jueves, 28 de marzo de 2013

INICIO DEL TRIDUO PASCUAL: JUEVES SANTO




Con la misa vespertina del Jueves Santo da inicio el triduo pascual, que es la preparación a la pascua y el comienzo de su celebración.



Este día nos recuerda la Última Cena del Señor con sus discípulos para celebrar la Pascua, que para los judíos representaba la conmemoración de la liberación de Egipto. Siguiendo la costumbre, Pedro y Juan siguieron las disposiciones de Jesús y cuidaron que todo estuviera correctamente dispuesto para la cena.




El Jueves Santo es, según un cantar popular castellano, uno de los tres jueves del año que relucen más que el sol.
Y no es para menos: en vísperas de dar su vida por nosotros, Jesús nos hace tres regalos preciosos de su amor, que son constitutivos, partes esenciales de su Iglesia:

1) Lava los pies a sus apóstoles, dándonos el “mandamiento nuevo” del Amor.
2) Instituye la Eucaristía, el “Amor de los amores”.
3) Instituye el Ministerio Sacerdotal, dando a los Apóstoles y a sus sucesores poderes verdaderamente asombrosos: especialmente consagrar la Eucaristía, y absolver los pecados.

* Lavar los pies: * el gesto en sí es verdaderamente asombroso (tarea de esclavos!!)
* significación  profunda: ni mera cortesía, ni gesto exterior de humildad demagógica; sino manifestación profunda de un amor servicial hasta la muerte...
* Amor: palabra manoseada, ensuciada, oscurecida... Pero con Jesús, las cosas recuperan su lugar: “no hay amor más grande...”; “les doy un mandamiento nuevo: que se amen mutuamente como yo los he amado”...

El A.T. conocía ya el mandamiento del amor, pero con una medida humana: amar al otro como a sí mismo...
Ahora el Señor da una medida divina
: “como yo los he amado...”

Más que un mandamiento, es una gracia, ésta de amar con un corazón nuevo: el Corazón de Dios: amar como Cristo implica ser servidor de todos, poniendo en actitud de disponibilidad todo lo que somos y lo que tenemos (es decir, toda nuestra vida, como Cristo y María). Y dar la vida no sólo en un momento esporádico de excepcional heroísmo, sino principalmente en el heroísmo de todos los días...

Amar es, de modo elemental, respetar: esto implica (digámoslo, aunque parezca elemental, para esta Argentina de nuestro tiempo!) no odiar; orar por el otro; querer perdonar; comenzar siempre de nuevo: “el amor es paciente...” (I Cor. 13).
¿Es posible amar con un amor tan grande?...







Comprendámosla en este contexto del amor: dar la vida... es lo que hace Jesús.
La Eucaristía es:






Sacrificio... unirse a él.
Comunión... vivirla íntimamente
Presencia... creerla, profesarla, celebrarla, vivirla, adorarla...

La Eucaristía es el centro de nuestra vida espiritual, sabemos que Jesús está real y verdaderamente presente con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad bajo las especies del pan y del vino. Así lo dijo a los apóstoles con las palabras de consagración que ahora repiten los sacerdotes en la Santa Misa, este es mi cuerpo…, esta es mi sangre…, hagan esto en memoria mía.
Por eso, nosotros sabemos que al visitar el sagrario nos disponemos al encuentro personal, frente a frente con el mismo Cristo, que siempre nos espera dispuesto a escuchar nuestras alegrías, penas, planes, propósitos, todo.
Nuestro propósito de este día y para siempre, puede ser el de prepararnos cada día para recibir mejor la Sagrada Eucaristía, asistir con mayor disposición a la Santa Misa para aprender las enseñanzas de Cristo, o tal vez, visitar con más frecuencia el sagrario aunque sea un minuto. Son muchas las devociones eucarísticas, vivirlas y fomentarlas, es la mejor manera de tratar al Señor, de hacer crecer nuestro amor por Él y de llevar a otros hasta su presencia.



* Sacerdocio ministerial: tiene también este contexto del amor: el sacerdote es alguien que está especialmente llamado a dar la vida: al dar a sus hermanos el Cuerpo y la Sangre de Cristo, va dejando allí mismo su sangre gota a gota, y su vida, día a día...



Es una tarea hermosa y difícil: si a Cristo le costó la vida, a quienes él llama a seguirlo por éste camino no puede costar menos... Tantas veces el sacerdote está solo frente a una responsabilidad inmensa y a decisiones delicadas; por amor al Señor renuncia a formar familia propia, para ser de la familia de todos; y vive inevitablemente echando raíces allí donde va, sabiendo que en cualquier momento puede ser “trasplantado” quien sabe dónde, para tener que empezar de nuevo...

En el corazón de cada sacerdote, cada día se baten en duelo el amor más grande del mundo (el del mandamiento nuevo y la Eucaristía), y el del hombre herido por el pecado, que sigue vivo dentro de él hasta el día de su muerte, y que intenta hacerlo retroceder y recuperar lo que un día y para siempre entregó a Cristo y a sus hermanos...

El sacerdote está llamado a una vida heroica de santidad y entrega; pero con una heroicidad que no sólo no es aplaudida ni publicitada, sino que es tantas veces incomprendida y no valorada, incluso por los “cristianos más comprometidos”, que a veces son, en este sentido, sus primeros acusadores...

El amor más grande del mundo, el que hizo venir a Dios al mundo como uno de nosotros, y entregarse a la muerte por nuestra salvación, es el que mueve al sacerdote en los pasos de su camino, que se hace amor, que viene de donde haya que venir, cerca o lejos; y que parte para donde haya que partir, cerca o lejos; amor que se hace cercano, en el cual podemos confiar nuestras culpas más íntimas y secretas, y recibir nada menos que el perdón del mismísimo Dios... Un hombre como todos, pero distinto, que por amor acepta ser “palenque” en el que sus hermanos puedan apoyarse un poco cuando el sufrimiento aprieta mucho...

Durante mucho tiempo, el sacerdote fue visto como alguien con quien se mantenía un distante respeto... Gracias a Dios, los tiempos han cambiado, y el acercamiento ha dado lugar a una mayor confianza en el trato mutuo... que sin embargo, pone ante nuestros ojos también más claramente los defectos y limitaciones del mismo...

Por eso hoy la Iglesia celebra con inmensa alegría la institución del ministerio sacerdotal, pero nos pide a todos que recemos por los sacerdotes, y que no olvidemos que en cierto sentido tenemos frente a Dios y a ellos la responsabilidad de la oración, la comprensión y el amor... el amor del que, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin...




“Los sacerdotes...esos hombres

ESOS HOMBRES que suben solos a los altares
y bajan con todos a la calle y a las plazas.
SON ESOS HOMBRES que para algunos son los que siempre tienen razón.
Y que para otros, son los que tienen la culpa de todo.
Y, en realidad, no son más que ESOS HOMBRES.
SON ESOS HOMBRES que se metieron en el lío descomunal de querer continuar nada menos que la obra de Cristo y... claro, tantas veces lo hacen mal.
Porque no son más que.... ESOS HOMBRES.
SON ESOS HOMBRES que se han metido a redentores y a quienes el pueblo, aún el cristiano, sigue crucificando como a Cristo.
Esta vez, quizás, no sin motivo.
Porque no son Cristo, sino solamente... ESOS HOMBRES.
SOLAMENTE ESOS HOMBRES que no bajaron del cielo
y que han nacido con tantos defectos como los demás hombres,
pero que, con más buena voluntad que acierto en muchos casos,
se han metido o ejercer un oficio que es más que para hombres.
Y no son más que... ESOS HOMBRES.
SON ESOS HOMBRES que han prescindido de tener una esposa,
un hogar e hijos propios.
Nos han adoptado corno su familia,
y nos han puesto en los brazos todo el Pan y todo el Perdón de Dios.
y no son más que... ESOS HOMBRES.
SON ESOS HOMBRES que se han metido en el lío de dar testimonio de vida, enseñar a nuestros hijos, aconsejar a los mayores,
consolar a los apenados, comprender y perdonar nuestros pecados,
preparar a los moribundos y consolar a sus seres queridos,
pedir perfección a los cristianos... sabiendo que ellos hacen tantas cosas mal y son como nosotros, también pecadores.
Sabiendo que no son más que ESOS HOMBRES.
SON ESOS HOMBRES que tantas veces quieren pedirnos perdón a los cristianos,
a todos los hombres, por lo mal que a veces manejan
las enormes y estupendas cosas de Dios...
SON ESOS HOMBRES que nos piden que tengamos un poco de paciencia con ellos, y que recemos mucho, hoy y siempre, pero especialmente hoy...
Por ellos...PORQUE NO SON MÁS QUE...
ESOS HOMBRES"




EVANGELIO
Jn 3, 1-15
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. Cuando se acercó a Simón Pedro, éste le dijo: "¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?". Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás". "No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!". Jesús le respondió: "Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte". "Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!". Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos". Él sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: "No todos ustedes están limpios". Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes".
Palabra del Señor

·  1. La víspera de la fiesta de Pascua (v. 1)


·  La Pascua era la gran fiesta de los judíos. Celebraban la salida de la esclavitud de Egipto. Cada familia desarrollaba todo un ceremonial para recordar aquella hazaña tan importante en la historia de Israel. El sacrificio y comida del cordero, de hierbas amargas y pan sin fermentar, alternando con el recitado de salmos, constituía lo central de la cena conmemorativa.

·  Jesús quiere renovar y dar el sentido pleno a la acción liberadora de la Pascua antigua. Él mismo se entrega al sacrificio voluntariamente y por amor, como cordero inocente. Jesús va a emprender el éxodo y la Pascua definitiva, que concederá la liberación de la esclavitud del pecado a todos aquellos que crean en Él.

·  Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29).

·  Éste es el Pan que da la vida (Jn 6, 48).

·  Todo es debido a un arranque, total y profundo, de su gran amor al Padre y a los humanos. Él, que había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el final (hasta el exceso) (v. 1).

·  En vez de narrar la institución de la Eucaristía, el evangelio de Juan resalta la motivación íntima de Jesús: el amor que le lleva a la entrega generosa de su propia vida.

·  Lava los pies a sus discípulos. Así da a entender que su vida es un servicio constante para el bien de los suyos, a quienes acoge, purifica y sirve.

·  Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido inmolado. Así que celebremos fiesta, no con levadura vieja, la de la maldad y perversidad, sino con los panes pascuales de la sinceridad y la verdad (1 Cor, 5, 7-8).

2. Les he dado ejemplo (v. 15)


·  Toda la vida de Jesús es un testimonio claro y vivo para orientar nuestra vida según tal modelo. En el testamento que nos deja Jesús, la víspera de su pasión y muerte, que el cuarto evangelio nos describe, se van entrelazando sus gestos de servicio, respeto y amor: el lavatorio de los pies, el mandamiento del amor, la Eucaristía y el sacerdocio. Estas tres acciones constituyen el memorial vivo y permanente de Jesús para la Iglesia y para toda la humanidad.

·  El primero es la Eucaristía, nueva y eterna Pascua, Pan y vino en sus manos, memorial de su entrega por amor, ofrenda de su sacrificio y banquete de comunión.

·  Otro don es: la institución del sacerdocio: encomendar a personas que en su nombre realice y actualicen estos misterios: los sacerdotes. Aquella noche Jesús constituyó sacerdotes a los apóstoles, los capacitó para hacer presente el misterio de su Pascua, liberación del pecado y donación de la vida. El sacerdote es un hombre eucarístico, al servicio del memorial y al servicio, como Jesús, del pueblo cristiano.

·  El tercer don es el mandamiento del amor. Tan nuevo que lo estrenó Jesús. Tan original que lo hizo típicamente suyo. Les doy un mandamiento nuevo: Ámense los unos a los otros. Como yo los he amado, así también ámense los unos a los otros (Jn 13, 34). Es el día de la comunidad, de la fraternidad.

·  Éste será el distintivo y señal de sus discípulos. Por el amor que se tengan los unos a los otros reconocerán todos que son discípulos míos (Jn 13, 35).

·  Un amor que viene de la Eucaristía, que actualiza la entrega viva de Jesús por amor. Sin la Eucaristía no seriamos capaces de amar. Por la gracia de la entrega de Jesús, ya estamos capacitados para amarnos mutuamente.


3. MEDITA (Qué me/nos dice la Palabra de Dios)


·  Los gestos y palabras de Jesús contienen una carga enorme de: amor, servicio, entrega, fraternidad. Todo lo hace llevado de su amor. La pasión y la muerte son consecuencia de la actitud de Jesús, que nos amó hasta el extremo (v. 13, 1).

·  De nosotros tiene que brotar un inmenso agradecimiento a lo que hizo y sigue haciendo nuestro Hermano Jesús. Él es el nuevo Hombre-Dios, que lo da todo para nuestro bien y felicidad. La radicalidad de su amor le lleva a la entrega completa de todo Él.

·  En la Eucaristía, le comulgamos. Es decir, hacemos nuestra su entrega total. Para comulgar con el mismo Jesús, que vive necesitado en los hermanos. ¡Movidos por su amor!



 En esta misa se consagran suficientes hostias para Jueves y Viernes Santo, día en que no hay Misa. La comunión se distribuye sólo dentro de la misa.

Ya que el sagrario debe quedar vacío, después de la comunión se lleva en procesión al Santísimo Sacramento al sitio donde se le va a guardar, Capilla convenientemente adornada a la que se le llama el "Monumento". Se hacen unos momentos de adoración eucarística en silencio. Se desnuda el altar y se quitan del templo las cruces e imágenes o se tapan.

Al final de la celebración, se invita a los fieles a la adoración Nocturna delante del Santísimo Sacramento para acompañar a Jesús en el Huerto de Getsemaní.



Los signos del pan y del vino
1333 En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de Él, hasta su retorno glorioso, lo que Él hizo la víspera de su pasión: "Tomó pan...", "tomó el cáliz lleno de vino...". Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también la bondad de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el vino (cf Sal 104,13-15), fruto "del trabajo del hombre", pero antes, "fruto de la tierra" y "de la vid", dones del Creador. La Iglesia ve en en el gesto de Melquisedec, rey y sacerdote, que "ofreció pan y vino" (Gn 14,18), una prefiguración de su propia ofrenda (cf Plegaria Eucaristía I o Canon Romano, 95; Misal Romano).
1334 En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva significación en el contexto del Éxodo: los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la Palabra de Dios (Dt 8,3). Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El "cáliz de bendición" (1 Co 10,16), al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz.
1335 Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (cf. Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en Caná (cf Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (cf Mc 14,25) convertido en Sangre de Cristo.
1336 El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó: "Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?" (Jn 6,60). La Eucaristía y la cruz son piedras de escándalo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división. "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,67): esta pregunta del Señor resuena a través de las edades, como invitación de su amor a descubrir que sólo Él tiene "palabras de vida eterna" (Jn 6,68), y que acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a Él mismo.
La institución de la Eucaristía
1337 El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor (Jn 13,1-17). Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, "constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento" (Concilio de Trento: DS 1740).
1338 Los tres evangelios sinópticos y san Pablo nos han transmitido el relato de la institución de la Eucaristía; por su parte, san Juan relata las palabras de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, palabras que preparan la institución de la Eucaristía: Cristo se designa a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo (cf Jn 6).
1339 Jesús escogió el tiempo de la Pascua para realizar lo que había anunciado en Cafarnaúm: dar a sus discípulos su Cuerpo y su Sangre:
«Llegó el día de los Ázimos, en el que se había de inmolar el cordero de Pascua; [Jesús] envió a Pedro y a Juan, diciendo: "Id y preparadnos la Pascua para que la comamos"[...] fueron [...] y prepararon la Pascua. Llegada la hora, se puso a la mesa con los Apóstoles; y les dijo: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios" [...] Y tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: "Esto es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío". De igual modo, después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: "Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre, que va a ser derramada por vosotros"» (Lc 22,7-20; cf Mt 26,17-29; Mc 14,12-25; 1 Co 11,23-26).
1340 Al celebrar la última Cena con sus Apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su sentido definitivo a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino.
"Haced esto en memoria mía"
1341 El mandamiento de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras "hasta que venga" (1 Co11,26), no exige solamente acordarse de Jesús y de lo que hizo. Requiere la celebración litúrgica por los Apóstoles y sus sucesores del memorial de Cristo, de su vida, de su muerte, de su resurrección y de su intercesión junto al Padre.
1342 Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la orden del Señor. De la Iglesia de Jerusalén se dice:
«Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la comunión fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones [...] Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y con sencillez de corazón» (Hch 2,42.46).
1343 Era sobre todo "el primer día de la semana", es decir, el domingo, el día de la resurrección de Jesús, cuando los cristianos se reunían para "partir el pan" (Hch 20,7). Desde entonces hasta nuestros días, la celebración de la Eucaristía se ha perpetuado, de suerte que hoy la encontramos por todas partes en la Iglesia, con la misma estructura fundamental. Sigue siendo el centro de la vida de la Iglesia.
1344 Así, de celebración en celebración, anunciando el misterio pascual de Jesús "hasta que venga" (1 Co 11,26), el pueblo de Dios peregrinante "camina por la senda estrecha de la cruz" (AG 1) hacia el banquete celestial, donde todos los elegidos se sentarán a la mesa del Reino.

Querido hombre:
He venido a la tierra para explicaros una sola cosa: que podéis ser felices, porque sois el ojito derecho de Dios. Y que sólo necesitáis una cosa: Sentiros la gran familia humana: todos hermanos.
Intenté mostraros cómo el amor llega al corazón de cualquiera, y lo cambia. Que el amor es capaz de curar, de dar esperanzas, ilusiones de vivir, y hasta de resucitar un muerto.
Me he cansado de repetiros que a Dios, mi Padre, precisamente porque es “Padre”, quiere ver que todos sus hijos se quieren y están bien. Es su mayor preocupación. Y como ya no sabía qué más hacer para que le entendierais, quiso que yo viniera personalmente a explicároslo.
Pero no hay manera con vosotros. Siempre encontráis mil razones para no llevaros bien, para no compartir, para destruiros entre vosotros. Dios os quiere aunque no seáis buenos, aunque no lo merezcáis… y en cambio vosotros ponéis condiciones al amor… y amáis sólo a unos pocos, como si el amor se pudiera gastar, como si hubiese que hacer méritos para ser querido y querer. No sé dónde habréis aprendido estas cosas…
Os lo he intentado explicar de muchas maneras: con parábolas y discursos, con milagros, con hechos… Pero las palabras no sirven de mucho. Y, aunque no os lo merecéis, aunque tú que me escuchas eres un desastre y no haces una sola a derechas, aunque sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, aunque no dejas de darme la espalda, aunque sólo amas al que te devuelve el amor, aunque no perdonas y se la guardas al que te hiere o te falla, aunque estás empeñado en guardarte tus cosas para ti, en vez de compartirlas, aunque no te da la gana de buscar tiempo para estar a solas con mi Padre y escuchar todo lo que tiene que decirte, aunque te cansas de luchar al día siguiente de haber empezado…
YO TE VOY A DEMOSTRAR QUE SE PUEDE SER DE OTRA MANERA. TE VOY A DEMOSTRAR QUE TE QUIERO PORQUE SÍ: TE VOY A AMAR HASTA QUEDARME SECO, SIN UNA GOTA DE SANGRE EN EL CORAZÓN. TE LO VOY A DAR TODO: DESDE MI VIDA, HASTA MI MADRE, QUE ES LO MEJOR QUE TENGO. PORQUE TE QUIERO HASTA REVENTAR. PORQUE QUIERO QUE APRENDAS DE MÍ, QUE SOY DIOS, QUE NI SIQUIERA YO PUEDO “PASAR” DE AMAR. Y NO TE PONGO NINGUNA CONDICIÓN. LO HAGO PORQUE ME MUERO DE AMOR POR TI… PORQUE NADIE TIENE AMOR MÁS GRANDE QUE EL QUE DA LA VIDA POR SUS AMIGOS… ¿Lo has comprendido?

¿Y tú? ¿Quieres hacer algo por mí? Yo no puedo morir más que una vez. Mañana lo haré. Pero tú… sí que puedes hacer algo. ¿Ves el pan? Así soy yo. Me voy a romper, a hacer migas para que me puedas meter dentro de ti. Me voy a dejar masticar, triturar. Me voy a poner en tus manos, para luego poder correr por tus venas, para poder tomar posesión de tu corazón y tu vida, y seguir así amando. ¿Me dejas? ¿Quieres ser tú como yo, pan para el que tiene hambre? ¿Estás dispuesto a dejarte destrozar para demostrar lo fuerte que es el amor… Si es así, ven, toma este Pan, come mi cuerpo, méteme dentro de ti…
Mi último deseo antes de morir es hacer un pacto contigo, una Alianza nueva y eterna: Si me quieres, ama. Si me quieres, haz la voluntad de mi Padre. Si me quieres, sirve. Si me quieres, ama como yo… pero no a mí: a tus hermanos. Y si estás dispuesto a hacerlo hasta derramar la última chispa de tu vida, de tu sangre… bebe este cáliz. Es el mío: lleno de sangre, porque amar cuesta y duele aunque también dé la felicidad. ¿Dispuesto a ir a la cruz? Pues bebe… A cambio… yo te perdono todos tus fallos y pecados, porque en el fondo “no sabes lo que haces”. A cambio te ofrezco la vida para siempre, te abro de par en par las puertas de la muerte para que puedas pasar hasta los brazos de mi Padre y recibir su cariñoso abrazo…
Además, como yo he sido uno de vosotros, sé lo que cuesta ser fiel, constante y entregado. Sé que es muy difícil para vosotros vivir y ser como yo. Sé que “sin mí no podéis hacer nada”. Así que si te sientes débil, si necesitas mi ayuda, mi fuerza y mi valor: me quedo entre vosotros en el pan y el vino. Necesitarás recibirme muchas veces… hasta que por tus venas y en tu corazón no haya otra sangre y otra vida que la mía.
Este es, pues, mi regalo de despedida en esta tarde de Jueves Santo:
- Si no me comulgas, caerás en la tentación.
- Si no me comulgas, no tienes nada que ver conmigo.
- Si no me comulgas, no podrás ser mi discípulo.
- Si no me comulgas no podrás amar bastante.
- Si no me comulgas es que no aceptas mi alianza y mi perdón.
- Si no me comulgas es que rechazas todos mis gestos de amor…
Pero si no me comulgas, te voy a seguir queriendo igual, porque eres mi hermano.
Os quiero. Te quiero
JESÚS DE NAZARETH






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