en espíritu busca el Reino de los cielos” (San Agustín, De sermone Domini in monte, 1, 1, 3). El abandono en la providencia del Padre del cielo libera de la inquietud por el mañana (cf Mt 6, 25-34). La confianza en Dios dispone a la bienaventuranza de los pobres: ellos verán a Dios.
2548 El deseo de la felicidad verdadera aparta al hombre del apego desordenado a los bienes de este mundo, y tendrá su plenitud en la visión y la bienaventuranza de Dios. “La promesa [de ver a Dios] supera toda felicidad [...] En la Escritura, ver es poseer [...]. El que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden concebir” (San Gregorio de Nisa, De beatitudinibus, oratio 6).
2549 Corresponde, por tanto, al pueblo santo luchar, con la gracia de lo alto, para obtener los bienes que Dios promete. Para poseer y contemplar a Dios, los fieles cristianos mortifican sus concupiscencias y, con la ayuda de Dios, vencen las seducciones del placer y del poder.
2550 En este camino hacia la perfección, el Espíritu y la Esposa llaman a quien les escucha (cf Ap 22, 17) a la comunión perfecta con Dios:
«Allí se dará la gloria verdadera; nadie será alabado allí por error o por adulación; los verdaderos honores no serán ni negados a quienes los merecen ni concedidos a los indignos; por otra parte, allí nadie indigno pretenderá honores, pues allí sólo serán admitidos los dignos. Allí reinará la verdadera paz, donde nadie experimentará oposición ni de sí mismo ni de otros. La recompensa de la virtud será Dios mismo, que ha dado la virtud y se prometió a ella como la recompensa mejor y más grande que puede existir [...]: “Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo” (Lv 26, 12) [...] Este es también el sentido de las palabras del apóstol: “para que Dios sea todo en todos” (1 Co 15, 28). El será el fin de nuestros deseos, a quien contemplaremos sin fin, amaremos sin saciedad, alabaremos sin cansancio. Y este don, este amor, esta ocupación serán ciertamente, como la vida eterna, comunes a todos» (San Agustín, De civitate Dei, 22,30).
Resumen
2551 "Donde [...] está tu tesoro allí estará tu corazón" (Mt 6,21).
2552 El décimo mandamiento prohíbe el deseo desordenado, nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y del poder.
2553 La envidia es la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de apropiárselo. Es un pecado capital.
2554 El bautizado combate la envidia mediante la caridad, la humildad y el abandono en la providencia de Dios.
2555 Los fieles cristianos "han crucificado la carne con sus pasiones y sus concupiscencias" (Ga 5,24); son guiados por el Espíritu y siguen sus deseos.
2556 El desprendimiento de las riquezas es necesario para entrar en el Reino de los cielos. "Bienaventurados los pobres de corazón" (Mt 5, 3).
2557 El hombre que anhela dice: "Quiero ver a Dios". La sed de Dios es saciada por el agua de la vida (cf Jn 4,14).
 


En la ausencia del Señor… 
Jesús enseña a vivir la espera

1. La introducción a las parábolas: el discípulo siempre está dispuesto a servir (12,35)
El salto que damos de la enseñanza del domingo pasado a la de éste domingo está recogido en la última frase del texto de hoy: “Estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre” (Lucas 12,40).
El discípulo de Jesús, quien ha sido educado en la libertad de corazón frente a los bienes materiales para caminar ligero de equipaje y siempre movido por el amor, también tiene que ser educado en la espera del último día.  En él, su Señor glorificado regresará para el juicio, realizando definitivamente el Reino inaugurado en su ministerio terreno y con él la gloriosa y perfecta soberanía de Dios sobre el mundo. En este encuentro gozoso y amoroso cara a cara con su Señor, el seguidor de Jesús tiene puesto su corazón (ver la frase que antecede al evangelio de hoy en 12,34).
El problema está en el “mientras tanto”. Como se hace notar a lo largo de nuestro pasaje de hoy, cuando se refiere a un patrón ausente, una constante de la vida de la fe es la sensación del escondimiento y de la aparente ausencia total del Señor. Y esto supone una prueba muy grande para el discípulo. Es como si se reviviera el dolor interno que suscita la pregunta que viene fuera: “¿Dónde está tu Dios?” (Salmo 42,4).
Cuando miramos alrededor percibimos muchos valores en nuestra sociedad, pero también vemos como suceden tantas cosas negativas que suscitan preguntas sobre el sentido de la vida e incluso: “¿Dónde está Dios?”.
Nos sobresaltan guerras, vemos injusticias, no faltan las enfermedades incurables, vemos vuelcos en los valores familiares, se cometen injusticias, a veces falta el empleo y lo esencial para una vida digna. “¿Dónde está Dios?”.
Los señores del mundo parecen ser otros, ellos intervienen de manera decisiva en nuestras vidas y orientan los destinos del mundo. Frente a todas estas fuerzas tan evidentes para nuestra experiencia, corremos el riesgo de pensar que Dios está lejano y que es débil. “¿Dónde está Dios?”.
El camino es largo. De ahí que, en cuanto a peregrinos en la historia y en ruta hacia el Reino definitivo, es posible que no lleguemos a encontrar los alicientes que deseamos y corramos el riesgo de cansarnos y de caer en tibieza espiritual. El paso siguiente es el progresivo olvido de nuestras responsabilidades con Dios y que hagamos del capricho el principio inspirador de nuestra vida (ver el evangelio del domingo pasado).
Este peligro es grande, con razón en la primitiva Iglesia se advertía: “No os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de vuestra ignorancia”, sino más bien “poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os procurará mediante la revelación de Jesucristo” (1 Pedro 1,15).
Con la “Lectio” de hoy nos permitimos asomarnos a esta realidad que no fue ajena ni para los primeros discípulos de Jesús, ni para la primitiva Iglesia que redactó el Nuevo Testamento, ni mucho menos para nosotros en los tiempos que vivimos.
Jesús responde a una pregunta implícita: ¿Cómo vivir durante el tiempo de la espera del día final?, o mejor, ¿Qué deben hacer los servidores del Señor durante esta ausencia?
La respuesta no se hace esperar: liberados de la excesiva preocupación por lo inmediato gracias a la confianza en los cuidados paternos de Dios y esperando la venida del Reino, los discípulos no pierden la tensión espiritual dejándose llevar por el relajamiento, la acomodación sin más a lo que ofrece su entorno social, sino que invierten su tiempo provechosamente, trabajando en todo instante en los asuntos de su Señor y siempre preparados para servirlo cuando aparezca.
Esta lección se da a través de una nueva enseñanza parabólica. Para ello:
(1) Enuncia lo fundamental de la enseñanza con un doble mandato (12,35).
(2) Profundiza en la enseñanza con dos parábolas:
• la parábola del “patrón que está para volver de una fiesta de bodas” (12,36-38). Ésta describe a los discípulos como sirvientes esperando el regreso de su señor por la noche y les promete una recompensa que va más allá de la imaginación humana: el patrón al servicio de sus sirvientes
• La parábola (o dicho parabólico) del “ladrón” o también del “responsable de una casa pronto para atrapar a un ladrón” (12,39-40). Ésta hace una advertencia contra la impreparación. Ésta ejemplificada en el dueño de una casa que teme la venida de un ladrón. Se deja entender que la venida del Hijo del hombre será de improviso y tendrá serios efectos negativos para aquellos que estuvieren impreparados.
Las dos parábolas son complementarias: la primera acentúa lo positivo y la segunda lo negativo. Veámoslas ahora pasando primero por el dicho introductorio de Jesús.
El pasaje se abre con un mandato a los discípulos para que estén prontos para el servicio: “Estén ceñidos vuestras cinturas y las lámparas encendidas” (12,35).
La idea es una y se expresa con dos imágenes que repiten el mismo mandato. Se trata de dos imágenes frescas muy dicientes para el mundo oriental. Notemos desde ya que Jesús no está requiriendo solamente comportamientos individuales, en sus palabras se acentúa el plural comunitario.

1.1. Primera imagen de servicio: “Estén ceñidos vuestras cinturas” (12,35ª)
La primera imagen describe el gesto de colocarse un cinturón como una manera de decir: “anden en ropa de trabajo”.
Reconstruyamos brevemente: cuando la gente estaba en su casa habitualmente usaba la ropa de manera más holgada, a veces por el calor o también para sentirse un poco más cómoda, por eso no llevaban el cinturón; esto se hacía, con mayor razón, para dormir (pensemos en el efecto que causa el ponerse la pijama).
Dicho cinturón era un aderezo que, al ceñir y recoger la larga túnica contra el cuerpo en la cintura, facilitaba los desplazamientos, por ejemplo: correr o caminar con mayor destreza en un viaje; recordemos la instrucción para la pascua: “ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros pies y el bastón en vuestra mano” (Éxodo 12,11).
También era necesario para cierto tipo de trabajos –como el de un pastor, por ejemplo- que necesita moverse mucho e inclinarse (véanse las imágenes antiguas de los pastores: o tienen túnica corta –como una especie de falda- o la tienen recogida con un cinturón; indica ropa de trabajo). Los esclavos, para realizar sus oficios, acostumbraban levantar el pliegue de sus túnicas hasta la cintura y sostenerlas allí con la ayuda de un cinturón. Entre otras cosas, el servicio de la mesa requería vestirse de esta manera (ver también 17,8).
Reconstruimos la imagen para que la asimilemos mejor, pero en realidad –cuando Jesús la aplica a los servidores- la idea es simple y concreta: hay que estar siempre preparados para trabajar.  Un discípulo del Señor debe ser del tipo de persona que nunca necesita  que le digan que haga algo o que sea más disponible para el servicio, porque de hecho, él siempre tiene puesto el cinturón, o sea, siempre está listo para trabajar.
1.2. Segunda imagen de servicio: “Estén encendidas vuestras lámparas” (12,35 b)
El texto dice que las lámparas están “ardiendo” (literalmente en griego, ver 24,32), o sea, irradiando luz por toda la casa. Permanecer dentro de la casa con las luces encendidas también es una imagen de disponibilidad para el servicio a cualquier hora. Pero no solo eso, el “arder” (cosa que se percibe poco hoy en las bombillas eléctricas) se insinúa también el calor de la acogida en la casa.
Tener las luces encendidas, entonces, es señal de actividad nocturna en una casa (ver por ejemplo la bella descripción de Hechos 20,7-8) o al menos de disponibilidad para ello; además, una lámpara prendida hace posible a cualquier hora una actividad de improviso. Como lo deja entender la parábola siguiente, el patrón necesitaba de luz para poder entrar de improviso en su casa a altas horas de la noche, sus servidores se la proporcionarán.
En la obra lucana notamos un gusto particular por estas escenas nocturnas, como en la parábola del amigo que necesita que se le haga un favor a medianoche (11,5), o la de Dios que le reclamará de noche la vida al rico indolente y extasiado en sus sueños egoístas (12,20). Para Lucas, los que velan por la noche son los que mejor están preparados para percibir la llegada del Señor (los pastores: 2,8-9; la anciana Ana: 2,37; la viuda: 18,7; Pablo: 16,25). Señal de esta vigilia son las luces de la casa encendidas, si bien ahora no se habla de la oración expresamente sino del servicio.
El mandato de Jesús, de mantener las lámparas encendidas, se hace en previsión de la prolongación de la jornada de trabajo y está asociada con el cansancio normal que sobreviene y que lleva a dormir (=apagar las lámparas). Por tanto, por detrás hay una advertencia sobre la debilidad física y la desidia interna que lleva a “bajar la guardia” en la prontitud para el servicio, no sólo el que hay que hacer ahora sino el que se va a requerir más tarde.
Con esta introducción se vislumbra ya el sentido de lo que viene. Durante la larga noche de la espera, el creyente se mantiene activo y bien dispuesto para el servicio mayor que le ofrecerá personalmente al Hijo del hombre en su segunda venida.
Jesús expone ahora una parábola que profundiza el sentido de la actitud que acaba de recomendar (“sean como…”, “sean así…”).
La parábola describe lo que sucede en dos tiempos: (1) el tiempo de la espera mediante la disposición para el trabajo por parte de los servidores (12,36) y (2) el tiempo de la llegada del patrón y de la recompensa de los servidores (12,37-38).
“Sed como hombres que esperan a que su Señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran” (12,36).
El servicio que es espera es parecido al de un portero, si bien la apertura de la puerta implica en este caso otras tareas complementarias para el patrón una vez que entre en la casa.
El patrón está participando en una fiesta de matrimonio, no es él quien se casa sino un invitado. El regreso se prevé para ese mismo día, lo cierto es que puede ser a altas horas de la noche (12,38). No se sabe por qué motivo se extiende la fiesta, ni tampoco (como hoy) por qué no tiene una llave y abre él mismo, todo eso es secundario. Lo importante es la actitud de los servidores: estarán listos para abrir la puerta en preciso instante en que llegue y toque la puerta (más adelante, en 13,25, aparecerá una escena similar pero con los roles patrón-siervo invertidos).
Cuando nos detenemos en los verbos “llegue”, “llame”, “al instante le abran”, de alguna manera viene a la mente el conocido pasaje: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta…” (Apocalipsis 3,20).  Pero es la atención al momento de la llegada lo que aquí importa, no importa cuán prolongada sea, pues de ella depende la eficacia del servicio.
Por otra parte, cuando leemos la palabra “esperar” en esta parábola (“hombres que esperan a que su Señor vuelva”) no podemos dejar de pensar en aquellos que fueron modelo espera de la primera venida del Mesías. Lucas nos da ejemplo concreto en los bellos personajes israelitas saben “esperar” manteniéndose buenos y justos, y después de un largo adviento en sus vidas, al llegar la ancianidad, ven recompensada su esperanza:
• el anciano Simeón, quien “esperaba la consolación de Israel” (2,35);
• la anciana Ana, quien “hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Israel” (2,38);
• y también José de Arimatea, miembro del Consejo de Ancianos, quien “esperaba el Reino de Dios” (23,51).
De alguna manera, todos ellos, que son modelo de espera de la primera venida –con la rectitud de vida y con el servicio que inmediatamente le prestan al Mesías-, también nos dicen cómo debe ser el comportamiento en la espera de la segunda.
La parábola ahora da un salto a lo que se prevé que suceda si el patrón “los encuentra despiertos”. La fatiga de la espera se ve premiada por el gesto inaudito del patrón. Es tan importante el que él hace que éste aparece destacado en el punto central, en medio de la repetición de la bienaventuranza: “Dichosos los servidores que el Señor al venir encuentre despiertos” (12,37; ver 12,38). Es aquí donde está el giro sorpresivo de la parábola.
Notemos el esquema:
(1) “Dichosos” (12,37 a)
(2) “Al venir…” “…encuentre despiertos” (12,37 b)
(3) “Yo os aseguro que se ceñirá… les servirá” (12,37 c)
(4) “Que venga…” “…si los encuentra así” (12,38 a)
(5) “Dichosos” (12,38 b)
Los felicita porque están preparados, ellos han estado “vigilantes” (=despiertos), no se han dormido. Lucas solamente nos presenta el término “vigilar” aquí (si no se incluye una frase de Pablo en Hechos 20,31 sobre la vigilancia pastoral), en cambio el evangelio de Marcos lo repite, sobre todo en la oración de Jesús en el huerto (ver Mc 14,34.37.38).
Para Lucas la “vigilancia” indica prontitud para la acción. Es todo lo contrario a la tontera o al sueño mismo que sobreviene por causa de la debilidad, de la pereza o del acomodarse en los propios intereses.
La segunda vez que la parábola repite la bienaventuranza, la felicitación se incrementa: “Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de ellos!” (12,38). Lucas aquí sigue la costumbre judía de dividir la noche en tres vigilias (los romanos la dividen en cuatro: como vemos en Mc 13,35); por tanto Lucas se refiere a una noche que se va prolongando y agotando las primeras fuerzas. Así es la vida espiritual: entre más se avanza la demanda de esfuerzo es más seria, no existe la ley de inercia.
El discipulado exige que se tenga claro que este mundo presente es también un lugar de tinieblas y noche en el cual se puede perder el impulso espiritual y caer en la tentación del descuido. Entre más se camina mayor es el peligro pero también mayor la bienaventuranza.
Jesús dice: “Yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá” (12,37 c).
¡Qué maravilla! Se invierten los papeles: la venida del Señor es la venida del Servidor por excelencia. Se realizan tres gestos:
(1) El patrón “se ciñe”: hace el mismo gesto que se pidió que hicieran los servidores (ver 12,35).
(2) El patrón “los sienta” (o “hace reclinar”) en la mesa de la casa, que en esta cultura no es el lugar de los empleados sino de los patrones.
(3) El patrón comienza a “servirlos” personalmente. Se sobreentiende que se sirve una suculenta comida, aunque el gesto similar de Jesús en Juan 13,5 nos remite a un servicio completo que comienza con el lavarles los pies.
El último verbo, “servir” (en griego “diakoné?”) resume todo. Lo que el patrón hace está en completa sintonía con los comportamientos habituales y las enseñanzas de Jesús: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (22,27). ¿Qué mayor honra podría haber? ¡Qué gran reposo espiritual! ¡Jesús servidor de los servidores!
Veamos ahora la otra cara de la moneda. La primera parábola tenía un carácter positivo de promesa, ahora se examina la consecuencia negativa del quedarse dormido, del no “estar preparado”: podría haber un daño en la casa.
En la nueva parábola (tan breve que casi no clasifica como tal), Jesús es comparado con un ladrón. La imagen podría parecer atrevida, pero en realidad es oportuna para el caso (ver 1ª Tes 1,2). Cuando Jesús dice “entendedlo bien” está queriendo decir “todos Ustedes conocen esta situación”: si el responsable de una casa (puede ser el propietario o el mayordomo) está advertido de que esa misma noche va a ser robado, tomaría las precauciones del caso.
La comparación nos permite ver otros aspectos relacionados con la “espera”, que no se habían dicho:
(1) Si la parábola anterior destacó el hecho del retardo, es importante también recordar la inminencia de la llegada;
(2) Si la venida del patrón traía un beneficio, ahora la venida del ladrón puede traer un perjuicio (además, la propiedad sufre daño: el ladrón abre un hueco en la pared);
(3) Si la venida del patrón era previsible (se sabe que es durante la noche pero no la hora), la del ladrón no (se sabe que viene pero no avisa cuando), su llegada es aún más incierta y sorpresiva; por eso no se habla de “día” sino de “hora” (v.39), y más aún de “momento” (v.40), indicando con ello que los cálculos de probabilidad son aún más inciertos (“En el momento en que no penséis”, v.40);
(4) Si en la anterior se habla de quien está “al servicio de…”, en ésta el implicado es una persona interesada en la seguridad de su propiedad, el sentido de pertenencia debe ser aún mayor.
Con todo, nos seguimos moviendo en el plano de las especulaciones. Al fin y al cabo, para quien esté preparado, eso no será un problema.
La preparación constante para el momento último también debe ser una característica distintiva del discípulo de Jesús. Por eso dice expresamente: “vosotros” (12,40ª). Aunque es verdad que un discípulo nunca estará lo suficientemente preparado, como se deja sentir en la presunción de Pedro, quien a la hora de la Pasión dice: “Señor estoy preparado para ir contigo hasta la cárcel y la muerte” (22,33), pero se olvida de su debilidad.
Cayendo en cuenta que estas parábolas son contadas por Jesús en su camino de subida a Jerusalén, donde le aguarda la Cruz que vencerá definitivamente el poder del mal, no podemos dejar de ver también aquí una alusión al juicio que provoca la venida del Mesías (ver 13,1-5.32-35; 19,11) y las consecuencias para quien no tomó conocimiento del “tiempo de su visita” (19,44). Es verdad que Él vendrá por segunda vez, pero hay formas concretas de su visita que ya están ante nuestros ojos y que nos piden una actitud de apertura, acogida, prontitud para la respuesta y disponibilidad para el servicio, así como cuando pasaba por el camino hacia Jerusalén en su primera venida.
Cuando se habla de “juicio” mucha gente siente miedo o trata de vanalizar el tema. Pero no debemos temer que el Señor venga, sino de no estar debidamente preparados.
El evangelio habla de nuestra relación con el Señor: con la lámpara del corazón ardiendo y siempre con la mejor disposición para servir al Maestro.
La constante vigilancia y la constante prontitud que con tanta fuerza hoy se nos inculca, indica una orientación viva e intensa hacia el Señor. Aunque Él esté lejano de los ojos, debe estar siempre en nuestra mente, en nuestro corazón y también en nuestras manos servidoras. Es en esta tensión espiritual de la esperanza como nuestra vida desde ya permanece llena de Él y comos nos preparamos adecuadamente para la plena comunión gozando de su presencia visible.
En este ejercicio no perdemos de vista que de diversas formas el Señor “ausente” continúa presente. El Señor viene en el pan y el vino eucarísticos -su cuerpo y su sangre-, en su palabra, en los necesitados, en sus servidores, en aquellos testigos de Jesucristo que han plasmado su imagen en el encuentro vivo con Él.
Hay que respirar profundo el espíritu de este pasaje del evangelio y despertar para lo esencial. Como indican las parábolas, los discípulos son servidores que permanecen unidos de manera dinámica a Él en la fidelidad y el sentido de responsabilidad. Si esto es claro, entonces, nuestro buen Señor podrá llegar en cualquier momento porque estamos despiertos y listos para servir a Aquél que como Hijo del hombre se puso al servicio del mundo entero.
Hasta aquí hemos abordado el pasaje que se nos propone para este domingo. Pero es importante tener en cuenta que el pasaje lucano propone enseguida una tercera parábola de Jesús en los vv.42-48.
No comentaremos esta parábola, pero sí queremos señalar su lección. Esta parábola describe la actitud del administrador diligente en el gobierno de la casa de su Señor, en contraposición con la del siervo descuidado y perezoso que, fiándose de la tardanza del regreso de su patrón, maltrata aquellas personas que están a su cargo y no cumplió con sus propias responsabilidades.
Con esta parábola Jesús le responde a Pedro la pregunta: “Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?” (12,41). Esta pregunta marca la transición entre el llamado a la vigilancia que se acaba de hacer a todos los discípulos en las dos primeras parábolas y la lección particular que se saca para todos los que son responsables de las comunidades.
Una contraposición (o técnicamente “antítesis”) concluye el texto: “a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más” (12,48). Con esta frase se deja claro que la parábola pretende ser la respuesta a la pregunta de Pedro: el llamado a la espera vigilante en la expectativa del Señor es para todos, pero aquellos a quienes les fueron confiadas responsabilidades deben estar atentos de manera muy especial para que las ejerzan en calidad de servidores y no como un privilegio ejercido con abusos de autoridad.
2. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
2.1. ¿Qué me dicen los símbolos de la cinturón puesto y de la lámpara ardiendo?
2.2. ¿Considero que estoy viviendo una perfecta vigilancia en la espera del Señor? ¿Cómo lo estoy haciendo?
2.3. Sorprende que el Patrón se haga servidor de sus siervos. ¿Con qué actitud acojo esta Buena Noticia? ¿Qué implica mi propia vida en el presente?
2.4. ¿Me considero preparado para que el Señor venga en cualquier instante a mi vida? ¿Qué me pide el evangelio al respecto?
2.5. Hay un plural comunitario en el evangelio. ¿En mi familia y en mi comunidad qué señales concretas hay de disponibilidad, servicio, acogida, prontitud? ¿Qué tendríamos que hacer para mejorar en cada una de estas actitudes?
P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM

“Mi Señor haznos conscientes de que la vida en la tierra es nuestro paso a la Eternidad, 
ven a llenar nuestros corazones para que en ellos sólo se guarde el deseo de agradarte
y agradándote sepamos dar amor a los demás,
tengamos la sabiduría en el actuar,
seamos tus siervos fieles que esperan preparados su hora,  sabiendo que nada nos pertenece
ni las horas, ni los minutos,  ni los segundos. 
Tú eres el dueño de nuestros días, 
En tus manos los ponemos y te pedimos Señor que no permitas que te defraudemos, 
Señor que sepamos dar fruto en abundancia para  ir a tu encuentro con las manos llenas, mientras tanto mantennos siempre en tu regazo de Amor,  recuerda Señor que somos parte de tu rebañito amado. 
Amén.

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