domingo, 6 de abril de 2014

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO del 6 de Abril: "¡no hay ningún límite a la misericordia divina ofrecida a todos!".


Hoy celebramos el Quinto Domingo de Cuaresma. 
En los días previos se nos ha invitado a la Conversión, camino a un encuentro con Cristo.

 El tiempo apremia; ya estamos en la antesala de la Semana Santa y el Señor hoy te exhorta a que medites determinadamente en su promesa de ofrecerte una vida nueva más allá de esta vida temporal.

El Evangelio de hoy, según san Juan, es un precioso texto sobre realidades humanas: la amistad y la muerte. Jesús lloró ante la muerte de su amigo Lázaro. 
  Sus tres mandatos:
 “Quiten la piedra”, “Sal fuera”, y “Desátenlo y déjenlo caminar” son mandatos que nos cuestionan a todos.


La amistad entre Jesús, Lázaro y sus hermanas era de sobra conocida.
Pero no hace el milagro por eso, sino porque creían en El. La fe, más que carta de recomendación para el milagro, es requisito indispensable.

La fe de Marta y la de quienes la acompañaban a ella no puede ser sólo en Lázaro en cuanto resucitado, sino porque Jesús es la Resurrección. Ha roto las ataduras de Lázaro, pero a nosotros nos libra de las ataduras del pecado y de la muerte.





Muchos han sido los peregrinos que se han desplazado hasta la Plaza de San Pedro para rezar el Ángelus con el papa Francisco en este V Domingo de Cuaresma, último de este Tiempo penitencial por excelencia ya que dentro de ocho días será ya Domingo de Ramos en el pórtico de la Semana Santa, la más importante del Año Ltúrgico. 
El Papa ha reflexionado sobre el Evangelio de la resurrección de Lázaro, que se proclama hoy, teniendo también un recuerdo por Ruanda a los 20 años del genocidio en ese país africano y por el terremoto de L´Aquila.
Francisco ha iniciado su reflexión diciendo que no hay límite  a la misericordia de Dios ofrecida para todfos, idea que ha hecho repetir a los presentes varias veces antes y después de rezar el Ángelus. Seguidamente s eha fijado en el Pasaje de la resurrección de Lázaro donde ha recordado el momento en el que Cristo muestra su poder tan altamente divino que causa malestar en las autoridades y fariseos que deciden darle muerte a Él y al propio Lázaro porque su vuelta a la vida era un testimonio que molestaba., pues por su causa muchos creían en el Señor.
El Pontífice ha recordado que, de la misma forma que Marta y maría, hermanas de Lázaro creen en Él, también nosotros hemos de creer en Cristo que es la Resurrección y la Vida y que si nos unimos a Él resucitaremos a una vida nueva y eterna después de cruzar el umbral de la muerte. Así como Él, nuestro cuerpo será transformado en glorioso como el suyo.
El Santo Padre al referirse al momento en el que el Señor resucita a Lázaro dando el grito "¡Ven afuera!" dice que también nosotros estamos llamados a salir de la tumba de nuestros pecados y quitarnos las vendas de nuestros egoísmos que nos impiden andar según la fe que profesamos y por la que alcanzaremos un día la Salvación que Dios nos tiene prometida.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 
  El Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma nos narra la resurrección de Lázaro. Es el culmen de los “signos” prodigiosos realizados por Jesús: es un gesto demasiado grande, demasiado claramente divino para ser tolerado por los sumos sacerdotes, los cuales, cuando supieron del hecho, tomaron la decisión de matar a Jesús (Jn 11,53).
 Lázaro había muerto desde hacía ya tres días cuando llegó Jesús, y a las hermanas Marta y María, Él les dijo las palabras que se imprimieron para siempre en la memoria de la comunidad cristiana, dice así Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. (Jn 11,25). Sobre esta la Palabra del Señor nosotros creemos que la vida de quién cree en Jesús y sigue su mandamiento, después de la muerte será transformada en una vida nueva, plena e inmortal. Como Jesús ha resucitado con su propio cuerpo, pero no ha vuelto a la vida terrena, así nosotros resucitaremos con nuestros cuerpos que serán transfigurados en cuerpos gloriosos. Él nos espera junto al Padre, y la fuerza del Espíritu Santo, que lo ha resucitado a Él, resucitará también a quién está unido a Él.

Frente a la tumba sellada del amigo Lázaro, Jesús “gritó con gran voz: ‘¡Lázaro, salí afuera! El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto con un sudario. (vv. 43-44). Este grito perentorio está dirigido a cada hombre, porque todos estamos marcados por la muerte, todos nosotros; es la voz de Aquel que es el dueño de la vida y quiere que todos “la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Cristo no se resigna a los sepulcros que nos hemos construido con nuestras elecciones de mal y de muerte, con nuestros errores, con nuestros pecados. ¡Él no se resigna a esto! Él nos invita, casi nos ordena, que salgamos de la tumba en la cual nuestros pecados nos han hundido. Nos llama insistentemente a salir de la oscuridad de la prisión en la que estamos encerrados, conformándonos con una vida falsa, egoísta, mediocre. “¡Salí afuera”!, nos dice. “¡Salí afuera”! Es una bella invitación a la verdadera libertad. Dejémonos aferrar por estas palabras que Jesús hoy repite a cada uno de nosotros. Una invitación a dejarnos liberar de las “vendas”, de las “vendas del orgullo. Porque el orgullo nos hace esclavos, esclavos de nosotros mismos, esclavos de tantos ídolos, de tantas cosas. Nuestra resurrección comienza desde aquí: cuando decidimos obedecer a esta orden de Jesús saliendo a la luz, a la vida; cuando de nuestro rostro caen las máscaras – tantas veces nosotros estamos enmascarados por el pecado, ¡las máscaras deben caer! – y nosotros encontramos el coraje de nuestro rostro original, creado a imagen y semejanza de Dios.

 El gesto de Jesús que resucita a Lázaro muestra hasta dónde puede llegar la fuerza de la Gracia de Dios, y por lo tanto, donde puede llegar nuestra conversión, nuestro cambio. Pero escuchen bien: ¡no hay ningún límite a la misericordia divina ofrecida a todos! ¡No hay ningún límite a la misericordia divina ofrecida a todos! Acuérdense bien esta frase. Y podemos decirla todos juntos: ¡No hay ningún límite a la misericordia divina ofrecida a todos! Digámosla juntos: ¡No hay ningún límite a la misericordia divina ofrecida a todos! El Señor está siempre listo para levantar la piedra tumbal de nuestros pecados, que nos separa de Él, luz de los vivientes.



Tras el rezo del Ángelus, Francisco ha querido tener un recuerdo para Ruanda, país africano que hace veinte años ahora, sufrió el genocidio más grande de su historia con la guerra civil y matanza entre tribus y, por lo tanto asesinato entre hermanos. Por eso, el papa ha pedido que se fomente la reconciliación y se cierren todas las heridas que puedan impedir la concordia. También ha recordado a los que sufrieron ahora hace cinco años el terremoto de L´Aquila.


El Papa regalará un Evangelio de bolsillo a los asistentes al Angelus de este domingo

Anima a "tener consigo siempre la palabra de Jesús"


Una idea que se ha llevado a cabo gracias a la colaboración de los seminaristas del Seminario Romano, las Hermanas de la Madre Teresa y otras personas afines a la religión católica

El Vaticano, a petición del papa Francisco, repartió hoy domingo 6 de abril, los Evangelio en formato de bolsillo a todos los fieles que acudan a la Plaza de San Pedro a escuchar la oración del Ángelus.
Los libros de esta edición, que ha sido publicada para la ocasión, estarán firmados por el Vaticano e incluirán los cuatro evangelios y los Hechos de los Apóstoles, además de unas palabras del propio pontífice sobre la Exhortación apostólica "Evangelii Gaudium".
"La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida de aquéllos que se encuentran con Jesús", será el mensaje que Jorge Bergoglio enviará a los católicos en esta edición especial, agregó el Vaticano.
En el interior de la portada estarán escritas las indicaciones para recitar "La Coronilla de la Divina Misericordia" y hacia el final del libro, la Oración del cardenal John H. Newman: "Querido Jesús ...", que la madre Teresa instó a sus monjas a recitar todos los días.
Se trata de una iniciativa con la que el papa pretende animar a todos sus fieles a "tener consigo siempre la Palabra de Jesús", informó el Vaticano en un comunicado.
  Una idea que se ha llevado a cabo gracias a la colaboración de los seminaristas del Seminario Romano, las Hermanas de la Madre Teresa y otras personas afines a la religión católica, agregó la fuente.
Ya en varias ocasiones el líder católico invitó públicamente en sus alocuciones a leer las Sagradas Escrituras, aunque sea una simple oración de las mismas, y para hacerlo señaló que era útil tener siempre a mano unos evangelios chiquitos.
Los libritos fueron impresos por la Tipografía Vaticana en una edición que no será vendida.





PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE

PRIMERA SECCIÓN
«CREO»-«CREEMOS»

CAPÍTULO TERCERO
LA RESPUESTA DEL HOMBRE A DIOS

ARTÍCULO 1
CREO

 La libertad de la fe
160 «El hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios; nadie debe ser obligado contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza» (DH 10; cf. CDC, can.748,2). «Ciertamente, Dios llama a los hombres a servirle en espíritu y en verdad. Por ello, quedan vinculados en conciencia, pero no coaccionados [...] Esto se hizo patente, sobre todo, en Cristo Jesús» (DH 11). En efecto, Cristo invitó a la fe y a la conversión, Él no forzó jamás a nadie. «Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su reino [...] crece por el amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia Él» (DH 11).
La necesidad de la fe
161 Creer en Cristo Jesús y en Aquel que lo envió para salvarnos es necesario para obtener esa salvación (cf. Mc 16,16; Jn 3,36; 6,40 e.a.). «Puesto que "sin la fe... es imposible agradar a Dios" (Hb 11,6) y llegar a participar en la condición de sus hijos, nadie es justificado sin ella, y nadie, a no ser que "haya perseverado en ella hasta el fin" (Mt 10,22; 24,13), obtendrá la vida eterna» (Concilio Vaticano I: DS 3012; cf. Concilio de Trento: DS 1532).
La perseverancia en la fe
162 La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo; san Pablo advierte de ello a Timoteo: «Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe» (1 Tm 1,18-19). Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que nos la aumente (cf. Mc 9,24; Lc 17,5; 22,32); debe «actuar por la caridad» (Ga 5,6; cf. St 2,14-26), ser sostenida por la esperanza (cf. Rm 15,13) y estar enraizada en la fe de la Iglesia.


PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE

  
SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA

CAPÍTULO SEGUNDO
CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS

ARTÍCULO 3
"JESUCRISTO FUE CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA
DEL ESPÍRITU SANTO Y NACIÓ DE SANTA MARÍA VIRGEN"

Párrafo 3
LOS MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO



Los signos del Reino de Dios
547 Jesús acompaña sus palabras con numerosos "milagros, prodigios y signos" (Hch 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en Él. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado (cf, Lc 7, 18-23).
548 Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado (cf. Jn 5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús (cf. Jn 10, 38). Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe (cf. Mc 5, 25-34; 10, 52). Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquel que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios (cf. Jn 10, 31-38). Pero también pueden ser "ocasión de escándalo" (Mt 11, 6). No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos (cf. Jn 11, 47-48); incluso se le acusa de obrar movido por los demonios (cf. Mc 3, 22).
549 Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre (cf. Jn 6, 5-15), de la injusticia (cf. Lc 19, 8), de la enfermedad y de la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo (cf. Lc 12, 13. 14; Jn 18, 36), sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado (cf. Jn 8, 34-36), que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas.
550 La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás (cf. Mt 12, 26): "Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12, 28). Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf Lc 8, 26-39). Anticipan la gran victoria de Jesús sobre "el príncipe de este mundo" (Jn 12, 31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de Dios: Regnavit a ligno Deus ("Dios reinó desde el madero de la Cruz", [Venancio Fortunato, Hymnus "Vexilla Regis": MGH 1/4/1, 34: PL 88, 96]).


PRIMERA PARTE LA PROFESIÓN DE LA FE
SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA

CAPÍTULO TERCERO
CREO EN EL ESPÍRITU SANTO

ARTÍCULO 11
"CREO EN LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE"

I. La Resurrección de Cristo y la nuestra
Revelación progresiva de la Resurrección


994 Pero hay más: Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: "Yo soy la resurrección y la vida" (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él (cf. Jn 5, 24-25; 6, 40) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (cf. Jn 6, 54). En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos (cf. Mc 5, 21-42; Lc 7, 11-17; Jn 11), anunciando así su propia Resurrección que, no obstante, será de otro orden. De este acontecimiento único, Él habla como del "signo de Jonás" (Mt 12, 39), del signo del Templo (cf. Jn 2, 19-22): anuncia su Resurrección al tercer día después de su muerte (cf. Mc 10, 34).

 TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO
PRIMERA SECCIÓN
LA VOCACIÓN DEL HOMBRE:
LA VIDA EN EL ESPÍRITU

CAPÍTULO PRIMERO
LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA

ARTÍCULO 8
EL PECADO

I. La misericordia y el pecado
1848 Como afirma san Pablo, “donde abundó el pecado, [...] sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20). Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos “la justicia para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor” (Rm 5, 20-21). Como un médico que descubre la herida antes de curarla, Dios, mediante su Palabra y su Espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado:
«La conversión exige el reconocimiento del pecado, supone el juicio interior de la propia conciencia, y éste, puesto que es la comprobación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: “Recibid el Espíritu Santo”. Así, pues, en este “convencer en lo referente al pecado” descubrimos una «doble dádiva»: el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito» (DeV 31).

 CUARTA PARTE
LA ORACIÓN CRISTIANA
PRIMERA SECCIÓN
LA ORACIÓN EN LA VIDA CRISTIANA

CAPÍTULO PRIMERO
LA REVELACIÓN DE LA ORACIÓN

ARTÍCULO 2
EN LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS

2604 La segunda oración nos la transmite san Juan (cf Jn 11, 41-42), antes de la resurrección de Lázaro. La acción de gracias precede al acontecimiento: “Padre, yo te doy gracias por haberme escuchado”, lo que implica que el Padre escucha siempre su súplica; y Jesús añade a continuación: “Yo sabía bien que tú siempre me escuchas”, lo que implica que Jesús, por su parte, pide de una manera constante. Así, apoyada en la acción de gracias, la oración de Jesús nos revela cómo pedir: antes de que lo pedido sea otorgado, Jesús se adhiere a Aquél que da y que se da en sus dones. El Dador es más precioso que el don otorgado, es el “tesoro”, y en Él está el corazón de su Hijo; el don se otorga como “por añadidura” (cf Mt 6, 21. 33).
La oración “sacerdotal” de Jesús (cf. Jn 17) ocupa un lugar único en la Economía de la salvación. Su explicación se hace al final de esta primera sección. Esta oración, en efecto, muestra el carácter permanente de la plegaria de nuestro Sumo Sacerdote, y, al mismo tiempo, contiene lo que Jesús nos enseña en la oración del Padre Nuestro, la cual se explica en la sección segunda.










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