sábado, 4 de mayo de 2013

Domingo 6ª de Pascua: - «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”… "Me voy y vuelvo a vuestro lado."




JESUS RESUCITADO PREPARA  A SUS DISCIPULOS
PARA SU INMINENTE VUELTA AL PADRE



Las despedidas son, por lo general, tristes y dolorosas. A todos nos hacen sufrir porque sentimos una honda y extraña división interior. Una parte de nuestro ser se queda allí, en esa tierra de la que partimos, con nuestros amigos y seres queridos; y la otra se viene con nosotros, pero con el corazón lleno de recuerdos, de las alegrías y bellos momentos que compartimos juntos, de nostalgias.. y tal vez también de dolor y de lágrimas.

El mismo Jesús, al hacerse hombre, quiso compartir con nosotros los mismos sentimientos, experiencias y flaquezas de nuestra condición humana. También Él gozó de la dulzura de la amistad, del consuelo del amor y del afecto familiar. También Él sintió el desgarrón de su corazón –sensibilísimo— cuando tuvo que despedirse de su Madre, y dejarla sola, para marcharse de casa a comenzar su vida pública.

Y experimentó también el mismo dolor y pesar al despedirse de sus discípulos, sus amigos íntimos, antes de su pasión. En el capítulo 13 de su evangelio, nos refiere san Juan con incontenible emoción que “antes de la fiesta de la Pascua, viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn 13, 1). El “fin” tomado en sentido temporal y en intensidad: “hasta el colmo, hasta el extremo”. Así comienza el evangelista la narración de la Última Cena, su despedida.

Pues bien, el Evangelio de hoy también  nos habla de una despedida. Las palabras están tomadas del discurso de Jesús en la Última Cena. Es cierto que estamos celebrando ya la Pascua de la resurrección del Señor. Sí. Pero también es verdad que pronto se irá el Señor, de modo definitivo, de la vista de los apóstoles, para subir al cielo. Y tendrá que dejarlos, esta vez sí, ya para siempre. ¿Qué palabras tan entrañables, de cariño y de amistad sincera, tendría que decirles? ¿Cuáles serían sus últimos consejos y recomendaciones?...











LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN
(Jn. 14,23-29)


    En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
    - «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
    El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
    Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
    La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.»




En el Cenáculo, en el ambiente de la última cena, Jesús abre su corazón a los Apóstoles y les expresa sus sentimientos íntimos, les declara su amor, les comparte sus confidencias y les revela sus promesas: el Espíritu y la paz.




“El que me ama guardará mi palabra.” Jesús quiere que se le ame y nos indica cual es el signo del verdadero amor: la unión de voluntades, de sentimientos, de deseos, de proyectos… en definitiva de vida. El amor hace de dos vidas una sola. Cuando amamos a alguien la fuerza del amor nos hace adaptarnos al máximo a la voluntad de la persona amada. Amar a Cristo es llegar a compenetrarnos con Él, sus sentimientos son los míos, su voluntad también quiero que sea la mía, sus anhelos, sus deseos, las ansias de su Corazón son los míos. Quiero lo que Él quiere y no quiero lo que Él no quiere. De eso se trata, de configurarnos con Él, no de formarnos un Cristo a nuestra medida, que sería una marioneta en nuestras manos y no el verdadero Dios Salvador y Redentor del hombre.
Al que acepta a Cristo, la Palabra de Dios, al que cree en Cristo, al que lo ama con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas, dice Jesús:






mi padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Misterio inefable de la misericordia del Señor para con el hombre. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo habitan en aquellos que por amor le abren la puerta de su vida. El Señor habla de una presencia de Dios en el alma de la persona que vive en gracia. San Juan de la Cruz comenta en su Cántico espiritual: “¿Qué más quieres, oh alma, y qué más buscas fuera de ti, pues dentro de ti tienes tus riquezas, tus deleites, tu satisfacción, tu Amado, a quien desea y busca tu alma? Gózate y alégrate en tu interior recogimiento con Él, pues le tienes tan cerca”.
Debemos aprender a tratar más y mejor a Dios que habita en nosotros como en un templo desde el día de nuestro bautismo. Busquemos a Dios dentro de nosotros en medio de nuestras ocupaciones diarias, para darle gracias, bendecirle y adorarle, pedirle ayuda, desagraviarle por nuestros pecados y los del mundo entero.
“El que no me ama no guardará mis palabras”. Es una señal para saber que no amamos a Jesús; cuando nuestra conducta está en contra de las enseñanzas de Cristo, en ese momento estamos teniendo un comportamiento de no amor al Redentor. Con ello se ofende al Padre, “porque la palabra que ustedes están oyendo no es mía, sino del Padre que me envió”. Y la consecuencia de no guardar la palabra de Jesús es la no manifestación del Señor al mundo y el privarse de la presencia amorosa de Dios. ¡Con qué cariño y respeto hemos de recibir la Palabra de Dios cuando la leemos escrita en la Biblia, cuando la escuchamos proclamada en la liturgia, o cuando nos la enseña la Iglesia con su Magisterio!


“Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre”. Como el Hijo vino enviado por el Padre, así el Espíritu Santo vendrá enviado por el Padre en el nombre del Hijo por la íntima unión que hay entre ellos. El Espíritu “será quien les enseñe todo” lo necesario a los Apóstoles para continuar la misión de Jesús
en el mundo.“y les recuerde todo lo que les he dicho”. La misión del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Templo del Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos prepara, nos previene por su gracia, para atraernos hacia Cristo. Nos manifiesta al Señor resucitado, Nos recuerda su palabra y abre nuestras mentes para entender la muerte y la resurrección de Cristo. Nos hace presente el misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarnos, para conducirnos a la comunión con Dios, para que demos mucho fruto. Nos enseña el Espíritu Santo no como un maestro exterior enseña una asignatura, sino como Maestro interior que comunica la verdad y sabiduría, que Él mismo es, a nuestro espíritu, ilustrándonos en los misterios de Dios. Recemos con la Iglesia: “¡Ven Espíritu Santo, inflama nuestros corazones y enciende en ellos el fuego de tu amor!”




“La paz les dejo, mi paz les doy; no la doy yo como la da el mundo”. Cristo resucitado nos regala “su” paz, la paz de su Corazón, la paz del Príncipe de la paz. Toda la persona de Jesús irradiaba paz, su rostro apacible, el tono de su voz, su conducta serena, Jesús es perfectamente pacífico. La paz del Señor no es como la que procede de los hombres. Es la paz fruto del Espíritu, es el compendio de todos bienes y bendiciones de Dios, rico en misericordia; es la paz que brota del Corazón de Cristo vivo e inunda las almas de todos aquellos que lo reciben con un corazón dócil y humilde; la paz es una persona: Cristo. Confiemos en la misericordia de Jesús, que nos consuela y nos reconforta en nuestras horas más bajas y desoladas como hizo con sus amigos.
También nosotros hemos de desear la paz a los demás, desearla y construirla en nuestro corazón, promoverla a nuestro alrededor, en nuestra familia, en el lugar donde trabajamos, porque es un bien humano, y cuando está animado por la caridad es un bien sobrenatural. La paz verdadera es fruto de la santidad, del amor a Dios, de la lucha que supone el no dejar que este amor se apague por nuestras tendencias desordenadas y por nuestros pecados.


“Que no tiemble su corazón ni se acobarde”. El Señor nos previene contra el enemigo poderoso de la alegría: el miedo. El hombre privado de la presencia de Dios tiene siempre el riesgo de vivir con miedo ante las pruebas y dificultades futuras. “Me han oído decir: «Me voy y volveré a ustedes»” Son palabras misteriosas que anuncian la muerte y la resurrección del Señor. “Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo”. Lejos de causar pena en los discípulos, la partida de Jesús les debe proporcionar alegría, porque quien bien ama se alegra del bien del amado; y esta ida de Jesús al Padre, según su naturaleza humana, el es lo mejor que le puede ocurrir, porque va a sentarse a la derecha del Padre para ser eternamente feliz. Les he dicho esto, antes de que suceda, para que cuando suceda, entonces crean”. Aparecen los sentimientos de Jesús: sentimientos de delicadeza, de amistad, de simpatía hacia sus discípulos; comparte con ellos, quiere ayudarles ante el anuncio de su partida, para que su fe no se tambalee, sino que se fortalezca. Estas palabras son dichas también para nosotros para que nuestra fe se vaya robusteciendo, pues vemos realizadas para nosotros todas estas promesas que hizo Jesús a sus Apóstoles.


 Reflexión:

Amor. Palabra mágica y antigua como el mundo, palabra familiar que nace en el horizonte de cada hombre en el momento en el que es llamado a la existencia. Palabra escrita en las fibras humanas como origen y como fin, como instrumento y paz, como pan y don, como uno mismo, como los otros, como Dios. Palabra confiada a la historia a través de nuestra historia diaria. Amor, un pacto que siempre tiene una sola denominación: hombre. Sí, porque el amor coincide con el hombre: amor es el aire que se respira, amor es el alimento que se nos da, el descanso de quien confía, amor es el vínculo que hace que la tierra sea un lugar de encuentro. El amor con el cual Dios contempló la creación y dijo: “Es una cosa muy buena”. Y no se ha vuelto atrás del compromiso, cuando el hombre hizo de sí mismo un rechazo, más que un don, un desprecio, más que una caricia, una piedra lanzada, más que una lagrima enjugada. Amó más con los ojos y el corazón del Hijo, hasta el final. Este hombre que se hizo llama ardiente del pecado, el Padre lo redimió, única y exclusivamente por amor, en el fuego del Espíritu.




 






CATIC
TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO

SEGUNDA SECCIÓN
LOS DIEZ MANDAMIENTOS

“Maestro, ¿qué he de hacer...?”
2052 “Maestro, ¿qué he de hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna?” Al joven que le hace esta pregunta, Jesús responde primero invocando la necesidad de reconocer a Dios como “el único Bueno”, como el Bien por excelencia y como la fuente de todo bien. Luego Jesús le declara: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”. Y cita a su interlocutor los preceptos que se refieren al amor del prójimo: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás testimonio falso, honra a tu padre y a tu madre”. Finalmente, Jesús resume estos mandamientos de una manera positiva: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 19, 16-19).
2053 A esta primera respuesta se añade una segunda: “Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme” (Mt 19, 21). Esta res puesta no anula la primera. El seguimiento de Jesucristo implica cumplir los mandamientos. La Ley no es abolida (cf Mt 5, 17), sino que el hombre es invitado a encontrarla en la persona de su Maestro, que es quien le da la plenitud perfecta. En los tres evangelios sinópticos la llamada de Jesús, dirigida al joven rico, de seguirle en la obediencia del discípulo, y en la observancia de los preceptos, es relacionada con el llamamiento a la pobreza y a la castidad (cf Mt 19, 6-12. 21. 23-29). Los consejos evangélicos son inseparables de los mandamientos.
2054 Jesús recogió los diez mandamientos, pero manifestó la fuerza del Espíritu operante ya en su letra. Predicó la “justicia que sobrepasa la de los escribas y fariseos” (Mt 5, 20), así como la de los paganos (cf Mt 5, 46-47). Desarrolló todas las exigencias de los mandamientos: “Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás [...]. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal” (Mt 5, 21-22).
2055 Cuando le hacen la pregunta: “¿Cuál es el mandamiento mayor de la Ley?” (Mt 22, 36), Jesús responde: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas” (Mt 22, 37-40; cf Dt 6, 5; Lv 19, 18). El Decálogo debe ser interpretado a la luz de este doble y único mandamiento de la caridad, plenitud de la Ley:
«En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud» (Rm 13, 9-10).
2057 El Decálogo se comprende ante todo cuando se lee en el con texto del Éxodo, que es el gran acontecimiento liberador de Dios en el centro de la antigua Alianza. Las “diez palabras”, bien sean formula das como preceptos negativos, prohibiciones, o bien como mandamientos positivos (como “honra a tu padre y a tu madre”), indican las condiciones de una vida liberada de la esclavitud del pecado. El Decálogo es un camino de vida:
«Si [...] amas a tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, sus preceptos y sus normas, vivirás y te multiplicarás» (Dt 30, 16).
TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO

SEGUNDA SECCIÓN
LOS DIEZ MANDAMIENTOS

CAPÍTULO PRIMERO
«AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN,
CON TODA TU ALMA Y CON TODAS TUS FUERZAS»

2083 Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22, 37; cf Lc 10, 27: “...y con todas tus fuerzas”). Estas palabras siguen inmediatamente a la llamada solemne: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor” (Dt 6, 4).
Dios nos amó primero. El amor del Dios Único es recordado en la primera de las “diez palabras”. Los mandamientos explicitan a continuación la respuesta de amor que el hombre está llamado a dar a su Dios.










           


            Gracias, Padre misericordioso,
porque nunca nos dejas solos en nuestras luchas y fatigas;
gracias por darnos a tu Hijo,
que con su Palabra nos muestra el camino para ser plenamente felices;
gracias por el regalo de tu Espíritu, que nos hace tus hijos.











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