miércoles, 15 de enero de 2014

CATEQUESIS DEL PAPA del 15 de Enero: "NADIE SE SALVA SOLO".



Tras dejar como tarea el buscar la fecha del propio Bautismo, en el marco del nuevo ciclo de catequesis sobre los Sacramentos, que empezó la semana pasada, Francisco prosiguió sus reflexiones sobre el fundamento de nuestra vida, el comienzo de la vida nueva como hijos de Dios. 
Pues, recibiendo la fe y el Bautismo los cristianos acogemos la acción del Espíritu Santo y nos afianzamos en las palabras exhortadoras de Jesús: «Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt 28, 19-20). 

En su catequesis de hoy miércoles 15 de enero, y desafiando el frío romano, su Santidad atravesó la multitud a bordo de un jeep, saludando y bendiciendo a todos aquellos que se acercaban a saludarlo.


Peregrinando como Pueblo de Dios en la historia, cada uno en el lugar que el Señor le ha asignado. El Papa recordó la importancia del Bautismo en la ejemplar historia de la comunidad cristiana en Japón, de la que tenemos tanto que aprender. A pesar de la trágica persecución del siglo XVII, logró perseverar en la fe, en la clandestinidad, gracias al Bautismo que los padres administraron a sus hijos.



Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy, continúo la reflexión sobre el bautismo. Me detengo en este aspecto: el bautismo nos hace miembros de Cristo y de la comunidad. El Concilio Vaticano II expresaba esta verdad insistiendo en que este sacramento nos incorpora al Pueblo de Dios; nos hace miembros de un Pueblo que camina.
A través de la fuente bautismal, la gracia se transmite y el Pueblo de Dios camina en el tiempo, difundiendo la bendición de Dios. Cada uno de nosotros se convierte en un discípulo misionero. Por un lado, nunca dejamos de ser discípulos, de aprender, de recibir; por otro, estamos llamados a la misión, a compartir lo que hemos recibido, lo que vivimos: la experiencia de amor, de fe en la Trinidad. Nadie se salva por sí solo, y todos estamos llamados, a pesar de nuestras limitaciones, a anunciar a los demás la gracia recibida en el bautismo. Somos una comunidad, y vivir juntos nuestra fe no es un adorno, sino algo esencial de la vida cristiana, del testimonio y de la evangelización. 



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!:

El miércoles pasado hemos iniciado un breve ciclo de catequesis sobre los Sacramentos, comenzando por el Bautismo. Y acerca del Bautismo quisiera detenerme también hoy, para subrayar un fruto muy importante de este Sacramento: él nos hace transformarnos en miembros del Cuerpo de Cristo y del Pueblo de Dios. Santo Tomás de Aquino afirma que quién recibe el Bautismo es incorporado a Cristo casi como su mismo miembro y es agregado a la comunidad de los fieles, es decir, al Pueblo de Dios. (Summa Theologiae, III, q. 69, art. 5; q. 70, art.1). En la escuela del Concilio Vaticano II, nosotros decimos hoy que el Bautismo nos hace entrar en el Pueblo de Dios, nos transforma en miembros de un Pueblo en camino, un Pueblo peregrinante en la historia.


En efecto, así como de generación en generación se transmite la vida, del mismo modo también de generación en generación, a través del renascimiento de la fuente bautismal, se transmite la gracia, y con esta gracia el Pueblo cristiano camina en el tiempo, como un río que irriga la tierra y difunde en el mundo la bendición de Dios. Desde el momento en que Jesús dijo esto que hemos escuchado del Evangelio, los discípulos fueron a bautizar y, desde aquel tiempo hasta hoy, hay una cadena en la transmisión de la fe por el Bautismo, y cada uno de nosotros somos el anillo de esta cadena; un paso adelante siempre, como un río que irriga. 
Y así es la gracia de Dios, y así es nuestra fe, que debemos transmitir a nuestros hijos. Así es el Bautismo. ¿Por qué? Porque el Bautismo nos hace entrar en este Pueblo de Dios, que transmite la fe. Esto es muy importante,
¿eh? Un Pueblo de Dios que camina y transmite la fe.
En virtud del Bautismo nosotros nos transformamos en discípulos misioneros, llamados a llevar el Evangelio en el mundo (Exhortación Apost. Evangelii gaudium, 120). “Cada bautizado, cualquiera sea su función en la Iglesia y el grado de instrucción de su fe, es un sujeto activo de evangelización. La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de todos, de todo el Pueblo de Dios, un nuevo protagonismo de los bautizados, de cada uno de los bautizados. (ibid.) El Pueblo de Dios es un Pueblo discípulo, porque recibe la fe, y misionero, porque transmite la fe. Esto lo hace el Bautismo en nosotros: hace recibir la gracia. Y la fe es transmitir la fe. Todos en la Iglesia somos discípulos y lo somos siempre, por toda la vida; y todos somos misioneros, cada uno en el puesto que el Señor le ha asignado. Todos: el más pequeño es también misionero y aquel que parece más grande es discípulo. Pero algunos de ustedes dirán: “Padre, los obispos no son discípulos, los obispos saben todo. El Papa sabe todo, no es discípulo”. Eh, también los obispos y el Papa deben ser discípulos, porque si no son discípulos, no hacen el bien, no pueden ser misioneros, no pueden transmitir la fe ¿entendido?¿Han entendido ésto? Es importante, ¿eh? Todos nosotros: ¡discípulos y misioneros!



Existe un vínculo indisoluble entre la dimensión mística e aquella misionera de la vocación cristiana, ambas radicadas en el Bautismo. “Recibiendo la fe y el bautismo, nosotros cristianos acogemos la acción del Espíritu Santo que conduce a confesar a Jesucristo como Hijo de Dios y a llamar Dios “Abbá” (Padre). Todos los bautizados y las bautizadas estamos llamados a vivir y a transmitir la comunión con la Trinidad, porque la evangelización es un llamado a la participación de la comunión trinitaria” (Documento final de Aparecida, n. 157).



Nadie se salva solo.  Esto es importante. Nadie se salva solo. Somos comunidad de creyentes, y en esta comunidad experimentamos la belleza de compartir la experiencia de un amor que nos precede a todos, pero que al mismo tiempo nos pide que seamos “canales” de la gracia los unos por los otros, no obstante nuestros límites y nuestros pecados.
La dimensión comunitaria no es sólo un “marco”, un “contorno”, sino que es parte integrante de la vida cristiana, del testimonio y de la evangelización. La fe cristiana nace y vive en la Iglesia, y en el Bautismo las familias y las parroquias celebran la incorporación de un nuevo miembro a Cristo y a su cuerpo, que es la Iglesia (ibid., n.175 b).


A propósito de la importancia del Bautismo para el Pueblo de Dios, es ejemplar la historia de la comunidad cristiana en Japón. Pero escuchen bien esto. Aquella comunidad sufrió una dura persecución a comienzos del siglo XVII. Hubieron numerosos mártires, los miembros del clero fueron expulsados y millares de fieles fueron asesinados. Entonces la comunidad se retiró a la clandestinidad, conservando la fe y la oración en el ocultamiento. Y cuando nacía un niño, el papá o la mamá lo bautizaban, porque todos nosotros podemos bautizar.
Cuando después de aproximadamente dos siglos y medio – 250 años después – los misioneros volvieron a Japón, millares de cristianos salieron a la luz y la Iglesia pudo reflorecer. ¡Habían sobrevivido con la gracia de su Bautismo! Pero esto es grande, ¿eh? 
El Pueblo de Dios transmite la fe, bautiza sus hijos y va adelante. Y habían mantenido, aún en secreto, un fuerte espíritu comunitario, porque el Bautismo los había hecho transformar en un sólo cuerpo en Cristo: estaban aislados y escondidos, pero eran siempre miembros de la Iglesia. ¡Podemos aprender tanto de esta historia!
¡Gracias







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