miércoles, 5 de noviembre de 2014

CATEQUESIS DEL PAPA de hoy 5 de Noviembre: “Los obispos están puestos a la cabeza de las comunidades cristianas como garantes de su fe”.

Miles de peregrinos han estado hoy en la Audiencia del papa Francisco, en este 5 de noviembre, primer miércoles del mes. Como siempre el Papa ha impartido su catequesis con el tema de la Jerarquia de la Iglesia, a la que se ha referido como un germen de comunión. Al finalizar ha saludado en los principales idiomas con un breve resumen de sus palabras. También ha impartido la Bendición Apostólica, especialmente para los enfermos y necesitados.


“Los obispos están puestos a la cabeza de las comunidades cristianas como garantes de su fe. Comprendemos, entonces, que no se trata de una posición de prestigio, de un cargo honorífico”, señaló Francisco la mañana de este miércoles durante una audiencia pública en la Plaza de San Pedro.
Al reflexionar sobre la estructura de la Iglesia católica, ante más de 15 mil personas, sostuvo que “el episcopado no es un honor, sino un servicio”, porque “así lo quiso Jesús”.
“No debe haber puesto en la Iglesia para la mentalidad mundana. La mentalidad mundana dice: ‘Pero este hombre hizo carrera eclesiástica’, ¿llegó a ser obispo? No, no. En la Iglesia no debe haber espacio para esta mentalidad. El episcopado es un servicio, no para alardear”, añadió.
No es la primera vez que el obispo de Roma se pronuncia contra el clericalismo, el abuso de poder, el “carrierismo”, la vanagloria y la ambición en la Iglesia católica. En realidad estos temas se encuentran cotidianamente incluidos en sus predicaciones.
Pero esta vez fue diferente, porque apenas un par de horas después de su catequesis de la mañana, la sala de prensa del Vaticano dio a conocer un documento legal firmado por Jorge Mario Bergoglio que –entre otras cosas- permitirá a las autoridades eclesiásticas pedir la renuncia anticipada a sus puestos a los obispos que protagonicen escándalos.
Se trata de un “Rescriptum ex audientia Ss.mi”, un texto compuesto de una introducción y siete artículos que aprueba una serie de disposiciones sobre la renuncia de los obispos diocesanos y de los titulares de cargos de nombramiento pontificio.
El escrito retoma y confirma normas ya vigentes, pero introduce algunas frases que dejan en claro algunas prácticas que ya se utilizaban, pero no se encontraban codificadas.
El más destacable es el artículo 5 del “rescriptum” que establece: “En algunas circunstancias particulares la autoridad competente puede considerar necesario pedir a un obispo que presente la renuncia a su cargo pastoral, después de haberle hecho conocer los motivos de tal solicitud y escuchar atentamente sus razones, en diálogo fraterno”.
Este párrafo se refiere al apartado 401.2 del Código de Derecho Canónico –ley fundamental de la Iglesia católica- el cual pide al obispo diocesano que presente su renuncia si “por causas de fuerza mayor” ya no puede seguir desempeñando su papel.




Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hemos escuchado las cosas que el Apóstol Pablo dice al Obispo Tito: “¿Pero cuántas virtudes debemos tener los obispos?” ¿Hemos oído todos, no? No es fácil. No es fácil porque nosotros somos pecadores. Pero nos confiamos a sus oraciones  para que al menos nos acerquemos a esas cosas que el apóstol Pablo aconseja a todos los obispos. ¿De acuerdo? ¿Rezarán por nosotros?
 Ya hemos tenido ocasión de señalar, en las Catequesis precedentes, cómo el Espíritu Santo colma siempre la Iglesia de sus dones, con abundancia. Ahora, en el poder y en la gracia de su Espíritu, Cristo no deja de suscitar ministerios, con el fin de construir las comunidades cristianas como su cuerpo. Entre estos ministerios, se distingue aquel episcopal. En el Obispo,  coadyuvado por los presbíteros y diáconos, es Cristo mismo quien se hace presente y que continúa cuidando a su Iglesia, asegurando su protección y guía.
En la presencia y en el ministerio de los Obispos, Sacerdotes y Diáconos, podemos reconocer el verdadero rostro de la Iglesia: es la Santa Madre Iglesia Jerárquica. Y realmente a través de estos hermanos elegidos por el Señor y consagrados con el sacramento del Orden, la Iglesia ejerce su maternidad: nos engendra en el Bautismo como cristianos, haciéndonos nacer de nuevo en Cristo; vigila nuestro crecimiento en la fe; nos acompaña entre los brazos del Padre para recibir su perdón; prepara para nosotros la mesa eucarística, donde nos alimenta con la palabra de Dios y el Cuerpo y la Sangre de Jesús; invoca sobre nosotros la bendición de Dios y la fuerza de su Espíritu, sosteniéndonos en todo el transcurso de nuestra vida y envolviéndonos con su ternura y su calor, sobre todo en los momentos más delicados de prueba, de sufrimiento y de muerte.
 Esta maternidad de la Iglesia se expresa en particular en la persona del Obispo y en su ministerio. De hecho, como Jesús eligió a los apóstoles y los envió a predicar el Evangelio y apacentar su rebaño, así los obispos, sus sucesores, son colocados a la cabeza de las comunidades cristianas, como garantes de su fe y como un signo vivo de la presencia del Señor en medio de ellos. Comprendemos, por lo tanto, que no se trata de una posición de prestigio, de un cargo honorífico.  El episcopado no es una condecoración, es un servicio.  Jesús lo ha querido así. No debe haber lugar en la Iglesia para la mentalidad mundana.  La mentalidad mundana, dice: “este hombre ha hecho la carrera eclesiástica, se ha convertido en Obispo…”No. En la Iglesia no debe haber lugar para esta mentalidad. El episcopado es un servicio, no es una condecoración con la que jactarse. Ser Obispos quiere decir tener siempre ante los ojos el ejemplo de Jesús, que como Buen Pastor, no vino a ser servido, sino a servir (cf. Mt 20, 28; Mc 10,45), y para dar su vida por las ovejas (cf. Jn 10,11). Los santos Obispos - y hay muchos en la historia de la Iglesia, muchos obispos santos - nos muestran que este ministerio no se busca, no se pide, no se compra, sino que se recibe en obediencia, no para elevarse, sino para abajarse, al igual que Jesús que “se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte en cruz “ (Flp 2,8). Es triste cuando se ve un hombre que busca este oficio y que hace tantas cosas para llegar hasta allí, y cuando llega allí, no sirve, se pavonea, vive solamente para su vanidad.
Hay otro elemento precioso que merece ser resaltado. Cuando Jesús escogió y llamó a los apóstoles, los pensó no separados el uno del otro, cada uno por su cuenta, sino juntos, para que estuvieran con Él, unidos como una sola familia. También los Obispos constituyen un único colegio, reunidos en torno al Papa, que es el custodio y garante de esta profunda comunión,  tan querida por Jesús y por sus mismos apóstoles. ¡Qué bello es, entonces, cuando los obispos junto con el Papa expresan esta colegialidad y buscan ser más y más, más, más servidores de los fieles, más servidores en la Iglesia! Lo hemos experimentado recientemente en la Asamblea del Sínodo sobre la familia. Pero pensemos en todos los Obispos desparramados en el mundo que, aun viviendo en localidades, culturas, sensibilidades y tradiciones diferentes y distantes entre sí, de una parte a la otra, - los otros días un obispo me decía que para llegar a Roma se necesitaban, desde donde él está, más de 30 horas de avión…- tan lejos unos de otros y se convierten en expresión de la unión íntima, en Cristo, y entre sus comunidades . Y en la oración común eclesial, todos los Obispos se colocan juntos en escucha del Señor y del Espíritu, pudiendo de este modo poner atención en profundidad al hombre y a los signos de los tiempos (cf. Conc. Concilio Ecuménico. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 4 ).
Queridos amigos, todo esto nos hace comprender por qué las comunidades cristianas reconocen en el Obispo un gran don, y están llamadas a alimentar una comunión sincera y profunda con él, empezando por los presbíteros y diáconos.  No es una Iglesia sana si los fieles, los diáconos y los presbíteros no están unidos al obispo. Esta Iglesia no unida al obispo es una Iglesia enferma. Jesús ha querido esta unión de todos los fieles con el obispo, también de los diáconos y de los presbíteros. Y esto lo hacen en la conciencia de que es justamente en el Obispo que se hace visible la relación de cada Iglesia con los Apóstoles y con todas las otras comunidades, unidas con sus Obispos y con el Papa en la única Iglesia del Señor Jesús, que es nuestra Santa Madre Iglesia jerárquica. Gracias.
 FUENTE:



domingo, 2 de noviembre de 2014

Ángelus del domingo 2 de noviembre de 2014: “Que la Virgen nos ayude a ver el Paraíso como meta”



Como cada domingo, el Papa Francisco ha rezado el Ángelus en este día tan especial, ya que si ayer se celebraba a Todos los Santos, hoy es la Conmemoración de los Fieles Difuntos. 

Durante la reflexión, el Santo Padre ha recordado que la muerte no es el final sino que estamos llamados a vivir y que la Virgen nos lleva a la meta del Paraíso.


Queridos hermanos y hermanas, 
Ayer celebramos la solemnidad de Todos los Santos, y hoy la Liturgia nos invita a conmemorar a los fieles difuntos. Estos dos sucesos están íntimamente relacionados unos con otros, así como la alegría y las lágrimas encuentran en Jesucristo, una síntesis que es el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza. Por un lado, en efecto, la Iglesia, peregrina en la historia, se regocija por la intercesión de los santos y beatos que sostiene la misión de anunciar el Evangelio; por otro lado, ella, como Jesús, comparte las lágrimas de los que sufren la separación de sus seres queridos, y como ÉL y a través de Él se hace eco del agradecimiento al Padre que nos ha librado del dominio del pecado y de la muerte.


La tradición de la Iglesia siempre ha exhortado a orar por los difuntos, en particular, al ofrecer a la Celebración Eucarística: esa la mejor ayuda espiritual que podemos dar a sus almas, especialmente a los más abandonados. El fundamento de la oración de sufragio se encuentra en la comunión del Cuerpo Místico. Cómo reitera el Concilio Vaticano II, "la Iglesia peregrina en la tierra, muy consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros días de la religión cristiana, ha honrado con gran respeto la memoria de los muertos" (Lumen gentium, 50 ).
Entre ayer y hoy muchos hacen visita al cementerio, que, la misma palabra, es el "lugar de descanso", en espera del despertar final. Jesús mismo reveló que la muerte del cuerpo es como un sueño del cual Él nos despierta. Con esta fe nos sostenemos - incluso espiritualmente - ante las tumbas de nuestros seres queridos, los que nos han amado y han hecho algún bien. 
Pero hoy estamos llamados a recordar a todos, incluso los que nadie se acuerda. Recordamos a las víctimas de la guerra y la violencia; muchos "pequeños del mundo" aplastados por el hambre y la pobreza. Recordamos a nuestros hermanos y hermanas muertos porque son cristianos; y aquellos que sacrificaron sus vidas por servir a los demás. Encomendamos al Señor, sobre todo aquellos que nos han dejado en este último año.



La memoria de los difuntos, el cuidado de las tumbas y los votos son testimonios de confiada esperanza, enraizada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre el destino del ser humano, ya que el hombre está destinado a una vida sin límites, que tiene sus raíces y su realización en Dios.
 Con esta fe en el destino supremo del hombre, nos dirigimos a la Virgen María, que sufrió bajo la Cruz del drama de la muerte de Cristo y ha participado después en la alegría de su Resurrección. Nos ayude Ella, Puerta del Cielo, para comprender cada vez más el valor de las oraciones por los difuntos. Sostenga nuestra peregrinación diaria en la tierra y nos ayude a no perder de vista el objetivo final de la vida que es el Paraíso.

DESPUÉS ANGELUS

Queridos hermanos y hermanas, 
Saludo a las familias, grupos religiosos, asociaciones y todos los peregrinos que han venido de Roma, desde Italia y desde muchas partes del mundo. En particular, saludo a los fieles de la Diócesis de Sevilla (España), Case Finali en Cesena y voluntarios de Oppeano y Granzette que hacen terapia de payaso en los hospitales.

Les deseo un buen domingo en la memoria cristiana de nuestros queridos difuntos. No se olviden de rezar por mí.
Buena almuerzo y adiós.

FUENTE:





sábado, 1 de noviembre de 2014

Ángelus del 1º de Noviembre, Papa Francisco: María y los Santos



Día soleado en Roma, con un especial recuerdo a los difuntos, a los que el Papa visitará, en el cementerio de la Ciudad Eterna, esta tarde. Y también para los que sufren hasta la muerte en Jerusalén. Así lo indicó el Papa al término del Angelus con motivo de la festividad de Todos los Santos: "Os invito a rezar para que la Ciudad Santa, querida a judíos, cristianos y musulmanes, que en estos días ha sido testigo de varias tensiones, pueda ser cada vez más signo y anticipo de la paz que Dios desea para toda la familia humana".
En sus palabras, Francisco destacó que "hoy alabamos a Dios por el ejército innumerable de los santos y las santas de todos los tiempos", que a veces han sido los "últimos para el mundo, pero los primeros para Dios".

Francisco recordó que esta fiesta es la de "la comunión de los santos", una comunión "que nace de la fe y que une a todos aquellos que pertenecen a Cristo". "Nosotros aquí en la tierra, junto a quienes que han entrado en la eternidad, formamos una sola gran familia", añadió el Papa.



 Queridos hermanos y hermanas,

 
Los dos primeros días del mes de noviembre constituyen para todos nosotros
un momento intenso de fe,  de oración y de reflexión sobre las "cosas últimas" de la vida. Celebrando, de hecho, Todos los Santos y conmemorando a todos los fieles difuntos, la Iglesia peregrina sobre la tierra vive y expresa en la Liturgia el vínculo espiritual que la une a la Iglesia celeste. Hoy alabamos a Dios por el ejército innumerable de los santos y de las santas de todos los tiempos: hombres y mujeres sencillos, a veces "últimos" para el mundo pero "primeros" para Dios. Al mismo tiempo ya recordamos a nuestros queridos difuntos visitando los cementerios: es motivo de gran consuelo pensar que están en compañía de la Virgen María, de los apóstoles, de los mártires y de todos los santos y santas del Paraíso.

La solemnidad de hoy nos ayuda así a considerar una verdad fundamental de la fe cristiana, que profesamos en el "Credo": la comunión de los santos. Es la comunión que nace de la fe y que une a todos aquellos que pertenecen a Cristo en virtud del Bautismo. Se trata de una unión espiritual que no se rompe con la muerte, sino que prosigue en la otra vida. En efecto, subsiste un vínculo indestructible entre nosotros los vivos en este mundo y cuantos han cruzado los umbrales de la muerte. Nosotros aquí en la tierra, junto a quienes que han entrado en la eternidad, formamos una sola gran familia.

Esta maravillosa comunión entre tierra y cielo se realiza de modo más alto e intenso en la Liturgia, y sobre todo en la celebración de la Eucaristía, que expresa y realiza la más profunda unión entre los miembros de la Iglesia. En la Eucaristía, de hecho, encontramos a Jesús vivo y su fuerza, y a través de Él entramos en comunión con nuestros hermanos en la fe: los que viven con nosotros aquí en la tierra y los que nos han precedido en la otra vida, la vida sin fin. Esta realidad de la comunión nos colma de alegría: es bello tener tantos hermanos en la fe que caminan a nuestro lado, nos sostienen con su ayuda y recorren con nosotros el mismo camino hacia el cielo. Y es consolador saber que hay otros hermanos que ya han llegado al cielo, nos esperan y rezan por nosotros, para que podamos contemplar eternamente el rostro glorioso y misericordioso del Padre.

En la gran asamblea de los Santos, Dios quiso reservar el primer lugar a la Madre de Jesús. María está en el centro de la comunión de los santos, como singular custodia del vínculo de la Iglesia universal con Cristo. Para quien quiere seguir a Jesús en el camino del Evangelio, ella es la guía segura, la Madre premurosa y atenta a la que confiar cada deseo y dificultad.

Oremos junto a la Reina de todos los Santos, para que nos ayude a responder con generosidad y fidelidad a Dios, que nos llama a ser santos como Él es Santo (cfr Lv 19,2; Mt 5,48).



Después del Ángelus

 
La liturgia de hoy habla de la gloria de la Jerusalén celeste. Os invito a rezar para que la Ciudad Santa, querida a judíos, cristianos y musulmanes, que en estos días ha sido testigo de varias tensiones, pueda ser cada vez más signo y anticipo de la paz que Dios desea para toda la familia humana.




«Celebrando a todos los Santos y conmemorando a todos los fieles difuntos, la Iglesia peregrina en la tierra vive y expresa en la Liturgia el vínculo espiritual que la une a la Iglesia celeste», destacó el Papa Francisco, introduciendo el rezo mariano del Ángelus, con la participación de numerosos peregrinos que acudieron a la Plaza de San Pedro, también en esta Solemnidad para rezar con el Papa.

Y, poniendo de relieve que «en la gran asamblea de los Santos, Dios ha querido reservar el primer lugar a la Madre de Jesús» y que «María está en el centro de la comunión de los santos, como singular custodia del vínculo de la Iglesia universal con Cristo», el Obispo de Roma reiteró que «para el que quiere seguir a Jesús por la senda del Evangelio, Ella es la guía segura, la Madre que acorre en seguida, siempre atenta, a la cual confiar todo anhelo y dificultad».

«¡Recemos junto con la Reina de todos los Santos para que nos ayude a responder con generosidad y fidelidad a Dios que nos llama a ser santos como Él es Santo!» – invitó el Sucesor de Pedro tras recordar que «hoy alabamos a Dios por la multitud innumerable de los santos y de las santas de todos los tiempos: hombres y mujeres comunes, simples, a veces últimos’ para el mundo, pero ‘primeros’ para Dios. Al mismo tiempo recordamos a nuestros queridos difuntos visitando los cementerios: ¡es motivo de gran consolación pensar que ellos están en compañía de la Virgen María, de los Apóstoles, de los mártires y de todos los santos y santas del Paraíso!»
FUENTE