domingo, 13 de julio de 2014

Papa Francisco en el Ángelus: «El Maligno no quiere que la semilla del Evangelio germine en el corazón de los hombres»

La enseñanza de Jesús de Nazaret sigue viva y fuerte. Dice la escritura: “Y los enseñaba con parábolas…” Realmente, a veces, sorprende el uso de las parábolas por el Señor. Pero, en realidad, esa fórmula nos llega también a nosotros de manera muy directa. La parábola del sembrador es verdaderamente bella y muy práctica. Lanzada la semilla por lo alto, ésta cae en lugares muy diferentes y muy diferentes somos, asimismo, los humanos que la recibimos. Lo que importa es que todos nos esforcemos por dar fruto. 

Jesús acostumbra a presentar la identidad de Dios mediante imágenes que el pueblo entiende con facilidad: es luz que rompe las tinieblas, es padre bueno que acoge al hijo rebelde… Hoy nos habla de Dios bajo la imagen del sembrador y todos los que le escuchan saben de qué habla y qué implica su discurso: como el labriego espera que la semilla sembrada dé su fruto, así es Dios al poner su palabra en el corazón del hombre; puede que alguna semilla se pierda, pero la que da fruto lo da para siempre. 

En medio de este periodo estival, miles de peregrinos han acudido esta mediodía a la Plaza de San Pedro para rezar el Ángelus con el Papa Francisco. En este ecuador del mes de julio y domingo XV del Tiempo Ordinario, Francisco se ha centrado en el Pasaje del Evangelio de este día centrado en la Parábola del sembrador. También ha guardado un minuto por la paz en el mundo.


El papa Francisco encabezó el domingo junto con miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro una oración en silencio para que se termine la guerra en Oriente Medio.
El pontífice pidió que haya paz en Tierra Santa durante su aparición dominical desde la ventana de su estudio ante turistas y peregrinos.
Dijo que no considera que hubiese sido "en vano" el encuentro por la paz al que convocó el 8 de junio en el Vaticano a donde acudieron los presidentes israelí y palestino.
Francisco, quien hizo una peregrinación a Oriente Medio en mayo, pidió a las personas evitar que "la violencia y el odio se impongan al diálogo y la reconciliación".
La semana pasada, Israel lanzó una ofensiva militar contra Hamas en la Franja de Gaza, mientras cohetes del grupo miliciano han alcanzado territorio israelí. El papa lamentó los recientes "trágicos sucesos".
La diplomacia internacional está buscando formas de poner fin a este conflicto armado. 



El verdadero protagonista es la propia semilla, que produce más o menos fruto según el terreno sobre el que cae, explicó el Papa Francisco en la reflexión previa a la oración dominical del ángelus en la plaza de san Pedro en Roma, con miles de peregrinos que llegaron al mediodía para escucharlo y rezar a la Virgen con el Papa.
Su reflexión se inspiró en el Evangelio del día, de san Mateo, que nos muestra a Jesús que predica a la orilla del lago de Galilea, y como una gran multitud lo circunda, él sube en una barca, se aleja un poco de la orilla y predica desde allí, hablando en parábolas: un lenguaje comprensible para todos, con imágenes de la naturaleza y de la vida cotidiana, como la parábola del sembrador.


En este caso Jesús no se limitó a presentar la parábola, afirmó Francisco. “La semilla que cae sobre el camino indica a cuantos escuchan el anuncio del Reino de Dios pero no lo acogen; así llega el Maligno y se lo lleva. De hecho el Maligno no quiere que la semilla del Evangelio germine en el corazón de los hombres. Este es la primera comparación. La segunda es aquella de la semilla que cae sobre las piedras: esta representa a las personas que escuchan la Palabra de Dios y la acogen enseguida, pero superficialmente, porque no tiene raíces y son inconstantes; y cuando llegan las dificultades y los tormentos, estas personas caen enseguida. El tercer caso es aquella de la semilla que cae entre las zarzas: Jesús explica que se refiere a las personas que escuchan la Palabra pero, a causa de las preocupaciones mundanas y de las seducciones de la riqueza, permanece sofocada. Finalmente, la semilla que cae en terreno fértil representa a cuantos escuchan la Palabra, la acogen, la cuidan y la comprenden, y esa da fruto. El modelo perfecto de esta tierra es la Virgen María”.
El sucesor de Pedro afirmó: “Esta parábola habla hoy a cada uno de nosotros, como hablaba a los oyentes de Jesús dos mil años atrás. No recuerda que nosotros somos el terreno donde el Señor lanza incansablemente la semilla de su Palabra y de su amor. ¿Con qué disposición la acogemos? ¿Cómo esta nuestro corazón? ¿A qué terreno se parece: a un camino, a un pedregal, a unas zarzas? Depende de nosotros convertirnos en terreno bueno sin espinas ni piedras, pero formado y cultivado con cuidado, para que pueda dar buenos frutos para nosotros y para nuestros hermanos”.
Tras el rezo a la Madre de Dios, el Papa Francisco se refirió a la dramática situación que está viviendo Tierra Santa, en donde la violencia ha provocado centenares de muertes. El Santo Padre ha recordado la oración conjunta por la paz con el patriarca Bartolomé y los presidentes israelí y palestino, dirigiendo un fuerte llamado a continuar rezando por el cese de toda hostilidad en estas tierras. En el vídeo de debajo de estas líneas se visualiza y escucha el llamado del Santo Padre y la oración por la paz, cuyo texto completo es el siguiente:
Dirijo a todos ustedes un firme llamado a continuar rezando con insistencia por la paz en Tierra Santa, a la luz de los trágicos eventos de los últimos días. Tengo vivo todavía en la memoria el recuerdo del encuentro del 8 de junio pasado con el Patriarca Bartolomé, el Presidente Peres y el Presidente Abbas, junto a los cuales hemos invocado el don de la paz y escuchado la llamada a romper la espiral del odio y de la violencia.
Alguien podría pensar que tal encuentro ha tenido lugar en vano. En cambio no, porque la oración nos ayuda a no dejarnos vencer por el mal ni a resignarnos a que la violencia y el odio predominen sobre el diálogo y la reconciliación.
Exhorto a las partes interesadas y a todos los que tienen responsabilidad política a nivel local e internacional a no escatimar la oración y cualquier tipo de esfuerzo para hacer cesar toda hostilidad y conseguir la paz deseada para el bien de todos. E invito a todos a unirse en la oración.


«Ahora, Señor: ¡ayúdanos Tú!
¡Dónanos Tú la paz, enséñanos Tú la paz,
guíanos Tú hacia la paz!
Abre nuestros ojos y nuestros corazones
y dónanos el coraje de decir:
“¡nunca más la guerra!”; “¡con la guerra todo está destruido!”.
Infunde en nosotros el coraje de cumplir gestos concretos para construir la paz.
Haznos disponibles para escuchar el grito de nuestros ciudadanos que nos piden que transformemos nuestras armas en instrumentos de paz, nuestros miedos en confianza y nuestras tensiones en perdón.
Amén»





 

PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE

PRIMERA SECCIÓN
«CREO»-«CREEMOS»

CAPÍTULO SEGUNDO
DIOS AL ENCUENTRO DEL HOMBRE

III Cristo Jesús, «mediador y plenitud de toda la Revelación» (DV 2)
Dios ha dicho todo en su Verbo
65 "Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo" (Hb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta. San Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando Hb 1,1-2:
«Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra [...]; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en Él, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad (San Juan de la Cruz, Subida del monte Carmelo 2,22,3-5: Biblioteca Mística Carmelitana, v. 11 (Burgos 1929), p. 184.).
ARTÍCULO 3
LA SAGRADA ESCRITURA

II Inspiración y verdad de la Sagrada Escritura
108 Sin embargo, la fe cristiana no es una «religión del Libro». El cristianismo es la religión de la «Palabra» de Dios, «no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo» (San Bernardo de Claraval, Homilia super missus est, 4,11: PL 183, 86B). Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas (cf. Lc 24, 45).
TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO

PRIMERA SECCIÓN
LA VOCACIÓN DEL HOMBRE:
LA VIDA EN EL ESPÍRITU

CAPÍTULO PRIMERO
LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA

ARTÍCULO 2
NUESTRA VOCACIÓN A LA BIENAVENTURANZA

III. La bienaventuranza cristiana
1724 El Decálogo, el Sermón de la Montaña y la catequesis apostólica nos describen los caminos que conducen al Reino de los cielos. Por ellos avanzamos paso a paso mediante los actos de cada día, sostenidos por la gracia del Espíritu Santo. Fecundados por la Palabra de Cristo, damos lentamente frutos en la Iglesia para la gloria de Dios (cf la parábola del sembrador: Mt 13, 3-23).
 CUARTA PARTE
LA ORACIÓN CRISTIANA
PRIMERA SECCIÓN
LA ORACIÓN EN LA VIDA CRISTIANA

CAPÍTULO SEGUNDO LA TRADICIÓN DE LA ORACIÓN
ARTÍCULO 1
LAS FUENTES DE LA ORACIÓN

2652 El Espíritu Santo es el “agua viva” que, en el corazón orante, “brota para vida eterna” (Jn 4, 14). Él es quien nos enseña a recogerla en la misma Fuente: Cristo. Pues bien, en la vida cristiana hay manantiales donde Cristo nos espera para darnos a beber el Espíritu Santo.
La Palabra de Dios
2653 La Iglesia «recomienda insistentemente a todos sus fieles [...] la lectura asidua de la Escritura para que adquieran “la ciencia suprema de Jesucristo” (Flp 3,8) [...]. Recuerden que a la lectura de la sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues “a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras” (DV 25; cf. San Ambrosio, De officiis ministrorum, 1, 88).
2654 Los Padres espirituales parafraseando Mt 7, 7, resumen así las disposiciones del corazón alimentado por la palabra de Dios en la oración: “Buscad leyendo, y encontraréis meditando; llamad orando, y se os abrirá por la contemplación” (Guido El Cartujano, Scala claustralium, 2, 2).



























domingo, 6 de julio de 2014

Papa Francisco en el Ángelus – Jesús llama a todos los afligidos y agobiados para aliviarlos con su amor y su palabra de esperanza.

Miles de peregrinos se han desplazado desde sus lugares de origen hasta Roma para participar un domingo más en el rezo del Ángelus del Papa Francisco y escuchar también sus palabras. Fiel a la hora el Pontífice ha asomado al balcón a las 12 del mediodía, un día después de que visitase la zona italiana de Molise, donde se encontró especialmente con los jóvenes, universitarios y obreros.
Durante su alocución, el Papa ha contemplado el Pasaje de San Mateo que se proclama en las Misas de este día, en el que Cristo da gracias al Padre del Cielo por revelar esto a los sencillos y escondérselo a los sabios y entendidos. Cristo como encuentra que quienes se acercan a escucharle son pobres y necesitados le sinvita a venir a Él y aprender de su humildad y sencillez de corazón para cargar con su yugo que es llevadero y su carga ligera.
Francisco ha tenido palabras de recuerdo para tantos países pobres sumidos en la miseria, pero no por eso, ha dejado de hablar de los países ricos en el Primer Mundo que tiene contraste de riqueza con la pobreza de tantos msierables que se hallan en las periferias de las ciudades opulentas. A estos es a los que llama Cristo a aprender de su dulzura y humildad, y a seguirle.
El Pontífice también ha destacado que seguir a Cristo es aprender de su mansedumbre, lo cual supone reconocer que debemos servir a los demás, evitando toda situación de crítica, que tanto daño hace a los otros, a nuestro prójimo. El Papa, tras rezar el Ángelus, ha saludado brevemente y de nuevo ha invitado a los demás a pedir por él, de la misma forma que él encomienda a los demás.

 Inspirado en el pasaje del Evangelio del domingo en el que Jesús llama a todos los afligidos y agobiados para aliviarlos con su amor y su palabra de esperanza, el Obispo de Roma habló a miles de peregrinos reunidos en el caluroso mediodía en la plaza de san Pedro para rezar el Ángelus con él.
Jesús mismo buscaba a estas multitudes “para anunciarles el Reino de Dios y para curar a muchos en el cuerpo y en el espíritu”, explicó el Papa. “Esta invitación de Jesús se extiende hasta nuestros días –dijo- para alcanzar a tantos hermanos y hermanas oprimidos por condiciones de vida precaria, por situaciones existenciales difíciles y muchas veces privados de válidos puntos de referencia… Muchos más cargan con el peso de un sistema económico que explota al hombre y le impone yugos insoportables, que los pocos privilegiados no quieren cargar”.
 Jesús llama a todos y promete confortarlos, pero al mismo tiempo hace una invitación que es como un mandamiento: “Carguen mi yugo y aprendan de mí que soy paciente y humilde de corazón” (Mt. 11,29).”
Francisco afirmó que “el yugo del Señor consiste en cargarse con el peso de los otros con amor fraterno. Una vez recibido el alivio y la fuerza del Señor estamos llamados a su vez a transformarnos en alivio y fuerza para los hermanos, con actitud paciente y humilde, a imitación del Maestro. La paciencia y humildad del corazón nos ayudan no sólo a hacernos cargo del peso de los otros, sino también a no cargarlos con el peso de nuestro modo de ver, de nuestros juicios y críticas”.

"Queridos hermanos y hermanas, ¡buen día!
En el Evangelio de este domingo, encontramos una invitación de Jesús, dice así: 'Vengan a mi todos ustedes que están cansados y opresos, y Yo les daré alivio'.
Cuando Jesús decía esto, tenía delante de sus ojos a las personas que encontraba cada día por las calles de Galilea, tanta gente simple, pobres, enfermos, pecadores, marginados. Esta gente lo seguía para escuchar su palabra que daba esperanza. Las palabras de Jesús dan siempre esperanza. Y también para tocar aunque fuera solamente el borde de su vestido. El mismo Jesús buscaba a estas muchedumbres, cansadas, acabadas, como ovejas sin pastor. Así lo dice Él, y las buscaba para anunciarles el Reino de Dios, y para curar a muchos en el cuerpo y en el espíritu.
Les llama a todos a sí, vengan todos a mí, y les promete alivio y consolación. Esta invitación de Jesús se extiende hasta nuestros días para llegar a tantos hermanos y hermanas oprimidos por las condiciones de vida precaria, situaciones existenciales difíciles y a veces sin válidos puntos de referencia. En los países más pobres, pero también en las periferias de los países más ricos se encuentran tantas personas cansadas y acabadas debajo del peso insoportable del abandono y de la indiferencia, ...la indiferencia. Cuanto mal le hace a los necesitados la indiferencia humana, y peor aún, la de los cristianos.
Al margen de la sociedad, son tantos los hombres y mujeres probados por la indigencia, pero también por las insatisfacciones de la vida y la frustración. Tantos se ven obligados a tener que emigrar de su patria, poniendo en peligro la propia vida, muchos más llevan cada día el peso de un sistema económico que explota al hombre y le impone un yugo inpensable que pocos privilegiados no quieren llevar.
A cada uno de estos hijos del Padre que está en el Cielo, Jesús les repite: “Vengan a mi todos ustedes”. Pero también lo dice a aquellos que poseen todo y su corazón está vacío. Está vacío, corazón vacío y sin Dios. También a ellos Jesús le hace esta invitación: “Vengan a mi”, la invitación de Jesús es a todos. De manera especial para estos que sufren más. Jesús les promete dar alivio a todos, pero también nos hace una invitación, que es como un mandamiento: “Tomen el yugo sobre ustedes y aprendan de mi que soy manso y humilde de corazón”.
¿En qué consiste el yugo del Señor? En cargar el peso de los otros con amor fraterno. Una vez recibido el alivio y el confort de Cristo estamos a su vez llamados a ser consolación y alivio para los hermanos, con actitudes mansas humildes a imitación del Maestro. La mansedumbre y humildad del corazón, nos ayudan no solamente a hacernos cargo del peso de los otros, pero también a no pesar sobre ellos con nuestros puntos de vista, nuestros juicios, nuestras críticas o nuestra indiferencia.
Invoquemos a María santísima, que acoge bajo su mato a todas las personas cansadas y acabadas, para que a través de una fe iluminada, testimoniada con la vida, podamos ser alivio para quienes necesitan ayuda, ternura y esperanza».
Después de rezar el ángelus, el papa saludó a todos cordialmente “romanos y peregrinos”, a los fieles de diversas diócesis allí presentes, como a los de la parroquia de Salzano, en la diócesis de Treviso, en donde fue párroco Giuseppe Sarto, después papa san Pio X, de quien se cumplen 100 años de su muerte.
 Y también “de manera particular y afectuosa “a todos los pobladores de la región italiana de Molise, “que ayer me han recibido en su tierra y también en su corazón”.
 Y se despidió pidiendo: “no se olviden de rezar por mí, y lo también lo hago por ustedes”. Y con ya conocido “¡ Buona doménica e buon pranzo!”.




CUARTA PARTE
LA ORACIÓN CRISTIANA

SEGUNDA SECCIÓN
LA ORACIÓN DEL SEÑOR:
“PADRE NUESTRO”

ARTÍCULO 2
“PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO”

I. Acercarse a Él con toda confianza


2778 Este poder del Espíritu que nos introduce en la Oración del Señor se expresa en las liturgias de Oriente y de Occidente con la bella palabra, típicamente cristiana: parrhesia, simplicidad sin desviación, conciencia filial, seguridad alegre, audacia humilde, certeza de ser amado (cf Ef 3, 12; Hb 3, 6; 4, 16; 10, 19; 1 Jn 2,28; 3, 21; 5, 14).
II. “¡Padre!”
2779 Antes de hacer nuestra esta primera exclamación de la Oración del Señor, conviene purificar humildemente nuestro corazón de ciertas imágenes falsas de “este mundo”. La humildad nos hace reconocer que “nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar”, es decir “a los pequeños” (Mt 11, 25-27). La purificación del corazón concierne a imágenes paternales o maternales, correspondientes a nuestra historia personal y cultural, y que impregnan nuestra relación con Dios. Dios nuestro Padre transciende las categorías del mundo creado. Transferir a Él, o contra Él, nuestras ideas en este campo sería fabricar ídolos para adorar o demoler. Orar al Padre es entrar en su misterio, tal como Él es, y tal como el Hijo nos lo ha revelado:
«La expresión Dios Padre no había sido revelada jamás a nadie. Cuando Moisés preguntó a Dios quién era Él, oyó otro nombre. A nosotros este nombre nos ha sido revelado en el Hijo, porque este nombre implica el nuevo nombre del Padre» (Tertuliano, De oratione, 3, 1).

2783 Así pues, por la Oración del Señor, hemos sido revelados a nosotros mismos al mismo tiempo que nos ha sido revelado el Padre (cf GS 22):
«Tú, hombre, no te atrevías a levantar tu cara hacia el cielo, tú bajabas los ojos hacia la tierra, y de repente has recibido la gracia de Cristo: todos tus pecados te han sido perdonados. De siervo malo, te has convertido en buen hijo [...] Eleva, pues, los ojos hacia el Padre que te ha rescatado por medio de su Hijo y di: Padre nuestro [...] Pero no reclames ningún privilegio. No es Padre, de manera especial, más que de Cristo, mientras que a nosotros nos ha creado. Di entonces también por medio de la gracia: Padre nuestro, para merecer ser hijo suyo» (San Ambrosio, De sacramentis, 5, 19).
2785 Un corazón humilde y confiado que nos hace volver a ser como niños (cf Mt 18, 3); porque es a “los pequeños” a los que el Padre se revela (cf Mt 11, 25):
«Es una mirada a Dios y sólo a Él, un gran fuego de amor. El alma se hunde y se abisma allí en la santa dilección y habla con Dios como con su propio Padre, muy familiarmente, en una ternura de piedad en verdad entrañable» (San Juan Casiano, Conlatio 9, 18).
«Padre nuestro: este nombre suscita en nosotros todo a la vez, el amor, el gusto en la oración [...] y también la esperanza de obtener lo que vamos a pedir [...] ¿Qué puede Él, en efecto, negar a la oración de sus hijos, cuando ya previamente les ha permitido ser sus hijos?» (San Agustín, De sermone Domini in monte, 2, 4, 16).