domingo, 14 de septiembre de 2014

ÁNGELUS DEL 14 DE SEPTIEMBRE: “En la Cruz donde Jesús ha sido clavado contemplamos el signo del amor infinito de Dios y la raíz de nuestra salvación”.


Celebramos hoy con gozo la fiesta de la EXALTACIÓN de la SANTA CRUZ: la salvación, la vida, la resurrección proceden del gran misterio de la Cruz. En esa Cruz, nosotros, los seguidores de Jesús, descubrimos hasta dónde llega el amor de Dios Padre. Y mirando a la Cruz de Jesús no podemos más que sentirnos llenos de gratitud a ese Dios que nos lo da TODO. La Cruz, desde Jesús, es sementera de vida, de Resurrección.  

 
El relato evangélico que vamos a escuchar se encuentra dentro del diálogo de Jesús con Nicodemo, aquel hombre que fue a visitarlo de noche. Aquí, el discípulo es invitado a nacer de nuevo, para llenarse de una vida plena, que tiene su origen y su fuente en Dios mismo. Es Dios quien entrega su propio Hijo, para que cuantos le acogen posean vida en plenitud.

En la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, y por primera vez desde el inicio de su Pontificado, el Papa Francisco celebró la Santa Misa con el rito del matrimonio, a las 9.00 en la Basílica de San Pedro. Se trató de un momento de gran intensidad para las veinte parejas de novios que fueron elegidos para decir su “sí” ante el Santo Padre.
En su homilía, el Obispo de Roma recordó que el matrimonio “es símbolo de la vida, de la vida real”, y afirmó que no es una “novela”. Sino que es el sacramento del amor de Cristo y de la Iglesia, “un amor que encuentra en la Cruz su prueba y su garantía”.
El Santo Padre dirigió asimismo su pensamiento a las parejas de esposos que “se sienten extenuadas del camino” de la vida conyugal y familiar; en el que el cansancio del camino se convierte en agotamiento interior; y donde pierden el gusto del Matrimonio, porque ya no encuentran en el Sacramento la fuente de agua, por lo que la vida cotidiana se hace pesada, “da náusea”.
En ese momento de desorientación – dijo Francisco recordando la enseñanza bíblica – llegaron serpientes venenosas que mordían a la gente, y muchos murieron. Esto provocó el arrepentimiento del pueblo, que pidió perdón a Moisés y le suplicó que rogase al Señor que apartase las serpientes. Moisés rezó al Señor y Él dio el remedio: una serpiente de bronce sobre un estandarte; quien la mire, quedará sano del veneno mortal de las serpientes.
Francisco explicó el significado de este símbolo. A saber, que Dios no acaba con las serpientes, sino que da un “antídoto”: mediante esa serpiente de bronce, hecha por Moisés, Dios comunica su fuerza de curación, que es su misericordia, más fuerte que el veneno del tentador.
Y añadió que el remedio que Dios da al pueblo vale especialmente para los esposos que “extenuados del camino”, sienten la tentación del desánimo, de la infidelidad, de mirar atrás y del abandono… También a ellos – dijo el Papa – Dios Padre les entrega a su Hijo Jesús, no para condenarlos, sino para salvarlos. Porque si confían en Él, los cura con el amor misericordioso que brota de su Cruz, con la fuerza de una gracia que regenera y encauza de nuevo la vida conyugal y familiar.
El Papa Bergoglio reafirmó al final de su homilía que “el amor de Cristo puede devolver a los esposos la alegría de caminar juntos; porque eso es el matrimonio: un camino en común de un hombre y una mujer, en el que el hombre tiene la misión de ayudar a su mujer a ser mejor mujer, y la mujer tiene la misión de ayudar a su marido a ser mejor hombre”.
“Es la reciprocidad de la diferencia – dijo Francisco –. No es un camino llano, sin problemas, no, no sería humano. Es un viaje comprometido, a veces difícil, a veces complicado, pero así es la vida”.

Entre los casados, una madre soltera En un ambiente de recogimiento, las parejas, algunas jóvenes y otras no tanto, rodeadas de sus familias y amigos y en presencia de numerosos fieles, escucharon al papa, vestido con una casulla roja y el semblante serio.
Para Francisco, es la primera celebración de bodas en el Vaticano, una práctica poco habitual. Los únicos precedentes conocidos se remontan a Juan Pablo II en 1994 - el Año de la Familia -, y en 2000, durante el Jubileo de las Familias.
Las parejas fueron elegidas por la vicaría de Roma y representan los matrimonios actuales: algunas ya tienen hijos, otras vivían juntas antes de la boda y algunas se conocieron en su parroquia.
El matrimonio más joven es un chico que nació en 1986 y una chica en 1989, mientras que la pareja de más edad está formada por un hombre nacido en 1958 y una mujer en 1965, según la prensa.
Estos últimos son Gabriella, una madre soltera, y su prometido Guido, cuyo matrimonio anterior fue anulado por la "Sacra Rota", el tribunal eclesiástico competente. De 56 y 49 años, estuvieron acompañados por la hija de la primera.
Gabriella ha sido madre soltera y Guido contrajo matrimonio en el pasado pero fue declarado nulo por el tribunal eclesiástico de la Santa Rota, circunstancias estas por las que en un principio aceptaron con pudor la invitación a ser casados por el papa, según han explicado al diario "La Repubblica".

"No creíamos representar a la pareja católica presente en el imaginario colectivo pero la Iglesia de Francisco nos ha acogido", señalaron.

Otra de las parejas es la de Flaviano y Giulia, de 28 y 25 años, quienes al ser seleccionados por su diócesis, decidieron aceptar pero renunciando al banquete nupcial por el elevado coste del mismo ya que ella trabaja en un restaurante de comida rápida y él acaba de perder su empleo.

Una historia resuelta gracias a la colaboración del resto de miembros de su comunidad, que según la prensa italiana recogieron fondos para organizar una fiesta a los recién casados.

Otra pareja son Laura Carpuso, una romana de 34 años  y Marco Purcaro. Ella es organizadora de eventos y Marco es un ex bailarín profesional de 32 años de edad. Su vida hasta el matrimonio ha estado marcada por una frase del Papa que no olvidan: "‘vosotros esposos aunque vuelen los platos no iros nunca a dormir sin hacer las paces". Y así lo hacen, según revela ACI. Relatan que se conocieron y en tres meses ya estaban pensando en casarse. Cuando su párroco les dio la sorpresa de que serían una de las 20 parejas que casaría el Papa estuvieron días sin dormir de la emoción.
Un mes para el Sínodo de las familias 

La ceremonia interviene tres semanas antes del sínodo previsto del 5 al 19 de octubre, en el que 253 obispos, delegados y expertos del mundo entero, entre ellos 114 presidentes de conferencias episcopales, debatirán sobre los desafíos actuales de la familia y los matrimonios religiosos.
La tensión sobre ese debate es palpable y la capacidad de Francisco de calmarlo es percibido como una prueba de su pontificado.
El hecho de que los divorciados que se vuelven a casar no puedan recibir la comunión centrará los debates. Algunos prelados quieren flexibilizar esa regla pero otros se resisten puesto que temen poner en peligro el carácter indisoluble del sacramento del matrimonio.



Texto de la Homilía del Santo Padre Francisco en la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, durante la Santa Misa celebrada en la Basílica de San Pedro con el rito del Matrimonio

La prima Lectura nos habla del camino del pueblo en el desierto. Pensemos en aquella gente en marcha, siguiendo a Moisés; eran sobre todo familias: padres, madres, hijos, abuelos; hombres y mujeres de todas las edades, muchos niños, con los ancianos que avanzaban con dificultad… Este pueblo nos lleva a pensar en la Iglesia en camino por el desierto del mundo actual, en el Pueblo de Dios, compuesto en su mayor parte por familias. Nos hace pensar también en las familias, en nuestras familias, en camino, por los derroteros de la vida, por las vicisitudes de cada día… Es incalculable la fuerza, la carga de humanidad que hay en una familia: la ayuda mutua, la educación de los hijos, las relaciones que maduran a medida que crecen las personas, las alegrías y las dificultades compartidas… Las familias son el primer lugar en que nos formamos como personas y, al mismo tiempo, son los “ladrillos” para la construcción de la sociedad. Volvamos al texto bíblico. En un momento dado, “el pueblo no soportó el viaje (Nm 21, 4). Estaban cansados, no tenían agua y comían sólo “maná”, un alimento milagroso, dado por Dios, pero que, en aquel momento de crisis, les parecía demasiado poco. Y entonces se quejaron y protestaron contra Dios y contra Moisés: “¿Por qué nos has sacado…?” (Cf. Nm 21,5). Es la tentación de volver atrás, de abandonar el camino. Esto me lleva a pensar en las parejas de esposos que “se sienten cansadas del camino” de la vida conyugal y familiar. El cansancio del camino se convierte en agotamiento interior; pierden el gusto del Matrimonio, no encuentran ya en el Sacramento la fuente de agua. La vida cotidiana se hace pesada, y tantas veces “da náusea”. En ese momento de desorientación – dice la Biblia – llegaron serpientes venenosas que mordían a la gente, y muchos murieron. Esto provocó el arrepentimiento del pueblo, que pidió perdón a Moisés y le suplicó que rogase al Señor que apartase las serpientes. Moisés rezó al Señor y Él dio el remedio: una serpiente de bronce sobre un estandarte; quien la mire, quedará sano del veneno mortal de las serpientes. ¿Qué significa este símbolo? Dios no acaba con las serpientes, sino que da un “antídoto”: mediante esa serpiente de bronce, hecha por Moisés, Dios comunica su fuerza de curación, que es su misericordia, más fuerte que el veneno del tentador. Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio, se identificó con este símbolo: el Padre, por amor, lo ha “entregado” a Él, el Hijo Unigénito, a los hombres para que tengan vida (Cf. Jn 3,13-17); y este amor inmenso del Padre lleva al Hijo a hacerse hombre, a hacerse siervo, a morir por nosotros y a morir en una cruz; por eso el Padre lo ha resucitado y le ha dado poder sobre todo el universo. Así se expresa el himno de la Carta de San Pablo a los Filipenses (2, 6-11). Quien confía en Jesús crucificado recibe la misericordia de Dios que cura del veneno mortal del pecado. El remedio que Dios da al pueblo vale también, especialmente, para los esposos que, “extenuados del camino”, son mordidos por la tentación del desánimo, de la infidelidad, de mirar atrás, del abandono… También a ellos Dios Padre les entrega a su Hijo Jesús, no para condenarlos, sino para salvarlos: si confían en Él, los cura con el amor misericordioso que brota de su Cruz, con la fuerza de una gracia que regenera y encauza de nuevo la vida conyugal y familiar.
El amor de Jesús, que ha bendecido y consagrado la unión de los esposos, es capaz de mantener su amor y de renovarlo cuando humanamente se pierde, se hiere, se agota. El amor de Cristo puede devolver a los esposos la alegría de caminar juntos; porque eso es el matrimonio: un camino juntos de un hombre y una mujer, en el que el hombre tiene la misión de ayudar a la mujer a ser mejor mujer, y la mujer tiene la misión de ayudar a su marido a ser más hombre. Esta es la misión que tienen entre ustedes. Es la reciprocidad de la diferencia. No es un camino llano, sin problemas, no, no sería humano. Es un viaje comprometido, a veces difícil, a veces complicado, pero así es la vida. En medio de esta teología que nos da la Palabra de Dios, el pueblo en camino, también la familia en camino, los esposos en camino, un pequeño consejo: es normal que los esposos peleen, es normal. Siempre se hace. Pero les aconsejo que jamás terminen la jornada sin hacer la paz. Es suficiente un pequeño gesto y así se sigue caminando. El matrimonio es símbolo de la vida, de la vida real, no es una “novela”. Es el sacramento del amor de Cristo y de la Iglesia, un amor que encuentra en la Cruz su prueba y su garantía. Les deseo a todos ustedes un buen camino, un bello camino, un camino fecundo. Que el amor crezca. Les deseo felicidad. Habrá cruces pero está siempre el Señor para ayudarlos a ir adelante. Que el Señor los bendiga.


Tras casar a 20 parejas, el Papa Francisco se ha asomado a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus.


A la hora del Ángelus dominical en la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el Papa recordó a los miles de fieles y peregrinos que se habían dado cita en la soleada Plaza de San Pedro que nosotros no exaltamos una cruz cualquiera, o todas las cruces; sino que exaltamos la Cruz de Jesús, porque en ella se ha revelado al máximo el amor de Dios por la humanidad, tal como nos lo recuerda el Evangelio de Juan en la liturgia del día.
Por esta razón dijo Francisco, nosotros, los cristianos, bendecimos con el signo de la cruz. De ahí que el Obispo de Roma haya invitado – mientras contemplamos y celebramos la santa Cruz – a pensar con conmoción en tantos hermanos y hermanas nuestros que son perseguidos y asesinados a causa de su fidelidad a Cristo. Y añadió que esto sucede especialmente allí donde la libertad religiosa no está aún garantizada o plenamente realizada; así como también en países y ambientes que, en principio, tutelan la libertad y los derechos humanos, pero donde concretamente los creyentes, y de modo especial los cristianos, encuentran limitaciones y discriminaciones.






Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

 El 14 de septiembre la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Alguna persona no cristiana podría preguntarnos: ¿por qué “exaltar” la cruz? Podemos responder que nosotros no exaltamos una cruz cualquiera, o todas las cruces: exaltamos la Cruz de Jesús, porque en ella se ha revelado al máximo el amor de Dios por la humanidad.
Es esto lo que nos recuerda el Evangelio de Juan en la liturgia del día: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo Unigénito” (3, 16). El Padre ha “dado” al Hijo para salvarnos, y esto ha comportado la muerte de Jesús, y la muerte en la cruz. ¿Por qué? ¿Por qué ha sido necesaria la Cruz?
A causa de la gravedad del mal que nos tenía esclavos. La Cruz de Jesús expresa ambas cosas: toda la fuerza negativa del mal, y toda la mansa omnipotencia de la misericordia de Dios. La Cruz parece decretar el fracaso de Jesús, pero en realidad, marca su victoria.


 En el Calvario, los que se burlaban de Él le decían: “Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz” (Cfr. Mt 27, 40). Pero era verdad lo contrario: precisamente porque era el Hijo de Dios Jesús estaba allí, en la cruz, fiel hasta el fin al designio del amor del Padre. Y precisamente por esto Dios ha “exaltado” a Jesús (Fil 2,9), confiriéndole una realeza universal.
Y cuando dirigimos la mirada a la Cruz donde Jesús ha sido clavado contemplamos el signo del amor, del amor infinito de Dios por cada uno de nosotros y la raíz de nuestra salvación. De aquella Cruz brota la misericordia del Padre que abraza al mundo entero. Por medio de la Cruz de Cristo el maligno ha sido vencido, la muerte es derrotada, se nos ha dado la vida y se nos ha devuelto la esperanza. ¡Eh! Esto es importante. Por medio de la Cruz de Cristo se nos ha devuelto la esperanza.
¡La Cruz de Jesús es nuestra única y verdadera esperanza! He aquí porqué la Iglesia “exalta” la Santa Cruz, y he aquí porqué nosotros, los cristianos, bendecimos con el signo de la cruz. Es decir, nosotros no exaltamos las cruces, sino “la” Cruz gloriosa de Jesús, signo del amor inmenso de Dios. Signo de nuestra salvación, y camino hacia la Resurrección. Y ésta es nuestra esperanza.
Mientras contemplamos y celebramos la Santa Cruz, pensemos con conmoción en tantos hermanos y hermanas nuestros que son perseguidos y asesinados a causa de su fidelidad a Cristo. Esto sucede especialmente allí donde la libertad religiosa no está aún garantizada o plenamente realizada.
También sucede en países y ambientes que en principio tutelan la libertad y los derechos humanos, pero donde, concretamente, los creyentes y, de modo especial los cristianos, encuentran limitaciones y discriminaciones.
Por eso hoy los recordamos y rezamos de modo especial por ellos.
 En el Calvario, a los pies de la cruz, estaba la Virgen María (Cfr. Jn 19, 25-27). Es la Virgen Dolorosa, que mañana celebraremos en la liturgia. A Ella encomiendo el presente y el futuro de la Iglesia, para que todos sepamos descubrir y acoger siempre el mensaje de amor y de salvación de la Cruz de Jesús. Le encomiendo de modo particular a las parejas de esposos que he tenido la alegría de unir en matrimonio esta mañana en la Basílica de San Pedro.
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