...La casa de Juan es la casa de María
Le había
dicho Cristo desde la Cruz a María, que Juan sería su hijo, y a Juan que María
sería su madre.
Después
de la muerte de Cristo. María se dio una vuelta por Nazareth para levantar su
casa, recoger unas pocas cosas y venirse a vivir en la casa de Juan.
Entre lo
poco que tenía y lo mucho que fue repartiendo entre las amigas y los pobres del
pueblo, sólo le quedaron un par de fardos que podían ser llevados muy bien por
un borrico.
No se
llevó ni la alfombra de la sala ni el espejo grande del recibidor,
sencillamente porque nunca los tuvo. Un arcón hermoso, que se lo fabricó el
bueno de José tampoco se lo llevó: se lo regaló a una vecina pobre.
Las
herramientas de José se las regaló a un aprendiz de carpintero para que pudiera
instalarse por su cuenta. Ella solamente se llevó de recuerdo uno de los
martillos con que tanto habían trabajado José y Jesús. Después de empaquetar
sus pocas cosas, fue dando vuelta despacio por toda la casa, acariciando de vez
en cuando algún objeto que a ella le recordaba muchas cosas.
A las
personas mayores se les hace muy difícil cambiar de casa, sobre todo cuando
tienen que pasar de la casa propia a una casa ajena.
Para
María, el cambio era mucho más fuerte. Ella había vivido en la casa de Dios, y
ahora tenía que vivir en casa de los hombres. Pero, aceptó muy gustosa el venir
a vivir a casa de Juan; y aceptaría muy gustosa el venir a vivir en cualquiera
de nuestras casas. Es muy probable que además de vivir en casa de Juan, pasara
temporadas en casa de los otros apóstoles. Todos querrían tener a María en su
casa y María iría no pocas veces por las casas de todos.
Juan
tendría la casa muy desordenada. No incurrimos enjuicio temerario al sospechar
que, cuando María entró en aquella casa, habría polvo por todos los rincones y
bajo los muebles, habría una túnica y una sartén colgadas de un mismo clavo de
la cocina, vajilla sin lavar etc.
María se
pondría enseguida a ordenar todo aquello. Ella sabía hacerlo muy bien; ella que
había sido ama de la casa de Dios... Todo quedaría pronto más limpio, más
ordenado, más agradable.
Verás
María, ese pequeño desorden que encontraste en casa de Juan, lo encontrarás en
todas nuestras casas. Y probablemente, más lío que en casa de Juan. En nuestras
casas también suele haber muchas cosas que no están en su sitio.
Probablemente
en casa de Juan, encontraste tú varios aparejos de pesca enredados y te pusiste
a desenredarlos. En nuestras casas también encontrarás, si vienes, varias cosas
enredadas; Varios lazos familiares que se han roto y se han enredado un poco.
Tú sabes cómo se suelta y se desenreda todo esto, te agradeceríamos que te des
una vuelta por nuestras casa para desenredar más de un lío
En casa de Juan encentrarías un poco de
desorden: cosas que no estaban en su sitio...
También
en nuestros hogares puede que encuentres algo de esto. Personas que no estén en
su sitio: madres de familia que están poco en casa; hijos que no son
controlados como debieran estarlo, esposos que no están en el sitio de esposos
y padres ancianos que, quizás, están demasiado arrinconados.
En casa
de Juan encontrarías varias cosas, de esas cosas que no sirven más que para
estorbar, para criar polvo y para ocupar inútilmente un lugar.
También
en nuestras casas encontrarías cosas que sobran...; egoísmo, hastío, malos
modos .Tú irías poniendo también en casa de Juan, una cosita aquí, otra cosita
allá, hasta que no faltara nada de lo que deba haber en una casa. Ven a
nuestras casas. María, porque también a nosotros nos faltan cosas importantes
para la casa. En algunas casas falta paciencia, en otras sacrificio, en otras
falta amor, en otras alegría, en otras..., tal vez faltan niños, por culpa de
alguien de la casa.
Y luego,
el dinero... ese dichoso dinero que tanto ensucia y enreda a los hombres y a
las casas. Ese dichoso dinero que sobra en algunas casas, mientras es necesario
en otras: ese dichoso dinero, que anda tan mal repartido por los hogares de los
hombres.
Date una
vuelta por nuestras casas, María, tú nos ayudarás a organizar bien nuestros
hogares. Tú que pusiste la casa de Nazareth con tanto gusto, que vino a vivir
en ella el mismo Dios.
Te
invitamos a nuestras casas porque tú sabes muy bien que. desde que murió
Cristo, tu casa es la casa de Juan; tus casas son las casas de tus hijos, los
hombres.
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