martes, 1 de octubre de 2013

EVANGELIO DEL DOMINGO XXVII del Tiempo Ordinario-Ciclo C





En esta semana XXVII tenemos dos grandes enseñanzas: la fe y la gratuidad de Dios.
La oposición entre Jesús y los fariseos está sobre todo en la fe y la gratuidad. Los fariseos pretendían conquistar a Dios y salvarse por sus propios méritos, como gran parte de los cristianos actuales.
Jesús nos enseña que no nos salvan las obras, sino la fe; o sea, nos salva Dios, si tenemos fe; y nos salva gratuitamente.
Las obras buenas, la vida santa no es la causa de nuestra salvación, sino su consecuencia. Dios nos perdona y nos salva gratuitamente por la fe, y esa salvación hace que produzcamos toda clase de obras buenas.
Nuestra vida santa es la consecuencia y el test de la fe verdadera.  Cuando hay fe verdadera, hay obras buenas. El intento de conquistar a Dios con nuestros méritos denota idolatría. Todo es gratuito. Por eso Jesús nos dirá que, cuando nos sacrificamos y obramos bien, “sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer”, porque Dios ya nos ha dado su gracia.















 La fe, según el Evangelio, es un don, es un regalo de Dios, totalmente gratuito, inmerecido; junto a esto, es una experiencia parecida al amor, una experiencia de amistad que transforma la vida y trastoca la jerarquía de valores en la que apoyamos nuestra vida. Y esto que parece tan sencillo de entender, no es tan fácil de vivir, sobre todo en esta sociedad nuestra donde todo tiene un precio y donde las cosas, las relaciones muchas veces se compran y se venden. Aunque es verdad que mucha gente busca hoy más que nunca esa sensación de ser amado gratuitamente, quizá porque eso es precisamente lo que no siente ni vive. Terrible sociedad que nos hace desconfiar de los demás, de los amigos, incluso de la familia, que nos hace creer que todo se vive por interés. Y así cómo vamos a entender y vivir la fe desde una experiencia de gratuidad y de amor.

Primera lectura: El pequeño libro de Habacuc contiene, en forma poética, un intenso diálogo entre Dios y el profeta. El texto ofrece pocos datos históricos concretos, de modo que resulta difícil fecharlo con precisión. Probablemente se escribió en tiempos cercanos a la invasión de Jerusalén por parte de los babilonios (siglo VI a. C.).
Los fragmentos iniciales afrontan el problema del mal, y el escándalo del silencio de Dios ante el sufrimiento de los justos. En el fragmento leído hoy, además de la pregunta, hay una solemne introducción a la respuesta divina, que debe ser puesta por escrito para que tenga una validez permanente y pueda ser leída a lo largo de los tiempos.
La síntesis del mensaje que llega de Dios es que los injustos recibirán las consecuencias de su maldad, mientras que los que mantengan la fidelidad a Dios serán liberados finalmente de sus sufrimientos. El profeta quiere transmitir la convicción creyente según la cual Dios no permanece indiferente ante el sufrimiento de los justos ni se desentiende de la historia humana, sino que interviene en el momento oportuno para hacer justicia.

Lectura de la profecía de Habacuc (1,2-3;2,2-4):

¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré: «Violencia», sin que me salves? ¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?
El Señor me respondió así: «Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo que se lea de corrido. La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará; si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse. El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe.»

PALABRA DE DIOS.
TE ALABAMOS SEÑOR. 
 Salmo -Sal 94,1-2.6-7.8-9

R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón»


Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R/.

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R/.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masa en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.» R/
.



Segunda  Lectura: 2 Timoteo 1,6-8.13-14
La segunda Carta a Timoteo se presenta básicamente como una serie de instrucciones que el apóstol Pablo, encarcelado y con la perspectiva de una muerte próxima, deja a Timoteo, su colaborador más cercano. Las recomendaciones están pensadas especialmente para los responsables de las comunidades cristianas, pero son aplicables sin dificultad a todos los creyentes.
Uno de los elementos que se repiten a menudo es la fidelidad al valioso "tesoro" de la fe que los cristianos se van transmitiendo por el testimonio misionero. El autor exhorta a conservar esta fe con firmeza en medio de todas las pruebas y dificultades. Para mantener la fortaleza el cristiano no cuenta tan sólo con sus fuerzas, sino con la ayuda del Espíritu Santo que le ha sido comunicado y que le da "fortaleza, amor y moderación". Es necesario, eso sí, no dejar apagar la llama de este don recibido, que permanece de forma viva y activa en el interior de los creyentes.
Vale la pena señalar que la fe del cristiano tiene una fuerte dimensión histórica. Por una parte, debe estar enraizada en el pasado, en el que se ha recibido, y, por otra, debe ser vivida con constancia firme para que no se debilite en medio de las dificultades presentes.


"Reaviva el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor y de mí, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios. Ten delante la visión que yo te di con mis palabras sensatas y vive con fe y amor en Cristo Jesús. Guarda este precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros".
Palabra de Dios
Te alabamos Señor 












En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: «Auméntanos la fe.»
El Señor contestó: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: "Arráncate de raíz y plántate en el mar." Y os obedecería. Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "En seguida, ven y ponte a la mesa"? ¿No le diréis: "Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú"? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer."»

El evangelio de este domingo comienza con una petición concreta de los apóstoles: "Auméntanos la fe". Esta petición se da en un contexto en que Jesús previene a sus discípulos de no ser ocasión de pecado o tropiezo para los pequeños, y de haber dado algunas recomendaciones sobre el perdón. Si nos vamos más atrás, podemos ver a Jesús dedicado de tiempo completo a instruir a sus discípulos: les advierte sobre la seriedad y los riesgos de seguirlo (Lc 9,57-62), les enseña a orar (11,1-13), los previene contra la hipocresía y la levadura de los fariseos (12,1-12), les advierte sobre el peligro de las riquezas (12,13-21; 16,19-31), y les insiste en la misericordia y el perdón (16,1-32; 19,1-10). Muchas han sido las recomendaciones y exigencias de Jesús a sus discípulos desde que tomó la determinación de subir a Jerusalén. Los discípulos se sienten limitados, con muy pocos recursos y con necesidad de tener más fe. Por eso su petición. Lo curioso es que Jesús no responde a esta petición de manera directa, sino con una oración condicional, con una comparación: "Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decir a ese árbol frondoso: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar, y los obedecería"'. Lo que parece decir Jesús es que el asunto de fondo no es tener más o menos fe, sino tener una fe firme, aunque ésta sea pequeña. Dios se compromete con nosotros, nos da su amor y el don de la fe; pero quiere que sea una fe comprometida, una fe puesta en práctica. Para ejemplificar esto, Jesús utiliza la imagen del criado laborioso que cumple su jornada de trabajo. Así como se aprende a amar en el ejercicio del amor, la fe se aumenta o fortalece al ponerla en práctica: al hacer todo aquello que Jesús ha enseñado con su vida.
Jesús no quiere terminar esta instrucción sin tratar el tema de la gratuidad de la fe. La comparación parece dura: "¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido (el amo) con el siervo, porque éste cumplió con su obligación?". Hay una invitación a hacer las cosas con humildad, sin esperar nada a cambio; a reconocer que la fe es ante todo un don y que la capacidad de vivir la fe, de cumplir lo mandado, no es sino gracia. Por eso Jesús termina: "Cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: 'No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer' ".


La respuesta de Jesús "Si tuvieran fe..." nos hace ir más allá del "más", nos hace ir hasta la radicalidad de la fe, nos hace ir a plantearnos si nuestra vida está arraigada y fundamentada en Dios y en su palabra o no. No se trata de creer poco o mucho. Si creemos, aunque nuestra fe sea muy inicial, como una semilla, podremos conseguir lo que la fuerza de la fe, que nos introduce en la comunión con Dios, nos hace posible llevar a término: apartar todos los obstáculos que nos privarían de llegar hasta la vida verdadera.
Es en este sentido que Habacuc profetiza que "el justo... vivirá por su fe". Es la realidad admirable de que nos habla san Juan refiriéndose a los que han acogido en este mundo la Luz verdadera: "a todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre" (Jn 1,12). Es lo que dice Jesús a Nicodemo: "tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16). O lo que dice a Marta: "El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre" (Jn 11,25-26). Conviene que no nos engañemos pensando que la fe nos puede llevar a hacer "pequeños milagros" en la vida de cada día. La fe nos lleva hasta la vida eterna. Por eso pedir la fe es pedir la vida eterna; y pedir la vida eterna es pedir empezar a vivirla, ya desde ahora, por la fe.
Por esto, creer o no creer es una cuestión tan radical. Nuestra petición, en este sentido, es que nos sea concedido "vivir en la fe": vivir en la fe, atentos siempre a la voz del Señor y escuchándolo con aquella actitud de adoración (como la que el salmo nos invita a tener) propia de los que creen que él es "la Roca que nos salva".

SERVIR AL SEÑOR: Juntamente con esta fe, plena y sincera, en el Señor, el Evangelio nos exhorta a servirlo con toda fidelidad, a poner toda nuestra vida a su servicio. El Evangelio nos hace también, en este sentido, una llamada radical: debemos servir sin reservas a quien confesamos que es nuestro Dios y Señor. Se nos recuerda hoy que servir al Señor no es "otra cosa que cumplir con nuestro deber". Servir al Señor, con todo el corazón y toda el alma, es lo que ahora nos toca hacer. Vendrá el día en que, si lo hacemos así, se nos podrán aplicar aquellas palabras que también escuchábamos del Evangelio unos domingos atrás: "Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá" (Lc 12,37). Nuestra fe en Dios, y el servicio sincero que ahora le prestamos, nos hacen vivir con esta esperanza.

 

SERVIR A LA IGLESIA: El apóstol, en la Carta a Timoteo, nos habla de un servicio concreto que algunos son llamados a hacer: el de servir a Dios, velando por su Iglesia por medio del ministerio apostólico. A los que Dios confía este servicio les confía un tesoro. Que así sea vivido por los que lo deben ejercer y que sean muchos los llamados a realizarlo.



TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO
PRIMERA SECCIÓN
LA VOCACIÓN DEL HOMBRE:
LA VIDA EN EL ESPÍRITU
CAPÍTULO PRIMERO
LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA
ARTÍCULO 7
LAS VIRTUDES
 II. Las virtudes teologales: La fe

1814 La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que El nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque El es la verdad misma. Por la fe "el hombre se entrega entera y libremente a Dios" (DV 5). Por eso el creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios. "El justo vivirá por la fe" (Rom 1,17). La fe viva "actúa por la caridad" (Gál 5,6). 
1815 El don de la fe permanece en el que no ha pecado contra ella (cf Cc Trento: DS 1545). Pero, "la fe sin obras está muerta" (St 2,26): Privada de la esperanza y de la caridad, la fe no une plenamente el fiel a Cristo ni hace de él un miembro vivo de su Cuerpo. 
1816 El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella, sino también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla: "Todos vivan preparados para confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia" (LG 42; cf DH 14). El servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la salvación: "Por todo aquél que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos" (Mt 10,32-33).


Meditación del Papa

Jesús nos invita a ser humildes y pone el ejemplo de un siervo que ha trabajado en el campo. Cuando regresa a casa, el patrón le pide que trabaje más. Según la mentalidad del tiempo de Jesús, el patrón tenía pleno derecho a hacerlo. El siervo debía al patrón una disponibilidad completa, y el patrón no se sentía obligado hacia él por haber cumplido las órdenes recibidas. Jesús nos hace tomar conciencia de que, frente a Dios, nos encontramos en una situación semejante: somos siervos de Dios; no somos acreedores frente a él, sino que somos siempre deudores, porque a él le debemos todo, porque todo es un don suyo. Aceptar y hacer su voluntad es la actitud que debemos tener cada día, en cada momento de nuestra vida. Ante Dios no debemos presentarnos nunca como quien cree haber prestado un servicio y por ello merece una gran recompensa. Esta es una falsa concepción que puede nacer en todos, incluso en las personas que trabajan mucho al servicio del Señor, en la Iglesia. En cambio, debemos ser conscientes de que, en realidad, no hacemos nunca bastante por Dios. Debemos decir, como nos sugiere Jesús: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Esta es una actitud de humildad que nos pone verdaderamente en nuestro sitio y permite al Señor ser muy generoso con nosotros»
 Benedicto XVI, 3 de octubre de 2010.






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