sábado, 25 de enero de 2014

Papa Francisco clausura semana de oración por la unidad de los cristianos


El Papa Francisco presidió este sábado en la Basílica de San Pablo de Extramuros las vísperas de la festividad de la conversión del Apóstol Pablo, con la cual clausuró la Semana de oración por la unidad de los cristianos y en la que afirmó que el Señor “está con todos nosotros en este camino de la unidad”.
 Este año la Semana de oración tuvo por tema el texto de la primera carta de San Pablo a los Corintios “¿Acaso Cristo está dividido?”. En la Misa participaron los representantes de las demás confesiones cristianas, junto al clero y los fieles de la diócesis de Roma. Este octavario comenzó el pasado día 18. Y el tema de los textos de la Semana de oración de este año fueron tomados de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios: «¿Acaso Cristo está dividido? (1 Co 1, 1-17)». Una vez más, en esta celebración, en la Basílica papal de San Pablo Extramuros, participaron los representantes de las demás Iglesias y Comunidades eclesiales presentes en Roma; junto al clero y los fieles de la diócesis del Papa para renovar juntos nuestra oración al Señor, fuente de la unidad.


“¿Está dividido Cristo?” 
 (1 Co 1,13). La enérgica llamada de atención de san Pablo al comienzo de su Primera carta a los Corintios, que resuena en la liturgia de esta tarde, ha sido elegida por un grupo de hermanos cristianos de Canadá como guión para nuestra meditación durante la Semana de Oración de este año.
El Apóstol ha recibido con gran tristeza la noticia de que los cristianos de Corinto están divididos en varias facciones. Hay quien afirma: “Yo soy de Pablo”; otros, sin embargo, declaran: “Yo soy de Apolo”; y otros añaden: “Yo soy de Cefas”.
Finalmente, están también los que proclaman:
 “Yo soy de Cristo” (Cf. v. 12). Pero ni siquiera los que se remiten a Cristo merecen el elogio de Pablo, pues usan el nombre del único Salvador para distanciarse de otros hermanos en la comunidad. En otras palabras, la experiencia particular de cada uno, la referencia a algunas personas importantes de la comunidad, se convierten en el criterio para juzgar la fe de los otros.
En esta situación de división, Pablo exhorta a los cristianos de Corinto, “en nombre de nuestro Señor Jesucristo”, a ser unánimes en el hablar, para que no haya divisiones entre ellos, sino que estén perfectamente unidos en un mismo pensar y un mismo sentir (Cf. v. 10). Pero la comunión que el Apóstol reclama no puede ser fruto de estrategias humanas. En efecto, la perfecta unión entre los hermanos sólo es posible cuando se remiten al pensar y al sentir de Cristo (Cf. Flp 2, 5). Esta tarde, mientras estamos aquí reunidos en oración, nos damos cuenta de que Cristo, que no puede estar dividido, quiere atraernos hacia sí, hacia los sentimientos de su corazón, hacia su abandono total y confiado en las manos del Padre, hacia su despojo radical por amor a la humanidad. Sólo él puede ser el principio, la causa, el motor de nuestra unidad.
Cuando estamos en su presencia, nos hacemos aún más conscientes de que no podemos considerar las divisiones en la Iglesia como un fenómeno en cierto modo natural, inevitable en cualquier forma de vida asociativa. Nuestras divisiones hieren su cuerpo, dañan el testimonio que estamos llamados a dar en el mundo. El Decreto sobre el ecumenismo del Vaticano II, refiriéndose al texto de san Pablo que hemos meditado, afirma de manera significativa: “Con ser una y única la Iglesia fundada por Cristo Señor, son muchas, sin embargo, las Comuniones cristianas que se presentan a los hombres como la verdadera herencia de Jesucristo; ciertamente, todos se confiesan discípulos del Señor, pero sienten de modo distinto y marchan por caminos diferentes, como si Cristo mismo estuviera dividido”. Y, por tanto, añade: “Esta división contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de predicar el Evangelio a toda criatura” (Unitatis redintegratio, 1). ¡Todos nosotros hemos sido dañados por las divisiones! ¡Ninguno de nosotros queremos llegar a ser un escándalo! 
Y por esto todos nosotros caminamos juntos, fraternamente, por el camino hacia la unidad, también haciendo unidad en el caminar, esa unidad que viene del Espíritu Santo y que nos lleva a una singularidad especial, que sólo el Espíritu Santo puede hacer: esa diversidad reconciliada. ¡El Señor nos espera a todos, nos acompaña a todos: está con todos nosotros en este camino de la unidad!
Queridos amigos, Cristo no puede estar dividido. Esta certeza debe animarnos y sostenernos para continuar con humildad y confianza en el camino hacia el restablecimiento de la plena unidad visible de todos los creyentes en Cristo. Me es grato recordar en este momento la obra de dos grandes Papas: los beatos Juan XXIII y Juan Pablo II. Tanto uno como otro fueron madurando durante su vida la conciencia de la urgencia de la causa de la unidad y, una vez elegidos como Obispos de Roma, han guiado con determinación a la grey católica por el camino ecuménico. El papa Juan, abriendo nuevas vías, antes casi impensables. El papa Juan Pablo, proponiendo el diálogo ecuménico como dimensión ordinaria e imprescindible de la vida de cada Iglesia particular. Junto a ellos, menciono también al papa Pablo VI, otro gran protagonista del diálogo, del que recordamos precisamente en estos días el quincuagésimo aniversario del histórico abrazo en Jerusalén con el Patriarca de Constantinopla, Atenágoras.
La obra de estos predecesores míos ha conseguido que el aspecto del diálogo ecuménico se haya convertido en una dimensión esencial del ministerio del Obispo de Roma, hasta el punto de que hoy no se entendería plenamente el servicio petrino sin incluir en él esta apertura al diálogo con todos los creyentes en Cristo. También podemos decir que el camino ecuménico ha permitido profundizar la comprensión del ministerio del Sucesor de Pedro, y debemos confiar en que seguirá actuando en este sentido en el futuro. Mientras consideramos con gratitud los avances que el Señor nos ha permitido hacer, y sin ocultar las dificultades por las que hoy atraviesa el diálogo ecuménico, pidamos que todos seamos impregnados de los sentimientos de Cristo, para poder caminar hacia la unidad que él quiere. ¡Y caminar juntos ya es hacer unidad!
 En este ambiente de oración por el don de la unidad, quisiera saludar cordial y fraternalmente a Su Eminencia el Metropolita Gennadios, representante del Patriarcado Ecuménico, a Su Gracia David Moxon, representante del arzobispo de Canterbury en Roma, y a todos los representantes de las diversas Iglesias y Comunidades Eclesiales que esta tarde han venido aquí. Con estos dos hermanos, en representación de todos, hemos rezado en el Sepulcro de Pablo y hemos dicho entre nosotros: “¡Oramos para que Él nos ayude en este camino, en este camino de la unidad, el amor, haciendo camino de unidad!”. La unidad no vendrá como un milagro al final: la unidad viene en el camino, la hace el Espíritu Santo en el camino. Si nosotros no caminamos juntos, si nosotros no rezamos unos por otros, si nosotros no trabajamos en tantas cosas que podemos hacer en este mundo por el Pueblo de Dios, ¡la unidad no vendrá! Se hace en este camino, en cada paso, y no la hacemos nosotros: la hace el Espíritu Santo, que ve nuestra buena voluntad.
Queridos hermanos y hermanas, oremos al Señor Jesús, que nos ha hecho miembros vivos de su Cuerpo, para que nos mantenga profundamente unidos a él, nos ayude a superar nuestros conflictos, nuestras divisiones, nuestros egoísmos, ¡y recordemos que la unidad siempre superior al conflicto! Y nos ayude a estar unidos unos a otros por una sola fuerza, la del amor, que el Espíritu Santo derrama en nuestros corazones (Cf. Rm 5, 5). 
Amén.



miércoles, 22 de enero de 2014

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO del 22 de Enero: “¿Acaso está Cristo dividido?”



Como cada miércoles y a pesar de la lluvia, unas 13.000 personas fueron a la audiencia general de hoy. 
 
  El Papa Francisco recorría la plaza de San Pedro para estar cerca de los fieles y agradecer su presencia. A voces, conversa brevemente desde el Papamóvil con un Gallego al que le dice espera poder ir pronto a Santiago de Compostela. Tras realizar el recorrido habitual, en el que se van sucediendo emotivos momentos del Papa entre la gente, dio comienzo la Audiencia.

 Ante miles de fieles y peregrinos Francisco dedicó su catequesis a reflexionar sobre la Semana de oración por la unidad de los cristianos: “un tiempo dedicado a la oración para seguir la voluntad de Cristo”. El Obispo de Roma recordó que cada año un grupo ecuménico de una región del mundo, bajo la guía del Consejo ecuménico de las Iglesias y del Pontificio Consejo para la unidad de los cristianos, sugieren un tema para la Semana de Oración.

  Este año, la pregunta es: “¿Acaso está dividido Cristo?”. No, Cristo no está dividido, dijo el Papa. “Sin embargo, notó, debemos reconocer con dolor que en nuestras comunidades se dan divisiones que son un escándalo y que afectan a la credibilidad y eficacia de nuestro compromiso evangelizador”. 
“También nosotros, a pesar del sufrimiento causado por las divisiones, debemos aprender a reconocer con gozo los dones que Dios ha concedido a otros cristianos, y a recibirlos con un corazón grande y generoso. Y para esto se requiere humildad, reflexión y una continua conversión”. 
 

Queridos hermanos y hermanas,
 El pasado sábado comenzó la Semana de oración por la unidad de los cristianos, que concluirá el sábado próximo, fiesta de la Conversión de san Pablo apóstol. 
Esta iniciativa espiritual, muy preciosa, implica a las comunidades cristianas desde hace más de cien años. Se trata de un tiempo dedicado a la oración por la unidad de todos los bautizados, según la voluntad de Cristo: “que todos sean una sola cosa” (Jn 17,21).
 Cada año, un grupo ecuménico de una región del mundo, bajo la guía del Consejo Ecuménico de las Iglesias y del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, sugiere el tema y prepara subsidios para la semana de oración. Este año estos subsidios provienen de las Iglesias y Comunidades eclesiales de Canadá, y hacen referencia a la pregunta dirigida por san Pablo a los cristianos de Corinto: 

“¿Acaso está Cristo dividido?” (1 Cor 1,13). 


 «Nuestras comunidades siguen viviendo divisiones que son de escándalo»
Ciertamente Cristo no ha sido dividido. Pero debemos reconocer sinceramente, con dolor, que nuestras comunidades siguen viviendo divisiones que son de escándalo. La división entre nosotros los cristianos es un escándalo, no hay otra palabra, es un escánalo. “Cada uno de vosotros – escribía el Apóstol – dice: “Yo soy de Pablo”, “Yo en cambio soy de Apolo”, “Yo soy de Cefas”, “Yo soy de Cristo” (1,12). Tampoco los que profesaban a Cristo como su cabeza son aplaudidos por Pablo, porque usaban el nombre de Cristo para separarse de los demás dentro de la comunidad cristiana. 


¡Pero el nombre de Cristo crea comunión y unidad, no división!

Él ha venido a hacer comunión entre nosotros, no para dividirnos. 
El Bautismo y la Cruz son elementos centrales del discipulado cristiano que tenemos en común. Las divisiones en cambio debilitan la credibilidad y la eficacia de nuestro compromiso de evangelización y corren el riesgo de vaciar a la Cruz de su poder (cfr 1,17).
Pablo riñe a los corintios por sus disputas, pero también da gracias al Señor “con motivo de la gracia de Dios que os ha sido dada en Cristo Jesús, porque en él habéis sido enriquecidos con todos los dones, los de la palabra y los del conocimiento” (1,4-5). Estas palabras de Pablo no son una simple formalidad, sino el signo que él ve ante todo – y por esto se alegra sinceramente – los dones hechos por Dios a la comunidad. Esta actitud del Apóstol es un aliento para nosotros y para cada comunidad cristiana a reconocer con alegría los dones de Dios presentes en otras comunidades. A pesar del sufrimiento de las divisiones, que por desgracia aún permanencen, acojamos las palabras de Pablo como una invitación a alegrarnos sinceramente por las gracias concedidas por Dios a otros cristianos. Tenemos el mismo bautismo, el mismo Espíritu Santo que nos concede las gracias. Reconozcámoslo y alegrémonos.

Es hermoso reconocer la gracia con la que Dios nos bendice y, aún más, encontrar en otros cristianos algo que necesitamos, algo que podríamos recibir como un don de nuestros hermanos y de nuestras hermanas. El grupo canadiense que ha preparado los subsidios de esta Semana de oración no ha invitado a las comunidades a pensar en lo que podrían dar a sus vecinos cristianos, sino que las exhorta a encontrarse para comprender lo que todas pueden recibir a su vez de las demás. Esto requiere algo más. Requiere mucha oración, requiere humildad, requiere reflexión y continua conversión. 
Vayamos adelante en este camino rezando por la unidad de los cristianos, para que este escándalo disminuya y no se de más entre nosotros. Gracias
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