domingo, 14 de diciembre de 2014

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO EN EL III DOMINGO DE ADVIENTO: "¡Con Jesús, la alegría está en casa!"


La alegría penetra en la Liturgia de este III domingo de Adviento.  Y tiene un nombre específico: GAUDETE. Nos acercamos a la Navidad y esta cercanía nos lleva a meditar más profundamente en la venida final de Cristo. Estamos alegres y agradecidos porque se nos ha dado el Espíritu, se ha predicado la Buena Nueva y se nos asegura la salvación. Nosotros también, al igual que Juan Bautista, hemos sido llamados a predicar el camino del Señor; a preparar nuestros corazones para su llegada en esta liturgia y todas las veces que diariamente viene a nuestra vida.

El Evangelio de hoy es un buen ejemplo de lo que significa ser testigo. Juan Bautista es el hombre que ha sido enviado por Dios a dar testimonio de la luz. Juan, como testigo, orienta toda su vida y actividad a descubrir al otro, a la luz, a prepararle el camino, a llevarle a la humanidad hacia Cristo. 

Consciente de su papel de precursor, Juan “desvía” hábilmente la conversación para que quienes preguntan quién es él, se dirijan hacia la persona de Jesús. O tal vez se trate de una lección más sutil, buscando que sus interlocutores descubran que no pueden comprender la persona de Juan, sin referencia a Jesús. Esto sí es verdaderamente “cristiano”, es decir, nadie que se llame cristiano puede encontrar su identidad al margen de Jesucristo.





“Jesús es nuestra alegría y estamos llamados a testimoniarla”, son palabras del Papa en el tercer domingo de Adviento, llamado también gaudete de la alegría, antes de rezar la oración mariana. Cientos de fieles, sobre todo niños, llenaron la plaza de San Pedro como suele suceder todos los domingos, pero hoy se respiraba un ambiente especial: casi todos llevaban en sus manos la figurita del Niño Dios que pondrán en su pesebre la noche del 24, para que Francisco los bendijera.
Recibido con una gran ovación cuando se asomó a la ventana del Palacio Apostólico, antes de rezar el Ángelus, Francisco reflexionó sobre la felicidad a la que aspiramos cada uno de nosotros, y sobre la alegría de los cristianos de ser llamados a testimoniar, porque “Jesús mismo es nuestra alegría”. Y recordó que todos los bautizados estamos llamados a ayudar a los demás a descubrirla, o a redescubrirla, si hubiera sido olvidada. Se trata de una “misión bellísima”, enfatizó. “Jesús no es un personaje del pasado, es la palabra de Dios que hoy continúa a iluminar el camino del hombre, y sus gestos -los sacramentos- son la manifestación de la ternura, de la consolidación y del amor del Padre sobre cada ser humano”.
Después de rezar a la Madre de Dios, el Papa saludó detalladamente a los distintos grupos de peregrinos y les pidió a todos que cuando oren delante del pesebre, se acuerden de él “igual que yo me acuerdo de ustedes”, aseguró. Hablando sobre la importancia que tiene la oración en el día a día, Francisco explicó que se les iba a entregar un libro de oraciones, para los diferentes momentos de la jornada y de las situaciones de la vida.  
"¡Con Jesús, la alegría está en casa!", repitió el Papa e hizo repetir a todos los presentes en diferentes momentos.

















Texto completo de las palabras del Papa a la hora del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas,
 queridos niños, queridos jóvenes ¡buenos días!
Desde hace ya dos semanas el Tiempo de Adviento nos ha invitado a la vigilancia espiritual para preparar el camino del Señor, Señor que viene. En este tercer domingo la liturgia nos propone otra actitud interior con la cual vivir esta espera del Señor, es decir, la alegría. La alegría de Jesús, como dice aquel cartel allí, en la plaza: “Con Jesús la alegría está en casa”. He aquí, nos propone la alegría de Jesús.
El corazón del hombre desea la alegría. Todos deseamos la alegría, cada familia, cada pueblo aspira a la felicidad. ¿Pero cuál es la alegría que el cristiano está llamado a vivir, está llamado a testimoniar? Es aquella que viene de la cercanía de Dios, de su presencia en nuestra vida. Desde cuando Jesús entró en la historia, con su nacimiento en Belén, la humanidad recibió el germen del Reino de Dios, como un terreno que recibe la semilla, promesa de la futura cosecha. ¡No es más necesario buscar en otro lugar!

  Jesús vino a traer la alegría a todos y para siempre. No se trata de una alegría solamente esperada o postergada al Paraíso: aquí en la tierra estamos tristes pero en el Paraíso seremos dichosos. ¡No, no! ¡No es ésta! Sino una alegría ya real y experimentable ahora, porque Jesús mismo es nuestra alegría, y nuestra casa con Jesús es alegre, como decía aquel cartel vuestro: “Con Jesús la alegría está en casa”. Y sin Jesús ¿hay alegría? ¡No!¡Bravo! Él está vivo y es el Resucitado y obra en nosotros y entre nosotros, especialmente con la Palabra y los Sacramentos.
Todos nosotros bautizados, hijos de la Iglesia, estamos llamados a acoger siempre nuevamente la presencia de Dios en medio de nosotros y a ayudar a los otros a descubrirla, o a redescubrirla en el caso de que la hubieran olvidado. Se trata de una misión bellísima, similar a aquella de Juan Bautista: orientar la gente a Cristo - ¡no a nosotros mismos! – porque es Él la meta hacia la cual tiende el corazón del hombre cuando busca la alegría y la felicidad.
De nuevo San Pablo, en la liturgia de hoy, indica las condiciones para ser “misioneros de la alegría”: orar con perseverancia, dar siempre gracias a Dios, secundar su Espíritu, buscar el bien y evitar el mal (cfr 1 Ts 5, 17-22). Si esto será nuestro estilo de vida, entonces la Buena Noticia podrá entrar en tantas casas y ayudar a las personas y a las familias a descubrir que en Jesús está la salvación. En Él es posible encontrar la paz interior y la fuerza para afrontar cada día las diversas situaciones de la vida, también aquellas más pesadas y difíciles. Nunca se ha escuchado de un santo triste o de una santa con cara de funeral. ¡Jamás se ha escuchado! Sería un contrasentido. El cristianos es una persona que tienen el corazón rebosante de paz porque sabe poner su alegría en el señor también cuando atraviesa los momentos difíciles de la vida. Tener fe no significa no tener momentos difíciles, sino tener la fuerza de afrontarlos sabiendo que no estamos solos. Y ésta es la paz que Dios dona a sus hijos.

 Con la mirada dirigida a la Navidad ya cercana, la Iglesia nos invita a testimoniar que Jesús no es un personaje del pasado; Él es la Palabra de Dios que hoy continúa iluminando el camino del hombre; sus gestos – los Sacramentos – son la manifestación de la ternura, de la consolación y del amor del Padre hacia todo ser humano. 
La Virgen María, “Causa de nuestra alegría”, nos haga siempre dichosos en el Señor, que viene a liberarnos de tantas esclavitudes interiores y exteriores.


 Palabras del Papa después de la oración mariana


Queridos hermanos y hermanas,

me he olvidado de cómo era aquella frase: “Con Jesús…”, a ver veamos, “Con Jesús la alegría está en casa”. Todos juntos: “Con Jesús la alegría está en casa”.
Los saludo a todos ustedes, familias, grupos parroquiales y asociaciones, que han venido desde Roma, Italia y de tantas partes del mundo. En particular, saludo a los peregrinos de Civitella Casanova, Catania, Gela, Altamura y a los jóvenes de Frosinone.
Al saludar a los fieles polacos, me uno espiritualmente a sus connacionales, a toda Polonia, que hoy encienden la “vela de Navidad” y reafirman el compromiso de solidaridad, especialmente en este “Año de la Caritas” que se celebra en Polonia.

 Y ahora saludo con afecto a los chicos venidos para la bendición de los “Niñitos”, organizada por el Centro di Oratori Romani. Pero enhorabuena, ¡eh! Ustedes lo han hecho muy bien, han estado muy alegres aquí en la plaza, ¡enhorabuena! Y ahora llevan el pesebre bendecido. Queridos niños, les agradezco por su presencia y les deseo ¡Feliz Navidad! Cuando recen en casa, delante de su pesebre, acuérdense también de mí, de rezar por mí, como yo me acuerdo de ustedes. La oración es el respiro del alma: es importante encontrar momentos en la jornada para abrir el corazón a Dios, también con las simples y breves oraciones del pueblo cristiano. 

Para esto, hoy he pensado en hacerles un regalo a todos ustedes que están aquí, en la plaza, una sorpresa, un regalo: los daré : un pequeño librito de bolsillo que reúne algunas oraciones, para los varios momentos de la jornada y para las diversas situaciones de la vida. Es esto. Algunos voluntarios los distribuirán. Tomen uno cada uno y llévenlo siempre con ustedes, como ayuda  para vivir toda la jornada con  Dios. Y para que no nos olvidemos de aquel mensaje tan bonito, que ustedes han hecho con el cartel, ¿cómo era?, “Con Jesús, la alegría está en casa”. Otra vez: “con Jesús, la alegría está en casa”, ¡Bravo!
A todos ustedes un cordial deseo de un feliz domingo y de buen almuerzo. No se olviden, por favor de rezar por mí. ¡Hasta pronto! ¡Y tanta alegría!





PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE

SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA

CAPÍTULO SEGUNDO
CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS

La Buena Nueva: Dios ha enviado a su Hijo

 En el centro de la catequesis: Cristo
426 "En el centro de la catequesis encontramos esencialmente una persona, la de Jesús de Nazaret, Unigénito del Padre [...]; que ha sufrido y ha muerto por nosotros y que ahora, resucitado, vive para siempre con nosotros [...] Catequizar es [...] descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de Dios [...]. Se trata de procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras de Cristo, los signos realizados por Él mismo" (CT 5). El fin de la catequesis: "conducir a la comunión con Jesucristo [...]; sólo Él puede conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad". (ibíd.).
427 «En la catequesis lo que se enseña es a Cristo, el Verbo encarnado e Hijo de Dios y todo lo demás en referencia a Él; el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo hace en la medida en que es portavoz suyo, permitiendo que Cristo enseñe por su boca [...]. Todo catequista debería poder aplicarse a sí mismo estas misteriosas palabras de Jesús: "Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado" (Jn 7, 16)» (ibid., 6).
428 El que está llamado a "enseñar a Cristo" debe por tanto, ante todo, buscar esta "ganancia sublime que es el conocimiento de Cristo"; es necesario "aceptar perder todas las cosas para ganar a Cristo, y ser hallado en Él" y "conocerle a Él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a Él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos" (Flp 3, 8-11).
429 De este conocimiento amoroso de Cristo es de donde brota el deseo de anunciarlo, de "evangelizar", y de llevar a otros al "sí" de la fe en Jesucristo. Y al mismo tiempo se hace sentir la necesidad de conocer siempre mejor esta fe. Con este fin, siguiendo el orden del Símbolo de la fe, presentaremos en primer lugar los principales títulos de Jesús: Cristo, Hijo de Dios, Señor (artículo 2). El Símbolo confiesa a continuación los principales misterios de la vida de Cristo: los de su Encarnación (artículo 3), los de su Pascua (artículos 4 y 5), y, por último, los de su glorificación (artículos 6 y 7).

ARTÍCULO 3
"JESUCRISTO FUE CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA
DEL ESPÍRITU SANTO Y NACIÓ DE SANTA MARÍA VIRGEN"

Párrafo 3
LOS MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO



 III. Los misterios de la vida pública de Jesús
El Bautismo de Jesús


537 Por el Bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para subir con él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y "vivir una vida nueva" (Rm 6, 4):
«Enterrémonos con Cristo por el Bautismo, para resucitar con él; descendamos con él para ser ascendidos con él; ascendamos con él para ser glorificados con él» (San Gregorio Nacianceno, Oratio 40, 9: PG 36, 369).
«Todo lo que aconteció en Cristo nos enseña que después del baño de agua, el Espíritu Santo desciende sobre nosotros desde lo alto del cielo y que, adoptados por la Voz del Padre, llegamos a ser hijos de Dios. (San Hilario de Poitiers, In evangelium Matthaei, 2, 6: PL 9, 927).



PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE

SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA

CAPÍTULO TERCERO
CREO EN EL ESPÍRITU SANTO

ARTÍCULO 8
“CREO EN EL ESPÍRITU SANTO”



IV El Espíritu de Cristo en la plenitud de los tiempos
Juan, Precursor, Profeta y Bautista
717 "Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. (Jn 1, 6). Juan fue "lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre" (Lc 1, 15. 41) por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu Santo. La "Visitación" de María a Isabel se convirtió así en "visita de Dios a su pueblo" (Lc 1, 68).
718 Juan es "Elías que debe venir" (Mt 17, 10-13): El fuego del Espíritu lo habita y le hace correr delante [como "precursor"] del Señor que viene. En Juan el Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de "preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" (Lc 1, 17).
719 Juan es "más que un profeta" (Lc 7, 26). En él, el Espíritu Santo consuma el "hablar por los profetas". Juan termina el ciclo de los profetas inaugurado por Elías (cf. Mt 11, 13-14). Anuncia la inminencia de la consolación de Israel, es la "voz" del Consolador que llega (Jn 1, 23; cf. Is 40, 1-3). Como lo hará el Espíritu de Verdad, "vino como testigo para dar testimonio de la luz" (Jn 1, 7; cf. Jn 15, 26; 5, 33). Con respecto a Juan, el Espíritu colma así las "indagaciones de los profetas" y la ansiedad de los ángeles (1 P 1, 10-12): "Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios [...] He ahí el Cordero de Dios" (Jn 1, 33-36).
720 En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo: volver a dar al hombre la "semejanza" divina. El bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo nacimiento (cf. Jn 3, 5).

SEGUNDA PARTE 
LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO
SEGUNDA SECCIÓN:
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA

CAPÍTULO PRIMERO
LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA

ARTÍCULO 1
EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO




VII. La gracia del Bautismo
Incorporados a la Iglesia, Cuerpo de Cristo
1267 El Bautismo hace de nosotros miembros del Cuerpo de Cristo. "Por tanto [...] somos miembros los unos de los otros" (Ef 4,25). El Bautismo incorpora a la Iglesia. De las fuentes bautismales nace el único pueblo de Dios de la Nueva Alianza que trasciende todos los límites naturales o humanos de las naciones, las culturas, las razas y los sexos: "Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo" (1 Co 12,13).
1268 Los bautizados vienen a ser "piedras vivas" para "edificación de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo" (1 P 2,5). Por el Bautismo participan del sacerdocio de Cristo, de su misión profética y real, son "linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz" (1 P 2,9). El Bautismo hace participar en el sacerdocio común de los fieles.
1269 Hecho miembro de la Iglesia, el bautizado ya no se pertenece a sí mismo (1 Co 6,19), sino al que murió y resucitó por nosotros (cf 2 Co 5,15). Por tanto, está llamado a someterse a los demás (Ef 5,21; 1 Co 16,15-16), a servirles (cf Jn 13,12-15) en la comunión de la Iglesia, y a ser "obediente y dócil" a los pastores de la Iglesia (Hb 13,17) y a considerarlos con respeto y afecto (cf 1 Ts 5,12-13). Del mismo modo que el Bautismo es la fuente de responsabilidades y deberes, el bautizado goza también de derechos en el seno de la Iglesia: recibir los sacramentos, ser alimentado con la palabra de Dios y ser sostenido por los otros auxilios espirituales de la Iglesia (cf LG 37; CIC can. 208-223; CCEO, can. 675,2).
1270 Los bautizados "renacidos [por el bautismo] como hijos de Dios están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia" (LG 11) y de participar en la actividad apostólica y misionera del Pueblo de Dios (cf LG 17; AG 7,23).



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