La Solemnidad de la Trinidad se celebra ya dentro del Tiempo Ordinario,
que reiniciamos en la semana décima.
Ha terminado el tiempo de Pascua y
Pentecostés fue la última celebración de ese tiempo de Gloria. La Liturgia de
hoy guarda una cierta relación con la festividad anterior, en la que honrábamos
al Espíritu Santo.
El misterio de la Trinidad es uno de los más hondos de
nuestras creencias y una dimensión de Dios que Jesús de Nazaret nos enseñó.
Para nosotros, aquí y ahora -y dicho con la mayor sencillez y humildad- el Dios
trinitario no es Dios solitario y solo. Es un Dios con familia, surgida de un
acto infinito de amor, porque Dios es amor. La festividad de la Trinidad en la
Iglesia es antigua, procede del siglo X. Y en 1331 se incluyó en el calendario
romano.
Jesús,
cumplida la misión que su Padre le había encomendado, vive y reina con Dios
para siempre. Sus discípulos recibieron el encargo de continuar lo que él había
comenzado. Ellos habían de ir a todas partes y hacer discípulos de Jesús, en nombre
de la Santísima Trinidad.
El
Evangelio de Mateo nos muestra una de las apariciones en Galilea y las palabras
de Jesús constituyen su testamento para todos sus seguidores, no solo para los
Apóstoles. Hemos de llevar su palabra hasta los confines del Universo y sabemos
que Él, el Señor, estará con nosotros hasta el final de los siglos.
Tal como estaba previsto, el último sábado de
mayo a mediodía, en el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano,
el Papa Francisco celebró un alegre encuentro con los casi seiscientos
participantes en el “Tren de los niños”. Se trató de la tercera edición
de esta iniciativa organizada por el Atrio de los Gentiles y dirigido a los
niños necesitados.
En efecto
este año el tren puesto a disposición, nuevamente, por el Grupo de
Ferrocarriles del Estado Italiano, llegó a la estación del Estado de la Ciudad
del Vaticano con los hijos e hijas de los encarcelados y encarceladas
procedentes de Roma, Civitavecchia, Latina, Bari y Trani.
La
edición de este año tiene por tema el “Vuelo”, para ofrecer a los más pequeños
que viven con sus madres una cotidianidad hecha de cárcel y alejamiento de los
demás hermanos, una jornada de evasión de la realidad mediante la fantasía.
El tren llegó a la estación del Vaticano poco antes de las 11.00 y los
pequeños y sus acompañantes esperaron la llegada del Papa Francisco con
numerosos barriletes multicolores, para representar, precisamente, el tema del
“Vuelo”.
El Papa
les dio los buenos días con gran cariño, y les preguntó si estaban cansados por
el viaje. Tras conversar con los niños, que demostraron estar bien preparados,
como cuando el Santo Padre les preguntó si es mejor escuchar la
Palabra de Dios o no escuchar nada, Francisco los invitó a rezar juntos el
Padrenuestro antes de impartirles su bendición apostólica.
“La
Trinidad es comunión de Personas divinas, las cuales son una con la otra,
una para la otra y una en la otra: esta comunión es la Vida de Dios, el
misterio de amor del Dios Vivo”, dijo el Obispo de Roma en la Solemnidad, antes
de la oración del Ángelus en la plaza del Santuario de san Pedro llena de
peregrinos.
El Papa
explicó que Jesús resucitado envió a los discípulos a Bautizar en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, que la Iglesia ha heredado el mandato
misionero y que cada uno de nosotros, gracias al Bautismo, formamos parte
de esta comunidad de Amor del Dios Vivo.
La
solemnidad litúrgica, dijo Francisco, “al tiempo que nos hace contemplar el
misterio estupendo - del cual provenimos y hacia el cual vamos - nos renueva la
misión de vivir la comunión con Dios y entre nosotros, sobre el modelo de la
comunión trinitaria. No estamos llamados a vivir ‘los unos sin los otros,
encima o contra los otros’, sino ‘los unos con los otros, por los otros y en
los otros’.” Ello significa, expresó, “acoger y testimoniar concordes la
belleza del Evangelio; vivir el amor recíproco y hacia todos, compartiendo
alegrías y sufrimientos, aprendiendo a pedir y conceder el perdón, valorizando
los diversos carismas, bajo la guía de los Pastores”, y especificó que “se nos
encomienda la tarea de edificar comunidades eclesiales que sean cada vez más
familia, capaces de reflejar el esplendor de la Trinidad y de evangelizar, no
sólo con las palabras, sino con la fuerza del amor de Dios, que habita en
nosotros”.
El
Sucesor de Pedro animó a que “intentemos mantener siempre elevado el ‘tono’
de nuestra vida, recordándonos para qué fin, para cuál gloria nosotros
existimos, trabajamos, luchamos, sufrimos. Y a cuál inmenso premio estamos
llamados”.
Finalmente,
concluyendo el mes mariano de mayo, el Vicario de Cristo se encomendó con
todos a la Virgen María, para que Ella nos guíe de la mano; nos ayude a
percibir los signos de la presencia de Dios; nos obtenga amar al Señor Jesús
con todo el corazón, para caminar hacia la visión de la Trinidad, meta
maravillosa a la cual tiende nuestra vida. Y pidió a la Virgen que “que
ayude a la Iglesia, misterio de comunión, a ser siempre comunidad
hospitalaria, donde toda persona, especialmente pobre y marginada, pueda
encontrar acogida y sentirse hija de Dios, querida y amada”.
La señal de la Cruz nos recuerda que el Misterio de
la Trinidad abraza nuestro ser y nuestra vida, dijo el Papa
“Este misterio abraza toda nuestra vida y todo
nuestro ser cristiano -dijo el Papa en la reflexiómn previa a la oración del
Ángelus-. Lo recordamos, por ejemplo, cada vez que hacemos la señal de la cruz:
en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y ahora los invito a hacer
todos juntos – y con voz fuerte – la señal de la cruz ¡todos juntos! En nombre
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
Texto completo del domingo de la Solemnidad de la Trinidad
Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Y Buen domingo!
Hoy celebramos la fiesta de la Santísima
Trinidad, que nos recuerda el misterio del único Dios en tres Personas: el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La Trinidad es comunión de Personas
divinas, las cuales son una con la otra, una para la otra y una en la otra: esta
comunión es la vida de Dios, el misterio de amor del Dios Vivo. Y Jesús nos ha
enseñado este misterio. Él nos ha hablado de Dios como Padre; nos ha hablado
del Espíritu; y nos ha hablado de Sí mismo como Hijo de Dios. Y así nos ha
revelado este misterio. Y cuando, resucitado, ha enviado a los discípulos a
evangelizar a todos los pueblos les dijo que los bautizaran «en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19)
Este mandato, Cristo lo encomienda en todo
tiempo a la Iglesia, que ha heredado de los Apóstoles el mandato misionero. Lo
dirige también a cada uno de nosotros, que, gracias al Bautismo, formamos parte
de su Comunidad.
Por lo tanto, la solemnidad litúrgica de hoy, al
tiempo que nos hace contemplar el misterio estupendo – del cual provenimos y
hacia el cual vamos – nos renueva la misión de vivir la comunión con Dios y
vivir la comunión entre nosotros, sobre el modelo de esa comunión de Dios. No
estamos llamados a vivir ‘los unos sin los otros, encima o contra los otros’,
sino ‘los unos con los otros, por los otros y en los otros’. Ello significa
acoger y testimoniar concordes la belleza del Evangelio; vivir el amor
recíproco y hacia todos, compartiendo alegrías y sufrimientos, aprendiendo a
pedir y conceder el perdón, valorizando los diversos carismas, bajo la guía de
los Pastores. En una palabra, se nos encomienda la tarea de edificar
comunidades eclesiales que sean cada vez más familia, capaces de reflejar el
esplendor de la Trinidad y de evangelizar, no sólo con las palabras, sino con
la fuerza del amor de Dios, que habita en nosotros.
La Trinidad, como había empezado a decir, es
también el fin último hacia el cual está orientada nuestra peregrinación
terrenal. El camino de la vida cristiana es, en efecto, un camino esencialmente
‘trinitario’: el Espíritu Santo nos guía al conocimiento pleno de las
enseñanzas de Cristo. Y también nos recuerda lo que Jesús nos ha enseñado. Su
Evangelio; y Jesús, a su vez, ha venido al mundo para hacernos conocer al
Padre, para guiarnos hacia Él, para reconciliarnos con Él. Todo, en la vida
cristiana, gira alrededor del misterio trinitario y se cumple en orden a este
misterio infinito. Intentemos pues, mantener siempre elevado el ‘tono’ de
nuestra vida, recordándonos para qué fin, para cuál gloria nosotros existimos,
trabajamos, luchamos, sufrimos. Y a cuál inmenso premio estamos llamados.
Este misterio abraza toda nuestra vida y todo
nuestro ser cristiano. Lo recordamos, por ejemplo, cada vez que hacemos la
señal de la cruz: en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y ahora
los invito a hacer todos juntos – y con voz fuerte – la señal de la cruz ¡todos
juntos! En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
En este último día del mes de mayo, el mes mariano,
nos encomendamos a la Virgen María. Que Ella – que más que cualquier otra
criatura, ha conocido, adorado, amado el misterio de la Santísima Trinidad –
nos guíe de la mano; nos ayude a percibir, en los eventos del mundo, los signos
de la presencia de Dios, Padre Hijo y Espíritu Santo; nos obtenga amar al Señor
Jesús con todo el corazón, para caminar hacia la visión de la Trinidad, meta
maravillosa a la cual tiende nuestra vida. Le pedimos también que ayude a la
Iglesia a ser, misterio de comunión, a ser siempre una Iglesia comunidad
hospitalaria, donde toda persona, especialmente pobre y marginada, pueda
encontrar acogida y sentirse hija de Dios, querida y amada».
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