Acepta sin miedo
la novedad y la sorpresa de Jesús Resucitado en tu vida, alienta el Papa en
Vigilia Pascual
No hay situaciones que
Dios no pueda cambiar ni pecado que no pueda perdonar, explica el Pontífice
VATICANO, 30 Mar. 13 / 09:28 pm.-
En la homilía de la Vigilia Pascual que
celebró esta noche en la Basílica de San Pedro, el Papa Francisco hizo una
clara exhortación a aceptar al Señor Jesús Resucitado, cuya novedad y sorpresa
transforman la vida; y
precisó que no existe situación que no pueda cambiar ni pecado que no pueda
perdonar si uno de verdad se abre a Él.
El rito se inició con la
bendición del fuego y la preparación del cirio pascual en el atrio de la
Basílica, mientras se cantaba el Exsultet. Durante la Misa el Papa
confirió el Bautismo, la Confirmación y la Primera Comunión a cuatro personas
de Italia, Albania, Rusia y Estados Unidos.
A continuación la homilía
completa del Santo Padre.
Queridos hermanos y hermanas
En el Evangelio de esta noche
luminosa de la Vigilia Pascual, encontramos primero a las mujeres que van al
sepulcro de Jesús, con aromas para ungir su cuerpo (cf. Lc 24,1-3). Van para
hacer un gesto de compasión, de afecto, de amor; un gesto tradicional hacia un
ser querido difunto, como hacemos también nosotros.
Habían seguido a Jesús. Lo
habían escuchado, se habían sentido comprendidas en su dignidad, y lo habían
acompañado hasta el final, en el Calvario y en el momento en que fue bajado de
la cruz.
Podemos imaginar sus sentimientos cuando van a la tumba: una cierta tristeza,
la pena porque Jesús les había dejado, había muerto, su historia había
terminado.
Ahora se volvía a la vida de
antes. Pero en las mujeres permanecía el amor, y es el amor a Jesús lo que les
impulsa a ir al sepulcro. Pero, a este punto, sucede algo totalmente inesperado,
una vez más, que perturba sus corazones, trastorna sus programas y alterará su
vida: ven corrida la piedra del sepulcro, se acercan, y no encuentran el cuerpo
del Señor.
Esto las deja perplejas,
dudosas, llenas de preguntas: «¿Qué es lo que ocurre?», «¿qué sentido tiene
todo esto?» (cf. Lc 24,4). ¿Acaso no nos pasa así también a nosotros cuando
ocurre algo verdaderamente nuevo respecto a lo de todos los días? Nos quedamos
parados, no lo entendemos, no sabemos cómo afrontarlo.
A menudo, la novedad nos da
miedo, también la novedad que Dios nos trae, la novedad que Dios nos pide.
Somos como los apóstoles del Evangelio: muchas veces preferimos mantener
nuestras seguridades, pararnos ante una tumba, pensando en el difunto, que en
definitiva sólo vive en el recuerdo de la historia, como los grandes personajes
del pasado. Tenemos miedo de las sorpresas de Dios; tenemos miedo de las
sorpresas de Dios. Él nos sorprende siempre.Hermanos y hermanas, no nos
cerremos a la novedad que Dios quiere traer a nuestras vidas. ¿Estamos acaso
con frecuencia cansados, decepcionados, tristes; sentimos el peso de nuestros
pecados, pensamos no lo podemos conseguir? No nos encerremos en nosotros
mismos, no perdamos la confianza, nunca nos resignemos: no hay situaciones que
Dios no pueda cambiar, no hay pecado que no pueda perdonar si nos abrimos a él.
Pero volvamos al Evangelio, a
las mujeres, y demos un paso hacia adelante. Encuentran la tumba vacía, el
cuerpo de Jesús no está allí, algo nuevo ha sucedido, pero todo esto todavía no
queda nada claro: suscita interrogantes, causa perplejidad, pero sin ofrecer
una respuesta. Y he aquí dos hombres con vestidos resplandecientes, que dicen:
«¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado»
(Lc 24,5-6).
Lo que era un simple gesto,
algo hecho ciertamente por amor –el ir al sepulcro–, ahora se transforma en
acontecimiento, en un evento que cambia verdaderamente la vida. Ya nada es como
antes, no sólo en la vida de aquellas mujeres, sino también en nuestra vida y en
la historia de la humanidad.
Jesús no ha muerto, ha
resucitado, es el Viviente. No es simplemente que haya vuelto a vivir, sino que
es la vida misma, porque es el Hijo de Dios, que es el que vive (cf. Nm
14,21-28; Dt 5,26, Jos 3,10). Jesús ya no es del pasado, sino que vive en el
presente y está proyectado hacia el futuro, es el «hoy» eterno de Dios.
Así, la novedad de Dios se
presenta ante los ojos de las mujeres, de los discípulos, de todos nosotros: la
victoria sobre el pecado, sobre el mal, sobre la muerte, sobre todo lo que
oprime la vida, y le da un rostro menos humano. Y este es un mensaje para mí,
para ti, querida hermana y querido hermano.
Cuántas veces tenemos necesidad
de que el Amor nos diga: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?
Los problemas, las preocupaciones de la vida cotidiana tienden a que nos
encerremos en nosotros mismos, en la tristeza, en la amargura..., y es ahí
donde está la muerte. No busquemos ahí a Aquel que vive.
Acepta entonces que Jesús
Resucitado entre en tu vida, acógelo como amigo, con confianza: ¡Él es la vida!
Si hasta ahora has estado lejos de él, da un pequeño paso: te acogerá con los
brazos abiertos. Si eres indiferente, acepta arriesgar: no quedarás
decepcionado. Si te parece difícil seguirlo, no tengas miedo, confía en él, ten
la seguridad de que él está cerca de ti, está contigo, y te dará la paz que
buscas y la fuerza para vivir como él quiere.
Hay un último y simple elemento
que quisiera subrayar del Evangelio de esta luminosa Vigilia Pascual. Las mujeres
se encuentran con la novedad de Dios: Jesús ha resucitado, es el Viviente. Pero
ante la tumba vacía y los dos hombres con vestidos resplandecientes, su primera
reacción es de temor: estaban «con las caras mirando al suelo» –observa san
Lucas–, no tenían ni siquiera valor para mirar. Pero al escuchar el anuncio de
la Resurrección, la reciben con fe.
Y los dos hombres con vestidos
resplandecientes introducen un verbo fundamental: «Recordad cómo os habló
estando todavía en Galilea... Y recordaron sus palabras» (Lc 24,6.8). La
invitación a hacer memoria del encuentro con Jesús, de sus palabras, sus
gestos, su vida; este recordar con amor la experiencia con el Maestro, es lo
que hace que las mujeres superen todo temor y que lleven la proclamación de la
Resurrección a los Apóstoles y a todos los otros (cf. Lc 24,9).
Hacer memoria de lo que Dios ha
hecho por mí, por nosotros, hacer memoria del camino recorrido; y esto abre el
corazón de par en par a la esperanza para el futuro. Aprendamos a hacer memoria
de lo que Dios ha hecho en nuestras vidas.
En esta Noche de luz, invocando
la intercesión de la Virgen María, que guardaba todos estas cosas en su corazón
(cf. Lc 2,19.51), pidamos al Señor que nos haga partícipes de su resurrección:
nos abra a su novedad que trasforma, a las sorpresas de Dios; que nos haga
hombres y mujeres capaces de hacer memoria de lo que él hace en nuestra
historia personal y la del mundo; que nos haga capaces de sentirlo como el
Viviente, vivo y actuando en medio de nosotros; que nos enseñe cada día a no
buscar entre los muertos a Aquel que vive. Amén.
Papa Francisco:
Sábana Santa nos sumerge en silencio elocuente del amor
VATICANO, 30 Mar. 13 / 10:01 am.- En un
videomensaje realizado con ocasión de la ostensión de la Sábana Santa este
sábado, en la Catedral de Turín (Italia), el Papa Francisco afirmó que la
Sábana Santa “habla a nuestro corazón y nos lleva a subir al monte del
Calvario, a mirar el madero de la cruz, a sumergirnos en el
silencio elocuente del amor”.
A continuación el texto completo del videomensaje del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas:
También yo me pongo con ustedes ante la Sábana Santa, y doy gracias al Señor que nos da, con los instrumentos de hoy, esta posibilidad.
Pero aunque se haga de esta forma, no se trata simplemente de observar, sino de venerar; es una mirada de oración. Y diría aún más: es un dejarse mirar. Este rostro tiene los ojos cerrados, es el rostro de un difunto y, sin embargo, misteriosamente nos mira y, en el silencio, nos habla.
¿Cómo es posible esto? ¿Cómo es posible que el pueblo fiel, como ustedes, quiera detenerse ante este icono de un hombre flagelado y crucificado? Porque el hombre de la Sábana Santa nos invita a contemplar a Jesús de Nazaret.
Esta imagen – grabada en el lienzo – habla a nuestro corazón y nos lleva a subir al monte del Calvario, a mirar el madero de la cruz, a sumergirnos en el silencio elocuente del amor.
Así pues, dejémonos alcanzar por esta mirada, que no va en busca de nuestros ojos, sino de nuestro corazón. Escuchemos lo que nos quiere decir, en el silencio, sobrepasando la muerte misma.
A través de la Sábana Santa nos llega la Palabra única y última de Dios: el Amor hecho hombre, encarnado en nuestra historia; el Amor misericordioso de Dios, que ha tomado sobre sí todo el mal del mundo para liberarnos de su dominio.
Este rostro desfigurado se asemeja a tantos rostros de hombres y mujeres heridos por una vida que no respeta su dignidad, por guerras y violencias que afligen a los más vulnerables... Sin embargo, el rostro de la Sábana Santa transmite una gran paz; este cuerpo torturado expresa una majestad soberana.
Es como si dejara trasparentar una energía condensada pero potente; es como si nos dijera: ten confianza, no pierdas la esperanza; la fuerza del amor de Dios, la fuerza del Resucitado, todo lo vence.
Por eso, contemplando al hombre de la Sábana Santa, hago mía la oración que san Francisco de Asís pronunció ante el Crucifijo:
A continuación el texto completo del videomensaje del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas:
También yo me pongo con ustedes ante la Sábana Santa, y doy gracias al Señor que nos da, con los instrumentos de hoy, esta posibilidad.
Pero aunque se haga de esta forma, no se trata simplemente de observar, sino de venerar; es una mirada de oración. Y diría aún más: es un dejarse mirar. Este rostro tiene los ojos cerrados, es el rostro de un difunto y, sin embargo, misteriosamente nos mira y, en el silencio, nos habla.
¿Cómo es posible esto? ¿Cómo es posible que el pueblo fiel, como ustedes, quiera detenerse ante este icono de un hombre flagelado y crucificado? Porque el hombre de la Sábana Santa nos invita a contemplar a Jesús de Nazaret.
Esta imagen – grabada en el lienzo – habla a nuestro corazón y nos lleva a subir al monte del Calvario, a mirar el madero de la cruz, a sumergirnos en el silencio elocuente del amor.
Así pues, dejémonos alcanzar por esta mirada, que no va en busca de nuestros ojos, sino de nuestro corazón. Escuchemos lo que nos quiere decir, en el silencio, sobrepasando la muerte misma.
A través de la Sábana Santa nos llega la Palabra única y última de Dios: el Amor hecho hombre, encarnado en nuestra historia; el Amor misericordioso de Dios, que ha tomado sobre sí todo el mal del mundo para liberarnos de su dominio.
Este rostro desfigurado se asemeja a tantos rostros de hombres y mujeres heridos por una vida que no respeta su dignidad, por guerras y violencias que afligen a los más vulnerables... Sin embargo, el rostro de la Sábana Santa transmite una gran paz; este cuerpo torturado expresa una majestad soberana.
Es como si dejara trasparentar una energía condensada pero potente; es como si nos dijera: ten confianza, no pierdas la esperanza; la fuerza del amor de Dios, la fuerza del Resucitado, todo lo vence.
Por eso, contemplando al hombre de la Sábana Santa, hago mía la oración que san Francisco de Asís pronunció ante el Crucifijo:
Sumo, glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta,
esperanza cierta
y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla
tu santo y verdadero mandamiento. Amén.
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta,
esperanza cierta
y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla
tu santo y verdadero mandamiento. Amén.
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