miércoles, 16 de octubre de 2013

EVANGELIO del Domingo XXIX del Tiempo Ordinario-Ciclo C

La Iglesia celebra la Jornada por la Evangelización de los Pueblos: el Domingo Mundial de las Misiones.  Es un día de oración y de comunión.Es jornada también de colecta y de esfuerzo.

Todas las comunidades católicas del mundo se afanan en este día por rezar y obtener recursos para ayudar a los pueblos más pobres y llevarles la Buena Noticia de la fe en Cristo.
 
 Demos gracias al Señor por el don de la fe que abre nuestra mente y corazón para que lo podamos conocer y amar. Y por la vocación misionera que estamos llamados a vivir todos los cristianos.
Cada comunidad es fruto de esta acción misionera y en concreto damos gracias por los misioneros y misioneras que comparten su fe en medio nuestro. Porque, el impulso misionero es una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial.
En los últimos días del año litúrgico, Jesús nos exhorta a orar, a dirigirnos a Dios. Podemos pensar cómo los padres y madres de familia esperan que —¡todos los días!— sus hijos les digan algo, que les muestren su afecto amoroso.
Dios, que es Padre de todos, también lo espera. Jesús nos lo dice muchas veces en el Evangelio, y sabemos que hablar con Dios es hacer oración. La oración es la voz de la fe, de nuestra creencia en Él, también de nuestra confianza, y ojalá fuera también siempre manifestación de nuestro amor.

Primera Lectura del libro del Éxodo (17,8-13):
La misión implica salir al encuentro del migrante, marginado y excluido de nuestra sociedad, con un corazón abierto, solidario y misericordioso, capaz de sostener y acompañar las búsquedas de vida de todo ser humano.

"En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué: «Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón maravilloso de Dios en la mano.»
Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; mientras Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec. Y, como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de espada".
Palabra de Dios
Te alabamos Señor

Salmo (Sal 120,1-2.3-4.5-6.7-8)

R/. El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra

Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra. R/.

No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel. R/.

El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche. R/.

El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre. R/.

Segunda Lectura  2 Pablo a Timoteo (3,14-4,2)
"La fe se fortalece dándola". Por eso nos dice el Papa Francisco: "todos somos enviados por los senderos del mundo para caminar con nuestros hermanos, profesando y dando testimonio de nuestra fe en Cristo y convirtiéndonos en anunciadores de su Evangelio".

"Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado, sabiendo de quién lo aprendiste y que desde niño conoces la sagrada Escritura; ella puede darte la sabiduría que, por la fe en
Cristo Jesús, conduce a la salvación. Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud; así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena. Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta, con toda paciencia y deseo de instruir".
Palabra de Dios
Te alabamos Señor.
            Lectura del santo Evangelio según san Lucas (18,1-8):

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia frente a mi adversario." Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: "Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara."»
Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»


A fin de que nuestra oración sea perseverante y confiada, dice san Lucas, que «Jesús les propuso una parábola para inculcarles que es preciso orar siempre sin desfallecer» (Lc 18,1). Sabemos que la oración se puede hacer alabando al Señor o dando gracias, o reconociendo la propia debilidad humana —el pecado—, implorando la misericordia de Dios, pero la mayoría de las veces será de petición de alguna gracia o favor. Y, aunque no se consiga de momento lo que se pide, sólo el poder dirigirse a Dios, el hecho de poder contarle a ese Alguien la pena o la preocupación, ya será la consecución de algo, y seguramente —aunque no de inmediato, sino en el tiempo—, obtendrá respuesta, porque «Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a Él día y noche?» (Lc 18,7).
Nos encontramos con un Evangelio muy poco llamativo, pero que, sin embargo, nos da dos lecciones importantes a más no poder: la fe y la oración.
Comienza Jesús narrando una Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:«En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: "Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario".
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: "Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme"».Y el Señor dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia.Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?»
Compartiendo la Palabra,  igual que ocurre hoy: los ricos tienen todas las puertas abiertas, porque hay dinero entre medio, y los pobres tienen que aguantarse porque son muy pocos los que se cuidan de ellos gratuitamente.
Le pasó a aquella pobrecita mujer viuda. Le habían robado en el testamento de su marido, se le debía una cantidad, y acudía continuamente al abogado y juez:- ¡Señor, atiéndame! ¡Que se me haga justicia! ¡Mire que no tengo nada, se me debe tanto, y no hay manera de que me den lo mío!...El juez era un tipo sin ningún escrúpulo de conciencia. No le importaba nada ni de Dios ni de los hombres. Atendía cuando le venía bien, era estupendo con los clientes de dinero, y a los demás que se los lleve el diablo si quiere... Así hacía con esta pobre viuda. Hasta que al fin se dijo, con la misma expresión familiar nuestra:- Ni Dios ni nadie me importan un pepino; pero esta mujer ya me tiene harto. O le arreglo el asunto, o me vuelve loco. La cosa acabó bien para la pobre mujer, gracias a su importunidad, y ganó el juicio que tenía pendiente durante tanto tiempo... Jesús mismo saca la consecuencia, y nos dice:- ¿Os dais cuenta cómo habla el juez malo? Entonces, ¿cómo no os va a escuchar Dios, que es bueno, si no paráis de pedirle? Tened presente que es necesario orar siempre sin cansarse nunca. La primera lección sobre la oración está bien clara.
Pero ahora viene el Evangelio y añade todo seguido esta palabra e interrogante de Jesús, que mira ya a su segunda venida a la tierra el último día: - Y cuando yo vuelva, ¿encontraré fe en la tierra?...No digamos que esta lección de Jesús en este Evangelio no es de actualidad suma.

 ¡Oración, oración, oración!... Somos muy pobres —más que aquella viuda—, y nadie nos va a remediar nuestros males, ni materiales ni espirituales. Sólo en Dios tenemos nuestra esperanza. Y Dios cede siempre a nuestra súplica humilde y constante.
¡Y fe, fe, fe..., mucha fe en un mundo que está perdiendo el sentido de los valores eternos del espíritu! O miramos a Dios y a la vida futura, o no encontraremos ningún sentido a la vida presente. Oración y fe son inseparables. Quien cree, ora. Quien ora, no pierde la fe.


CUARTA PARTE
LA ORACIÓN CRISTIANA

PRIMERA SECCIÓN
LA ORACIÓN EN LA VIDA CRISTIANA

CAPÍTULO PRIMERO
LA REVELACIÓN DE LA ORACIÓN

ARTÍCULO 3
EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA

II. La oración de petición
2629 El vocabulario neotestamentario sobre la oración de súplica está lleno de matices: pedir, reclamar, llamar con insistencia, invocar, clamar, gritar, e incluso “luchar en la oración” (cf Rm 15, 30; Col 4, 12). Pero su forma más habitual, por ser la más espontánea, es la petición: Mediante la oración de petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un retorno hacia Él.
2630 El Nuevo Testamento no contiene apenas oraciones de lamentación, frecuentes en el Antiguo Testamento. En adelante, en Cristo resucitado, la oración de la Iglesia es sostenida por la esperanza, aunque todavía estemos en la espera y tengamos que convertirnos cada día. La petición cristiana brota de otras profundidades, de lo que san Pablo llama el gemido: el de la creación “que sufre dolores de parto” (Rm 8, 22), el nuestro también en la espera “del rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de esperanza” (Rm 8, 23-24), y, por último, los “gemidos inefables” del propio Espíritu Santo que “viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26).
2631 La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición (cf el publicano: “Oh Dios ten compasión de este pecador” Lc 18, 13). Es el comienzo de una oración justa y pura. La humildad confiada nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros (cf 1 Jn 1, 7-2, 2): entonces “cuanto pidamos lo recibimos de Él” (1 Jn 3, 22). Tanto la celebración de la Eucaristía como la oración personal comienzan con la petición de perdón.
2632 La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús (cf Mt 6, 10. 33; Lc 11, 2. 13). Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida. Esta cooperación con la misión de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora la de la Iglesia, es objeto de la oración de la comunidad apostólica (cf Hch 6, 6; 13, 3). Es la oración de Pablo, el apóstol por excelencia, que nos revela cómo la solicitud divina por todas las Iglesias debe animar la oración cristiana (cf Rm 10, 1; Ef 1, 16-23; Flp 1, 9-11; Col 1, 3-6; 4, 3-4. 12). Al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino.
2633 Cuando se participa así en el amor salvador de Dios, se comprende que toda necesidad pueda convertirse en objeto de petición. Cristo, que ha asumido todo para rescatar todo, es glorificado por las peticiones que ofrecemos al Padre en su Nombre (cf Jn 14, 13). Con esta seguridad, Santiago (cf St 1, 5-8) y Pablo nos exhortan a orar en toda ocasión (cf Ef 5, 20; Flp 4, 6-7; Col 3, 16-17; 1 Ts 5, 17-18).




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