domingo, 16 de marzo de 2014

ÁNGELUS DEL 2º DOMINGO DE CUARESMA, El “tobogán” del Papa Francisco: Subir con la oración, bajar con la caridad




Este segundo Domingo de Cuaresma, nos sugiere que en la vida sólo es posible la transformación, si tenemos presente la meta a la que queremos llegar.
Nosotros, el pueblo de Dios, hemos sido llamados por El a una vocación que nos debe llevar a ser iluminados por Jesús. 
Al transfigurarse Jesús, los apóstoles contemplaron su divinidad. 


La Transfiguración, visión anticipada del Reino:

“La Transfiguración de Cristo tiene por finalidad fortalecer la fe de los Apóstoles ante la proximidad de la Pasión: la subida a un ``monte alto'' prepara la subida al Calvario. 
La oración de Jesús era siempre intensa y, muchas veces, en silencio. Esta oración llevaba a Jesús a una unión con el Padre especial. Era hablar y escuchar. Darse y recibir. Amar y ser amado, unión total en todos los niveles del ser de Cristo. Jesús adora con toda su humanidad. Pero pocas veces se manifiesta esa unión al exterior. Ahora, cuando las batallas más duras están a punto de empezar, conviene que lo interno se manifieste exteriormente. Y la gloria de la divinidad se manifiesta en su rostro: "brillante como el sol", y en los mismos vestidos, "resplandecientes de luz". No parece que se trate de una visión espiritual, sino una realidad palpable en el cuerpo de Jesús. Los apóstoles ven a Cristo glorioso como nunca le habían visto. Es un preludio del reino que ha venido a traer, de la resurrección que ya ha anunciado, de la gloria del cielo para los que crean en Él y sean fieles. La reacción es de estupor: se despiertan sorprendidos de lo que están viendo. Un gozo inexplicable, como un reflejo del de Jesús, les invade. "Qué bien se está aquí" es el comentario, como intentando detener el tiempo en situación tan feliz.




Hoy 16 de marzo de 2014, el Papa Francisco durante el Ángelus recordó que «los discípulos de Jesús, estamos llamados a ser personas que escuchan su voz y se toman en serio sus palabras» y destacó dos elementos del Evangelio de este segundo Domingo de Cuaresma: «subida» y «bajada». Reflexionando sobre la Transfiguración y el lugar donde se produce este evento, puso de relieve que «la montaña representa el lugar de la cercanía con Dios y del encuentro íntimo con Él; el lugar de la oración, donde estar ante la presencia del Señor».
«¡Pero no podemos quedarnos ahí!», enfatizó el Obispo de Roma, haciendo hincapié en que el encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a «bajar de la montaña» y a volver hacia abajo, a la llanura, donde nos encontramos con muchos hermanos abrumados por fatigas, injusticias, pobreza material y espiritual. A estos hermanos nuestros que están en dificultad, estamos llamados a brindarles los frutos de la experiencia que hemos vivido con Dios, compartiendo con ellos los tesoros de la gracia recibida. Y habiendo sido consolados nosotros mismos, consolarlos a ellos.
Esta misión concierne a toda la Iglesia y es responsabilidad en primer lugar de los Pastores – obispos y sacerdotes – reiteró el Papa Bergoglio, invitando a encomendarnos a nuestra Madre María, para proseguir con fe y generosidad el itinerario de la Cuaresma, aprendiendo un poco más a «subir» con la oración y a «bajar» con la caridad fraterna.


«Queridos hermanos y hermanas, buenos días:


Hoy, el Evangelio nos presenta el evento de la Transfiguración. 
Es la segunda etapa del camino cuaresmal: la primera, las Tentaciones en el desierto
y la segunda: la Transfiguración.
Jesús «tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado» (Mt 17, 1). La montaña representa el lugar de la cercanía con Dios y del encuentro íntimo con Él; el lugar de la oración, donde estar ante la presencia del Señor. Allá arriba en la montaña, Jesús se presenta a los tres discípulos transfigurado, luminoso; y luego aparecen Moisés y Elías, conversando con Él. Su rostro es tan resplandeciente y sus vestiduras tan blancas, que Pedro queda deslumbrado hasta querer quedarse allí, casi como para detener ese momento. Pero enseguida resuena desde lo alto la voz del Padre que proclama a Jesús como su Hijo muy querido, diciendo: «Escúchenlo» (v. 5). 
Es muy importante esta invitación del Padre. Nosotros, los discípulos de Jesús, estamos llamados a ser personas que escuchan su voz y se toman en serio sus palabras. Para escuchar a Jesús, tenemos que seguirlo, tal como hacían las multitudes en el Evangelio, que lo reconocían por las calles de Palestina. Jesús no tenía una cátedra o un púlpito fijos, sino que era un maestro itinerante, que proponía sus enseñanzas a lo largo de las calles, recorriendo distancias no siempre previsibles y, a veces algo incómodas.
De este episodio de la Transfiguración, quisiera señalar dos elementos significativos, que sintetizo en dos palabras: subida y bajada.
  Tenemos necesidad de apartarnos en un espacio de silencio - de subir a la montaña - para reencontrarnos con nosotros mismos y percibir mejor la voz del Señor. ¡Pero no podemos quedarnos ahí! El encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a «bajar de la montaña» y a volver hacia abajo, a la llanura, donde nos encontramos con muchos hermanos abrumados por fatigas, injusticias, pobreza material y espiritual. A estos hermanos nuestros que están en dificultad, estamos llamados a brindarles los frutos de la experiencia que hemos vivido con Dios, compartiendo con ellos los tesoros de la gracia recibida. Pero, si no hemos estado con Dios, si nuestro corazón no ha sido consolado ¿cómo podremos consolar a otros? 

Esta misión concierne a toda la Iglesia y es responsabilidad en primer lugar de los Pastores – obispos y sacerdotes - llamados a sumergirse en medio de las necesidades del Pueblo de Dios, acercándose con afecto y ternura, especialmente a los más débiles y pequeños, a los últimos. Pero para cumplir con alegría y disponibilidad esta obra pastoral, los Obispos y los sacerdotes necesitan las oraciones de toda la comunidad cristiana. 

 Dirijámonos ahora a nuestra Madre María, y encomendémonos a su guía para proseguir con fe y generosidad el itinerario de la Cuaresma, aprendiendo un poco más a «subir» con la oración y a «bajar» con la caridad fraterna. 



Fuente:



Para que los apóstoles concibiesen con toda su alma esta dichosa fortaleza, no temblasen ante la aspereza de la cruz, no se avergonzasen de la Pasión de Cristo y no tuviesen por denigrante el padecer .... subió con ellos solos a un monte elevado, les manifestó el resplandor de su gloria, porque, aunque creían en la majestad de Dios, sin embargo ignoraban el poder del cuerpo, bajo el que se ocultaba la divinidad... Con esa Transfiguración pretendía especialmente sustraer el corazón de sus discípulos del escándalo de la cruz y evitar que la voluntaria ignominia de su Pasión hiciese flaquear la fe de los mismos” (San León Magno, Serm 51 Témp. de Cuaresma).

_ “Tú te has transfigurado en la montaña, y en la medida en que ellos eran capaces, tus discípulos han contemplado tu gloria, oh Cristo Dios, a fin de que cuando te vieran crucificado comprendiesen que tu Pasión era voluntaria y anunciasen al mundo que Tú eres verdaderamente irradiación del Padre" (Liturgia bizantina, Kontakion de la Fiesta de la Transfiguración)” (555).

 La luz del Tabor no es para sentirse cómodamente instalados; hay que bajar al llano y anunciar la luz desde la Cruz.
PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE



SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA

CAPÍTULO SEGUNDO
CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS

ARTÍCULO 3
"JESUCRISTO FUE CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA
DEL ESPÍRITU SANTO Y NACIÓ DE SANTA MARÍA VIRGEN"

Párrafo 3
LOS MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO


III. Los misterios de la vida pública de Jesús

Una visión anticipada del Reino: La Transfiguración.
554 A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Maestro "comenzó a mostrar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén, y sufrir [...] y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día" (Mt 16, 21): Pedro rechazó este anuncio (cf. Mt 16, 22-23), los otros no lo comprendieron mejor (cf. Mt 17, 23; Lc 9, 45). En este contexto se sitúa el episodio misterioso de la Transfiguración de Jesús (cf. Mt 17, 1-8 par.; 2 P 1, 16-18), sobre una montaña, ante tres testigos elegidos por él: Pedro, Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de Jesús se pusieron fulgurantes como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le "hablaban de su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén" (Lc 9, 31). Una nube les cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía: "Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle" (Lc 9, 35).
555 Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que para "entrar en su gloria" (Lc 24, 26), es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías (cf. Lc 24, 27). La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios (cf. Is 42, 1). La nube indica la presencia del Espíritu Santo: Tota Trinitas apparuit: Pater in voce; Filius in homine, Spiritus in nube clara ("Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa" (Santo Tomás de Aquino, S.th. 3, q. 45, a. 4, ad 2):
«En el monte te transfiguraste, Cristo Dios, y tus discípulos contemplaron tu gloria, en cuanto podían comprenderla. Así, cuando te viesen crucificado, entenderían que padecías libremente, y anunciarían al mundo que tú eres en verdad el resplandor del Padre» (Liturgia bizantina, Himno Breve de la festividad de la Transfiguración del Señor)
556 En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el bautismo de Jesús "fue manifestado el misterio de la primera regeneración": nuestro Bautismo; la Transfiguración "es es sacramento de la segunda regeneración": nuestra propia resurrección (Santo Tomás de Aquino, S.Th., 3, q. 45, a. 4, ad 2). Desde ahora nosotros participamos en la Resurrección del Señor por el Espíritu Santo que actúa en los sacramentos del Cuerpo de Cristo. La Transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo "el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Flp 3, 21). Pero ella nos recuerda también que "es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios" (Hch 14, 22):
«Pedro no había comprendido eso cuando deseaba vivir con Cristo en la montaña (cf. Lc 9, 33). Te ha reservado eso, oh Pedro, para después de la muerte. Pero ahora, él mismo dice: Desciende para penar en la tierra, para servir en la tierra, para ser despreciado y crucificado en la tierra. La Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir?» (San Agustín, Sermo, 78, 6: PL 38, 492-493).
La subida de Jesús a Jerusalén
557 "Como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén" (Lc 9, 51; cf. Jn 13, 1). Por esta decisión, manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto a morir. En tres ocasiones había repetido el anuncio de su Pasión y de su Resurrección (cf. Mc 8, 31-33; 9, 31-32; 10, 32-34). Al dirigirse a Jerusalén dice: "No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén" (Lc 13, 33).
558 Jesús recuerda el martirio de los profetas que habían sido muertos en Jerusalén (cf. Mt 23, 37a). Sin embargo, persiste en llamar a Jerusalén a reunirse en torno a él: "¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas y no habéis querido!" (Mt 23, 37b). Cuando está a la vista de Jerusalén, llora sobre ella (cf. Lc 19, 41) y expresa una vez más el deseo de su corazón:" "¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! pero ahora está oculto a tus ojos" (Lc 19, 41-42).
PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE

SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA

CAPÍTULO SEGUNDO
CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS

ARTÍCULO 4
“JESUCRISTO PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO,
FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO”

Párrafo 2
JESÚS MURIÓ CRUCIFICADO


En la cruz, Jesús consuma su sacrificio
616 El "amor hasta el extremo"(Jn 13, 1) es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (cf. Ga 2, 20; Ef 5, 2. 25). "El amor [...] de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron" (2 Co 5, 14). Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos.
617 Sua sanctissima passione in ligno crucis nobis justificationem meruit ("Por su sacratísima pasión en el madero de la cruz nos mereció la justificación"), enseña el Concilio de Trento (DS, 1529) subrayando el carácter único del sacrificio de Cristo como "causa de salvación eterna" (Hb 5, 9). Y la Iglesia venera la Cruz cantando: O crux, ave, spes unica ("Salve, oh cruz, única esperanza"; Añadidura litúrgica al himno "Vexilla Regis": Liturgia de las Horas).
Nuestra participación en el sacrificio de Cristo
618 La Cruz es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los hombres" (1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, "se ha unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22, 2) Él "ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida [...] se asocien a este misterio pascual" (GS 22, 5). Él llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a seguirle" (Mt 16, 24) porque Él "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas" (1 P 2, 21). Él quiere, en efecto, asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios (cf. Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col 1, 24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2, 35):
«Esta es la única verdadera escala del paraíso, fuera de la Cruz no hay otra por donde subir al cielo» (Santa Rosa de Lima, cf. P. Hansen, Vita mirabilis, Lovaina, 1668)
CUARTA PARTE
LA ORACIÓN CRISTIANA

PRIMERA SECCIÓN
LA ORACIÓN EN LA VIDA CRISTIANA

CAPÍTULO PRIMERO
LA REVELACIÓN DE LA ORACIÓN

ARTÍCULO 2
EN LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS


2600 El Evangelio según San Lucas subraya la acción del Espíritu Santo y el sentido de la oración en el ministerio de Cristo. Jesús ora antes de los momentos decisivos de su misión: antes de que el Padre dé testimonio de Él en su Bautismo (cf Lc 3, 21) y de su Transfiguración (cf Lc 9, 28), y antes de dar cumplimiento con su Pasión al designio de amor del Padre (cf Lc 22, 41-44);Jesús ora también ante los momentos decisivos que van a comprometer la misión de sus apóstoles: antes de elegir y de llamar a los Doce (cf Lc 6, 12), antes de que Pedro lo confiese como “el Cristo de Dios” (Lc 9, 18-20) y para que la fe del príncipe de los apóstoles no desfallezca ante la tentación (cf Lc 22, 32). La oración de Jesús ante los acontecimientos de salvación que el Padre le pide es una entrega, humilde y confiada, de su voluntad humana a la voluntad amorosa del Padre.




 

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