viernes, 15 de agosto de 2014

Solemnidad de la Asunción de la Virgen María, el Papa Francisco rezó el Ángelus con 50 mil fieles coreanos.



La Fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María, se celebra en toda la Iglesia el 15 de agosto. Esta fiesta tiene un doble objetivo: La feliz partida de María de esta vida y la asunción de su cuerpo al cielo.
“En esta solemnidad de la Asunción contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día, incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas. María, el arca de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios”. -Homilía de Benedicto XVI (2010) 

Unas 50 mil personas participaron esta mañana en la Misa con el Papa Francisco por la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María, en la que resaltó de manera clara la profunda reverencia y respeto de todos los presentes, así como su alegría por estar con el Santo Padre.
 
El santo padre Francisco ha compartido la tarde de este viernes, en su segundo día en Corea, con los jóvenes de Asia reunidos en el Santuario de Solmoe, en ocasión de la VI Jornada de la Juventud Asiática. Este Santuario, es lugar nativo del mártir san Andrew Kim Taegon, primer sacerdote coreano. En un ambiente festivo, los jóvenes han recibido a Francisco con aplausos y gran estusiamo y han compartido con él algo más de dos horas de celebración. En este entorno relajado, el Santo Padre ha dejado los papeles de lado en un momento del discurso, para poder hablar espontáneamente y desde el corazón a los jóvenes.

El Papa ha sido acogido a su llegada por el rector del Santuario, y se ha detenido a rezar frente a la pequeña casa del mártir. En torno a las 17.00 hora local, Francisco ha llegado al Santuario y después se ha dirigido a la carpa donde están reunidos los jóvenes procedentes de 23 países asiáticos.
El encuentro se ha abierto con cantos y una exhibición artística indonesia. Monseñor Lazzaro You Heung-sik, obispo de Daejeon, ha dado la bienvenida a todos los jóvenes venidos desde distintas partes de Asia así como al papa Francisco. Haciendo referencia del lugar donde estaban, donde muchos han sido martirizados, el prelado ha señalado que el martirio que se nos pide a los fieles hoy es el de "elegir la verdad, siguiéndola y poniéndola en práctica venciendo así las tentaciones que me rodean".
A continuación, ha sido el turno de los testimonios y las preguntas de tres jóvenes procedentes de Camboya, Hong Kong y Corea. La joven camboyana le ha preguntado al Pontífice cómo responder a la llamada de Dios a la vocación. Por su parte, el joven de Hong Kong  ha preguntado qué deben hacer junto con sus hermanos y hermanas que están en la China continental para hacer ver continua y pacíficamente el amor de Dios a todos los chinos. Finalmente, la joven coreana ha mostrado su preocupación sobre cómo deben vivir los jóvenes que experimentan la oposición entre su fe y el ideal causado por el materialismo difundido en la sociedad del capitalismo. También le ha preguntado sobre la actitud con la que deben vivir los jóvenes de la única nación divida en el mundo. Al finalizar las intervenciones de los jóvenes, se ha realizado un moderno musical coreano sobre la parábola del hijo pródigo.
Para concluir el encuentro, el Pontífice se ha dirigido a los jóvenes. Durante su discurso, el Papa ha reflexionado sobre el lema de este encuentro de la juventud asiática: "La gloria de los mártires brilla sobre ti". El Papa ha recordado a los jóvenes que Cristo llama a la puerta de sus corazones. "Él les llama a despertar, a estar bien despejados y atentos, a ver las cosas que realmente importan en la vida", ha afirmado. Añadiendo que también Dios les pide "que vayan por los caminos y senderos de este mundo, llamando a las puertas de los corazones de los otros, invitándolos a acogerlo en sus vidas".
Asimismo, el Papa ha indicado que este encuentro permite ver algo de lo que la Iglesia misma está destinada a ser en el eterno designio de Dios. La Iglesia pretende ser semilla de unidad para toda la familia humana. En Cristo, ha subrayado el Santo Padre "todos los pueblos y naciones están llamados a una unidad que no destruye la diversidad, sino que la reconoce, la reconcilia y la enriquece".
Por otro lado, el Papa ha reconocido que nos preocupa la creciente desigualdad en nuestras sociedades entre ricos y pobres. Cerca de nosotros,  -ha proseguido- "muchos de nuestros amigos y coetáneos, aun en medio de una gran prosperidad material, sufren pobreza espiritual, soledad y callada desesperación". Francisco ha observado que parece que un desierto espiritual se estuviera propagando por todas partes. Y este desierto, "afecta también a los jóvenes, robándoles la esperanza y, en tantos casos, incluso la vida misma".
Pero, en este mundo estamos llamados a dar testimonio del Evangelio y por eso el Papa ha recordado a los jóvenes que deben hacerlo con sus coetáneos "en la escuela, en el mundo del trabajo, en su familia, en la universidad y en sus comunidades".
Francisco le ha dicho a los jóvenes que el Señor cuenta con ellos y les ha preguntado "¿Están dispuestos a decirle 'sí'? ¿Están listos?
E improvisando en inglés, Francisco les ha contado que un amigo suyo ayer le dijo que no podía hablar a los jóvenes leyendo un papel pero ha reconocido que tiene "un inglés muy pobre" y que no podía hacerlo. En este momento, el Papa ha dejado de lado los folios y ha comenzado a improvisar en italiano, pidiendo traducción a un sacerdote coreano.
Haciendo referencia a la intervención de la joven camboyana, el Santo Padre ha hablado sobre el reto de los jóvenes de afrontar la vocación a la que Dios les llama. Así, Francisco ha invitado a todos los presentes a rezar en voz alta, "Señor, ¿qué quieres de mí?" El Papa ha recordado que con la oración, y con los consejos de los amigos -laicos, sacerdotes, religiosas, obispos, el Papa "que también puede dar un buen consejo"- se puede encontrar el camino que el Señor quiere para cada uno.
Por otro lado, el papa Francisco también ha retomado la observación de la joven sobre los mártires y que Camboya aún no tiene santos. El Papa ha asegurado que se ocupará de hablar de esto con el encargado, "que es un bueno hombre", el cardenal Angelo Amato.
A continuación, el Obispo de Roma ha recordado a los jóvenes que "la felicidad no se compra, y cuando compras una felicidad después te das cuenta que esa felicidad se ha ido, no dura la felicidad que se compra, solamente la felicidad del amor, esa es la que dura".
Otro temas abordado por el Santo Padre ha sido la división de los hermanos de Corea. "¿Hay dos Coreas? No, hay una", ha observado. Pero, está dividida, la familia está dividida. Al respecto Francisco les ha dado un consejo y una esperanza. El consejo: rezar, rezar por los hermanos de Corea del Norte. "Para que no haya vencedores ni vencidos, solamente una familia, que solamente haya hermanos", ha pedido. Y así, durante unos instantes, todos en silencio han orado por la unidad de Corea. La esperanza que les ha dado el Papa ha sido recordarles que todos hablan una misma lengua, la lengua de familia: "sois hermanos que habláis la misma lengua".
Finalmente, el Papa ha hecho referencia a la representación del hijo pródigo para animar a los jóvenes a volver siempre al Padre, aunque hayan pecado, aunque se hayan alejado, "Él no se cansa nunca de perdonar, no se cansa nunca de esperar".  Y por eso, Francisco ha pedido a los sacerdotes, "abrazad a los pecadores y sed misericordiosos".
El Papa celebró la misa de la Asunción de la Virgen María en el estadio de la Copa de Mundo de Daejeon ante 50.000 personas, en lo que fue su primera ceremonia multitudinaria en su visita a Corea del Sur.


  
«Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
  En unión con toda la Iglesia celebramos la Asunción de Nuestra Señora en cuerpo y alma a la gloria del cielo. La Asunción de María nos muestra nuestro destino como hijos adoptivos de Dios y miembros del Cuerpo de Cristo. Como María, nuestra Madre, estamos llamados a participar plenamente en la victoria del Señor sobre el pecado y sobre la muerte y a reinar con él en su Reino eterno.
La “gran señal” que nos presenta la primera lectura –una mujer vestida de sol coronada de estrellas nos invita a contemplar a María, entronizada en la gloria junto a su divino Hijo. Nos invita a tomar conciencia del futuro que también hoy el Señor resucitado nos ofrece. Los coreanos tradicionalmente celebran esta fiesta a la luz de su experiencia histórica, reconociendo la amorosa intercesión de María en la historia de la nación y en la vida del pueblo.
En la segunda lectura hemos escuchado a san Pablo diciéndonos que Cristo es el nuevo Adán, cuya obediencia a la voluntad del Padre ha destruido el reino del pecado y de la esclavitud y ha inaugurado el reino de la vida y de la libertad. La verdadera libertad se encuentra en la acogida amorosa de la voluntad del Padre. De María, llena de gracia, aprendemos que la libertad cristiana es algo más que la simple liberación del pecado. Es la libertad que nos permite ver las realidades terrenas con una nueva luz espiritual, la libertad para amar a Dios y a los hermanos con un corazón puro y vivir en la gozosa esperanza de la venida del Reino de Cristo.
Hoy, venerando a María, Reina del Cielo, nos dirigimos a ella como Madre de la Iglesia en Corea. Le pedimos que nos ayude a ser fieles a la libertad real que hemos recibido el día de nuestro bautismo, que guíe nuestros esfuerzos para transformar el mundo según el plan de Dios, y que haga que la Iglesia de este país sea más plenamente levadura de su Reino en medio de la sociedad coreana.
Que los cristianos de esta nación sean una fuerza generosa de renovación espiritual en todos los ámbitos de la sociedad. Que combatan la fascinación de un materialismo que ahoga los auténticos valores espirituales y culturales y el espíritu de competición desenfrenada que genera egoísmo y hostilidad. Que rechacen modelos económicos inhumanos, que crean nuevas formas de pobreza y marginan a los trabajadores, así como la cultura de la muerte, que devalúa la imagen de Dios, el Dios de la vida, y atenta contra la dignidad de todo hombre, mujer y niño.
Como católicos coreanos, herederos de una noble tradición, ustedes están llamados a valorar este legado y a transmitirlo a las generaciones futuras. Lo cual requiere de todos una renovada conversión a la Palabra de Dios y una intensa solicitud por los pobres, los necesitados y los débiles de nuestra sociedad.
Con esta celebración, nos unimos a toda la Iglesia extendida por el mundo que ve en María la Madre de nuestra esperanza. Su cántico de alabanza nos recuerda que Dios no se olvida nunca de sus promesas de misericordia . María es la llena de gracia porque «ha creído» que lo que le ha dicho el Señor se cumpliría. En ella, todas las promesas divinas se han revelado verdaderas. Entronizada en la gloria, nos muestra que nuestra esperanza es real; y también hoy esa esperanza, «como ancla del alma, segura y firme», nos aferra allí donde Cristo está sentado en su gloria.
Esta esperanza, queridos hermanos y hermanas, la esperanza que nos ofrece el Evangelio, es el antídoto contra el espíritu de desesperación que parece extenderse como un cáncer en una sociedad exteriormente rica, pero que a menudo experimenta amargura interior y vacío. Esta desesperación ha dejado secuelas en muchos de nuestros jóvenes. Que los jóvenes que nos acompañan estos días con su alegría y su confianza no se dejen nunca robar la esperanza.
Dirijámonos a María, Madre de Dios, e imploremos la gracia de gozar de la libertad de los hijos de Dios, de usar esta libertad con sabiduría para servir a nuestros hermanos y de vivir y actuar de modo que seamos signo de esperanza, esa esperanza que encontrará su cumplimiento en el Reino eterno, allí donde reinar es servir. Amén». 



Pancartas, aplausos, banderas, camisetas con fotos del Papa, caricaturas simpáticas… El encuentro del Santo Padre con los jóvenes este viernes fue un abrazo de emoción y gratitud. El Papa Francisco quiso reflexionar con ellos sobre el lema del viaje “La gloria de los mártires brilla sobre mí” y les recordó que el Señor quiere que su gloria brille en sus vidas y que a través de ellos “ilumine la vida de este vasto Continente”. En su discurso, que se llevó a cabo en el santuario de Solmoe donde el Papa fue recibido con numerosos cantos y aplausos, el obispo de Roma advirtió a los jóvenes de que Cristo llama a la puerta de sus corazones y les pide que “vayan por caminos llamando a las puertas de otros, invitando a acogerlo en sus vidas”. Papa Francisco preguntó a los chicos si están dispuestos a decirle que “sí”, al Señor, a lo que ellos respondieron con un fuerte “¡Sí!” y con muchos aplausos. Les dio tres consejos para ser verdaderos testigos del Evangelio: confiar en la fuerza que Cristo les da, permanecer cerca del Señor con la oración cotidiana y finalmente que sus pensamientos y acciones estén guiados por la sabiduría de la palabra de Cristo y el poder de su verdad.
Antes del discurso del Papa, muchachos de diferentes países asiáticos le formularon algunas preguntas y preocupaciones de su día a día. Además, todos pudieron disfrutar de diferentes espectáculos de música y baile que amenizaron la jornada.

Palabras del Papa

Queridos jóvenes amigos,


«¡Qué bueno es que estemos aquí!» (Mt 17,4). Estas palabras fueron pronunciadas por san Pedro en el Monte Tabor ante Jesús transfigurado en gloria. En verdad es bueno para nosotros estar aquí juntos, en este Santuario de los mártires coreanos, en los que la gloria del Señor se reveló en los albores de la Iglesia en este país. En esta gran asamblea, que reúne a jóvenes cristianos de toda Asia, casi podemos sentir la gloria de Jesús presente entre de nosotros, presente en su Iglesia, que abarca toda lengua, pueblo y nación, presente con el poder de su Espíritu Santo, que hace nuevas, jóvenes y vivas todas las cosas.
Les doy las gracias por su calurosa bienvenida y por el don de su entusiasmo, sus canciones alegres, sus testimonios de fe y las bellas manifestaciones de sus variadas y ricas culturas. Gracias, especialmente, a los tres jóvenes que han compartido sus esperanzas, inquietudes y preocupaciones; las he escuchado con atención, y no las olvidaré. Agradezco a monseñor Lazzaro You Heung-sik sus palabras de introducción y les saludo a todos ustedes desde lo más hondo del corazón.
Esta tarde quisiera reflexionar con ustedes sobre un aspecto del lema de esta Sexta Jornada de la Juventud Asiática: «La gloria de los mártires brilla sobre ti».
Así como el Señor hizo brillar su gloria en el heroico testimonio de los mártires, también quiere que resplandezca en sus vidas y que, a través de ustedes, ilumine la vida de este vasto Continente. Hoy, Cristo llama a la puerta de sus corazones. Él les llama a despertar, a estar bien despejados y atentos, a ver las cosas que realmente importan en la vida. Y, más aún, les pide que vayan por los caminos y senderos de este mundo, llamando a las puertas de los corazones de los otros, invitándolos a acogerlo en sus vidas.
Este gran encuentro de los jóvenes asiáticos nos permite también ver algo de lo que la Iglesia misma está destinada a ser en el eterno designio de Dios. Junto con los jóvenes de otros lugares, ustedes quieren construir un mundo en el que todos vivan juntos en paz y amistad, superando barreras, reparando divisiones, rechazando la violencia y los prejuicios. Y esto es precisamente lo que Dios quiere de nosotros. La Iglesia pretende ser semilla de unidad para toda la familia humana. En Cristo, todos los pueblos y naciones están llamados a una unidad que no destruye la diversidad, sino que la reconoce, la reconcilia y la enriquece.
Qué lejos queda el espíritu del mundo de esta magnífica visión y de este designio. Cuán a menudo parece que las semillas del bien y de la esperanza que intentamos sembrar quedan sofocadas por la maleza del egoísmo, por la hostilidad y la injusticia, no sólo a nuestro alrededor, sino también en nuestros propios corazones. Nos preocupa la creciente desigualdad en nuestras sociedades entre ricos y pobres. Vemos signos de idolatría de la riqueza, del poder y del placer, obtenidos a un precio altísimo para la vida de los hombres. Cerca de nosotros, muchos de nuestros amigos y coetáneos, aun en medio de una gran prosperidad material, sufren pobreza espiritual, soledad y callada desesperación. Parece como si Dios hubiera sido eliminado de este mundo. Es como si un desierto espiritual se estuviera propagando por todas partes. Afecta también a los jóvenes, robándoles la esperanza y, en tantos casos, incluso la vida misma.
No obstante, éste es el mundo al que ustedes están llamados a ir y dar testimonio del Evangelio de la esperanza, el Evangelio de Jesucristo, y la promesa de su Reino. En las parábolas, Jesús nos enseña que el Reino entra humildemente en el mundo, y va creciendo silenciosa y constantemente allí donde es bien recibido por corazones abiertos a su mensaje de esperanza y salvación. El Evangelio nos enseña que el Espíritu de Jesús puede dar nueva vida a cada corazón humano y puede transformar cualquier situación, incluso aquellas aparentemente sin esperanza. Éste es el mensaje que ustedes están llamados a compartir con sus coetáneos: en la escuela, en el mundo del trabajo, en su familia, en la universidad y en sus comunidades. Puesto que Jesús resucitó de entre los muertos, sabemos que tiene «palabras de vida eterna» (Jn 6,68), y que su palabra tiene el poder de tocar cada corazón, de vencer el mal con el bien, y de cambiar y redimir al mundo.
Queridos jóvenes, en este tiempo el Señor cuenta con ustedes. Él entró en su corazón el día de su bautismo; les dio su Espíritu en el día de su confirmación; y les fortalece constantemente mediante su presencia en la Eucaristía, de modo que puedan ser sus testigos en el mundo. ¿Están dispuestos a decirle «sí»? ¿Están listos?
Permítanme que les ofrezca tres propuestas para ser testigos auténticos y gozosos del Evangelio. Piensen en ellas y traten de que sean su regla de vida.
Primera, confíen en la fuerza que Cristo les da. Nunca pierdan la esperanza en la verdad de su palabra y en el valor de su gracia. Ustedes han sido bautizados en su paso de la muerte a la vida, y confirmados en la fuerza del Espíritu Santo que habita en nuestros corazones. Nunca duden de este poder espiritual.
Segunda, permanezcan cerca del Señor con la oración cotidiana. Adoren a Dios. No se olviden de adorar al Señor. Que su Espíritu inflame su corazón y los ayude a conocer y cumplir la voluntad del Padre. Reciban alegría y fuerza de la Eucaristía. Que su corazón sea puro y bien orientado mediante la recepción regular del sacramento de la penitencia. Quisiera que ustedes tomasen parte activa y generosa en la vida de sus parroquias. Además, no descuiden el Evangelio del amor, de la caridad, tratando de participar lo más posible en iniciativas de caridad.
Finalmente, rodeados de tantas luces contrarias al Evangelio, les pido que sus pensamientos, palabras y acciones, estén guiados por la sabiduría de la palabra de Cristo y el poder de su verdad. Él les enseñará a valorar bien todas las cosas, y a conocer día a día su proyecto de vida para cada uno de ustedes. Si los llama a servirlo en el sacerdocio o la vida religiosa, les dará la gracia de no tener miedo a decir «sí». Él les mostrará el camino hacia la auténtica felicidad y a la verdadera plenitud.
Ahora me debo ir. Espero contar con su presencia en estos días y hablar de nuevo con ustedes cuando nos reunamos el domingo para la Santa Misa. Mientras tanto, demos gracias al Señor por el don de haber transcurrido juntos este tiempo, y pidámosle la fuerza para ser testigos fieles y alegres de su amor en todos los rincones de Asia y en el mundo entero.
Que María, nuestra Madre, los cuide y mantenga siempre cerca de Jesús, su Hijo. Y que los acompañe también desde el cielo san Juan Pablo II, iniciador de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Con gran afecto, les imparto a todos ustedes mi bendición.

En la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María, el Papa Francisco rezó el Ángelus con 50 mil fieles coreanos que participaron además en la Santa Misa en Daejeon, a unos 100 kilómetros de la capital Seúl.
En esta ocasión el Obispo de Roma confío especialmente a la Madre de Dios a las víctimas del naufragio del transbordador Se Wol ocurrido en abril de este año, a unos 2 kilómetros de la isla de Byungpoong.
Francisco pidió paz para quienes perdieron su vida en este accidente e invitó al pueblo coreano a colaborar por el bien común.
Y finalmente, recordando que en este día se celebra la liberación de la nación coreana, el Papa pidió la protección de María para este pueblo y para sus jóvenes, con el deseo de que se conviertan en mensajeros de un mundo de paz. 


Texto completo de las palabras del Papa en el Ángelus

Daejeon, Estadio de la Copa del Mundo

Queridos hermanos y hermanas,
Al final de la Misa, nos dirigimos de nuevo a María, Reina del Cielo. Le ofrecemos nuestras alegrías, sufrimientos y esperanzas. Le confiamos de modo especial a cuantos han perdido la vida en el naufragio del ferry “Se Wol”, así como a los que todavía hoy sufren las consecuencias de esta gran desgracia nacional. El Señor acoja a los difuntos en su paz, consuele a los que lloran, y siga sosteniendo a quienes han acudido generosamente en auxilio de sus hermanos y hermanas. Que este trágico suceso, que ha unido a los coreanos en el dolor, refuerce también su voluntad de colaborar solidariamente en el bien común.

Pidamos también a la Virgen María que vuelva sus ojos misericordiosos sobre cuantos sufren, en especial los enfermos, los pobres y los que carecen de un trabajo digno.
Finalmente, en este día que Corea celebra su liberación, pedimos a la Virgen María que proteja a esta noble nación y a sus ciudadanos. Ponemos bajo su amparo a los jóvenes que, venidos de toda Asia, se han reunido en estos días. Que se conviertan en heraldos gozosos del alba de un mundo de paz, según el designio bendito de Dios.




























 

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