martes, 10 de diciembre de 2013

3º Domingo de ADVIENTO: gozo y esperanza por el Señor que ya viene...


Cientos de personajes llenan las páginas de la Biblia, personajes que cumplen una misión y desaparecen para siempre. 
El Adviento tiene su personaje, Juan Bautista, el telonero de Jesús. Juan Bautista, predicador del desierto, anuncia el comienzo del evangelio de Jesucristo, le prepara el camino y desaparece. Juan Bautista tiene que disminuir, Jesús tiene que crecer. Sólo Jesús y su Buena Noticia permanecen para siempre.

La conversión, sermón predicado miles de veces por todos los predicadores del mundo, sería el título del primer sermón de Juan Bautista en el desierto, escenario nada eclesial para un predicador; y el Evangelio, finalmente, pone de relieve la paciencia de Juan el Bautista quien en las oscuridades de la prisión es invitado por Jesús a permanecer fiel a su misión hasta el fin.
La liturgia del tercer domingo de Adviento subraya de modo particular la alegría por la llegada de la época mesiánica. Se trata de una cordial y sentida invitación para que nadie desespere de su situación, por difícil que ésta sea, dado que la salvación se ha hecho presente en Cristo Jesús. 


Primera Lectura:  
Lectura del libro de Isaías (35,1-6a.10): 
El profeta Isaías, en un bello poema, nos ofrece la bíblica imagen del desierto que florece y del pueblo que canta y salta de júbilo al contemplar la Gloria del Señor. Esta alegría se comunica especialmente al que padece tribulación y está a punto de abandonarse a la desesperanza. 
"El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.» Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Volverán los rescatados del Señor, vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.
PALABRA DE DIOS.
TE ALABAMOS SEÑOR.

Salmo (Sal 145,7.8-9a.9bc-10)

 El salmo 145 canta la fidelidad del Señor a sus promesas y su cuidado por todos aquellos que sufren.

 R/. Ven, Señor, a salvarnos

  El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. R/.

El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los peregrinos. R/.

Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad. R/.

Segunda Lectura: 
 Lectura de la carta del apóstol Santiago (5,7-10):
 Santiago, constatando que la llegada del Señor está ya muy cerca, invita a todos a tener paciencia: así como el labrador espera la lluvia, el alma espera al Señor que no tardará.
  "Tened paciencia hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca. No os quejéis, hermanos, unos de otros, para no ser condenados. Mirad que el juez está ya a la puerta. Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor.
PALABRA DE DIOS.
TE ALABAMOS SEÑOR.
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 
( 11, 11-15)


"En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»
Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: "Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti." Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.»

PALABRA DE DIOS.
GLORIA A TI SEÑOR JESUS.

. Sed fuertes, no temáis. Parece ser ésta la principal recomendación de toda la Liturgia. 
Sed fuertes, que las manos débiles no decaigan, que las rodillas vacilantes no cedan, que el que espera en la cárcel (Juan Bautista) persevere pacientemente en su testimonio: Dios en persona viene, Dios es nuestra salvación y ya está aquí. Es preciso ir al corazón de Juan Bautista para comprender la tentación de la incertidumbre; Juan era un hombre íntegro de una sola pieza; un hombre que nada anteponía al amor de Cristo y a su misión como precursor; un hombre ascético, sin respetos humanos y preocupado únicamente de la Gloria de Dios. Pues bien, Juan experimenta la terrible tentación de haber corrido en vano, de sentir que las características mesiánicas de Jesús no correspondían a lo que él esperaba. Experiencia tremenda que sacude los cimientos más sólidos de aquella inconmovible personalidad.
 Con toda humildad manda una legación para preguntar al Señor: ¿Eres realmente Tú el que ha de venir? La respuesta de Jesús nos reconduce a la primera lectura. Los signos mesiánicos están por doquier: los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen y a los pobres se les anuncia la buena noticia. Juan entiende bien la respuesta: ¡es Él y no hay que esperar a otro! ¡Es Él! ¡El que anunciaban las profecías del Antiguo Testamento! ¡Es Él y, por lo tanto, debe seguir dando testimonio hasta la efusión de su sangre! ¡Y Juan Bautista es fiel! ¡Qué hermoso contemplar a este precursor en la tentación, en el momento de la prueba, en el momento de la lucha y de la victoria!
 
El cristiano es por vocación, así como lo era Juan Bautista, uno que prepara el camino de Cristo en las almas. Debe participar en la vida y en la misión de la Iglesia. Debe sentir la dulce responsabilidad de hacer el bien, de predicar a Cristo, de conducir las almas a Cristo. Si alguno dice que no tiene tiempo para hacer apostolado es como si dijese que no tiene tiempo para ser cristiano, porque el mensaje y la misión están en la entraña misma de la condición cristiana. Nos conviene recuperar ese celo apostólico, nos conviene fortalecer las manos débiles, las rodillas vacilantes y dar nuevamente al cristianismo ese empuje y vitalidad que tenían las primeras comunidades cristianas. Veamos cómo los primeros discípulos de Cristo rápidamente se convertían en evangelizadores, llamaban a otros al conocimiento y al amor de Jesús. Veamos que el mundo espera la manifestación de los Hijos de Dios (Cfr. Rom 8,19). Espera nuestra manifestación, espera que cada uno de nosotros, desde su propio puesto, haga todo lo que pueda para preparar la venida del Señor. "¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el que hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de agudizar la vista para verla y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos en sus instrumentos... El Cristo contemplado y amado ahora nos invita una vez más a ponernos en camino: "Id pues y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza "que no defrauda" (Rm 5,5), (Novo Millennio Ineunte 58).


PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE

SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA

CAPÍTULO TERCERO
CREO EN EL ESPÍRITU SANTO

ARTÍCULO 12
“CREO EN LA VIDA ETERNA”

1041 El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los hombres todavía "el tiempo favorable, el tiempo de salvación" (2 Co 6, 2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la "bienaventurada esperanza" (Tt 2, 13) de la vuelta del Señor que "vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído" (2 Ts 1, 10).
VI. La esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva
 1044 En este "universo nuevo" (Ap 21, 5), la Jerusalén celestial, Dios tendrá su morada entre los hombres. "Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21, 4; cf. 21, 27).
1045 Para el hombre esta consumación será la realización final de la unidad del género humano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia peregrina era "como el sacramento" (LG 1). Los que estén unidos a Cristo formarán la comunidad de los rescatados, la Ciudad Santa de Dios (Ap 21, 2), "la Esposa del Cordero" (Ap 21, 9). Ya no será herida por el pecado, las manchas (cf. Ap 21, 27), el amor propio, que destruyen o hieren la comunidad terrena de los hombres. La visión beatífica, en la que Dios se manifestará de modo inagotable a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua.
1046 En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del mundo material y del hombre:
«Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios [...] en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción [...] Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior [...] anhelando el rescate de nuestro cuerpo» (Rm 8, 19-23).
1047 Así pues, el universo visible también está destinado a ser transformado, "a fin de que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté al servicio de los justos", participando en su glorificación en Jesucristo resucitado (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses 5, 32, 1).
1048 "Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad, y no sabemos cómo se transformará el universo. Ciertamente, la figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y superará todos los deseos de paz que se levantan en los corazones de los hombres"(GS 39).
1049 "No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios" (GS 39).
1050 "Todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de nuestra diligencia, tras haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y según su mandato, los encontraremos después de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal" (GS 39; cf. LG 2). Dios será entonces "todo en todos" (1 Co 15, 22), en la vida eterna:
«La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por el Hijo y en el Espíritu Santo, derrama sobre todos sin excepción los dones celestiales. Gracias a su misericordia, nosotros también, hombres, hemos recibido la promesa indefectible de la vida eterna» (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses illuminandorum 18, 29).
TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO

PRIMERA SECCIÓN
LA VOCACIÓN DEL HOMBRE:
LA VIDA EN EL ESPÍRITU

CAPÍTULO SEGUNDO
LA COMUNIDAD HUMANA

ARTÍCULO 1
LA PERSONA Y LA SOCIEDAD


II. Conversión y la sociedad
1886 La sociedad es indispensable para la realización de la vocación humana. Para alcanzar este objetivo es preciso que sea respetada la justa jerarquía de los valores que subordina las dimensiones “materiales e instintivas” del ser del hombre “a las interiores y espirituales”(CA 36):
«La sociedad humana [...] tiene que ser considerada, ante todo, como una realidad de orden principalmente espiritual: que impulse a los hombres, iluminados por la verdad, a comunicarse entre sí los más diversos conocimientos; a defender sus derechos y cumplir sus deberes; a desear los bienes del espíritu; a disfrutar en común del justo placer de la belleza en todas sus manifestaciones; a sentirse inclinados continuamente a compartir con los demás lo mejor de sí mismos; a asimilar con afán, en provecho propio, los bienes espirituales del prójimo. Todos estos valores informan y, al mismo tiempo, dirigen las manifestaciones de la cultura, de la economía, de la convivencia social, del progreso y del orden político, del ordenamiento jurídico y, finalmente, de cuantos elementos constituyen la expresión externa de la comunidad humana en su incesante desarrollo» (PT 36).
1887 La inversión de los medios y de los fines (cf CA 41), lo que lleva a dar valor de fin último a lo que sólo es medio para alcanzarlo, o a considerar las personas como puros medios para un fin, engendra estructuras injustas que “hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana, conforme a los mandamientos del Legislador Divino” (Pío XII, Mensaje radiofónico, 1 junio 1941).
1888 Es preciso entonces apelar a las capacidades espirituales y morales de la persona y a la exigencia permanente de su conversión interior para obtener cambios sociales que estén realmente a su servicio. La prioridad reconocida a la conversión del corazón no elimina en modo alguno, sino, al contrario, impone la obligación de introducir en las instituciones y condiciones de vida, cuando inducen al pecado, las mejoras convenientes para que aquéllas se conformen a las normas de la justicia y favorezcan el bien en lugar de oponerse a él (cf LG 36).
1889 Sin la ayuda de la gracia, los hombres no sabrían “acertar con el sendero a veces estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia que, creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava” (CA 25). Es el camino de la caridad, es decir, del amor de Dios y del prójimo. La caridad representa el mayor mandamiento social. Respeta al otro y sus derechos. Exige la práctica de la justicia y es la única que nos hace capaces de ésta. Inspira una vida de entrega de sí mismo: “Quien intente guardar su vida la perderá; y quien la pierda la conservará” (Lc 17, 33)


“Ven Señor a salvarnos, 
Ven,  a despertar nuestras almas 
si se encuentran dormidas, 
Ven,  que necesitamos ser arropados bajo tu Amor, 
nuestros corazones siempre están necesitados del calor de tu Amor
y de tu Misericordia”
Ven Señor Jesús.
Amén.





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