domingo, 31 de mayo de 2015

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO del 31 de Mayo: “La señal de la Cruz nos recuerda que el Misterio de la Trinidad abraza nuestro ser y nuestra vida”.



La Solemnidad de la Trinidad se celebra ya dentro del Tiempo Ordinario, que reiniciamos en la semana décima. 
Ha terminado el tiempo de Pascua y Pentecostés fue la última celebración de ese tiempo de Gloria. La Liturgia de hoy guarda una cierta relación con la festividad anterior, en la que honrábamos al Espíritu Santo. 
El misterio de la Trinidad es uno de los más hondos de nuestras creencias y una dimensión de Dios que Jesús de Nazaret nos enseñó. Para nosotros, aquí y ahora -y dicho con la mayor sencillez y humildad- el Dios trinitario no es Dios solitario y solo. Es un Dios con familia, surgida de un acto infinito de amor, porque Dios es amor. La festividad de la Trinidad en la Iglesia es antigua, procede del siglo X. Y en 1331 se incluyó en el calendario romano.

Jesús, cumplida la misión que su Padre le había encomendado, vive y reina con Dios para siempre. Sus discípulos recibieron el encargo de continuar lo que él había comenzado. Ellos habían de ir a todas partes y hacer discípulos de Jesús, en nombre de la Santísima Trinidad. 
El Evangelio de Mateo nos muestra una de las apariciones en Galilea y las palabras de Jesús constituyen su testamento para todos sus seguidores, no solo para los Apóstoles. Hemos de llevar su palabra hasta los confines del Universo y sabemos que Él, el Señor, estará con nosotros hasta el final de los siglos.





 Tal como estaba previsto, el último sábado de mayo a mediodía, en el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano, el Papa Francisco celebró un alegre encuentro con los casi seiscientos participantes en el “Tren de los niños”. Se trató de la tercera edición de esta iniciativa organizada por el Atrio de los Gentiles y dirigido a los niños necesitados.
En efecto este año el tren puesto a disposición, nuevamente, por el Grupo de Ferrocarriles del Estado Italiano, llegó a la estación del Estado de la Ciudad del Vaticano con los hijos e hijas de los encarcelados y encarceladas procedentes de Roma, Civitavecchia, Latina, Bari y Trani.
La edición de este año tiene por tema el “Vuelo”, para ofrecer a los más pequeños que viven con sus madres una cotidianidad hecha de cárcel y alejamiento de los demás hermanos, una jornada de evasión de la realidad mediante la fantasía.  El tren llegó a la estación del Vaticano poco antes de las 11.00 y los pequeños y sus acompañantes esperaron la llegada del Papa Francisco con  numerosos barriletes multicolores, para representar, precisamente, el tema del “Vuelo”.
El Papa les dio los buenos días con gran cariño, y les preguntó si estaban cansados por el viaje. Tras conversar con los niños, que demostraron estar bien preparados, como cuando el Santo Padre les preguntó  si es mejor escuchar la Palabra de Dios o no escuchar nada, Francisco los invitó a rezar juntos el Padrenuestro antes de impartirles su bendición apostólica.



“La Trinidad es comunión de Personas divinas, las cuales son una con la otra, una para la otra y una en la otra: esta comunión es la Vida de Dios, el misterio de amor del Dios Vivo”, dijo el Obispo de Roma en la Solemnidad, antes de la oración del Ángelus en la plaza del Santuario de san Pedro llena de peregrinos.
El Papa explicó que Jesús resucitado envió a los discípulos a Bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, que la Iglesia ha heredado el mandato misionero y que cada uno de nosotros, gracias al Bautismo, formamos parte de esta comunidad de Amor del Dios Vivo.
La solemnidad litúrgica, dijo Francisco, “al tiempo que nos hace contemplar el misterio estupendo - del cual provenimos y hacia el cual vamos - nos renueva la misión de vivir la comunión con Dios y entre nosotros, sobre el modelo de la comunión trinitaria. No estamos llamados a vivir ‘los unos sin los otros, encima o contra los otros’, sino ‘los unos con los otros, por los otros y en los otros’.” Ello significa, expresó, “acoger y testimoniar concordes la belleza del Evangelio; vivir el amor recíproco y hacia todos, compartiendo alegrías y sufrimientos, aprendiendo a pedir y conceder el perdón, valorizando los diversos carismas, bajo la guía de los Pastores”, y especificó que “se nos encomienda la tarea de edificar comunidades eclesiales que sean cada vez más familia, capaces de reflejar el esplendor de la Trinidad y de evangelizar, no sólo con las palabras, sino con la fuerza del amor de Dios, que habita en nosotros”.
El Sucesor de Pedro animó a que “intentemos mantener siempre elevado el ‘tono’ de nuestra vida, recordándonos para qué fin, para cuál gloria nosotros existimos, trabajamos, luchamos, sufrimos. Y a cuál inmenso premio estamos llamados”.
Finalmente, concluyendo el mes mariano de mayo, el Vicario de Cristo se encomendó con todos a la Virgen María, para que Ella nos guíe de la mano; nos ayude a percibir los signos de la presencia de Dios; nos obtenga amar al Señor Jesús con todo el corazón, para caminar hacia la visión de la Trinidad, meta maravillosa a la cual tiende nuestra vida. Y pidió a la Virgen que “que ayude a la Iglesia, misterio de comunión, a ser siempre comunidad hospitalaria, donde toda persona, especialmente pobre y marginada, pueda encontrar acogida y sentirse hija de Dios, querida y amada”.

La señal de la Cruz nos recuerda que el Misterio de la Trinidad abraza nuestro ser y nuestra vida, dijo el Papa
“Este misterio abraza toda nuestra vida y todo nuestro ser cristiano -dijo el Papa en la reflexiómn previa a la oración del Ángelus-. Lo recordamos, por ejemplo, cada vez que hacemos la señal de la cruz: en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y ahora los invito a hacer todos juntos – y con voz fuerte – la señal de la cruz ¡todos juntos! En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.


Texto completo  del domingo de la Solemnidad de la Trinidad

Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
 Y Buen domingo!
 Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, que nos recuerda el misterio del único Dios en tres Personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La Trinidad es comunión de Personas divinas, las cuales son una con la otra, una para la otra y una en la otra: esta comunión es la vida de Dios, el misterio de amor del Dios Vivo. Y Jesús nos ha enseñado este misterio. Él nos ha hablado de Dios como Padre; nos ha hablado del Espíritu; y nos ha hablado de Sí mismo como Hijo de Dios. Y así nos ha revelado este misterio. Y cuando, resucitado, ha enviado a los discípulos a evangelizar a todos los pueblos les dijo que los bautizaran «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19)
 Este mandato, Cristo lo encomienda en todo tiempo a la Iglesia, que ha heredado de los Apóstoles el mandato misionero. Lo dirige también a cada uno de nosotros, que, gracias al Bautismo, formamos parte de su Comunidad.
Por lo tanto, la solemnidad litúrgica de hoy, al tiempo que nos hace contemplar el misterio estupendo – del cual provenimos y hacia el cual vamos – nos renueva la misión de vivir la comunión con Dios y vivir la comunión entre nosotros, sobre el modelo de esa comunión de Dios. No estamos llamados a vivir ‘los unos sin los otros, encima o contra los otros’, sino ‘los unos con los otros, por los otros y en los otros’. Ello significa acoger y testimoniar concordes la belleza del Evangelio; vivir el amor recíproco y hacia todos, compartiendo alegrías y sufrimientos, aprendiendo a pedir y conceder el perdón, valorizando los diversos carismas, bajo la guía de los Pastores. En una palabra, se nos encomienda la tarea de edificar comunidades eclesiales que sean cada vez más familia, capaces de reflejar el esplendor de la Trinidad y de evangelizar, no sólo con las palabras, sino con la fuerza del amor de Dios, que habita en nosotros.
La Trinidad, como había empezado a decir, es también el fin último hacia el cual está orientada nuestra peregrinación terrenal. El camino de la vida cristiana es, en efecto, un camino esencialmente ‘trinitario’: el Espíritu Santo nos guía al conocimiento pleno de las enseñanzas de Cristo. Y también nos recuerda lo que Jesús nos ha enseñado. Su Evangelio; y Jesús, a su vez, ha venido al mundo para hacernos conocer al Padre, para guiarnos hacia Él, para reconciliarnos con Él. Todo, en la vida cristiana, gira alrededor del misterio trinitario y se cumple en orden a este misterio infinito. Intentemos pues, mantener siempre elevado el ‘tono’ de nuestra vida, recordándonos para qué fin, para cuál gloria nosotros existimos, trabajamos, luchamos, sufrimos. Y a cuál inmenso premio estamos llamados.
Este misterio abraza toda nuestra vida y todo nuestro ser cristiano. Lo recordamos, por ejemplo, cada vez que hacemos la señal de la cruz: en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y ahora los invito a hacer todos juntos – y con voz fuerte – la señal de la cruz ¡todos juntos! En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
 En este último día del mes de mayo, el mes mariano, nos encomendamos a la Virgen María. Que Ella – que más que cualquier otra criatura, ha conocido, adorado, amado el misterio de la Santísima Trinidad – nos guíe de la mano; nos ayude a percibir, en los eventos del mundo, los signos de la presencia de Dios, Padre Hijo y Espíritu Santo; nos obtenga amar al Señor Jesús con todo el corazón, para caminar hacia la visión de la Trinidad, meta maravillosa a la cual tiende nuestra vida. Le pedimos también que ayude a la Iglesia a ser, misterio de comunión, a ser siempre una Iglesia comunidad hospitalaria, donde toda persona, especialmente pobre y marginada, pueda encontrar acogida y sentirse hija de Dios, querida y amada».

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