miércoles, 27 de marzo de 2013

Mensajes de su S.S. el Lunes, Martes y Miércoles Santo






Caminando la Semana Santa junto a S.S. Francisco









VATICANO, 25 Mar. 13 / 06:21 pm- En este Lunes Santo, el Papa Francisco hizo un llamado a que, en esta Semana Santa, los católicos mediten en la paciencia que tiene Dios con los pecados y las debilidades de cada uno, pues su amor es siempre superior a ellos.
Así lo indicó el Santo Padre en breve homilía de la Misa que celebró hoy en la Casa Santa Marta, en la que meditó sobre la paciencia, a partir del pasaje evangélico en que el Judas critica a María por echar perfume sobre los pies de Jesús.
La paciencia "infinita" de Dios está reflejada en este pasaje en el que Jesús es paciente con Judas. San Juan destaca en el Evangelio que a Judas no le interesaban los pobres sino el dinero que robaba. Jesús no le dice "tú eres un ladrón" sino que con su amor "ha sido paciente con Judas, buscando atraerlo a sí con su paciencia, con su amor".
"Nos hará bien pensar en esta Semana Santa en la paciencia de Dios, en aquella paciencia que el Señor tiene con nosotros, con nuestras debilidades, con nuestros pecados", exhortó el Pontífice.
"Cuando se piensa en la paciencia de Dios. ¡Eso es un misterio!", exclamó el Papa. "¡Esta paciencia que tiene Él con nosotros! Hacemos tantas cosas, pero Él es paciente". "Es paciente como el padre que en el Evangelio ha visto al hijo desde lejos, aquel hijo que se fue con todo el dinero de la herencia".
¿Y por qué pudo verlo de lejos?, se pregunta el Papa: "porque todos los días iba a lo alto a mirar si el hijo volvía". Esta, dijo Francisco, "es la paciencia de Dios, esta es la paciencia de Jesús".
"Pensemos en una relación personal, en esta Semana: ¿cómo ha sido en mi vida la paciencia de Jesús conmigo? Sobre todo esto. Y luego saldrá de nuestro corazón una sola palabra: ‘¡gracias, señor, gracias por tu paciencia!’"

VATICANO, 26 Mar. 13 / 10:21 am.- El Papa Francisco exhortó esta mañana en la homilía de la Misa de Martes Santo a abrir el corazón y gustar la dulzura del perdón de Jesús, cuyo amor disipa la "noche" del pecado del ser humano.
Meditando en el pasaje evangélico sobre la traición de Judas, el Santo Padre exhortó a los presentes en la Capilla de la Casa Santa Marta a "abrir el corazón y gustar la dulzura del perdón". "Pensemos qué bello es ser santos, pero también es bello ser perdonados (…) Confiemos en este encuentro con Jesús y en la dulzura de su perdón".
El Papa Francisco recordó que cuando Judas traicionó al Señor, cuando salió del Cenáculo, "era de noche". Esa noche en la que se mueve el discípulo que entrega a Cristo, es la noche en la que está su corazón. Esa es peor, es la "noche del corrupto, una noche definitiva, cuando corazón se cierra de un modo que no sabe, no quiere salir de sí".
En cambio, prosiguió el Papa, la "noche del pecador" es diferente, es una noche "provisional" que todos "conocemos": son "tiempos cuando la noche llega y todo es oscuro en el corazón".
Tras señalar que de esta noche se puede salir con la confesión, el Santo Padre dijo que así se puede vivir la experiencia de San Pablo que decía que "su gloria era Cristo crucificado por sus pecados. ¿Por qué? Porque él, con sus pecados, ha encontrado a Cristo crucificado que los perdonaba".
La realidad del perdón, "el gustar la dulzura del perdón", indicó luego el Papa, es un llamado a todos "en medio de la ‘noche’, de las tantas noches y de los tantos pecados que cometemos, porque somos pecadores, y siempre está esa caricia del Señor que nos hace decir "esta es mi gloria: ¡soy un pobre pecador, pero Tú Señor eres mi Salvador!"

El Papa Francisco presidió esta mañana 27 de marzo la primera audiencia general de su pontificado y en ella exhortó a vivir profundamente la Semana Santa, alentando a seguir a Jesús, saliendo de uno mismo, para llegar a los más alejados de Él. A continuación el texto completo de la catequesis:
¡Hermanos y hermanas, buenos días!
Me alegra darles la bienvenida a mi primera Audiencia general. Con profunda gratitud y veneración tomo el ‘testigo’ de las manos de mi amado predecesor Benedicto XVI. Después de Pascua vamos a reanudar las catequesis del Año de la fe. Hoy quisiera detenerme sobre la Semana Santa. Con el Domingo de Ramos comenzamos esta Semana –centro de todo el Año Litúrgico– en la que acompañamos a Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección.
Pero ¿qué puede significar para nosotros vivir la Semana Santa? ¿Qué significa seguir a Jesús en su camino del Calvario hacia la Cruz y la Resurrección?
En su misión terrenal, Jesús recorrió las calles de Tierra Santa; llamó a doce personas simples para que permanecieran con Él, compartieran su camino y continuaran su misión; las eligió entre el pueblo lleno de fe en las promesas de Dios.
Habló a todos, sin distinción, a los grandes y a los humildes, al joven rico y a la pobre viuda, a los poderosos y a los débiles; trajo la misericordia y el perdón de Dios; curó, consoló, comprendió; dio esperanza; llevó a todos la presencia de Dios que se interesa de cada hombre y mujer, como hace un buen padre y una buena madre con cada uno de sus hijos. Dios no esperó a que fuéramos a Él, sino que es Él que se mueve hacia nosotros, sin cálculos, sin medidas. Dios es así: Él da siempre el primer paso, Él se mueve hacia nosotros.
Jesús vivió las realidades cotidianas de la gente más común: se conmovió delante de la multitud que parecía un rebaño sin pastor; lloró ante el sufrimiento de Marta y María por la muerte de su hermano Lázaro; llamó a un publicano como su discípulo; sufrió también la traición de un amigo.
En Él, Dios nos ha dado la certeza de que Él está con nosotros, en medio de nosotros. "Los zorros –ha dicho Jesús– tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza". (Mt 8:20). Jesús no tiene hogar, porque su casa es la gente, somos nosotros, su misión es abrir a todos las puertas de Dios, ser la presencia amorosa de Dios.
En la Semana Santa nosotros vivimos el culmen de este camino, de este plan de amor que recorre a través de toda la historia de la relación entre Dios y la humanidad. Jesús entra en Jerusalén para cumplir el paso final, en el que resume toda su existencia: se entrega totalmente, no se queda con nada para sí mismo, ni siquiera con su vida.
En la Última Cena, con sus amigos, comparte el pan y distribuye el cáliz "para nosotros". El Hijo de Dios se ofrece a nosotros, ofrece en nuestras manos su Cuerpo y su Sangre para estar siempre con nosotros, para habitar entre nosotros.
Y en el Huerto de los Olivos, al igual que en el juicio ante Pilatos, no opone resistencia, se da; es el Siervo sufriente ya anunciado por Isaías, que se despoja de sí mismo hasta la muerte (cf. Is 53:12).
Jesús no vive este amor que lleva al sacrificio de manera pasiva o como un destino fatal; desde luego no oculta su profunda perturbación humana frente a la muerte violenta, pero se entrega plenamente a la confianza del Padre.
Jesús se entregó voluntariamente a la muerte para corresponder al amor de Dios Padre, en perfecta unión con su voluntad, para demostrar su amor por nosotros. En la cruz, Jesús "me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2:20). Cada uno de nosotros puede decir: me amó y se entregó a sí mismo por mí. Cada uno puede decir este "por mí".
¿Qué significa todo esto para nosotros? Significa que éste es también mi camino, el tuyo, nuestro camino. Vivir la Semana Santa, siguiendo a Jesús, no sólo con la conmoción del corazón; vivir la Semana Santa siguiendo a Jesús quiere decir aprender a salir de nosotros mismos –como dije el domingo pasado– para salir al encuentro de los demás, para ir hasta las periferias de la existencia, ser nosotros los primeros en movernos hacia nuestros hermanos y hermanas, especialmente los que están más alejados, los olvidados, los que están más necesitados de comprensión, de consuelo y de ayuda. ¡Hay tanta necesidad de llevar la presencia viva de Jesús misericordioso y lleno de amor!
Vivir la Semana Santa es entrar cada vez más en la lógica de Dios, en la lógica de la Cruz, que no es en primer lugar la del dolor y la muerte, sino la del amor y la de la entrega de sí mismo que da vida. Es entrar en la lógica del Evangelio. Seguir, acompañar a Cristo. Permanecer con Él requiere una "salir", salir.
Salir de sí mismos, de un modo de vivir la fe cansado y  rutinario, de la tentación de ensimismarse en los propios esquemas que terminan por cerrar el horizonte de la acción creadora de Dios. Dios salió de sí mismo para venir en medio de nosotros, colocó su tienda entre nosotros para traer su misericordia que salva y da esperanza. También nosotros, si queremos seguirlo y permanecer con Él, no debemos contentarnos con permanecer en el recinto de las noventa y nueve ovejas, debemos "salir", buscar con Él a la oveja perdida, a la más lejana. Recuerden bien: salir de nosotros, como Jesús, como Dios salió de sí mismo en Jesús y Jesús salió de sí mismo para todos nosotros.
Alguien podría decirme: "Pero Padre no tengo tiempo", "tengo muchas cosas que hacer", "es difícil", "¿qué puedo hacer yo con mi poca fuerza, también con mi pecado, con tantas cosas?". A menudo nos conformamos con algunas oraciones, con una Misa dominical distraída e inconstante, con algún gesto de caridad, pero no tenemos esta valentía de "salir" para llevar a Cristo.
Somos un poco como San Pedro. Tan pronto como Jesús habla de la pasión, muerte y resurrección, de darse a sí mismo, de amor a los demás, el Apóstol lo lleva aparte y lo reprende. Lo que Jesús dice altera sus planes, le parece inaceptable, pone en dificultad las seguridades que él se había construido, su idea del Mesías.
Y Jesús mira a los discípulos y dirige a Pedro quizá una de las palabras más duras del Evangelio: "¡Retírate, vade retro, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres". (Mc 8:33). Dios piensa siempre con misericordia: no olviden esto. Dios piensa siempre con misericordia: ¡es el Padre misericordioso! Dios piensa como el padre que espera el regreso de su hijo y va a su encuentro, lo ve venir cuando todavía está muy lejos...
¿Esto qué significa? Que todos los días iba a ver si el hijo volvía a casa: éste es nuestro Padre misericordioso. Es la señal que lo esperaba de corazón en la terraza de su casa. Dios piensa como el samaritano que no pasa cerca del desventurado compadeciéndose o mirando hacia otra parte, sino socorriéndolo sin pedir nada a cambio; sin preguntar si era judío, si era pagano, si era samaritano, si era rico, si era pobre: no pide nada. No pide estas cosas, no pide nada. Va en su ayuda: así es Dios. Dios piensa como el pastor que da su vida para defender y salvar a las ovejas.
La Semana Santa es un tiempo de gracia que el Señor nos da para abrir las puertas de nuestros corazones, de nuestra vida, de nuestras parroquias –¡qué pena tantas parroquias cerradas! – de los movimientos, de las asociaciones, y "salir" al encuentro de los demás, acercarnos nosotros para llevar la luz y la alegría de nuestra fe ¡Salir siempre! Y hacer esto con amor y con la ternura de Dios, con respeto y paciencia, sabiendo que ponemos nuestras manos, nuestros pies, nuestro corazón, pero que es Dios quien los guía y hace fecundas todas nuestras acciones.





Les deseo a todos que vivan bien estos días siguiendo al Señor con valentía, llevando en nosotros mismos un rayo de su amor a todos los que encontremos.








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