El Pontífice llegó a La Paz en su segunda escala de su gira sudamericana. La próxima parada será Paraguay.
Aterrizó poco después de las 17, hora local. Allí lo
esperaban miles de personas. Otras tantas colmaban las avenidas de La Paz,
ciudad a 3.600 metros de altura sobre el nivel del mar.
"Usted viene lleno de energía, bueno de respirar la
brisa del pacífico ecuatoriano. Bienvenido a una parte de la 'patria grande' a
la que se le ha mutilado su derecho al mar mediante una invasión",
dijo Morales durante su discurso de bienvenida.
Tras su visita a Ecuador, el papa Francisco llegó
hoy a La Paz, en Bolivia,
donde fue recibido en el aeropuerto El Alto por el presidente Evo Morales.
Se convierte así en el segundo pontífice -luego de Juan
Pablo II (1988)- en pisar tierra boliviana, donde se calcula que el 78% de la
población es católica.
Francisco viajó en una nave de Boliviana de Aviación, tal
como es su costumbre de usar aviones de bandera del país al que visita.
Al recibirlo, Morales le obsequió a Francisco una
chuspa, una bolsa indígena con hojas de coca para que mastique y evite los
efectos de la altitud. El Papa ya había dicho que tenía intención de
consumir esta hoja, típica de la zona.
El "Papa de los pobres", como lo calificó Morales,
deseó paz y prosperidad para Bolivia y agradeció el recibimiento por parte del
mandatario y los bolivianos.
"Me
alegra estar en este país de singular belleza, bendecido por Dios en sus
diversas zonas, pero sobre todo es una tierra bendecida en su gente", afirmó, a su turno, Francisco, quien también
saludó a los pueblos originarios.
Francisco pidió la construcción de una sociedad más
igualitaria y destacó que en Bolivia "amplios sectores han sido
incorporados a la vida económica, social y política".
A su vez, elogió la Constitución promulgada por el gobierno
de Morales en 2009, "que reconoce los derechos de los individuos, las
minorías y el medioambiente". El Papa, además, abogó por los derechos de
los niños en el país, donde se registra una alta tasa de trabajo infantil.
Desde temprano, miles de personas aguardaban en El Alto la
llegada del Pontífice, con cantos y oraciones. De igual forma, miles de
bolivianos, acompañados por extranjeros de Chile y Perú, se han congregado con
banderas de Bolivia y del Vaticano en la plaza Murillo de La Paz, donde están
los palacios de la presidencia y del Parlamento y la catedral metropolitana.
El Sumo Pontífice visitará el denominado Palacio
Quemado para reunirse con Morales y después la catedral para celebrar
un encuentro con instituciones de la sociedad civil.
El pueblo boliviano te recibe con alegría y
esperanza, ¡Jallalla Papa Francisco!
expresó el presidente Evo Morales. Como
estaba previsto, el papa Francisco arribó este miércoles al Aeropuerto
Internacional El Alto en La Paz capital de Bolivia, a las 17h11, procedente de
Quito, Ecuador, donde fue recibido por el presidente Evo Morales y autoridades
de esa nación, en el marco de una multitud de gente que espera desde tempranas
horas al Pontífice con cánticos y oraciones. El Papa Francisco recibió de Evo
Morales la hoja sagrada de coca, para masticarlas, luego de que el máximo
representante de la Iglesia católica lo pidiera el pasado mes de junio. “El
pueblo boliviano te recibe con alegría y esperanza... Jallalla Papa Francisco”,
expresó Morales en sus palabras de bienvenida. Asimismo dijo “Hermano Papa
Francisco usted ha llegado a una tierra de paz que busca justicia. Estamos muy
felices porque vienes a visitarnos a nuestra casa, eres el Papa de los pobres”.
El dato → Jallalla es una palabra quechua-aymara que une los conceptos de
esperanza, festejo y bienaventuranza Lea→ Miles de bolivianos aguardan llegada
del Papa a la Catedral de la Paz En el primer día de su estadía, el papa
redimirá al jesuita, Luis Espinal Camps, asesinado por la dictadura militar de
Bolivia en marzo de 1980. Está previsto que en horas de la noche, Francisco
viaje a Santa Cruz de la Sierra, donde el próximo jueves 9 de julio oficiará
una misa en la plaza de Cristo Redentor y, por la tarde encontrará a los
religiosos, religiosas y seminaristas en la escuela Don Bosco. En esta
comunidad, se reecontrará con los Movimientos Populares de Bolivia para
debatir, entre otras cosas, sobre la transformación en estas comunidades en el
terreno de la justicia social. En esta reunión será el encargado de la clausura
de este II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, para la cual está
prevista la participación de unos mil 500 delegados de más de 20 países, entre
ellos Kenia, India, Armenia, España, Estados Unidos, Uruguay, Ecuador,
Colombia, Chile, Argentina, Venezuela, Paraguay y Brasil. El Papa se despedirá
de Bolivia en el aeropuerto Viru Viru de Santa Cruz de la Sierra para emprender
vuelo a Paraguay llegará al aeropuerto Silvio Pettirossi de Asunción, de donde
partirá dos días después de regreso al Vaticano.
"Sean testigos
del
amor misericordioso de Jesús"
el Papa a los religiosos de Bolivia
- El Papa se encontró con los sacerdotes, religiosos, religiosas y
seminaristas en el Coliseo de Don Bosco de Santa Cruz, la tarde de este jueves.
Se vivieron emocionantes momentos acompañados de cantos y testimonios de
diferentes fieles.
En el
discurso, que el Papa había preparado con anterioridad para este momento,
reflexionó sobre el Evangelio de Marcos donde se lee la experiencia del ciego y
mendigo Bartimeo que llamó a Jesús a gritos y recuperó la vista. Y así analizó
las diferentes respuestas frente a los gritos del necesitado: pasar, cállate,
ánimo, levántate. “Pasar es el eco de la indiferencia, de pasar al lado de los
problemas y que éstos no nos toquen”, observó el Santo Padre “pasa y pasa, pero
no queda nada”.
“Cállate”,
es la segunda actitud frente al grito de Bartimeo, según el Obispo de Roma,
escuchan pero no oyen, ven pero no miran. Y finalmente se refirió al “ánimo,
levántate” que según consideró es un grito que se transforma en Palabra, en
invitación.
Concluyendo
su discurso explicó que ésta es la lógica del discipulado, esto es lo que hace
el Espíritu Santo con nosotros, “Un día Jesús nos vio al borde del camino,
sentados sobre nuestros dolores, sobre nuestras miserias. No acalló nuestros
gritos, por el contrario se detuvo, se acercó y nos preguntó qué podía hacer
por nosotros”.
Al clero
boliviano:
''Pasar
sin escuchar el dolor de nuestra gente es como escuchar la Palabra de Dios sin
dejar que eche raíces en nosotros''.
Texto completo del discurso del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas,
buenas tardes,
Estoy
contento con este encuentro con ustedes, para compartir la alegría que llena el
corazón y la vida entera de los discípulos misioneros de Jesús. Así lo han
manifestado las palabras de saludo de Mons. Roberto Bordi, y los testimonios
del Padre Miguel, de la hermana Gabriela, y del seminarista Damián. Muchas
gracias por compartir la propia experiencia vocacional.
Y en el
relato del Evangelio de Marcos hemos escuchado también la experiencia de otro
discípulo, Bartimeo, que se unió al grupo de los seguidores de Jesús. Fue un
discípulo de última hora. Era el último viaje, que el Señor hacía de Jericó a
Jerusalén adónde iba a ser entregado. Ciego y mendigo, Bartimeo estaba al borde
del camino, más exclusión imposible, marginado, y cuando se enteró del paso de
Jesús, comenzó a gritar, se hizo sentir, como esa buena hermanita que con la
batería se hacía sentir y decía: “!aquí estoy!”. Te felicito, tocas bien.
En torno
a Jesús iban los apóstoles, los discípulos, las mujeres que lo seguían
habitualmente, con quienes recorrió durante su vida los caminos de Palestina
para anunciar el Reino de Dios. Y una gran muchedumbre. Si traducimos esto
forzando el lenguaje, en torno a Jesús iban los obispos, los curas, las monjas,
los seminaristas, los laicos comprometidos, todos los que lo seguían,
escuchando a Jesús, y el pueblo fiel de Dios.
Dos
realidades aparecen con fuerza, se nos imponen. Por un lado, el grito, el grito
de un mendigo y por otro, las distintas reacciones de los discípulos. Pensemos
las distintas reacciones de los obispos, los curas, las monjas, los
seminaristas a los gritos que vamos sintiendo o no sintiendo. Parece como que
el evangelista nos quisiera mostrar, cuál es el tipo de eco que encuentra el
grito de Bartimeo en la vida de la gente y en la vida de los seguidores de
Jesús. Cómo reaccionan frente al dolor de aquél que está al borde del camino,
que nadie le hace caso, no más le dan una limosna, de aquél que está sentado
sobre su dolor, que no entra en ese círculo que está siguiendo al Señor.
Son tres
las respuestas frente a los gritos del ciego, y hoy también estas tres
respuestas tienen actualidad. Podríamos decirlo con las palabras del propio
Evangelio: Pasar, Cállate, Ánimo, levántate.
1. Pasar,
pasar de largo y algunos porque ya no escuchan. Estaban con Jesús, miraban a
Jesús, querían oír a Jesús, no escuchaban. Pasar es el eco de la indiferencia,
de pasar al lado de los problemas y que éstos no nos toquen. No es mi problema.
No los escuchamos, no los reconocemos. Sordera, eh. Es la tentación de naturalizar
el dolor, de acostumbrarse a la injusticia, y sí, hay gente así: yo estoy acá
con Dios, con mi vida consagrada, elegido por Jesús para el ministerio y sí, es
natural que haya enfermos, que haya pobres, que haya gente que sufre, entonces
ya es tan natural que no me llama la atención un grito, un pedido de auxilio.
Acostumbrarse y nos decimos: es normal, siempre ha sido fue así,
‘mientras a mí no me toque’, pero eso entre paréntesis, ¿no? Es el eco que nace
en un corazón blindado, en un corazón cerrado, que ha perdido la capacidad de
asombro y por lo tanto, la posibilidad de cambio. ¿Cuántos seguidores de Jesús
corremos este peligro de perder nuestra capacidad de asombro, incluso con el
Señor? Ese estupor del primer encuentro como que se va degradando, y eso le
puede pasar a cualquiera, le pasó al primer Papa: ¿adónde vamos a ir Señor si
tú tienes palabras de vida eterna? y después lo traicionan, lo niega, el
estupor se le degradó. Es todo un proceso de acostumbramiento. Corazón
blindado. Se trata de un corazón, que se ha acostumbrado a pasar sin dejarse
tocar; una existencia que, pasando de aquí para allá, no logra enraizarse en la
vida de su pueblo, simplemente porque está en esa “elite” que sigue al Señor.
Podríamos
llamarlo, la espiritualidad del zapping. Pasa y pasa, pasa y pasa pero nada
queda. Son quienes van atrás de la última novedad, del último best seller pero
no logran tener contacto, no logran relacionarse, no logran involucrarse
incluso con el Señor que están siguiendo porque la sordera avanza ¿eh?.
Ustedes
me podrán decir: «Pero esa gente estaba siguiendo al Maestro, estaban atentos a
las palabras del Maestro. Lo estaban escuchando a él». Creo que eso es de lo
más desafiante de la espiritualidad cristiana. Como el evangelista Juan nos lo recuerda,
¿cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?
(1 Jn 4, 20b). Ellos creían que escuchaban al maestro pero también traducían, y
las palabras del Maestro pasaban por el alambique de su corazón blindado.
Dividir esta unidad –entre escuchar a Dios y escuchar al hermano- es una de las
grandes tentaciones que nos acompañan a lo largo de todo el camino de los que
seguimos a Jesús. Y tenemos que ser conscientes de esto. De la misma forma que
escuchamos a nuestro Padre es como escuchamos al Pueblo fiel de Dios. Si no lo
hacemos con los mismos oídos, con la misma capacidad de escuchar, con el mismo
corazón, algo se quebró.
Pasar sin
escuchar el dolor de nuestra gente, sin enraizarnos en sus vidas, en su tierra,
es como escuchar la Palabra de Dios sin dejar que eche raíces en nuestro
interior y sea fecunda. Una planta, una historia sin raíces, es una vida seca.
2.
Segunda palabra: Cállate. Es la segunda actitud frente al grito de Bartimeo.
Cállate, no molestes, no disturbes, que estamos haciendo oración comunitaria,
que estamos en una espiritualidad de profunda elevación, no molestes, no
disturbes. A diferencia de la actitud anterior, esta escucha, esta reconoce,
toma contacto con el grito del otro. Sabe que está y reacciona de una forma muy
simple, reprendiendo. Son los obispos, los curas, los monjes, los Papas del
dedo así, ¿eh? En Argentina decimos de las maestras del dedo así, ésta es como
la maestra del tiempo de Irigoyen que estudiaban la disciplina muy dura. Y
pobre pueblo fiel de Dios, cuántas veces es retado, por el mal humor o por la
situación personal de un seguidor o de una seguidora de Jesús. Es la actitud de
quienes frente al pueblo de Dios, lo están continuamente reprendiendo,
rezongando, mandándolo callar. Dale una caricia, por favor, escúchalo, dile que
Jesús lo quiere: “no, eso no se puede hacer, señora, saque al chico de la
iglesia que está llorando y yo estoy predicando”. Como si el llanto de un chico
no fuera una sublime predicación.
Es el
drama de la conciencia aislada, de aquellos discípulos y discípulas que piensan
que la vida de Jesús es sólo para los que se creen aptos. En el fondo hay un
profundo desprecio al santo pueblo fiel de Dios: “este ciego qué tiene que
meterse que se quede ahí”. Parecería lícito que encuentren espacio solamente
los «autorizados», una «casta de diferentes» que poco a poco se separa,
diferenciándose se diferencia de su pueblo. Han hecho de la identidad una
cuestión de superioridad. Esa identidad que es pertenencia se hace superior, ya
no son pastores sino capataces: “yo llegué hasta acá, ponte en tu sitio”.
Escuchan pero no oyen, ven pero no miran. Me permito un anécdota que viví hace
como.. - año 75, en tu diócesis, en tu arquidiócesis- yo le había hecho una
promesa al Señor del Milagro de ir todos los años a Salta en peregrinación para
El Milagro si mandaba 40 novicios. Mandó 41. Bueno, después de una
concelebración - porque ahí es como en todo gran santuario, misa tras misa,
confesiones y no paras- yo salía hablando con un cura que me acompañaba, que
estaba conmigo, había venido conmigo, y se acerca una señora, ya a la salida,
con unos santitos, una señora muy sencilla, no sé, sería de Salta o habrá
venido de no sé dónde, que a veces tardan días en llegar a la capital para la
fiesta de El Milagro: “Padre, me lo bendice” -le dice al cura que me
acompañaba-. Señora usted estuvo en misa: sí padrecito. Bueno, ahí la
bendición de Dios, la presencia de Dios bendice todo, todo, las… Si, padrecito,
sí padrecito.. Y después la bendición final bendice todo. Si, padrecito, si
padrecito”. En ese momento sale otro cura amigo de éste pero que no se habían
visto, entonces: ¡Oh! vos acá – se da vuelta y la señora que no sé cómo se
llamaba, digamos, la señora ‘si padrecito’ me mira y me dice: “Padre, me lo
bendice usted”. Los que siempre le ponen barreras al pueblo de Dios, lo
separan. Escuchan pero no oyen, le echan un sermón, ven pero no miran. La
necesidad de diferenciarse les ha bloqueado el corazón. La necesidad, consiente
o inconsciente, de decirse: yo no soy como él, no soy como ellos, los ha
apartado no sólo del grito de su gente, ni de su llanto, sino especialmente de
los motivos de alegría. Reír con los que ríen, llorar con los que lloran, he
ahí, parte del misterio del corazón sacerdotal y del corazón consagrado. A
veces hay castas que nosotros con ésta actitud vamos haciendo y nos separamos.
En Ecuador, me permití decirle a los curas que por favor – también estaban las
monjas- que por favor pidieran todos los días la gracia de la memoria, de no
olvidarse, de no olvidarse, de dónde te sacaron, te sacaron de detrás del
rebaño, no te olvides nunca, no te la creo, no niegues tus raíces, no niegues
esa cultura que aprendiste de tu gente porque ahora tienes una cultura más
sofisticada, más importante. Hay sacerdotes que les da vergüenza hablar su
lengua originaria y entonces se olvidan de su quechua, de su aymara, de su
guaraní: “porque no, no, ahora, hablo en fino”. La gracia de no perder la
memoria del pueblo fiel y es una gracia. El Libro del Deuteronomio, cuántas
veces Dios le dice a su Pueblo: “no te olvides, no te olvides, no te olvides. Y
Pablo a su discípulo predilecto, que él mismo consagró obispo, Timoteo, le
dice: “Y acuérdate de tu madre y de tu abuela, ¿eh?”. O sea.
3. La
tercera palabra: Ánimo, levántate. Y este es el tercer eco. Un eco que no nace
directamente del grito de Bartimeo, sino de la reacción de la gente que mira
cómo Jesús actuó ante el clamor del ciego mendicante. Es decir, aquellos que no
le daban lugar al reclamo de él, no le daban paso o alguno que lo hacía callar.
Claro, cuando ve que Jesús reacciona así, cambia. Levántate, te llamo.
Es un
grito que se transforma en Palabra, en invitación, en cambio, en propuestas de
novedad frente a nuestras formas de reaccionar ante el Santo Pueblo fiel de
Dios.
A
diferencia de los otros, que pasaban, el Evangelio dice que Jesús se detuvo y
preguntó qué pasa, ¿quién toca la batería? Se detiene frente al clamor de una
persona. Sale del anonimato de la muchedumbre para identificarlo y de esta
forma se compromete con él. Se enraíza en su vida. Y lejos de mandarlo callar,
le pregunta: decime ¿Qué puedo hacer por vos? No necesita diferenciarse, no
necesita separarse, no le echa un sermón, no lo clasifica y le pregunta si está
autorizado o no para hablar. Tan solo le pregunta, lo identifica queriendo ser
parte de la vida de ese hombre, queriendo asumir su misma suerte. Así le
restituye paulatinamente la dignidad que tenía perdida, al borde del camino y
ciego. Lo incluye. Y lejos de verlo desde fuera, se anima a identificarse con
los problemas y así manifestar la fuerza transformadora de la misericordia. No
existe una compasión. Una compasión, no una lástima. No existe una compasión
que no se detenga. Si no te detienes, no padeces con, no tienes la divina
compasión. No existe una compasión que no escuche. No existe una compasión que
no se y solidarice con el otro. La compasión no es zapping, no es silenciar el
dolor, por el contrario, es la lógica propia del amor, el padecer con. Es la
lógica que no se centra en el miedo sino en la libertad que nace de amar y pone
el bien del otro por sobre todas las cosas. Es la lógica que nace de no tener
miedo de acercarse al dolor de nuestra gente. Aunque muchas veces no sea más
que para estar a su lado y hacer de ese momento una oportunidad de oración.
Y esta es
la lógica del discipulado, esto es lo que hace el Espíritu Santo con nosotros y
en nosotros. De esto somos testigos. Un día Jesús nos vio al borde del camino,
sentados sobre nuestros dolores, sobre nuestras miserias, sobre nuestras
indiferencias. Cada uno conoce su historia antigua. No acalló nuestros gritos,
por el contrario se detuvo, se acercó y nos preguntó qué podía hacer por
nosotros. Y gracias a tantos testigos, que nos dijeron: «ánimo, levántate»,
paulatinamente fuimos tocando ese amor misericordioso, ese amor transformador,
que nos permitió ver la luz. No somos testigos de una ideología, no somos
testigos de una receta, o de una manera de hacer teología. No somos testigos de
eso. Somos testigos del amor sanador y misericordioso de Jesús. Somos testigos
de su actuar en la vida de nuestras comunidades.
Y esta es
la pedagogía del Maestro, esta es la pedagogía de Dios con su Pueblo. Pasar de
la indiferencia del zapping al «ánimo, levántate, el Maestro te llama» (Mc
10,49). No porque seamos especiales, no porque seamos mejores, no porque seamos
los funcionarios de Dios, sino tan solo porque somos testigos agradecidos de la
misericordia que nos transforma.
Y cuando
se vive así, hay gozo y alegría, y podemos adherirnos al testimonio de la
hermana, que en su vida hizo suyo el consejo de San Agustín: “canta y camina”.
Esa alegría que viene del testigo de la misericordia que transforma. No estamos
solos en este camino. Nos ayudamos con el ejemplo y la oración los unos a los
otros. Tenemos a nuestro alrededor una nube de testigos (cf. Hb 12,1).
Recordemos a la beata Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús, que dedicó su
vida al anuncio del Reino de Dios en la atención a los ancianos, con la «olla
del pobre» para quienes no tenían qué comer, abriendo asilos para niños
huérfanos, hospitales para heridos de la guerra, e incluso creando un sindicato
femenino para la promoción de la mujer. Recordemos también a la venerable
Virginia Blanco Tardío, entregada totalmente a la evangelización y al cuidado
de las personas pobres y enfermas. Ellas y tantos otros anónimos, del montón,
de los que seguimos a Jesús, son estímulo para nuestro camino. ¡Esa nube de
testigos! Vayamos adelante con la ayuda de Dios y colaboración de todos. El
Señor se vale de nosotros para que su luz llegue a todos los rincones de la
tierra. Y adelante, canta y camina. Y, mientras cantan y caminan, por favor,
recen por mí, que lo necesito. Gracias.
El Papa encuentra a los
Movimientos Populares:
"El destino universal de los bienes
no es un adorno
discursivo
de la doctrina social de la Iglesia".
Ciudad del Vaticano, 10 de julio de 2015
El evento que cerró la jornada del Papa en Santa
Cruz de la Sierra fue su participación en el II Encuentro Mundial de los
Movimientos Populares, organizado en colaboración con el Pontificio Consejo
Justicia y Paz y la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales al que asisten
delegados de los movimientos populares de todo el mundo: trabajadores precarios
y de la economía informal, campesinos sin tierras, ''villeros'' (habitantes de
los barrios pobres), indígenas, inmigrantes, además de representantes de
movimientos sociales.
También estaban presentes el cardenal Peter
Kodwo AppiahTurkson, Presidente de Justicia y Paz y monseñor Marcelo Sánchez
Sorondo, canciller de la Pontificia Academia. El primer Encuentro tuvo lugar en
el Vaticano en octubre de 2014 y a él asistió el Presidente de Bolivia Evo
Morales que ayer también pronunció un discurso en el recinto de la Expo Feria,
sede del evento en el que participaron tres mil personas.
Texto del discurso
pronunciado por el Papa Francisco
''Hace algunos meses nos reunimos en Roma y
tengo presente ese primer encuentro nuestro. Durante este tiempo los he llevado
en mi corazón y en mis oraciones. Y me alegra verlos de nuevo aquí, debatiendo
los mejores caminos para superar las graves situaciones de injusticia que
sufren los excluidos en todo el mundo. Gracias Señor Presidente Evo Morales por
acompañar tan decididamente este Encuentro.
Aquella vez en Roma sentí algo muy lindo:
fraternidad, garra, entrega, sed de justicia. Hoy, en Santa Cruz de la Sierra,
vuelvo a sentir lo mismo. Gracias por eso. También he sabido por medio del
Pontificio Consejo Justicia y Paz, que preside el Cardenal Turkson, que son
muchos en la Iglesia los que se sienten más cercanos a los movimientos
populares. ¡Me alegra tanto! Ver la Iglesia con las puertas abiertas a todos
Ustedes, que se involucre, acompañe y logre sistematizar en cada diócesis, en
cada Comisión de Justicia y Paz, una colaboración real, permanente y
comprometida con los movimientos populares. Los invito a todos, Obispos,
sacerdotes y laicos, junto a las organizaciones sociales de las periferias
urbanas y rurales, a profundizar ese encuentro.
Dios permite que hoy nos veamos otra vez. La Biblia nos recuerda que Dios escucha el clamor de su pueblo y quisiera yo también volver a unir mi voz a la de Ustedes: las famosas tres ''t'', tierra, techo y trabajo para todos nuestros hermanos y hermanas. Lo dije y lo repito: son derechos sagrados. Vale la pena, vale la pena luchar por ellos. Que el clamor de los excluidos se escuche en América Latina y en toda la tierra.
Dios permite que hoy nos veamos otra vez. La Biblia nos recuerda que Dios escucha el clamor de su pueblo y quisiera yo también volver a unir mi voz a la de Ustedes: las famosas tres ''t'', tierra, techo y trabajo para todos nuestros hermanos y hermanas. Lo dije y lo repito: son derechos sagrados. Vale la pena, vale la pena luchar por ellos. Que el clamor de los excluidos se escuche en América Latina y en toda la tierra.
Primero de todo. Empecemos reconociendo que
necesitamos un cambio. Quiero aclarar, para que no haya malos entendidos, que
hablo de los problemas comunes de todos los latinoamericanos y, en general,
también de toda la humanidad. Problemas que tienen una matriz global y que hoy
ningún Estado puede resolver por sí mismo. Hecha esta aclaración, propongo que
nos hagamos estas preguntas:
- ¿Reconocemos, en serio, que las cosas no andan
bien en un mundo donde hay tantos campesinos sin tierra, tantas familias sin
techo, tantos trabajadores sin derechos, tantas personas heridas en su
dignidad?
- ¿Reconocemos que las cosas no andan bien
cuando estallan tantas guerras sin sentido y la violencia fratricida se adueña
hasta de nuestros barrios? ¿Reconocemos que las cosas no andan bien cuando el
suelo, el agua, el aire y todos los seres de la creación están bajo permanente
amenaza?
Entonces, si reconocemos esto, digámoslo sin
miedo: necesitamos y queremos un cambio.
Ustedes –en sus cartas y en nuestros encuentros
– me han relatado las múltiples exclusiones e injusticias que sufren en cada
actividad laboral, en cada barrio, en cada territorio. Son tantas y tan
diversas como tantas y diversas sus formas de enfrentarlas. Hay, sin embargo,
un hilo invisible que une cada una de las exclusiones. No están aisladas, están
unidas por un hilo invisible. ¿Podemos reconocerlo? Porque no se trata de esas
cuestiones aisladas. Me pregunto si somos capaces de reconocer que esas
realidades destructoras responden a un sistema que se ha hecho global.
¿Reconocemos que esesistema ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier
costo sin pensar en la exclusión social o la destrucción de la naturaleza?
Si esto es así, insisto, digámoslo sin miedo:
queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya
no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores,
no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los Pueblos… Y tampoco lo
aguanta la Tierra, la hermana Madre Tierra como decía San Francisco.
Queremos un cambio en nuestras vidas, en
nuestros barrios, en el pago chico, en nuestra realidad más cercana; también un
cambio que toque al mundo entero porque hoy la interdependencia planetaria
requiere respuestas globales a los problemas locales. La globalización de la
esperanza, que nace de los Pueblos y crece entre los pobres, debe sustituir
esta globalización de la exclusión y de la indiferencia.
Quisiera hoy reflexionar con Ustedes sobre el
cambio que queremos y necesitamos. Ustedes saben que escribí recientemente
sobre los problemas del cambio climático. Pero, esta vez, quiero hablar de un
cambio en el otro sentido. Un cambio positivo, un cambio que nos haga bien, un
cambio –podríamos decir– redentor. Porque lo necesitamos. Sé que Ustedes buscan
un cambio y no sólo ustedes: en los distintos encuentros, en los distintos
viajes he comprobado que existe una espera, una fuerte búsqueda, un anhelo de
cambio en todos los Pueblos del mundo. Incluso dentro de esa minoría cada vez
más reducida que cree beneficiarse con este sistema reina la insatisfacción y
especialmente la tristeza. Muchos esperan un cambio que los libere de esa
tristeza individualista que esclaviza.
El tiempo, hermanos, hermanas, el tiempo parece
que se estuviera agotando; no alcanzó el pelearnos entre nosotros, sino que
hasta nos ensañamos con nuestra casa. Hoy la comunidad científica acepta lo que
hace ya desde mucho tiempo denuncian los humildes: se están produciendo daños
tal vez irreversibles en el ecosistema. Se está castigando a la tierra, a los
pueblos y a las personas de un modo casi salvaje. Y detrás de tanto dolor,
tanta muerte y destrucción, se huele el tufo de eso que Basilio de Cesarea –uno
de los primeros teólogos de la Iglesia- llamaba ''el estiércol del diablo''. La
ambición desenfrenada de dinero que gobierna. Ese es ''el estiércol del
diablo''. El servicio para el bien común queda relegado. Cuando el capital se
convierte en ídolo y dirige las opciones de los seres humanos, cuando la avidez
por el dinero tutela todo el sistema socioeconómico, arruina la sociedad,
condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternidad
interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y, como vemos, incluso pone en
riesgo esta nuestra casa común, la hermana y madre tierra.
No quiero extenderme describiendo los efectos
malignos de esta sutil dictadura: ustedes los conocen. Tampoco basta con
señalar las causas estructurales del drama social y ambiental contemporáneo.
Sufrimos cierto exceso de diagnóstico que a veces nos lleva a un pesimismo
charlatán o a regodearnos en lo negativo. Al ver la crónica negra de cada día,
creemos que no hay nada que se puede hacer salvo cuidarse a uno mismo y al
pequeño círculo de la familia y los afectos.
¿Qué puedo hacer yo, cartonero, catadora,
pepenador, recicladora frente a tantos problemas si apenas gano para comer?
¿Qué puedo hacer yo artesano, vendedor ambulante, transportista, trabajador
excluido si ni siquiera tengo derechos laborales? ¿Qué puedo hacer yo, campesina,
indígena, pescador que apenas puedo resistir el avasallamiento de las grandes
corporaciones? ¿Qué puedo hacer yo desde mi villa, mi chabola, mi población, mi
rancherío cuando soy diariamente discriminado y marginado? ¿Qué puede hacer ese
estudiante, ese joven, ese militante, ese misionero que patea las barriadas y
los parajes con el corazón lleno de sueños pero casi sin ninguna solución para
sus problemas? Pueden hacer mucho. Pueden hacer mucho. Ustedes, los más
humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho. Me
atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus
manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la
búsqueda cotidiana de ''las tres t'', ¿de acuerdo? (trabajo, techo, y tierra) y
también, en su participación protagónica en los grandes procesos de cambio,
cambios nacionales, cambios regionales y cambios mundiales. ¡No se achiquen!
Segundo. Ustedes son sembradores de cambio. Aquí
en Bolivia he escuchado una frase que me gusta mucho: ''proceso de cambio''. El
cambio concebido no como algo que un día llegará porque se impuso tal o cual
opción política o porque se instauró tal o cual estructura social.
Dolorosamente sabemos que un cambio de estructuras que no viene acompañado de
una sincera conversión de las actitudes y del corazón termina a la larga o a la
corta por burocratizarse, corromperse y sucumbir. Hay que cambiar el corazón.
Por eso me gusta tanto la imagen del proceso, los procesos, donde la pasión por
sembrar, por regar serenamente lo que otros verán florecer, remplaza la
ansiedad por ocupar todos los espacios de poder disponibles y ver resultados
inmediatos. La opción es por generar procesos y no por ocupar espacios .Cada
uno de nosotros no es más que parte de un todo complejo y diverso interactuando
en el tiempo: pueblos que luchan por una significación, por un destino, por
vivir con dignidad, por ''vivir bien'', dignamente, en ese sentido.
Ustedes, desde los movimientos populares, asumen
las labores de siempre motivados por el amor fraterno que se revela contra la
injusticia social. Cuando miramos el rostro de los que sufren, el rostro del
campesino amenazado, del trabajador excluido, del indígena oprimido, de la
familia sin techo, del migrante perseguido, del joven desocupado, del niño
explotado, de la madre que perdió a su hijo en un tiroteo porque el barrio fue
copado por el narcotráfico, del padre que perdió a su hija porque fue sometida
a la esclavitud; cuando recordamos esos ''rostros y esos nombres'' se nos
estremecen las entrañas frente a tanto dolor y nos conmovemos, todos nos
conmovemos… Porque ''hemos visto y oído'', no la fría estadística sino las
heridas de la humanidad doliente, nuestras heridas, nuestra carne. Eso es muy
distinto a la teorización abstracta o la indignación elegante. Eso nos
conmueve, nos mueve y buscamos al otro para movernos juntos. Esa emoción hecha
acción comunitaria no se comprende únicamente con la razón: tiene un plus de
sentido que sólo los pueblos entienden y que da su mística particular a los
verdaderos movimientos populares.
Ustedes viven cada día, empapados, en el nudo de
la tormenta humana. Me han hablado de sus causas, me han hecho parte de sus
luchas, ya desde Buenos Aires, y yo se los agradezco. Ustedes, queridos hermanos,
trabajan muchas veces en lo pequeño, en lo cercano, en la realidad injusta que
se les impuso y a la que no se resignan, oponiendo una resistencia activa al
sistema idolátrico que excluye, degrada y mata. Los he visto trabajar
incansablemente por la tierra y la agricultura campesina, por sus territorios y
comunidades, por la dignificación de la economía popular, por la integración
urbana de sus villas y asentamientos, por la autoconstrucción de viviendas y el
desarrollo de infraestructura barrial, y en tantas actividades comunitarias que
tienden a la reafirmación de algo tan elemental e innegablemente necesario como
el derecho a ''las tres t'': tierra, techo y trabajo.
Ese arraigo al barrio, a la tierra, al oficio,
al gremio, ese reconocerse en el rostro del otro, esa proximidad del día a día,
con sus miserias, porque las hay, las tenemos, y sus heroísmos cotidianos, es
lo que permite ejercer el mandato del amor, no a partir de ideas o conceptos
sino a partir del encuentro genuino entre personas, necesitamos instaurar esta
cultura del encuentro, porque ni los conceptos ni las ideas se aman, nadie ama
un concepto, nadie ama una idea; se aman las personas. La entrega, la verdadera
entrega surge del amor a hombres y mujeres, niños y ancianos, pueblos y comunidades…
rostros, rostros y nombres que llenan el corazón. De esas semillas de esperanza
sembradas pacientemente en las periferias olvidadas del planeta, de esos brotes
de ternura que lucha por subsistir en la oscuridad de la exclusión, crecerán
árboles grandes, surgirán bosques tupidos de esperanza para oxigenar este
mundo.
Veo con alegría que ustedes trabajan en lo
cercano, cuidando los brotes; pero, a la vez, con una perspectiva más amplia,
protegiendo la arboleda. Trabajan en una perspectiva que no sólo aborda la
realidad sectorial que cada uno de ustedes representa y a la que felizmente
está arraigado, sino que también buscan resolver de raíz los problemas
generales de pobreza, desigualdad y exclusión.
Los felicito por eso. Es imprescindible que,
junto a la reivindicación de sus legítimos derechos, los Pueblos y sus
organizaciones sociales construyan una alternativa humana a la globalización
excluyente. Ustedes son sembradores del cambio. Que Dios les dé coraje, les de
alegría, les de perseverancia y pasión para seguir sembrando. Tengan la certeza
que tarde o temprano vamos de ver los frutos. A los dirigentes les pido: sean
creativos y nunca pierdan el arraigo a lo cercano, porque el padre de la
mentira sabe usurpar palabras nobles, promover modas intelectuales y adoptar
poses ideológicas, pero si ustedes construyen sobre bases sólidas, sobre las
necesidades reales y la experiencia viva de sus hermanos, de los campesinos e
indígenas, de los trabajadores excluidos y las familias marginadas, seguramente
no se van a equivocar.
La Iglesia no puede ni debe estar ajena a este
proceso en el anuncio del Evangelio. Muchos sacerdotes y agentes pastorales
cumplen una enorme tarea acompañando y promoviendo a los excluidos de todo el
mundo, junto a cooperativas, impulsando emprendimientos, construyendo
viviendas, trabajando abnegadamente en los campos de la salud, el deporte y la
educación. Estoy convencido que la colaboración respetuosa con los movimientos
populares puede potenciar estos esfuerzos y fortalecer los procesos de cambio.
Y tengamos siempre en el corazón a la Virgen
María, una humilde muchacha de un pequeño pueblo perdido en la periferia de un
gran imperio, una madre sin techo que supo transformar una cueva de animales en
la casa de Jesús con unos pañales y una montaña de ternura. María es signo de
esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la
justicia Yo rezo a la Virgen María, tan venerada por el pueblo boliviano se
confía con fervor, para que permita que este Encuentro nuestro sea fermento de
cambio.
Tercero. Por último quisiera que pensemos juntos
algunas tareas importantes para este momento histórico, porque queremos un
cambio positivo para el bien de todos nuestros hermanos y hermanas, eso lo
sabemos. Queremos un cambio que se enriquezca con el trabajo mancomunado de los
gobiernos, los movimientos populares y otras fuerzas sociales, eso también lo
sabemos. Pero no es tan fácil definir el contenido del cambio, podría decirse,
el programa social que refleje este proyecto de fraternidad y justicia que
esperamos, no es fácil de definirlo. En ese sentido, no esperen de este Papa
una receta. Ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio de la interpretación
de la realidad social ni la propuesta de soluciones a problemas contemporáneos.
Me atrevería a decir que no existe una receta. La historia la construyen las
generaciones que se suceden en el marco de pueblos que marchan buscando su
propio camino y respetando los valores que Dios puso en el corazón.
Quisiera, sin embargo, proponer tres grandes
tareas que requieren el decisivo aporte del conjunto de los movimientos
populares.
La primera tarea es poner la economía al
servicio de los Pueblos: Los seres humanos y la naturaleza no deben estar al
servicio del dinero. Digamos NO a una economía de exclusión e inequidad donde
el dinero reina en lugar de servir. Esa economía mata. Esa economía excluye.
Esa economía destruye la Madre Tierra.
La economía no debería ser un mecanismo de
acumulación sino la adecuada administración de la casa común. Eso implica
cuidar celosamente la casa y distribuir adecuadamente los bienes entre todos.
Su objeto no es únicamente asegurar la comida o un ''decoroso sustento''. Ni
siquiera, aunque ya sería un gran paso, garantizar el acceso a ''las tres t''
por las que ustedes luchan. Una economía verdaderamente comunitaria, podría
decir, una economía de inspiración cristiana, debe garantizar a los pueblos
dignidad, ''prosperidad sin exceptuar bien alguno'' .Esta última frase la dijo
el Papa Juan XXIII hace cincuenta años. Jesús dice en el Evangelio que aquél
que le dé espontáneamente un vaso de agua al que tiene sed, le será tenido en
cuenta en el Reino de los Cielos. Esto implica ''las tres t'', pero también
acceso a la educación, la salud, la inovación, las manifestaciones artísticas y
culturales, la comunicación, el deporte y la recreación. Una economía justa
debe crear las condiciones para que cada persona pueda gozar de una infancia
sin carencias, desarrollar sus talentos durante la juventud, trabajar con
plenos derechos durante los años de actividad y acceder a una digna jubilación
en la ancianidad. Es una economía donde el ser humano en armonía con la
naturaleza, estructura todo el sistema de producción y distribución para que
las capacidades y las necesidades de cada uno encuentren un cauce adecuado en
el ser social. Ustedes, y también otros pueblos, resumen este anhelo de una
manera simple y bella: ''vivir bien'', que no es lo mismo de ''pasarla bien''.
Esta economía no es sólo deseable y necesaria
sino también es posible. No es una utopía ni una fantasía. Es una perspectiva
extremadamente realista. Podemos lograrlo. Los recursos disponibles en el
mundo, fruto del trabajo intergeneracional de los pueblos y los dones de la
creación, son más que suficientes para el desarrollo integral de ''todos los
hombres y de todo el hombre''. El problema, en cambio, es otro. Existe un
sistema con otros objetivos. Un sistema que además de acelerar
irresponsablemente los ritmos de la producción, además de implementar métodos
en la industria y la agricultura que dañan a la Madre Tierra en aras de la
''productividad'', sigue negándoles a miles de millones de hermanos los más
elementales derechos económicos, sociales y culturales. Ese sistema atenta
contra el proyecto de Jesús, contra la Buena Noticia que trajo Jesús.
La distribución justa de los frutos de la tierra
y el trabajo humano no es mera filantropía. Es un deber moral. Para los
cristianos, la carga es aún más fuerte: es un mandamiento. Se trata de
devolverles a los pobres y a los pueblos lo que les pertenece. El destino
universal de los bienes no es un adorno discursivo de la doctrina social de la
Iglesia. Es una realidad anterior a la propiedad privada. La propiedad, muy en
especial cuando afecta los recursos naturales, debe estar siempre en función de
las necesidades de los pueblos. Y estas necesidades no se limitan al consumo.
No basta con dejar caer algunas gotas cuando lo pobres agitan esa copa que
nunca derrama por si sola. Los planes asistenciales que atienden ciertas urgencias,
sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras, coyunturales. Nunca podrían
sustituir la verdadera inclusión: ésa que da el trabajo digno, libre, creativo,
participativo y solidario.
Y en este camino, los movimientos populares
tienen un rol esencial, no sólo exigiendo y reclamando, sino fundamentalmente
creando. Ustedes son poetas sociales: creadores de trabajo, constructores de
viviendas, productores de alimentos, sobre todo para los descartados por el
mercado mundial.
He conocido de cerca distintas experiencias
donde los trabajadores unidos en cooperativas y otras formas de organización
comunitaria lograron crear trabajo donde sólo había sobras de la economía
idolátrica. Y vi que algunos están aquí. Las empresas recuperadas, las ferias
francas y las cooperativas de cartoneros son ejemplos de esa economía popular
que surge de la exclusión y, de a poquito, con esfuerzo y paciencia, adopta
formas solidarias que la dignifican. Y ¡qué distinto es eso a que los
descartados por el mercado formal sean explotados como esclavos!
Los gobiernos que asumen como propia la tarea de
poner la economía al servicio de los pueblos deben promover el fortalecimiento,
mejoramiento, coordinación y expansión de estas formas de economía popular y producción
comunitaria. Esto implica mejorar los procesos de trabajo, proveer
infraestructura adecuada y garantizar plenos derechos a los trabajadores de
este sector alternativo. Cuando Estado y organizaciones sociales asumen juntos
la misión de ''las tres T'' se activan los principios de solidaridad y
subsidiariedad que permiten edificar el bien común en una democracia plena y
participativa.
La segunda tarea es unir nuestros Pueblos en el
camino de la paz y la justicia.
Los pueblos del mundo quieren ser artífices de
su propio destino. Quieren transitar en paz su marcha hacia la justicia. No
quieren tutelajes ni injerencias donde el más fuerte subordina al más débil.
Quieren que su cultura, su idioma, sus procesos sociales y tradiciones
religiosas sean respetados. Ningún poder fáctico o constituido tiene derecho a
privar a los países pobres del pleno ejercicio de su soberanía y, cuando lo
hacen, vemos nuevas formas de colonialismo que afectan seriamente las
posibilidades de paz y de justicia porque ''la paz se funda no sólo en el
respeto de los derechos del hombre, sino también en los derechos de los pueblos
particularmente el derecho a la independencia''. Los pueblos de Latinoamérica
parieron dolorosamente su independencia política y, desde entonces llevan casi
dos siglos de una historia dramática y llena de contradicciones intentando
conquistar una independencia plena.
En estos últimos años, después de tantos
desencuentros, muchos países latinoamericanos han visto crecer la fraternidad
entre sus pueblos. Los gobiernos de la Región aunaron esfuerzos para hacer
respetar su soberanía, la de cada país, y la del conjunto regional, que tan
bellamente, como nuestros Padres de antaño, llaman la ''Patria Grande''. Les
pido a ustedes, hermanos y hermanas de los movimientos populares, que cuiden y
acrecienten esta unidad. Mantener la unidad frente a todo intento de división
es necesario para que la región crezca en paz y justicia.
A pesar de estos avances, todavía subsisten
factores que atentan contra este desarrollo humano equitativo y coartan la
soberanía de los países de la ''Patria Grande'' y otras latitudes del planeta.
El nuevo colonialismo adopta diversas fachadas. A veces, es el poder anónimo
del ídolo dinero: corporaciones, prestamistas, algunos tratados denominados de
''libres libre comercio'' y la imposición de medidas de ''austeridad'' que
siempre ajustan el cinturón de los trabajadores y de los pobres. Los obispos
latinoamericanos lo denunciamos con total claridad en el documento de Aparecida
cuando se afirman que ''las instituciones financieras y las empresas
transnacionales se fortalecen al punto de subordinar las economías locales,
sobre todo, debilitando a los Estados, que aparecen cada vez más impotentes
para llevar adelante proyectos de desarrollo al servicio de sus poblaciones'' .
En otras ocasiones, bajo el noble ropaje de la lucha contra la corrupción, el
narcotráfico o el terrorismo –graves males de nuestros tiempos que requieren
una acción internacional coordinada– vemos que se impone a los Estados medidas
que poco tienen que ver con la resolución de esas problemáticas y muchas veces
empeora las cosas.
Del mismo modo, la concentración monopólica de
los medios de comunicación social que pretende imponer pautas alienantes de
consumo y cierta uniformidad cultural es otra de las formas que adopta el nuevo
colonialismo. Es el colonialismo ideológico. Como dicen los Obispos de Africa,
muchas veces se pretende convertir a los países pobres en ''piezas de un
mecanismo y de un engranaje gigantesco''
Hay que reconocer que ninguno de los graves
problemas de la humanidad se puede resolver sin interacción entre los Estados y
los pueblos a nivel internacional. Todo acto de envergadura realizado en una
parte del planeta repercute en el todo en términos económicos, ecológicos,
sociales y culturales. Hasta el crimen y la violencia se han globalizado. Por
ello ningún gobierno puede actuar al margen de una responsabilidad común. Si
realmente queremos un cambio positivo, tenemos que asumir humildemente nuestra
interdependencia, es decir, nuestra sana interdependencia. Pero interacción no
es sinónimo de imposición, no es subordinación de unos en función de los
intereses de otros. El colonialismo, nuevo y viejo, que reduce a los países
pobres a meros proveedores de materia prima y trabajo barato, engendra
violencia, miseria, migraciones forzadas y todos los males que vienen de la
mano… precisamente porque al poner la periferia en función del centro les niega
el derecho a un desarrollo integral. Y eso, hermanos es inequidad y la
inequidad genera violencia que no habrá recursos policiales, militares o de
inteligencia capaces de detener.
Digamos NO, entonces, a las viejas y nuevas
formas de colonialismo. Digamos SÍ al encuentro entre pueblos y culturas.
Felices los que trabajan por la paz.
Y aquí quiero detenerme en un tema importante.
Porque alguno podrá decir, con derecho, que ''cuando el Papa habla del
colonialismo se olvida de ciertas acciones de la Iglesia''. Les digo, con
pesar: se han cometido muchos y graves pecados contra los pueblos originarios
de América en nombre de Dios. Lo han reconocido mis antecesores, lo ha dicho el
CELAM, el Consejo Episcopal Latinoamericano y también quiero decirlo. Al igual
que san Juan Pablo II pido que la Iglesia - y cito lo que dijo él- ''se postre
ante Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos''..
Y quiero decirles, quiero ser muy claro, como lo fue san Juan Pablo II: pido
humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los
crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de
América. Y junto, junto a este pedido de perdón y para ser justos, también
quiero que recordemos a millares de sacerdotes, obispos, que se opusieron
fuertemente a la lógica de la espada con la fuerza de la Cruz. Hubo pecado,
hubo pecado y abundante, pero no pedimos perdón, y por eso pedimos perdón, y
pido perdón, pero allí también, donde hubo pecado, donde hubo abundante pecado,
sobreabundó la gracia a través de esos hombres que defendieron la justicia de
los pueblos originarios.
Les pido también a todos, creyentes y no
creyentes, que se acuerden de tantos Obispos, sacerdotes y laicos que
predicaron y predican la buena noticia de Jesús con coraje y mansedumbre,
respeto y en paz -dije obispos, sacerdotes, y laicos, no me quiero olvidar de
las monjitas que anónimamente patean nuestros barrios pobres llevando un
mensaje de paz y de bien-, que en su paso por esta vida dejaron conmovedoras
obras de promoción humana y de amor, muchas veces junto a los pueblos indígenas
o acompañando a los propios movimientos populares incluso hasta el martirio. La
Iglesia, sus hijos e hijas, son una parte de la identidad de los pueblos en
latinoamericana. Identidad que tanto aquí como en otros países algunos poderes
se empeñan en borrar, tal vez porque nuestra fe es revolucionaria, porque
nuestra fe desafía la tiranía del idolo dinero. Hoy vemos con espanto como en
Medio Oriente y otros lugares del mundo se persigue, se tortura, se asesina a
muchos hermanos nuestros por su fe en Jesús. Eso también debemos denunciarlo:
dentro de esta tercera guerra mundial en cuotas que vivimos, hay una especie –
fuerzo la palabra- de genocidio en marcha que debe cesar.
A los hermanos y hermanas del movimiento
indígena latinoamericano, déjenme trasmitirle mi más hondo cariño y
felicitarlos por buscar la conjunción de sus pueblos y culturas, eso
–conjunción de pueblos y culturas- eso que a mí me gusta llamar poliedro, una
forma de convivencia donde las partes conservan su identidad construyendo
juntas una pluralidad que no atenta, sino que fortalece la unidad. Su búsqueda
de esa interculturalidad que combina la reafirmación de los derechos de los
pueblos originarios con el respeto a la integridad territorial de los Estados
nos enriquece y nos fortalece a todos.
Y la tercera tarea, tal vez la más importante
que debemos asumir hoy, es defender la Madre Tierra.
La casa común de todos nosotros está siendo
saqueada, devastada, vejada impunemente. La cobardía en su defensa es un grave
pecado. Vemos con decepción creciente como se suceden una tras otras las
cumbres internacionales sin ningún resultado importante. Existe un claro,
definitivo e impostergable imperativo ético de actuar que no se está
cumpliendo. No se puede permitir que ciertos intereses –que son globales pero
no universales– se impongan, sometan a los Estados y organismos
internacionales, y continúen destruyendo la creación. Los Pueblos y sus
movimientos están llamados a clamar a movilizarse, a exigir –pacifica pero
tenazmente– la adopción urgente de medidas apropiadas. Yo les pido, en nombre
de Dios, que defiendan a la Madre Tierra. Sobre éste tema me he expresado
debidamente en la Carta Encíclica Laudato si’, que creo que les será dada al
finalizar.
Para finalizar, quisiera decirles nuevamente: el
futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes,
las grandes potencias y las élites. Está fundamentalmente en manos de los
Pueblos; en su capacidad de organizarse y también en sus manos que riegan con
humildad y convicción este proceso de cambio. Los acompaño. Digamos juntos Y
cada uno, repitámonos desde el corazón: ninguna familia sin vivienda, ningún
campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin
soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven
sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez. Sigan con su lucha
y, por favor, cuiden mucho a la Madre Tierra. Créanme, y soy sincero, de
corazón les digo: rezo por ustedes, rezo con ustedes y quiero pedirle a nuestro
Padre Dios que los acompañe y los bendiga, que los colme de su amor y los
defienda en el camino dándoles abundantemente esa fuerza que nos mantiene en
pie: esa fuerza es la esperanza. Y una cosa importante: la esperanza que no
defrauda, gracias. Y, por favor, les pido que recen por mí. Y si alguno de
ustedes no puede rezar, con todo respeto, le pido que me piense bien y me mande
buena onda. Gracias''.
En el Penitenciario de
Santa Cruz-Palmasola: "Reclusión no es lo mismo que exclusión"
11 de julio de 2015
Después de celebrar la santa misa en la capilla de la residencia
arzobispal, el Papa visitó el Penitenciario de Santa Cruz-Palmasola donde viven
diversas categorías de reclusos, hombres, mujeres, jóvenes, presos por delitos
menores y presos por delitos graves. El pabellón masculino PS4 donde tuvo lugar
el encuentro del Papa con los detenidos, alberga a unos 2.800 con los que los
familiares, alrededor de 1.500 personas por día, pueden convivir en una suerte
de aldea protegida y gestionada por los mismos reclusos, a través de una
Regencia General a cargo del personal de seguridad del Estado.
El Papa fue recibido por el director del
Penitenciario, por el capellán y por monseñor Jesús Juárez, Responsable de la
Pastoral Penitenciaria de la Comisión Episcopal de Bolivia. Después de escuchar
las palabras de diversos reclusos tomó a su vez la palabra.
Texto
completo del discurso del
Papa
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
No podía
dejar Bolivia sin venir a verlos, sin dejar de compartir la fe y la esperanza
que nace del amor entregado en la cruz. Gracias por recibirme. Sé que se han
preparado y rezado por mí. Muchas gracias.
Las
palabras de Mons. Jesús Juárez en el testimonio de los hermanos que han –
mientras no se me vuele la cabeza no hay problema – en el testimonio de quienes
han intervenido he podido comprobar cómo el dolor no es capaz de apagar la
esperanza en lo más profundo del corazón, y que la vida sigue brotando con
fuerza en circunstancias adversas.
¿Quién
está ante ustedes? Podrían preguntarse. Me gustaría responderles la pregunta
con una certeza de mi vida, con una certeza que me ha marcado para siempre. El
que está ante ustedes es un hombre perdonado. Un hombre que fue y es salvado de
sus muchos pecados. Y así es como me presento. No tengo mucho más para darles u
ofrecerles, pero lo que tengo y lo que amo, sí quiero dárselos, sí quiero
compartirlo: es Jesús, Jesucristo, la misericordia del Padre.
Él vino a
mostrarnos, a hacer visible el amor que Dios tiene por nosotros. Por vos, por
vos, por vos, por vos, por mí. Un amor activo, real. Un amor que tomó en serio
la realidad de los suyos. Un amor que sana, perdona, levanta, cura. Un amor que
se acerca y devuelve dignidad. Una dignidad que la podemos perder de muchas
maneras y formas. Pero Jesús es un empecinado de esto: dio su vida por esto,
para devolvernos la identidad perdida, para revestirnos con toda su fuerza de
dignidad.
Me viene
a la memoria, una experiencia que nos puede ayudar, Pedro y Pablo, discípulos
de Jesús también estuvieron presos. También fueron privados de la libertad. En
esa circunstancia hubo algo que los sostuvo, algo que nos los dejó caer en la
desesperación, que nos los dejó caer en la oscuridad que puede brotar del sin
sentido. Y fue la oración. Fue orar. Oración Personal y Comunitaria. Ellos
rezaron y por ellos rezaban. Dos movimientos, dos acciones que generan entre sí
una red que sostiene la vida y la esperanza. Nos sostiene de la desesperanza y
nos estimula a seguir caminando. Una red que va sosteniendo la vida, la de
ustedes y la de sus familias. Vos hablabas de tu madre. La oración de las
madres, la oración de las esposas, la oración de los hijos: eso es una red y la
de ustedes, que va llevando adelante la vida.
Porque
cuando Jesús entra en la vida, uno no queda detenido en su pasado sino que
comienza a mirar el presente de otra manera, con otra esperanza. Uno
comienza a mirar con otros ojos su propia persona, su propia realidad. No queda
anclado en lo que sucedió, sino que es capaz de llorar y encontrar ahí la
fuerza para volver a empezar. Y si en algún momento estamos tristes, estamos
mal, ‘bajoneados’, los invito a mirar el rostro de Jesús crucificado. En su
mirada, todos podemos encontrar espacio. Todos podemos poner junto a Él
nuestras heridas, nuestros dolores, así como también nuestros errores, nuestros
pecados, tantas cosas en las que nos podemos haber equivocado. En las llagas de
Jesús, encuentran lugar nuestras llagas. Porque todos estamos llagados, de una
u otra manera. Y llevar nuestras llagas a las llagas de Jesús, ¿para qué? Para
ser curadas, lavadas, transformadas, resucitadas. El murió por vos, por mí,
para darnos su mano y levantarnos. Charlen, charlen con los curas que vienen,
charlen... Charlen con los hermanos y las hermanas que vienen, charlen. Charlen
con todo aquel que viene a hablarles de Jesús. Jesús quiere levantarlos
siempre.
Y esta
certeza nos moviliza a trabajar por nuestra dignidad. Reclusión no es lo mismo
que exclusión, que quede claro, porque la reclusión, la reclusión forma parte
de un proceso de reinserción en la sociedad. Son muchos los elementos que
juegan en su contra en este lugar – lo sé bien – y vos, y vos, mencionaste con
mucha claridad uno: el hacinamiento, la lentitud de la justicia, la falta de
terapias ocupacionales y de políticas de rehabilitación, la violencia, la
carencia de facilidades de estudios universitarios lo cual hace necesaria una
rápida y eficaz alianza interinstitucional para encontrar respuestas.
Sin
embargo, mientras se lucha por eso no podemos dar todo por perdido. Hay cosas
que hoy ya podemos hacer.
Aquí, en
este Centro de Rehabilitación, la convivencia depende en parte de ustedes. El
sufrimiento y la privación pueden volver nuestro corazón egoísta y dar lugar a
enfrentamientos, pero también tenemos la capacidad de convertirlo en ocasión de
auténtica fraternidad. Ayúdense entre ustedes. No tengan miedo a ayudarse entre
ustedes. El demonio busca la pelea, busca la rivalidad, la división, los
bandos. No le hagan el juego. Luchen por salir adelante, unidos.
Me
gustaría pedirles también que lleven mi saludo a sus familias, algunos están
aquí. ¡Es tan importante la presencia y la ayuda de la familia! Los abuelos, el
padre, la madre, los hermanos, la pareja, los hijos. Nos recuerdan que merece
la pena vivir y luchar por un mundo mejor.
Por
último, una palabra de aliento a todos los que trabajan en este Centro: a sus
dirigentes, a los agentes de la Policía penitenciaria, a todo el personal.
Ustedes cumplen un servicio público y fundamental. Tienen una importante tarea
en este proceso de reinserción. Tarea de levantar y no rebajar; de dignificar y
no humillar; de animar y no afligir. Este proceso pide dejar una lógica de
buenos y malos para pasar a una lógica centrada en ayudar a la persona y esta
lógica de ayudar a las personas los va a salvar a ustedes de todo tipo de
corrupción y mejorará condiciones para todos. Ya que un proceso así vivido nos
dignifica, nos anima y nos levanta a todos.
Antes de
darles la bendición me gustaría que rezáramos un rato en silencio, en silencio
cada uno desde su corazón. Cada uno como sepa cómo hacerlo...
Por
favor, les pido que sigan rezando por mí, porque también yo tengo mis errores y
debo hacer penitencia. Muchas gracias.
Y que
Dios nuestro Padre mire nuestro corazón, y que Dios nuestro Padre que nos
quiere nos de su fuerza, su paciencia, su ternura de padre, nos bendiga. En el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y no se olviden de rezar por
mí. Gracias.
Oferta de dones a la Virgen
de Copacabana,
Patrona de Bolivia
11 de julio de 2015-
La última jornada del Santo Padre en Bolivia, comenzó como es habitual, con la santa misa celebrada en privado en la capilla de la residencia arzobispal de Santa Cruz de la Sierra y con la oferta a la Virgen de Copacabana, Patrona de la nación, de los dones que el Presidente Evo Morales le entregó el pasado miércoles en el curso de su encuentro en el Palacio Presidencial.
La última jornada del Santo Padre en Bolivia, comenzó como es habitual, con la santa misa celebrada en privado en la capilla de la residencia arzobispal de Santa Cruz de la Sierra y con la oferta a la Virgen de Copacabana, Patrona de la nación, de los dones que el Presidente Evo Morales le entregó el pasado miércoles en el curso de su encuentro en el Palacio Presidencial.
''El Señor Presidente de la Nación en un gesto
de calidez -explicó Francisco- ha tenido la delicadeza de ofrecerme dos
condecoraciones en nombre del pueblo boliviano. Agradezco el cariño del pueblo
boliviano y agradezco esta fineza, esta delicadeza del Señor Presidente y
quisiera dejar estas dos condecoraciones a la Patrona de Bolivia, a la Madre de
esta noble Nación para que Ella se acuerde siempre de su pueblo y también desde
Bolivia, desde su Santuario, donde quisiera que estuvieran, se acuerde del
Sucesor de Pedro y de toda la Iglesia, y desde Bolivia la cuide''.
Después rezó la siguiente oración a la Virgen:
''Madre del Salvador y Madre nuestra, tu, Reina
de Bolivia,
desde la altura de tu Santuario en Copacabana, atiendes a las
súplicas y a las necesidades de tus hijos, especialmente de los más pobres y
abandonados, y los proteges.
Recibe como obsequio del corazón de Bolivia
y de
mi afecto filial los símbolos del cariño y de la cercanía que – en nombre del
Pueblo boliviano – me ha entregado con afecto cordial y generoso el Señor
Presidente Evo Morales Ayma, en ocasión de este viaje apostólico, que he
confiado a tu solicita intercesión.
Te ruego que estos reconocimientos,
que dejo
aquí en Bolivia a tus pies,
y que recuerdan la nobleza del vuelo del cóndor en
los cielos de los Andes y el conmemorado sacrificio del Padre Luis Espinal,
S.I., sean emblemas del amor perenne y de la perseverante gratitud del Pueblo
boliviano a tu solícita y fuerte ternura.
En este momento pongo en tu corazón mis
oraciones
por todas las peticiones de tus hijos, que he recibido en estos días:
te suplico que les escuches; concede a ellos tu aliento y tu protección, y
manifiesta a toda Bolivia tu ternura de mujer y Madre de Dios, que vive y reina
por los siglos de los siglos.
Amén''.
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