El Papa
Francisco presidió esta mañana en la Basílica de San Pedro la Misa
por la Solemnidad de Pentecostés, en la que señaló que el mundo necesita
hombres y mujeres llenos del Espíritu Santo que luchen contra el pecado y la
corrupción para dedicarse a las obras de la justicia y la paz.
A
continuación y gracias a la Oficina de Prensa de la Santa
Sede, la homilía completa del Santo Padre
“«Como el
Padre me ha enviado, así también os envío yo… recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,
21.22), así dice Jesús. La efusión que se dio en la tarde de la resurrección se
repite en el día de Pentecostés, reforzada por extraordinarias manifestaciones
exteriores. La tarde de Pascua Jesús se aparece a sus discípulos y sopla
sobre ellos su Espíritu (cf. Jn 20, 22); en la mañana de
Pentecostés la efusión se produce de manera fragorosa, como un viento que se
abate impetuoso sobre la casa e irrumpe en las mentes y en los corazones de los
Apóstoles.
En
consecuencia reciben una energía tal que los empuja a anunciar en diversos
idiomas el evento de la resurrección de Cristo: «Se llenaron todos de Espíritu
Santo y empezaron a hablar en otras lenguas» (Hch 2, 4). Junto a
ellos estaba María, la Madre de Jesús, la primera discípula, y allí Madre de la
Iglesia
naciente. Con su paz, con su sonrisa, con su maternidad, acompañaba el gozo de
la joven Esposa, la Iglesia de Jesús.
La
Palabra de Dios, hoy de modo especial, nos dice que el Espíritu actúa, en las
personas y en las comunidades que están colmadas de él, las hace capaces de
recibir a Dios “Capax Dei”, dicen los Santos Padres. Y ¿Qué es lo
que hace el Espíritu Santo mediante esta nueva capacidad que nos da? Guía
hasta la verdad plena (Jn 16, 13), renueva la
tierra (Sal 103) y da sus frutos (Ga 5,
22-23). Guía, renueva y fructifica.
En el
Evangelio, Jesús promete a sus discípulos que, cuando él haya regresado al
Padre, vendrá el Espíritu Santo que los «guiará hasta la verdad plena» (Jn 16,
13). Lo llama precisamente
«Espíritu
de la verdad» y les explica que su acción será la de introducirles cada vez más
en la comprensión de aquello que él, el Mesías, ha dicho y hecho, de modo
particular de su muerte y de su resurrección. A los Apóstoles, incapaces de
soportar el escándalo de la pasión de su Maestro, el Espíritu les dará una
nueva clave de lectura para introducirles en la verdad y en la belleza del
evento de la salvación.
Estos
hombres, antes asustados y paralizados, encerrados en el cenáculo para evitar
las consecuencias del viernes santo, ya no se avergonzarán de ser
discípulos de Cristo, ya no temblarán ante los tribunales humanos. Gracias al
Espíritu Santo del cual están llenos, ellos comprenden «toda la verdad», esto
es: que la muerte de Jesús no es su derrota, sino la expresión extrema del amor
de Dios. Amor que en la Resurrección vence a la muerte y exalta a Jesús como el
Viviente, el Señor, el Redentor del hombre, el Señor de la historia y del
mundo. Y esta realidad, de la cual ellos son testigos, se convierte en Buena
Noticia que se debe anunciar a todos.
El
Espíritu Santo renueva – guía y renueva - renueva la tierra. El
Salmo dice: «Envías tu espíritu… y repueblas la faz tierra» (Sal103,
30). El relato de los Hechos de los Apóstoles sobre el nacimiento de la Iglesia
encuentra una correspondencia significativa en este salmo, que es una gran
alabanza a Dios Creador. El Espíritu Santo que Cristo ha mandado de junto al
Padre, y el Espíritu Creador que ha dado vida a cada cosa, son uno y el mismo.
Por eso,
el respeto de la creación es una exigencia de nuestra fe: el “jardín” en el
cual vivimos no se nos ha confiado para que abusemos de él, sino para que lo
cultivemos y lo custodiemos con respeto (cf. Gn 2, 15). Pero
esto es posible solamente si Adán – el hombre formado con tierra – se deja a su
vez renovar por el Espíritu Santo, si se deja reformar por el Padre según el
modelo de Cristo, nuevo Adán.
Entonces
sí, renovados por el Espíritu, podemos vivir la libertad de los hijos en
armonía con toda la creación y en cada criatura podemos reconocer un reflejo de
la gloria del Creador, como afirma otro salmo: «¡Señor, Dios nuestro, que admirable
es tu nombre en toda la tierra!» (Sal 8, 2.10). Guía, renueva y da,
da fruto.
En la
carta a los Gálatas, san Pablo vuelve a mostrar cual es el “fruto” que
se manifiesta en la vida de aquellos que caminan según el Espíritu (Cf. 5, 22).
Por un lado está la «carne», acompañada por sus vicios que el Apóstol nombra, y
que son las obras del hombre egoísta, cerrado a la acción de la gracia de Dios.
En cambio, en el hombre que con fe deja que el Espíritu de Dios irrumpa en él,
florecen los dones divinos, resumidos en las nueve virtudes gozosas que Pablo
llama «fruto del Espíritu». De aquí la llamada, repetida al inicio y en la
conclusión, como un programa de vida: «Caminad según el Espíritu» (Ga 5,
16.25).
El mundo
tiene necesidad de hombres y mujeres no cerrados, sino llenos de Espíritu
Santo. El estar cerrados al Espíritu Santo no es solamente falta de libertad,
sino también pecado. Existen muchos modos de cerrarse al Espíritu Santo. En el
egoísmo del propio interés, en el legalismo rígido – como la actitud de los
doctores de la ley que Jesús llama hipócritas -, en la falta de memoria de todo
aquello que Jesús ha enseñado, en el vivir la vida cristiana no como servicio
sino como interés personal, entre otras cosas. En cambio, el mundo tiene
necesidad del valor, de la esperanza, de la fe y de la perseverancia de los
discípulos de Cristo.
El mundo
necesita los frutos, los dones del Espíritu Santo, como enumera san Pablo:
«amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio
de sí» (Ga 5, 22). El don del Espíritu Santo ha sido dado en
abundancia a la Iglesia y a cada uno de nosotros, para que podamos vivir con fe
genuina y caridad operante, para que podamos difundir la semilla de la
reconciliación y de la paz.
Reforzados
por el Espíritu Santo – que guía, nos guía a la verdad, que nos renueva a
nosotros y a toda la tierra, y que nos da los frutos – reforzados en el
Espíritu y por estos múltiples dones, llegamos a ser capaces de luchar, sin
concesión alguna, contra el pecado, de luchar, sin concesión alguna, contra la
corrupción que, día tras día, se extiende cada vez más en el mundo, y de
dedicarnos con paciente perseverancia a las obras de la justicia y de la paz”.
La
Iglesia que nace en Pentecostés es una comunidad que suscita estupor porque,
con la fuerza que le viene de Dios, anuncia un mensaje nuevo – dijo el Papa
Francisco a la hora del Regina Coeli –. Se trata, afirmó, del mensaje
universal del amor. Porque como explicó el Obispo de Roma, los discípulos están
revestidos de poder desde lo alto y hablan con coraje y franqueza, con la
libertad del Espíritu Santo.
Del mismo modo – añadió – la Iglesia está llamada a sorprender anunciando a todos que Jesucristo ha vencido la muerte, que los brazos de Dios están siempre abiertos, que su paciencia está siempre allí, esperándonos, para curarnos y perdonarnos. Porque como reafirmó el Pontífice, precisamente para esta misión Jesús resucitado ha donado su Espíritu a la Iglesia.
El Papa también explicó que la Iglesia de Pentecostés es una Iglesia que no se resigna a ser innocua, o un elemento decorativo. Es una Iglesia que no duda en salir fuera, a encontrarse con la gente, para anunciar el mensaje que le ha sido encomendado, incluso si ese mensaje disturba e inquieta a las conciencias.
Ella nace una, universal, abierta, para abrazar al mundo sin capturar, como la columnata de la Plaza de San Pedro – dijo – cuyos dos brazos se abren para acoger y no se cierran para retener.
Texto completo del Papa Francisco antes de rezar el Regina Coeli:
Queridos hermanos y hermanas,
Del mismo modo – añadió – la Iglesia está llamada a sorprender anunciando a todos que Jesucristo ha vencido la muerte, que los brazos de Dios están siempre abiertos, que su paciencia está siempre allí, esperándonos, para curarnos y perdonarnos. Porque como reafirmó el Pontífice, precisamente para esta misión Jesús resucitado ha donado su Espíritu a la Iglesia.
El Papa también explicó que la Iglesia de Pentecostés es una Iglesia que no se resigna a ser innocua, o un elemento decorativo. Es una Iglesia que no duda en salir fuera, a encontrarse con la gente, para anunciar el mensaje que le ha sido encomendado, incluso si ese mensaje disturba e inquieta a las conciencias.
Ella nace una, universal, abierta, para abrazar al mundo sin capturar, como la columnata de la Plaza de San Pedro – dijo – cuyos dos brazos se abren para acoger y no se cierran para retener.
Texto completo del Papa Francisco antes de rezar el Regina Coeli:
Queridos hermanos y hermanas,
buenos días!
El libro de los Hechos de los Apóstoles describe los signos y los frutos de aquella extraordinaria efusión: el viento fuerte y las llamas de fuego; el miedo desaparece y deja lugar al coraje; las lenguas se desatan y todos comprenden el anuncio. Donde llega el Espíritu de Dios, todo renace y se transfigura. El evento de Pentecostés marca el nacimiento de la Iglesia y su manifestación pública; y nos llaman la atención dos características: es una Iglesia que sorprende y turba.
Un elemento fundamental de Pentecostés es la sorpresa. Nuestro Dios es el Dios de las sorpresas, lo sabemos. Nadie se esperaba algo más de los discípulos: después de la muerte de Jesús eran un grupito insignificante, unos vencidos huérfanos de su Maestro. En cambio, se verifica un evento inesperado que suscita maravilla: la gente permanece turbada porque cada uno oía a los discípulos hablar en su propia lengua, relatando las grandes obras de Dios (cfr. Hch 2,6-7.11).
La Iglesia que nace en Pentecostés es una comunidad que suscita estupor porque, con la fuerza que le viene de Dios, anuncia un mensaje nuevo – la Resurrección de Cristo con un lenguaje nuevo – el universal del amor. Un anuncio nuevo: Cristo está vivo, ha resucitado; un lenguaje nuevo: el lenguaje del amor. Los discípulos están revestidos de poder desde lo alto y hablan con coraje – pocos minutos antes habían sido cobardes, pero ahora hablan con coraje – y franqueza, con la libertad del Espíritu Santo.
Así está llamada a ser siempre la Iglesia: capaz de sorprender anunciando a todos que Jesús, el Cristo ha vencido la muerte, que los brazos de Dios están siempre abiertos, que su paciencia está siempre allí, esperándonos, para curarnos, para perdonarnos. Precisamente para esta misión Jesús resucitado ha donado su Espíritu a la Iglesia.
Atención: si la Iglesia está viva, siempre debe sorprender. Es algo propio de la Iglesia viva sorprender. Una Iglesia que no tenga la capacidad de sorprender es una Iglesia débil, enferma, agonizante ¡y debe ser ingresada en la sección de reanimación, cuanto antes!
Alguno, en Jerusalén, habría preferido que los discípulos de Jesús, paralizados por el miedo, permanecieran encerrados en casa para no crear confusión. También hoy tantos quieren esto de los cristianos. En cambio, el Señor resucitado los impulsa a ir al mundo: «Como el Padre me envió, también yo los envío» (Jn 20,21). La Iglesia de Pentecostés es una Iglesia que no se resigna a ser innocua, demasiado “destilada”. ¡No, no se resigna a esto! No quiere ser un elemento decorativo. Es una Iglesia que no duda en salir fuera, a encontrar a la gente, para anunciar el mensaje que le ha sido encomendado, incluso si ese mensaje disturba o inquieta a las conciencias, incluso si ese mensaje trae, tal vez, problemas y también a veces, nos trae el martirio. Ella nace una y universal, con una identidad precisa, pero abierta, una Iglesia que abraza al mundo pero no captura; lo deja libre, pero lo abraza como la columnata de esta Plaza: dos brazos que se abren para acoger, pero que no se cierran para retener. Nosotros los cristianos somos libres, ¡y la Iglesia nos quiere libres!
No dirigimos a la Virgen María, que en aquella mañana de Pentecostés estaba en el Cenáculo – y la Madre estaba con los hijos –. En Ella la fuerza del Espíritu Santo verdaderamente ha realizado “cosas grandes” (Lc 1,49). Ella misma lo había dicho. Que Ella, Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, obtenga con su intercesión una renovada efusión del Espíritu de Dios sobre la Iglesia y sobre el mundo.
En
español, el Regina coeli del Papa Francisco en el día de Pentecostés
Está por
concluir esta fiesta de la fe, iniciada ayer con la Vigilia y culminada esta
mañana con la Eucaristía. Una renovada Pentecostés que ha transformado la Plaza
de San Pedro en un Cenáculo a cielo abierto. Hemos revivido la experiencia de
la Iglesia naciente, unidos en oración con María, la Madre de Jesús (cfr Hch
1,14). También nosotros, en la variedad de los carismas, hemos experimentado la
belleza de la unidad, de ser una sola cosa. Y esto es obra del Espíritu Santo,
que crea siempre nuevamente la unidad en la Iglesia.
Quisiera
agradecer a todos los Movimientos, las Asociaciones, las Comunidades, las
Agregaciones eclesiales. ¡Son un don y una riqueza para la Iglesia! Agradezco,
de manera particular, a todos ustedes que han venido de Roma y de tantas partes
del mundo. ¡Lleven siempre la fuerza del Evangelio! ¡Tengan siempre el gozo y
la pasión por la comunión en la Iglesia! ¡El Señor resucitado esté siempre con
ustedes y la Virgen los proteja!
Recordamos
en la oración a las poblaciones de Emilia Romaña que el 20 de mayo del año
pasado fueron azotadas por un terremoto. Rezo también por la Federación
Italiana de las Asociaciones de Voluntariado en Oncología.
Luego
del rezo del Regina Coeli en la Plaza de San Pedro ante miles de personas esta
mañana, el Papa Francisco exhortó a que el ejemplo heroico de Mons. Oscar
Romero, beatificado ayer en El Salvador, aliente el testimonio valiente del
Evangelio.
Que el ejemplo de Mons. Romero anime testimonio valiente del Evangelio,
pide el Papa.
El Papa Francisco expresó su preocupación por los
inmigrantes que huyen de diferentes países en busca de trabajo y de una vida
digna.
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