viernes, 4 de octubre de 2013

PAPA FRANCISCO EN ASIS

Jorge Bergoglio es el primer Papa que adopta el nombre de Francisco de Asís, una de las figuras más trascendentes del cristianismo, que con su vida extraordinaria y ejemplar ha inspirado largamente a la humanidad, incluso más allá de los límites del catolicismo.
 A imagen y semejanza del Francisco santo, el Francisco Papa parece decidido a no quedarse en lo simbólico. "¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre para los pobres!", dijo poco después de ser electo Obispo de Roma y desde entonces no ha cesado de llamar a los fieles, y en especial a los sacerdotes y religiosos, a la sobriedad y a acercarse a los pobres, a la vez que ha fustigado con dureza a la "mundanidad" y la "idolatría del dinero".

Hoy, el Papa llegó a Asís, en lo que es su tercer viaje pastoral dentro de Italia –el primero fue a la isla de Lampedusa, escenario de una nueva tragedia que Francisco condenó fuertemente, y el segunda a Cagliari, capital de Cerdeña- para una visita de un día con una agenda muy cargada como ya es habitual en él.
Es una jornada muy significativa, no sólo porque el Papa ha elegido llamarse Francisco para subrayar su opción por los pobres, sino porque Asís es una suerte de "Tierra Santa italiana", un sitio de peregrinaje de gran importancia para los italianos y para el mundo entero. 
 Hoy 4 de octubre de 2013 se celebra la festividad de San Francisco, fecha que ha aprovechado el Papa Francisco en su onomástica para visitar la ciudad italiana de Asís, donde llevará varios actos en pro de la situación de los más pobres.


Igual que hubiera hecho Francisco hace 800 años, el Papa comenzó su visita a Asís visitando a los enfermos y discapacitados graves a las ocho de la mañana. Le esperaban en el Instituto Seráfico, en sus sillas de ruedas y sus camillas. Ninguno podía hablar, pues eran sordomudos o habían perdido la voz debido a la enfermedad. Algunos conseguían hacer gestos, y otros le saludaban simplemente con los ojos.
El Papa fue pasando despacio para apretar las manos de cada uno, acariciarle la cabeza, darle un beso… Los rostros de niños Down parecían iluminarse, ante la ternura del Papa, que dirigía también una mirada de cariño a la enfermera o el voluntario que acompañaba a cada enfermo, pues requieren atencióncasi continua. Se diría que Francisco se detenía más y se emocionaba más con los adultos que tenían peor aspecto: miembros deformados por enfermedades degenerativas, rictus descompuestos por enfermedades nerviosas. Al final del encuentro les revelaría el secreto de su cariño: lo que veía en ellos.
En la capilla del Instituto seráfico no se oían palabras, tan sólo algunos gemidos o lamentos de enfermos, que sólo quienes les cuidan cada día saben interpretar. Algún sollozo ocasional provenía de las enfermeras y los voluntarios. Las lágrimas se asomaban en silencio a muchos ojos. La presidenta del Instituto Seráfico, Francesca di Maolo, le acompañaba y le daba explicaciones cuando el Papa se las pedía.
Igual que su visita a Cerdeña el pasado domingo 22 de septiembre comenzó con un encuentro con los trabajadores de Cagliari a las 8.45 de la mañana, el Papa inició su peregrinación a Asís reuniéndose con los enfermos y discapacitados graves a las ocho de la mañana. Había salido en helicóptero de Roma a las siete, acompañado de los ocho purpurados de todo el mundo que forman el nuevo Consejo de Cardenales y que han estado trabajando con él durante tres días para diseñar una reforma en profundidad de la Curia vaticana.
El Instituto Seráfico fue fundado como hogar de acogida por un franciscano santo, Ludovico da Casoria, y mantiene perfectamente su espíritu. Como dijo la presidenta al Papa: «Trabajar aquí es una decisión de amor. Junto a estas personas descubrimos el valor de la vida. Nos enseñan a mirarles con ojos distintos, con los que tenemos que mirar también a los presos, a los inmigrantes…».
La tragedia del día anterior en Lampedusa estaba muy presente, y el Papa se emocionó al recordarlo. Había traído un excelente discurso pero no lo leyó. Cuando le dieron los folios los tomó, pero los entregaría al final si mirarlos, después de haber hablado desde su corazón: «Como los discípulos de Emaús, tenemos que saber reconocer a Jesús. La carne de Jesús está, aunque no la veamos, en la Eucaristía. Sus llagas están en estos muchachos, en estos niños, en estos ancianos».
En tono muy entrañable, el Papa les dijo que «un cristiano sabe reconocer las llagas de Jesús» y no se queda indiferente ante ellas. Francisco les comentó que «Jesús resucitado era bellísimo. No conservaba las señales de los golpes. Pero quiso conservar sus llagas y las ha llevado al cielo. Esas llagas están en el cielo, delante del Padre, y también aquí, delante de nosotros».
 En el discurso que había escrito pero no leyó, el Papa recordaba el inesperado encuentro de Francisco de Asís, un joven adinerado hambriento de glorias guerreras, con un leproso. En lugar de alejarse, Francisco le abrazó, y ese gesto cambió su vida. El Papa escribió que «Jesús le habló en silencio en la persona de aquel leproso, y le hizo entender que lo que verdaderamente vale en la vida no son las riquezas, la fuerza de las armas o la gloria terrena, sino la humildad, la misericordia, el perdón». Era un mensaje cultural, revolucionario. Como lo fue el comportamiento de Francisco a partir del encuentro con aquel leproso en 1205 en un camino rural.


Homilía misa en la Plaza de San Francisco de Asís


«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25).
Paz y bien a todos. Con este saludo franciscano os agradezco el haber venido aquí, a esta plaza llena de historia y de fe, para rezar juntos.
Como tantos peregrinos, también yo he venido para dar gracias al Padre por todo lo que ha querido revelar a uno de estos «pequeños» de los que habla el evangelio: Francisco, hijo de un rico comerciante de Asís.
 El encuentro con Jesús lo llevó a despojarse de una vida cómoda y superficial, para abrazar «la señora pobreza» y vivir como verdadero hijo del Padre que está en los cielos. Esta elección de san Francisco representaba un modo radical de imitar a Cristo, de revestirse de Aquel que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2Co 8,9). El amor a los pobres y la imitación de Cristo pobre son dos elementos unidos de modo inseparable en la vida de Francisco, las dos caras de la misma moneda.
¿Cuál es el testimonio que nos da hoy Francisco? ¿Qué nos dice, no con las palabras –esto es fácil- sino con la vida?


1. La primera cosa, la realidad fundamental que nos atestigua es ésta: ser cristianos es una relación viva con la Persona de Jesús, es revestirse de él, es asimilarse a él.
¿Dónde inicia el camino de Francisco hacia Cristo? Comienza con la mirada de Jesús en la cruz. Dejarse mirar por él en el momento en el que da la vida por nosotros y nos atrae a sí. Francisco lo experimentó de modo particular en la iglesita de San Damián, rezando delante del crucifijo, que hoy también yo veneraré. En aquel crucifijo Jesús no aparece muerto, sino vivo.

La sangre desciende de las heridas de las manos, los pies y el costado, pero esa sangre expresa vida. Jesús no tiene los ojos cerrados, sino abiertos, de par en par: una mirada que habla al corazón. Y el Crucifijo no nos habla de derrota, de fracaso; paradójicamente nos habla de una muerte que es vida, que genera vida, porque nos habla de amor, porque él es el Amor de Dios encarnado, y el Amor no muere, más aún, vence el mal y la muerte. El que se deja mirar por Jesús crucificado es re-creado, llega a ser una «nueva criatura». De aquí comienza todo: es la experiencia de la Gracia que transforma, el ser amados sin méritos, aun siendo pecadores. Por eso Francisco puede decir, como san Pablo: «En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Ga 6,14).
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a permanecer ante el Crucificado, a dejarnos mirar por él, a dejarnos perdonar, recrear por su amor.
2. En el evangelio hemos escuchado estas palabras: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,28-29).
Ésta es la segunda cosa que Francisco nos atestigua: quien sigue a Cristo, recibe la verdadera paz, aquella que sólo él, y no el mundo, nos puede dar. Muchos asocian a san Francisco con la paz, pero pocos profundizan. ¿Cuál es la paz que Francisco acogió y vivió y que nos transmite? La de Cristo, que pasa a través del amor más grande, el de la Cruz. Es la paz que Jesús resucitado dio a los discípulos cuando se apareció en medio de ellos y dijo: «Paz a vosotros», y lo dijo mostrando las manos llagadas y el costado traspasado (cf. Jn 20,19.20).
La paz franciscana no es un sentimiento almibarado. Por favor: ¡ese san Francisco no existe! Y ni siquiera es una especie de armonía panteísta con las energías del cosmos… Tampoco esto es franciscano, sino una idea que algunos han construido. La paz de san Francisco es la de Cristo, y la encuentra el que «carga» con su «yugo», es decir su mandamiento: Amaos los unos a los otros como yo os he amado (cf. Jn 13,34; 15,12). Y este yugo no se puede llevar con arrogancia, con presunción, con soberbia, sino sólo con mansedumbre y humildad de corazón.
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a ser «instrumentos de la paz», de la paz que tiene su fuente en Dios, la paz que nos ha traído el Señor Jesús.

3. «Altísimo, omnipotente y buen Señor… Alabado seas… con todas las criaturas» (FF, 1820).
Así comienza el Cántico de san Francisco. El amor por toda la creación, por su armonía. El Santo de Asís da testimonio del respeto hacia todo lo que Dios ha creado y que el hombre está llamado a custodiar y proteger, pero sobre todo da testimonio del respeto y el amor hacia todo ser humano. 
 Dios creó el mundo para que fuera lugar de crecimiento en la armonía y en la paz. ¡La armonía y la paz! Francisco fue hombre de armonía y de paz. Desde esta Ciudad de la paz, repito con la fuerza y mansedumbre del amor: respetemos la creación, no seamos instrumentos de destrucción. Respetemos todo ser humano: que cesen los conflictos armados que ensangrientan la tierra, que callen las armas y en todas partes el odio ceda el puesto al amor, la ofensa al perdón y la discordia a la unión. 
Escuchemos el grito de los que lloran, sufren y mueren por la violencia, el terrorismo o la guerra, en Tierra Santa, tan amada por san Francisco, en Siria, en todo el Oriente Medio, en el mundo.
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: Alcánzanos de Dios el don de la armonía y la paz para nuestro mundo.
No puedo olvidar, en fin, que Italia celebra hoy a san Francisco como su Patrón. Lo expresa también el tradicional gesto de la ofrenda del aceite para la lámpara votiva, que este año corresponde precisamente a la Región de Umbría. Recemos por la Nación italiana, para que cada uno trabaje siempre para el bien común, mirando más lo que une que lo que divide. Hago mía la oración de san Francisco por Asís, por Italia, por el mundo: «Te ruego, pues, Señor mío Jesucristo, Padre de toda misericordia, que no te acuerdes de nuestras ingratitudes, sino ten presente la inagotable clemencia que has manifestado en [esta ciudad], para que sea siempre lugar y morada de los que de veras te conocen y glorifican tu nombre, bendito y gloriosísimo, por los siglos de los siglos. Amén» (Espejo de perfección, 124: FF, 1824).


¿Cuál es la razón, la clave, el misterio, el secreto de Francisco? ¿Cómo es posible que ocho siglos después siga de moda, vivo,  interpelador? La respuesta es sencilla: su condición de enamorado y apasionado de Jesucristo, su Dios y su todo. Francisco no es  solo una “marca” de moda, una referencia sólo humanamente atractiva. Lo es, sobre todo, desde su radicalidad en la imitación de Jesucristo pobre y crucificado. Lo es desde su itinerario de permanente conversión, desde su búsqueda de la santidad, desde su seguimiento fiel y fecundo del Evangelio “sin glosa”.
La historia de Francisco es la historia de la gracia y de la conversión. Es la historia de la respuesta fiel, generosa y abnegada de quien se siente irresistiblemente atraído por Jesús. Es la historia de un hombre para los demás, que fue un hombre para Dios y de Dios. Francisco es testimonio elocuente y grandioso de que Dios es, de que Dios existe, de que Dios es Amor,  de que el Amor ha de ser amado, de que no podemos vivir sin este Amor, sin este Dios.

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