domingo, 5 de octubre de 2014

ÁNGELUS DEL PAPA del domingo 5 de Octubre: “Ocuparse de la familia es también una forma de trabajar en la viña del Señor, para que produzca los frutos del Reino de Dios”.

En los últimos domingos, Jesús nos ha hablado de la Viña de Dios y nos ha invitado a trabajar en ella. Hoy volverá a utilizar esta misma imagen: la viña bien cuidada, muy querida de Dios, que espera que dé fruto.

Todos formamos parte del grupo de viñadores que mataron al Hijo. Pero el desenlace de la Cruz fue la Resurrección, con la nueva llamada al Reino, que comienza en la Iglesia, a todos los hombres.
  Los que acogen la llamada caminan como Él anduvo, reviviendo su vida, sus Misterios, por los sacramentos de la Iglesia.

El Evangelio anuncia la tercera parábola del Reino (cf los dos Domingos anteriores), que resume la historia salvífica: las predilecciones de Dios; los enviados, los profetas, para recoger los frutos de la viña, asesinados por los viñadores; el Hijo, Enviado por excelencia, a quien “mataron”; la desolación de Jerusalén... 

 Y el lado luminoso de la misma historia: el desenlace salvador, “la piedra que desecharon... es ahora la piedra angular...ha sido un milagro patente”. Consecuentemente el Reino pasa “a un pueblo que produzca sus frutos”, a la Iglesia, el pueblo del último tiempo de trabajo, del “atardecer” (cf Dom. XXV).




El viento de Pentecostés sople sobre los trabajos sinodales, sobre la Iglesia, las familias y la humanidad entera, pide el Papa





Pidamos al Espíritu Santo escuchar a Dios y el clamor del pueblo, disponibilidad a confrontarnos de forma sincera, abierta y fraterna, mantener nuestra mirada fija en Jesucristo, haciendo lo que Él nos diga. Palabras que contienen el testamento espiritual de María, «amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas» (Evangelii gaudium, 286). ¡Hagámoslas nuestras! - alentó el Papa Francisco - en la víspera de la solemne apertura de la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos sobre los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la Evangelización. En una Vigilia de oración organizada por la Conferencia Episcopal Italiana, en la Plaza de San Pedro.
«¡Sí, en el Evangelio está la salvación que colma las necesidades más profundas del hombre!», reiteró el Obispo de Roma, haciendo hincapié en que «de esta salvación - obra de la misericordia de Dios y de Su gracia - como Iglesia, somos signo e instrumento, sacramento vivo y eficaz (cf. Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 112.). Si no fuera así, nuestro edificio sería sólo un castillo de naipes y los pastores se reducirían a clérigos de estado, en cuyos labios el pueblo buscaría en vano la frescura y el “olor a Evangelio" (Ibid., 39)».
«Nuestra escucha y nuestro confrontarnos sobre la familia, amada con la mirada de Cristo, se volverán una oportunidad providencial para renovar - siguiendo el ejemplo de San Francisco – a la Iglesia y a la sociedad», señaló el Papa, añadiendo luego que «con la alegría del Evangelio, volveremos a encontrar el camino de una Iglesia reconciliada y misericordiosa, pobre y amiga de los pobres; una Iglesia capaz de «triunfar con paciencia y caridad en sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas» (Concilio Ecuménico Vaticano II Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 8).
«Pueda soplar el viento de Pentecostés sobre los trabajos sinodales, sobre la Iglesia, sobre la humanidad entera. Desate los nudos que impiden a las personas encontrarse, sane las heridas que sangran, reavive la esperanza. Nos conceda aquella caridad creativa que permite amar como Jesús amó. Y nuestro anuncio volverá a encontrar la vitalidad y el dinamismo de los primeros misioneros del Evangelio, pidió el Santo Padre al concluir su homilía.


 
Palabras del Papa

Queridas familias ¡Buenas noches! 


             Anochece ahora en nuestra  asamblea.
Es la hora en que se vuelve a casa de buen grado, para encontrarse en la misma mesa, en el espesor de los afectos, el bien cumplido y recibido, de los encuentros que calientan el corazón y lo hacen crecer, vino bueno que anticipa en los días del hombre la fiesta sin ocaso.
Y también es la hora que más pesa para el que se encuentra cara a cara con su propia soledad, en el crepúsculo amargo de sueños y proyectos quebrados: cuántas personas arrastran sus días en el callejón sin salida de la resignación, del abandono, e incluso del rencor; en cuántos hogares ha faltado el vino de la alegría y, por lo tanto, el sabor - la misma sabiduría - de la vida...
De los unos y de los otros, esta noche, nos hacemos voz con nuestra oración.
Es significativo que - incluso en la cultura individualista que desnaturaliza y hace efímeros los vínculos – en cada nacido de mujer permanezca vivo un anhelo esencial de estabilidad, de una puerta abierta, de una persona con la cual entretejer y compartir la historia de la vida, una historia a la cual pertenecer. La comunión de vida asumida por el esposo y la esposa, su apertura al don de la vida, la custodia recíproca, el encuentro y la memoria de las generaciones, el acompañamiento educativo, la transmisión de la fe cristiana a los hijos...: con todo esto la familia sigue siendo escuela incomparable de humanidad, contribución indispensable para una sociedad justa y solidaria (Cf. Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 66-68).
Y cuanto más profundas son sus raíces, más se puede salir y llegar lejos en la vida, sin perderse ni sentirse extranjeros en ningún lugar.
Este horizonte nos ayuda a comprender la importancia de la Asamblea sinodal que se abre mañana.


 Ya el ‘convenire in unum’, alrededor del Obispo de Roma, es un evento de gracia, en el que la colegialidad episcopal se manifiesta en un camino de discernimiento espiritual y pastoral. Para buscar lo que el Señor le pide hoy a Su Iglesia, debemos escuchar los latidos de este tiempo y percibir el 'olor' de los hombres de hoy, hasta quedar impregnados de sus alegrías y esperanzas, sus tristezas y angustias (cf Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et Spes, 1): entonces sabremos proponer con credibilidad la buena noticia sobre la familia.
Sabemos, en efecto, que en el Evangelio hay una fuerza y una
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ternura capaces de vencer lo que crea infelicidad y violencia. ¡Sí, en el Evangelio está la salvación que colma las necesidades más profundas del hombre! De esta salvación - obra de la misericordia de Dios y de Su gracia - como Iglesia, somos signo e instrumento, sacramento vivo y eficaz (cf. Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 112.). Si no fuera así, nuestro edificio sería sólo un castillo de naipes y los pastores se reducirían a clérigos de estado, en cuyos labios el pueblo buscaría en vano la frescura y el “olor a Evangelio" (Ibid., 39).
Emergen así también los contenidos de nuestra oración.
Al Espíritu Santo, pidámosle para los Padres Sinodales, ante todo, el don de la escucha: escuchar a Dios, hasta escuchar con Él el clamor del pueblo; escuchar al pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama.


Junto con la escucha, invoquemos la disponibilidad a confrontarnos de forma sincera, abierta y fraterna, que nos lleve a asumir con responsabilidad pastoral los interrogativos que este cambio de época trae consigo. Dejemos que se derramen en nuestro corazón, sin perder nunca la paz, sino con la confianza serena en que, a su tiempo, el Señor no dejará de volver a conducir hacia la unidad.
La historia de la Iglesia ¿no nos presenta acaso tantas situaciones análogas, que nuestros padres supieron superar con obstinada paciencia y creatividad? 

El secreto está en una mirada: y es el tercer don que imploramos con nuestra oración. Porque, si de verdad queremos verificar nuestro pasado en el terreno de los desafíos contemporáneos, la condición decisiva es mantener nuestra mirada fija en Jesucristo - Lumen Gentium, Luz de los pueblos- detenernos en la contemplación y en la adoración de su rostro. Si asumimos su manera de pensar, de vivir y de relacionarse, no tendremos dificultades para traducir el trabajo sinodal en indicaciones y caminos para la pastoral de de la persona y de la familia. De hecho, cada vez que volvemos a la fuente de la experiencia cristiana, se abren nuevos caminos y posibilidades inimaginables.

 Es lo que deja intuir la indicación evangélica: «Hagan todo lo que él les diga». (Jn 2,5). Son palabras que contienen el testamento espiritual de María, «amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas» (Evangelii gaudium, 286). ¡Hagámoslas nuestras!
Entonces, nuestra escucha y nuestro confrontarnos sobre la familia, amada con la mirada de Cristo, se volverán una oportunidad providencial para renovar - siguiendo el ejemplo de San Francisco – a la Iglesia y a la sociedad. 


Con la alegría del Evangelio, volveremos a encontrar el camino de una Iglesia reconciliada y misericordiosa, pobre y amiga de los pobres; una Iglesia capaz de «triunfar con paciencia y caridad en sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas» (Concilio Ecuménico Vaticano II Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 8).
Pueda soplar el viento de Pentecostés sobre los trabajos sinodales, sobre la Iglesia, sobre la humanidad entera. Desate los nudos que impiden a las personas encontrarse, sane las heridas que sangran, reavive la esperanza. Nos conceda aquella caridad creativa que permite amar como Jesús amó.
Y nuestro anuncio volverá a encontrar la vitalidad y el dinamismo de los primeros misioneros del Evangelio.
















Este 5 de octubre, XXVII domingo del tiempo ordinario, el Papa Francisco celebró en la Basílica Vaticana la Santa Misa de inauguración de la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos sobre el tema “Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización”. “También nosotros estamos llamados en el Sínodo de los Obispos a trabajar por la viña del Señor”, observó el Papa en su homilía.
“Las Asambleas sinodales no sirven para discutir ideas brillantes y originales, o para ver quién es más inteligente... Sirven para cultivar y guardar mejor la viña del Señor, para cooperar en su sueño, su proyecto de amor por su pueblo. En este caso, el Señor nos pide que cuidemos de la familia, que desde los orígenes es parte integral de su designio de amor por la humanidad”.
“Para cultivar y guardar bien la viña, es preciso - puntualizó- que nuestro corazón y nuestra mente estén custodiados en Jesucristo por la «paz de Dios, que supera todo juicio», como dice san Pablo. De este modo, nuestros pensamientos y nuestros proyectos serán conformes al sueño de Dios: formar un pueblo santo que le pertenezca y que produzca los frutos del Reino de Dios”.
Les recordamos que a partir de hoy y hasta el 19 de octubre se celebra este Sínodo de los Obispos, anunciado el 8 de octubre del año 2013. El Relator general es el Card. Péter Erdő, Arzobispo de Esztergom-Budapest (Hungría). Su Secretario especial es Mons. Bruno Forte, Arzobispo de Chieti-Vasto (Italia). Los Presidentes delegados son los Cardenales André Vingt-Trois, Arzobispo de París; Luis Antonio G. Tagle, Arzobispo de Manila y Raymundo Damasceno Assis, Arzobispo de Aparecida. Durante los trabajos sinodales está prevista la adoración eucarística cotidiana, en la Capilla de la Salus Populi Romani de la Basílica romana de Santa María la Mayor.


Homilía del Santo Padre en la misa de Apertura del Sínodo 

El profeta Isaías y el Evangelio de hoy usan la imagen de la viña del Señor. La viña del Señor es su «sueño», el proyecto que él cultiva con todo su amor, como un campesino cuida su viña. La vid es una planta que requiere muchos cuidados.
El «sueño» de Dios es su pueblo: Él lo ha plantado y lo cultiva con amor paciente y fiel, para que se convierta en un pueblo santo, un pueblo que dé muchos frutos buenos de justicia.
Sin embargo, tanto en la antigua profecía como en la parábola de Jesús, este sueño de Dios queda frustrado. Isaías dice que la viña, tan amada y cuidada, en vez de uva «dio agrazones» (5,2.4); Dios «esperaba derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperaba justicia, y ahí tenéis: lamentos» (v. 7). En el Evangelio, en cambio, son los labradores quienes desbaratan el plan del Señor: no hacen su trabajo, sino que piensan en sus propios intereses.
Con su parábola, Jesús se dirige a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos del pueblo, es decir, a los «sabios», a la clase dirigente. A ellos ha encomendado Dios de manera especial su «sueño», es decir, a su pueblo, para que lo cultiven, se cuiden de él, lo protejan de los animales salvajes. El cometido de los jefes del pueblo es éste: cultivar la viña con libertad, creatividad y laboriosidad.
Pero Jesús dice que aquellos labradores se apoderaron de la viña; por su codicia y soberbia, quieren disponer de ella como quieran, quitando así a Dios la posibilidad de realizar su sueño sobre el pueblo que se ha elegido.
La tentación de la codicia siempre está presente. También la encontramos en la gran profecía de Ezequiel sobre los pastores (cf. cap. 34), comentada por san Agustín en su célebre discurso que acabamos de leer en la Liturgia de las Horas. La codicia del dinero y del poder. Y para satisfacer esta codicia, los malos pastores cargan sobre los hombros de las personas fardos insoportables, que ellos mismos ni siquiera tocan con un dedo (cf. Mt 23,4). 


También nosotros estamos llamados en el Sínodo de los Obispos a trabajar por la viña del Señor. Las Asambleas sinodales no sirven para discutir ideas brillantes y originales, o para ver quién es más inteligente... Sirven para cultivar y guardar mejor la viña del Señor, para cooperar en su sueño, su proyecto de amor por su pueblo. En este caso, el Señor nos pide que cuidemos de la familia, que desde los orígenes es parte integral de su designio de amor por la humanidad.
También nosotros podemos tener la tentación de «apoderarnos» de la viña, a causa de la codicia que nunca falta en nosotros, seres humanos. El sueño de Dios siempre se enfrenta con la hipocresía de algunos servidores suyos. Podemos «frustrar» el sueño de Dios si no nos dejamos guiar por el Espíritu Santo. El Espíritu nos da esa sabiduría que va más allá de la ciencia, para trabajar generosamente con verdadera libertad y humilde creatividad.
Hermanos, para cultivar y guardar bien la viña, es preciso que nuestro corazón y nuestra mente estén custodiados en Jesucristo por la «paz de Dios, que supera todo juicio», como dice san Pablo (Flp 4,7). De este modo, nuestros pensamientos y nuestros proyectos serán conformes al sueño de Dios: formar un pueblo santo que le pertenezca y que produzca los frutos del Reino de Dios (cf. Mt 21,43).


 Al finalizar la santa misa celebrada en la Basílica Vaticana por la solemne apertura de la III Asamblea general extraordinaria del Sínodo de los Obispos sobre el tema: Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización (5-19 de octubre 2014), el Santo Padre se ha asomado a la ventana del estudio en el Palacio Apostólico para recitar el ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro.




Puntualmente al mediodía de este domingo 5 de octubre, el Papa Francisco se asomó a la Plaza de San Pedro para abrazar idealmente a los miles de fieles que allí lo esperaban. Refiriéndose a la celebración de la mañana, el Obispo de Roma invitó a todos a apoyar los trabajos del Sínodo con la oración, invocando la materna intercesión de María. “Los Padres sinodales, provenientes de todas partes del mundo, vivirán junto a mí dos intensas semanas de escucha y de diálogo, fecundadas por la oración”, subrayó el Santo Padre, recordando el tema del mismo: “Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización”. “Así como una viña, observó, el pueblo requiere mucho cuidado, requiere un amor paciente y fiel. Así hace Dios con nosotros y así, nosotros Pastores, estamos llamados a hacer. Ocuparse de la familia es también una forma de trabajar en la viña del Señor, para que produzca los frutos del Reino de Dios.”


Palabras del Papa antes del rezo del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
Esta mañana, con la concelebración eucarística en la Basílica de San Pedro, hemos inaugurado la Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos. Los Padres sinodales, provenientes de todas partes del mundo, junto a mí, vivirán dos intensas semanas de escucha y de diálogo, fecundadas por la oración, sobre el tema “Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización”.
Hoy la Palabra de Dios presenta la imagen de la viña como símbolo del pueblo que el Señor ha elegido. Así como una viña, el pueblo requiere mucho cuidado, requiere un amor paciente y fiel. Así hace Dios con nosotros y así, nosotros Pastores, estamos llamados a hacer. Ocuparse de la familia es también una forma de trabajar en la viña del Señor, para que produzca los frutos del Reino de Dios (cfr Mt 21,33-43).
Pero para que la familia pueda caminar bien, con confianza y esperanza, es necesario que sea nutrida por la Palabra de Dios. Por esto es una feliz coincidencia que precisamente hoy nuestros hermanos Paulinos hayan querido realizar una gran distribución de la Biblia, aquí en la Plaza y en tantos otros lugares. ¡Agradezcamos a nuestros hermanos Paulinos! Lo hacen con ocasión del Centenario de su fundación, por parte del beato Giacomo Alberione, gran apóstol de la comunicación. Entonces hoy, mientras se abre el Sínodo para la Familia, con la ayuda de los Paulinos podemos decir: ¡una Biblia en cada familia! ¡Una Biblia en cada familia! "Pero padre, nosotros tenemos dos, tres..." ¡Una Biblia para cada familia! "¿Pero, dónde las han escondido?"


 La Biblia no es para colocarla en una repisa, sino para tenerla a la mano, para leerla a menudo, cada día, ya sea individualmente que juntos, marido y mujer, padres e hijos, tal vez por la noche, especialmente el domingo. Así la familia crece, camina, ¡con la luz y la fuerza de la Palabra de Dios! Esta Biblia que les darán los hermanos Paulinos, una para cada familia. ¡Pero estén atentos! No se hagan los astutos: agarrarla con una mano, no con las dos, ¿eh? Con una mano, para llevarla a casa. 
Invito a todos a apoyar los trabajos del Sínodo con la oración, invocando la Madre, la materna intercesión de la Virgen María. 
En este momento, nos asociamos espiritualmente a aquellos que, en el Santuario de Pompeya, elevan la tradicional «Súplica» a la Virgen del Rosario ¡Que obtenga la paz, para las familias y para el mundo entero!

Saludos del Papa tras el rezo del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas,
Ayer en los Estados Unidos ha sido proclamada beata la Hermana María Teresa Demjanovich, de las Hermanas de la caridad de Santa Isabel. Demos gracias a Dios por esta fiel discípula de Cristo, que condujo una intensa vida espiritual.
Hoy en Italia se celebra la “Jornada por el abatimiento de las barreras arquitectónicas”. Aliento a cuantos se empeñan para garantizar iguales oportunidades de vida para todos, independientemente de la condición física de cada individuo. Deseo que las Instituciones y cada uno de los ciudadanos estén siempre atentos a este importante objetivo social.
Y ahora, saludo cordialmente a todos ustedes, fieles romanos y peregrinos provenientes de Italia y de varios países. Saludo en particular a los estudiantes llegados de Australia y a aquellos del San Bonaventura Gymnasium Dillingen (Alemania), a los jóvenes de Jordania, de la Asociación San Giovanni Matha y a los fieles de la parroquia de San Pablo de Bérgamo. ¡Los veo Alli!

Saludo a los peregrinos llegados en bicicleta desde la zona de Milán, en recuerdo de Santa Gianna Berretta Molla, santa madre de familia, testigo de Evangelio de la vida, y los aliento a proseguir con sus iniciativas de solidaridad en favor de las personas más frágiles.
Por favor, no se olviden, recen por el Sínodo, recen a la Virgen, para que custodie esta Asamblea sinodal.
¡A todos les deseo un feliz domingo! ¡Recen por mí! ¡Buen almuerzo y hasta pronto!




PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE

SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA



CAPÍTULO SEGUNDO
CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS

ARTÍCULO 3
"JESUCRISTO FUE CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA
DEL ESPÍRITU SANTO Y NACIÓ DE SANTA MARÍA VIRGEN"

Párrafo 3
LOS MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO


Nuestra comunión en los misterios de Jesús
521 Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en Él y que Él lo viva en nosotros. "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre"(GS 22, 2). Estamos llamados a no ser más que una sola cosa con Él; nos hace comulgar, en cuanto miembros de su Cuerpo, en lo que Él vivió en su carne por nosotros y como modelo nuestro:
«Debemos continuar y cumplir en nosotros los estados y misterios de Jesús, y pedirle con frecuencia que los realice y lleve a plenitud en nosotros y en toda su Iglesia [...] Porque el Hijo de Dios tiene el designio de hacer participar y de extender y continuar sus misterios en nosotros y en toda su Iglesia [...] por las gracias que Él quiere comunicarnos y por los efectos que quiere obrar en nosotros gracias a estos misterios. Y por este medio quiere cumplirlos en nosotros» (San Juan Eudes, Tractatus de regno Iesu).
CAPÍTULO SEGUNDO
CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS

ARTÍCULO 4
“JESUCRISTO PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO,
FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO”

Párrafo 2
JESÚS MURIÓ CRUCIFICADO

I El proceso de Jesús
Divisiones de las autoridades judías respecto a Jesús
595 Entre las autoridades religiosas de Jerusalén, no solamente el fariseo Nicodemo (cf. Jn 7, 50) o el notable José de Arimatea eran en secreto discípulos de Jesús (cf. Jn 19, 38-39), sino que durante mucho tiempo hubo disensiones a propósito de Él (cf. Jn 9, 16-17; 10, 19-21) hasta el punto de que en la misma víspera de su pasión, san Juan pudo decir de ellos que "un buen número creyó en él", aunque de una manera muy imperfecta (Jn 12, 42). Eso no tiene nada de extraño si se considera que al día siguiente de Pentecostés "multitud de sacerdotes iban aceptando la fe" (Hch 6, 7) y que "algunos de la secta de los fariseos ... habían abrazado la fe" (Hch 15, 5) hasta el punto de que Santiago puede decir a san Pablo que "miles y miles de judíos han abrazado la fe, y todos son celosos partidarios de la Ley" (Hch 21, 20).
596 Las autoridades religiosas de Jerusalén no fueron unánimes en la conducta a seguir respecto de Jesús (cf. Jn 9, 16; 10, 19). Los fariseos amenazaron de excomunión a los que le siguieran (cf. Jn 9, 22). A los que temían que "todos creerían en él; y vendrían los romanos y destruirían nuestro Lugar Santo y nuestra nación" (Jn 11, 48), el sumo sacerdote Caifás les propuso profetizando: "Es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que perezca toda la nación" (Jn 11, 49-50). El Sanedrín declaró a Jesús "reo de muerte" (Mt 26, 66) como blasfemo, pero, habiendo perdido el derecho a condenar a muerte a nadie (cf. Jn 18, 31), entregó a Jesús a los romanos acusándole de revuelta política (cf. Lc 23, 2) lo que le pondrá en paralelo con Barrabás acusado de "sedición" (Lc 23, 19). Son también las amenazas políticas las que los sumos sacerdotes ejercen sobre Pilato para que éste condene a muerte a Jesús (cf. Jn 19, 12. 15. 21).
Los judíos no son responsables colectivamente de la muerte de Jesús
597 Teniendo en cuenta la complejidad histórica manifestada en las narraciones evangélicas sobre el proceso de Jesús y sea cual sea el pecado personal de los protagonistas del proceso (Judas, el Sanedrín, Pilato), lo cual solo Dios conoce, no se puede atribuir la responsabilidad del proceso al conjunto de los judíos de Jerusalén, a pesar de los gritos de una muchedumbre manipulada (Cf. Mc 15, 11) y de las acusaciones colectivas contenidas en las exhortaciones a la conversión después de Pentecostés (cf. Hch 2, 23. 36; 3, 13-14; 4, 10; 5, 30; 7, 52; 10, 39; 13, 27-28; 1 Ts 2, 14-15). El mismo Jesús perdonando en la Cruz (cf. Lc 23, 34) y Pedro siguiendo su ejemplo apelan a "la ignorancia" (Hch 3, 17) de los judíos de Jerusalén e incluso de sus jefes. Menos todavía se podría ampliar esta responsabilidad a los restantes judíos en el tiempo y en el espacio, apoyándose en el grito del pueblo: "¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!" (Mt 27, 25), que equivale a una fórmula de ratificación (cf. Hch 5, 28; 18, 6):
Tanto es así que la Iglesia ha declarado en el Concilio Vaticano II: «Lo que se perpetró en su pasión no puede ser imputado indistintamente a todos los judíos que vivían entonces ni a los judíos de hoy [...] No se ha de señalar a los judíos como reprobados por Dios y malditos como si tal cosa se dedujera de la sagrada Escritura» (NA 4).
Todos los pecadores fueron los autores de la Pasión de Cristo
598 La Iglesia, en el magisterio de su fe y en el testimonio de sus santos, no ha olvidado jamás que "los pecadores mismos fueron los autores y como los instrumentos de todas las penas que soportó el divino Redentor" (Catecismo Romano, 1, 5, 11; cf. Hb 12, 3). Teniendo en cuenta que nuestros pecados alcanzan a Cristo mismo (cf. Mt 25, 45; Hch 9, 4-5), la Iglesia no duda en imputar a los cristianos la responsabilidad más grave en el suplicio de Jesús, responsabilidad con la que ellos con demasiada frecuencia, han abrumado únicamente a los judíos:
«Debemos considerar como culpables de esta horrible falta a los que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes y en el mal "crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia" (Hb 6, 6). Y es necesario reconocer que nuestro crimen en este caso es mayor que el de los judíos. Porque según el testimonio del apóstol, "de haberlo conocido ellos no habrían crucificado jamás al Señor de la Gloria" (1 Co 2, 8). Nosotros, en cambio, hacemos profesión de conocerle. Y cuando renegamos de Él con nuestras acciones, ponemos de algún modo sobre Él nuestras manos criminales» (Catecismo Romano, 1, 5, 11).
«Y los demonios no son los que le han crucificado; eres tú quien con ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía, deleitándote en los vicios y en los pecados» (S. Francisco de Asís, Admonitio, 5, 3).
II. La muerte redentora de Cristo en el designio divino de salvación
 "Jesús entregado según el preciso designio de Dios"
599 La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica san Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: "Fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios" (Hch 2, 23). Este lenguaje bíblico no significa que los que han "entregado a Jesús" (Hch 3, 13) fuesen solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios.
600 Para Dios todos los momentos del tiempo están presentes en su actualidad. Por tanto establece su designio eterno de "predestinación" incluyendo en él la respuesta libre de cada hombre a su gracia: "Sí, verdaderamente, se han reunido en esta ciudad contra tu santo siervo Jesús, que tú has ungido, Herodes y Poncio Pilato con las naciones gentiles y los pueblos de Israel (cf. Sal 2, 1-2), de tal suerte que ellos han cumplido todo lo que, en tu poder y tu sabiduría, habías predestinado" (Hch 4, 27-28). Dios ha permitido los actos nacidos de su ceguera (cf. Mt 26, 54; Jn 18, 36; 19, 11) para realizar su designio de salvación (cf. Hch 3, 17-18).
"Muerto por nuestros pecados según las Escrituras"
601 Este designio divino de salvación a través de la muerte del "Siervo, el Justo" (Is 53, 11;cf. Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la Escritura como un misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres de la esclavitud del pecado (cf. Is 53, 11-12; Jn 8, 34-36). San Pablo profesa en una confesión de fe que dice haber "recibido" (1 Co 15, 3) que "Cristo ha muerto por nuestros pecados según las Escrituras" (ibíd.: cf. también Hch 3, 18; 7, 52; 13, 29; 26, 22-23). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente (cf. Is 53, 7-8 y Hch 8, 32-35). Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (cf. Mt 20, 28). Después de su Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 25-27), luego a los propios apóstoles (cf. Lc 24, 44-45).
CAPÍTULO TERCERO
CREO EN EL ESPÍRITU SANTO

ARTÍCULO 9
“CREO EN LA SANTA IGLESIA CATÓLICA”

Párrafo 1
LA IGLESIA EN EL DESIGNIO DE DIOS


Los símbolos de la Iglesia

756 "También muchas veces a la Iglesia se la llama construcción de Dios (1 Co 3, 9). El Señor mismo se comparó a la piedra que desecharon los constructores, pero que se convirtió en la piedra angular (Mt 21, 42 y paralelos; cf. Hch 4, 11; 1 P 2, 7; Sal 118, 22). Los Apóstoles construyen la Iglesia sobre ese fundamento (cf. 1 Co 3, 11), que le da solidez y cohesión. Esta construcción recibe diversos nombres: casa de Dios (1 Tm 3, 15) en la que habita su familia, habitación de Dios en el Espíritu (Ef 2, 19-22), tienda de Dios con los hombres (Ap 21, 3), y sobre todo, templo santo. Representado en los templos de piedra, los Padres cantan sus alabanzas, y la liturgia, con razón, lo compara a la ciudad santa, a la nueva Jerusalén. En ella, en efecto, nosotros como piedras vivas entramos en su construcción en este mundo (cf. 1 P 2, 5). San Juan ve en el mundo renovado bajar del cielo, de junto a Dios, esta ciudad santa arreglada como una esposa embellecidas para su esposo (Ap 21, 1-2)". (LG 6)

TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO
1696 El camino de Cristo “lleva a la vida”, un camino contrario “lleva a la perdición” (Mt 7,13; cf Dt 30, 15-20). La parábola evangélica de los dos caminos está siempre presente en la catequesis de la Iglesia. Significa la importancia de las decisiones morales para nuestra salvación. “Hay dos caminos, el uno de la vida, el otro de la muerte; pero entre los dos, una gran diferencia” (Didaché, 1, 1)
1697 En la catequesis es importante destacar con toda claridad el gozo y las exigencias del camino de Cristo (cf CT 29). La catequesis de la “vida nueva” en Él (Rm 6, 4.) será:
una catequesis del Espíritu Santo, Maestro interior de la vida según Cristo, dulce huésped del alma que inspira, conduce, rectifica y fortalece esta vida;
una catequesis de la gracia, pues por la gracia somos salvados, y también por la gracia nuestras obras pueden dar fruto para la vida eterna;
una catequesis de las bienaventuranzas, porque el camino de Cristo está resumido en las bienaventuranzas, único camino hacia la dicha eterna a la que aspira el corazón del hombre;
una catequesis del pecado y del perdón, porque sin reconocerse pecador, el hombre no puede conocer la verdad sobre sí mismo, condición del obrar justo, y sin el ofrecimiento del perdón no podría soportar esta verdad;
una catequesis de las virtudes humanas que haga captar la belleza y el atractivo de las rectas disposiciones para el bien;
una catequesis de las virtudes cristianas de fe, esperanza y caridad que se inspire ampliamente en el ejemplo de los santos;
una catequesis del doble mandamiento de la caridad desarrollado en el Decálogo;
una catequesis eclesial, pues en los múltiples intercambios de los “bienes espirituales” en la “comunión de los santos” es donde la vida cristiana puede crecer, desplegarse y comunicarse.








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