jueves, 1 de enero de 2015

En su primer mensaje del año, el Papa Francisco pidió luchar contra las formas modernas de esclavitud



“Agradecer y pedir perdón”, fue el punto central de las palabras del Santo Padre durante la celebración de las vísperas de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, durante el último día del año. El Santo Padre recordó que con el Te Deum, canto del tradicional himno de agradecimiento por la conclusión del año civil y la Bendición Eucarística, alabamos al Señor y al mismo tiempo pedimos perdón, y la actitud de agradecer “nos dispone a la humildad, a reconocer y a recoger los dones del Señor”.
Francisco en su homilía nos invita a hacer un examen de conciencia, y responder a algunas preguntas: ¿cómo es nuestra forma de vivir? ¿Vivimos como hijos o como esclavos? ¿Vivimos como personas bautizadas en Cristo, ungidas por el Espíritu, rescatadas, libres?  O ¿vivimos según la lógica mundana, corrupta, haciendo lo que el diablo nos hace creer que es nuestro interés?. El Papa Bergoglio afirma que siempre hay en nuestro camino existencial una tendencia a resistirnos a la liberación; tenemos miedo de la libertad y, paradójicamente, preferimos más o menos inconscientemente la esclavitud, explicó. Además Francisco destacó que la esclavitud nos impide vivir plena y realmente el presente, porque lo vacía del pasado y lo cierra ante el futuro, a la eternidad. La esclavitud nos hace creer que no podemos soñar, volar, esperar, recalcó.
Como Obispo de Roma también se detuvo en el hecho de vivir en Roma que como él dijo “representa un gran don para un cristiano”.  Por eso nos invita a responder a las siguientes preguntas en esta ciudad, en esta comunidad eclesial: ¿somos libres o somos esclavos, somos sal y luz? ¿Somos levadura? O ¿estamos apagados, sosos, hostiles, desalentados, irrelevantes y cansados?. Francisco, fiel a su persona, siempre recuerda y está cerca de los más necesitados y así lo hizo también presente en su última intervención del año: es “necesaria una gran y cotidiana actitud de libertad cristiana para tener el coraje de proclamar, en nuestra Ciudad, que hay que defender a los pobres, y no defenderse de los pobres, que hay que servir a los débiles y no servirse de los débiles!”. Y así asegura que cuando una ciudad ayuda a los pobres a promoverse en la sociedad, ellos revelan el tesoro de la Iglesia y un tesoro en la sociedad. Al contrario, asegura que cuando no se está pendiente de ellos, la sociedad se empobrece hasta la miseria, pierde la libertad.
Concluyendo su homilía, el Papa, insistió en pedir perdón y en dar las gracias, y en recordar que existe una “última hora” y que existe “la plenitud del tiempo”.

Homilía del Papa:

La Palabra de Dios nos introduce hoy, de forma especial, en el significado del tiempo, en el comprender que el tiempo no es una realidad extraña a Dios, simplemente por que Él ha querido revelarse y salvarnos en la historia, en el tiempo. El significado del tiempo, la temporalidad, es la atmósfera de la epifanía de Dios, es decir, de la manifestación del misterio de Dios y de su amor concreto. En efecto, el tiempo es el mensajero de Dios, como decía san Pedro Fabro.
La Liturgia de hoy nos recuerda la frase del apóstol Juan: «Hijos míos, ha llegado la última hora» (1Jn 2,18), y la de San Pablo, que nos habla de «la plenitud del tiempo» (Ga 4,4). Por lo que el día de hoy nos manifiesta cómo el tiempo que ha sido – por decir así – ‘tocado’ por Cristo, el Hijo de Dios y de María, y ha recibido de Él significados nuevos y sorprendentes: se ha vuelto ‘el tiempo salvífico’, es decir, el tiempo definitivo de salvación y de gracia.

Y todo esto nos invita a pensar en el final del camino de la vida, al final de nuestro camino. Hubo un comienzo y habrá un final, «un tiempo para nacer y un tiempo para morir», (Eclesiastés 3,2).
Con esta verdad, bastante simple y fundamental, así como descuidada y olvidada, la santa madre Iglesia nos enseña a concluir el año y también nuestros días con un examen de conciencia, a través del cual volvemos a recorrer lo que ha ocurrido; damos gracias al Señor por todo el bien que hemos recibido y que hemos podido cumplir y, al mismo tiempo, volvemos a pensar en nuestras faltas y en nuestros pecados: Agradecer y pedir perdón.
Es lo que hacemos también hoy al terminar el año. Alabamos al Señor con el himno del Te Deum y al mismo tiempo le pedimos perdón. La actitud de agradecer nos dispone a la humildad, a reconocer y a acoger los dones del Señor.
El apóstol Pablo resume, en la Lectura de estas Primeras Vísperas, el motivo fundamental de nuestro dar gracias a Dios: Él nos ha hecho hijos suyos, nos ha adoptado como hijos. ¡Este don inmerecido nos llena de una gratitud colmada de estupor!
Alguien podría decir: ‘Pero ¿no somos ya todos hijos suyos, por el hecho mismo de ser hombres?’. Ciertamente, porque Dios es Padre de toda persona que viene al mundo. Pero sin olvidar que somos alejados por Él a causa del pecado original que nos ha separado de nuestro Padre: nuestra relación filial está profundamente herida. Por ello Dios ha enviado a su Hijo a rescatarnos con el precio de su sangre. Y si hay un rescate es porque hay una esclavitud. Nosotros éramos hijos, pero nos volvimos esclavos, siguiendo la voz del Maligno. Nadie nos rescata de aquella esclavitud substancial sino Jesús, que ha asumido nuestra carne de la Virgen María y murió en la cruz para liberarnos, liberarnos de la esclavitud del pecado y devolvernos la condición filial perdida.
La Liturgia de hoy recuerda también que «en el principio – antes del tiempo – era la Palabra… y la Palabra se hizo hombre’ y por ello afirma san Ireneo: Éste es el motivo por el cual la Palabra se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, entrando en comunión con la Palabra y recibiendo así la filiación divina, se volviera hijo de Dios ( Adversus haereses, 3,19-1: PG 7,939; cfr Catecismos de la Iglesia Católica, 460).
Al mismo tiempo, el don mismo por el que agradecemos es también motivo de examen de conciencia, de revisión de la vida personal y comunitaria, del preguntarnos: ¿cómo es nuestra forma de vivir? ¿Vivimos como hijos o vivimos como esclavos? ¿Vivimos como personas bautizadas en Cristo, ungidas por el Espíritu, rescatadas, libres?  O ¿vivimos según la lógica mundana, corrupta, haciendo lo que el diablo nos hace creer que es nuestro interés?
Hay siempre en nuestro camino existencial una tendencia a resistirnos a la liberación; tenemos miedo de la libertad y, paradójicamente, preferimos más o menos inconcientemente la esclavitud. La libertad nos asusta porque nos pone ante el tiempo y ante nuestra responsabilidad de vivirlo bien. La esclavitud, en cambio, reduce el tiempo a ‘momento’ y así nos sentimos más seguros, es decir, nos hace vivir momentos desligados de su pasado y de nuestro futuro. En otras palabras, la esclavitud nos impide vivir plena y realmente el presente, porque lo vacía del pasado y lo cierra ante el futuro, frente a la eternidad. La esclavitud nos hace creer que no podemos soñar, volar, esperar.

Decía hace algunos días un gran artista italiano que para el Señor fue más fácil quitar a los israelitas de Egipto que a Egipto del corazón de los israelitas. Habían sido liberados ‘materialmente’ de la esclavitud, pero durante el camino en el desierto con varias dificultades y con el hambre, comenzaron entonces a sentir nostalgia de Egipto cuando ‘comían… cebollas y ajo’ (cfr Num 11,5); pero se olvidaban que comían en la mesa de la esclavitud.
En nuestro corazón se anida la nostalgia de la esclavitud, porque aparentemente nos da más seguridad, más que la libertad, que es muy arriesgada. ¡Cómo nos gusta estar enjaulados por tantos fuegos artificiales, aparentemente muy lindos, pero que en realidad duran sólo pocos instantes! ¡Y Éste es el reino del momento, esto es lo fascinante del momento!
De este examen de conciencia depende también, para nosotros los cristianos, la calidad de nuestro obrar, de nuestro vivir, de nuestra presencia en la ciudad, de nuestro servicio al bien común, de nuestra participación en las instituciones públicas y eclesiales.
Por tal motivo, y siendo Obispo de Roma, quisiera detenerme sobre nuestro vivir en Roma, que representa un gran don, porque significa vivir en la ciudad eterna, significa para un cristiano, sobre todo, formar parte de la Iglesia fundada sobre el testimonio y sobre el martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Y por lo tanto, también por ello rendimos gracias al Señor. Pero, al mismo tiempo, representa una responsabilidad. Y Jesús dijo: «Al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más». (Lc 12,48)
Por lo tanto, preguntémonos: en esta ciudad, en esta Comunidad eclesial, ¿somos libres o somos esclavos, somos sal y luz? ¿Somos levadura? O ¿estamos apagados, sosos, hostiles, desalentados, irrelevantes y cansados?
Sin duda, los graves hechos de corrupción, emergidos recientemente, requieren una seria y conciente conversión de los corazones, para un renacer espiritual y moral, así como para un renovado compromiso para construir una ciudad más justa y solidaria, donde los pobres, los débiles y los marginados estén en el centro de nuestras preocupaciones y de nuestras acciones de cada día. ¡Es necesaria una gran y cotidiana actitud de libertad cristiana para tener el coraje de proclamar, en nuestra Ciudad, que hay que defender a los pobres, y no defenderse de los pobres, que hay que servir a los débiles y no servirse de los débiles!

La enseñanza de un simple diácono romano nos puede ayudar. Cuando le pidieron a San Lorenzo que llevara y mostrara los tesoros de la Iglesia, llevó simplemente a algunos pobres. Cuando en una ciudad se cuida, socorre y ayuda a los pobres y a los débiles a promoverse en la sociedad, ellos revelan el tesoro de la Iglesia y un tesoro en la sociedad.

Pero, cuando una sociedad ignora a los pobres, los persigue, los criminaliza, los obliga a ‘mafiarse’, esa sociedad se empobrece hasta la miseria, pierde la libertad y prefiere ‘el ajo y las cebollas’ de la esclavitud, de la esclavitud de su egoísmo, de la esclavitud de su pusilanimidad y esa sociedad deja de ser cristiana.
 Queridos hermanos y hermanas, concluir el año es volver a afirmar que existe una ‘última hora’ y que existe ‘la plenitud del tiempo’. Al concluir este año, al dar gracias y al pedir perdón, nos hará bien pedir la gracia de poder caminar en libertad para poder reparar los tantos daños hechos y poder defendernos de la nostalgia de la esclavitud, y no ‘añorar’  la esclavitud.
Que la Virgen Santa, la Santa Madre de Dios, que está en el corazón del templo de Dios – cuando la Palabra – que era en el principio – se hizo uno de nosotros en el tiempo, Ella que ha dado al mundo al Salvador, nos ayude a acogerlo con el corazón abierto, para ser y vivir verdaderamente libres, como hijos de Dios.




La llegada de un nuevo año suele ir acompañada de grandes fiestas y fuegos artificiales, pero también de esperanzadores propósitos personales y deseos de paz y felicidad a cuantos tenemos al lado. También el Papa Francisco ha expresado sus propios deseos con un peculiar llamamiento a lo que ha llamado la “globalización de solidaridad y la fraternidad”. Lo hace al final de su mensaje con ocasión de la Jornada Mundial de la Paz que celebramos el primer día del año y en el cual ha puesto la mirada en la indiferencia, también globalizada, ante el fenómeno de la esclavitud, en formas siempre nuevas, que Francisco considera un crimen de lesa humanidad.

Esclavitud en el ámbito laboral, donde tantos trabajadores son sometidos a normas que no respetan la dignidad humana. Esclavitud de los emigrantes que sufren hambre y de los que se abusa hasta sexualmente. Esclavitud de las mujeres obligadas a prostituirse. Esclavitud de niños y adultos, víctimas del tráfico de seres humanos. Esclavitud de cuantos son secuestrados por grupos terroristas. La lista puede alargarse, porque la raíz está en la corrupción de las personas que tratan a los demás como meros objetos, así como en la pobreza, la falta de educación o la ausencia de oportunidades para el trabajo. Frente a este desafío el Papa nos recuerda que todos somos hermanos y que tanto la sociedad en su conjunto, como los Estados, deben velar para que se respete la dignidad humana. “No esclavos, sino hermanos”, titula el Papa su mensaje, en la convicción de que ese respeto es el que puede garantizar la paz en el mundo. 

El Papa inició 2015 con una ceremonia en la Basílica de San Pedro. Pronunció una homilía en la que sostuvo que "todos estamos llamados ser libres" y criticó las "escasas" oportunidades de tener trabajo. 
"Todos estamos llamados a ser libres, todos a ser hijos y, cada uno de acuerdo con su responsabilidad, a luchar contra las formas modernas de esclavitud", dijo el pontífice argentino en la Basílica de San Pedro.
El papa Bergoglio consideró, en su discurso con motivo de la celebración de la cuadragésimo octava edición de la Jornada Mundial de la Paz, que las "escasas" oportunidades de trabajo contribuyen a la aparición de formas de esclavitud moderna.
Este mensaje fue adelantado ya el pasado 12 de diciembre por el Vaticano y en él el Papa dice que las empresas deben ofrecer a sus empleados "condiciones de trabajo dignas y salarios adecuados" y critica como forma de opresión moderna "la corrupción de quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa para enriquecerse".
El Sumo Pontífice agregó que "no se puede amar a Cristo sin la Iglesia, escuchar a Cristo pero no a la Iglesia, estar en Cristo pero al margen de la Iglesia", utilizando una cita del papa Pablo VI.
"Nuestra fe no es una idea abstracta o una filosofía, sino la relación vital y plena con una persona: Jesucristo, el Hijo único de Dios que se hizo hombre, murió y resucitó para salvarnos y vive entre nosotros", agregó el papa.
"Sin la Iglesia, Jesucristo queda reducido a una idea, una moral, un sentimiento", defendió el pontífice argentino.
El papa agregó que "la misión del Pueblo de Dios" es la siguiente: "irradiar sobre todos los pueblos la bendición de Dios encarnada en Jesucristo".
"La paz siempre es posible".
Poco después de finalizar la misa, Francisco dirigió un saludo especial a los numerosos fieles procedentes de México que asistieron al primer rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro tras la misa que el pontífice ofició en la Basílica vaticana.
El papa Francisco llamó hoy en su primer mensaje del año a unir "fuerzas" para luchar contra todas las formas modernas de esclavitud, advirtió sobre las consecuencias de las "escasas" oportunidades de trabajo y pidió paz para los niños e inocentes. 

 El pontífice argentino presidió en la basílica de San Pedro la Misa de la Solemnidad de Santa María Madre de Dios y se refirió a la Jornada Mundial de la Paz, que la Iglesia celebra el 1 de enero y este año lleva por lema "Nunca más esclavos, sino hermanos".
"Todos estamos llamados a ser libres, todos a ser hijos y, cada uno de acuerdo con su responsabilidad, a luchar contra las formas modernas de esclavitud", sostuvo y agregó: "Unamos nuestras fuerzas".
Francisco insistió en advertir que las "escasas" oportunidades de trabajo contribuyen a la aparición de estas formas de esclavitud moderna.
En tanto, en el primer tuit del año, el Papa rogó paz para quienes sufren en el mundo.
"Muchos niños y personas inocentes sufren en el mundo. Señor, concédenos tu paz", escribió en su cuenta de la red social Twitter.
En el mensaje para la 48 Jornada Mundial de la Paz 2015, difundido el pasado 12 de diciembre por la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Francisco condenó "el flagelo cada vez más generalizado de la explotación del hombre por parte del hombre" y abogó por abolir "este fenómeno abominable, que pisotea los derechos fundamentales de los demás y aniquila su libertad y dignidad". El Papa señaló que, a pesar de que el derecho de toda persona a no ser sometida a esclavitud ni a servidumbre está reconocido en el derecho internacional como norma inderogable, "todavía hay millones de personas -niños, hombres y mujeres de todas las edades- privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud".
Entre las causas que contribuyen a estas formas contemporáneas de la esclavitud, el pontífice se refiere a "la pobreza, al subdesarrollo y a la exclusión, especialmente cuando se combinan con la falta de acceso a la educación o con una realidad caracterizada por las escasas, por no decir inexistentes oportunidades de trabajo".
"La corrupción de quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa para enriquecerse. En efecto, la esclavitud y la trata de personas humanas requieren una complicidad que con mucha frecuencia pasa a través de la corrupción de los intermediarios, de algunos miembros de las fuerzas del orden o de otros agentes estatales, o de diferentes instituciones, civiles y militares", agregó, sin olvidar los conflictos armados, la violencia, el crimen y el terrorismo.
El Papa exhortó en este sentido a un compromiso global para acabar la esclavitud: "Debemos reconocer que estamos frente a un fenómeno mundial que sobrepasa las competencias de una sola comunidad o nación. Para derrotarlo, se necesita una movilización de una dimensión comparable a la del mismo fenómeno".
Asimismo, hizo un "llamamiento urgente a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y a todos los que, de lejos o de cerca, incluso en los más altos niveles de las instituciones, son testigos del flagelo de la esclavitud contemporánea, para que no sean cómplices de este mal, para que no aparten los ojos del sufrimiento de sus hermanos y hermanas en humanidad, privados de libertad y dignidad".



Después de la misa en San Pedro el papa salió a la ventana del palacio apostólico, desde el cual se dirigió a los fieles con el rezo del Ángelus y a quienes agradeció su presencia en un día soleado pero "frío", como señaló Bergoglio.


Texto de la alocución del Papa Francisco antes de rezar el Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, 
¡buenos días y buen año!
En este primer día del año, en el clima gozoso, si bien frío,  de la Navidad, la Iglesia nos invita a fijar nuestra mirada de fe y de amor en la Madre de Jesús. En Ella, humilde mujer de Nazaret, “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn1, 14). Por eso es imposible separar la contemplación de Jesús, la Palabra de la vida que se ha hecho visible y tangible (cfr. 1 Jn 1,1), de la contemplación de María, que le ha dado su amor y su carne humana.
Hoy escuchamos las palabras del apóstol Pablo: “Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer” (Gal 4,4). Aquel “nacido de una mujer” habla de manera esencial y por esto aún más fuerte de la verdadera humanidad del Hijo de Dios. Como afirma un Padre de la Iglesia, San Atanasio: “Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre y de él vino la salvación de toda la humanidad” (Carta a Epíteto: PG 26).
Pero San Pablo añade también: “Nacido bajo la ley” (Gal 4, 4). Con esta expresión subraya que Cristo ha asumido la condición humana liberándola de la cerrada mentalidad legalista, insoportable. En efecto, la ley, privada de la gracia, se vuelve un yugo insoportable, y en lugar de hacernos bien, nos hace mal. Pero Jesús decía: “el sábado ha sido  hecho para el hombre, no el hombre para el sábado”. He aquí entonces la finalidad por la que Dios envía a su Hijo a la tierra a hacerse hombre: una finalidad de liberación, es más, deregeneración. De liberación “para rescatar a aquellos que estaban bajo la ley”  (v. 5); y el rescate se produjo con la muerte de Cristo en la cruz. Pero sobre todo de regeneración: “Para que recibiéramos la adopción de hijos” (v. 5). Incorporados en Él, los hombres llegan a ser realmente hijos de Dios. Este pasaje estupendo se produce en nosotros con el Bautismo, que nos injerta como miembros vivos en Cristo y nos inserta en su Iglesia.
Al inicio de un nuevo año nos hace bien recordar el día de nuestro Bautismo: redescubramos el regalo recibido en aquel Sacramento que nos ha regenerado a la vida nueva: la vida divina. Y esto a través de la Madre Iglesia, que tiene como modelo a la Madre María. Gracias al Bautismo hemos sido introducidos en la comunión con Dios y ya no estamos a merced del mal y del pecado, sino que recibimos el amor, la ternura, la misericordia del Padre celestial.
Les pregunto nuevamente: ¿Quién de ustedes recuerda el día en que ha sido bautizado, recuerda la fecha de su bautismo? ¿Quién de ustedes la recuerda? Levanten la mano. ¡Ah hay muchos, pero no tantos eh! Para quienes no la recuerdan les daré una tarea para hacer en casa. Buscar esa fecha y custodiarla bien en el corazón. También pueden pedir ayuda a sus padres, a su padrino, a su madrina, a los tíos, a los abuelos… Pero, ¿cuál fue el día en que yo he sido bautizado? Ese es un día de fiesta. Hagan eso. Será muy bello para agradecer a Dios el don del Bautismo.
Esta cercanía de Dios a nuestra existencia nos da la verdadera paz, la paz, el don divino que queremos implorar especialmente hoy, Jornada Mundial de la Paz. Yo leo ahí: “La paz es siempre posible”. ¡Siempre es posible la paz! Debemos buscarla. Y allá: “La oración en la raíz de la paz”. La oración es precisamente la raíz de la paz. La paz es siempre posible. Y nuestra oración, está en la raíz de la paz. La oración hace germinar la paz.

Hoy, Jornada Mundial de la Paz, “Ya no esclavos, sino hermanos”: he aquí el Mensaje de esta Jornada. Porque las guerras nos hacen esclavos. Siempre. Un mensaje que nos implica a todos. Todos estamos llamados a combatir cualquier forma de esclavitud y a construir la fraternidad. Todos, cada uno según su propia responsabilidad.
Y acuérdense bien: la paz es posible. Y en la raíz de la paz está siempre la oración. Recemos por la paz.
También existen esas bellas escuelas de paz, esas por la paz, debemos ir adelante con esta educación por la paz.
A María, Madre de Dios y Madre nuestra, le presentamos nuestros propósitos de bien. A Ella le pedimos que extienda sobre nosotros, y sobre todos los días del año nuevo, el manto de su materna protección: “Santa Madre de Dios, no desprecies las súplicas de nosotros, que estamos en la prueba, y líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita”.
E invito a todos ustedes, a saludar hoy a la Virgen como Madre de Dios. A saludarla con aquel saludo: “Santa Madre de Dios”, como fue aclamada por los fieles de la ciudad de Éfeso al inicio de la vida cristiana, del cristianismo, cuando desde la otra parte de la entrada de la iglesia, gritaban a sus pastores este saludo a la Virgen: “Santa Madre de Dios”. Todos juntos, tres veces, fuerte, “Santa Madre de Dios”, “Santa Madre de Dios”, “Santa Madre de Dios”.
Saludos del Papa Francisco tras el Ángelus
Queridos hermanos y hermanas,
 
dirijo a todos los aquí presentes mi cordial saludo, deseándoles un feliz y sereno año nuevo. Saludo en particular a los peregrinos de los Países Escandinavos y de Eslovaquia, a los fieles de Asola, Castiglione delle Stiviere, Saccolongo, Sotto il Monte, Bonate Sotto e Benevento, a los jóvenes de Andria y Castelnuovo del Garda. Un cordial saludo va a los Stersinger de Alemania, Austria y Suiza por su empeño de ir de casa en casa para anunciar el nacimiento del Señor y recoger regalos para los niños necesitados. ¡Feliz Navidad y un Feliz Año Nuevo!
Dirijo mi pensamiento a aquellos de las Diócesis del mundo entero, que han promovido momentos de oración por la paz, porque la oración es la raíz de la paz, como dice la pancarta. Recuerdo en particular la marcha nacional que se desarrolló ayer en Venecia, la manifestación “Paz en todas las tierras”, promovida en Roma y numerosas ciudades del mundo.
En este momento estamos conectados con Trentino, donde se encuentra la gran campana llamada ‘Maria Dolens’, realizada en honor a los caídos de todas las guerras y bendecida por el beato Pablo VI en 1965. En poco escucharemos los retoques de aquella campana. Que nunca más haya guerras, ¡nunca más las guerras!, y siempre el deseo y el empeño de paz y de fraternidad entre los pueblos.
Buen año a todos. Que sea un año de paz, de paz,  en el abrazo de cariño del Señor y con la protección de María, Madre de Dios y Madre nuestra. Saludo a todos. Y veo que hay tanto mexicanos allí, les saludo ¡son numerosos los mexicanos!
Buen año y por favor no olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta la vista.
Ahora esperamos el sonido de las campanas.
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