martes, 15 de abril de 2014

MARTES SANTO: nunca traicionemos la Palabra de Jesús y su mensaje




Celebramos hoy el Martes Santo y nos vamos sumergiendo en el final de la Cuaresma.
El Evangelio de  ayer en el Lunes Santo, nos situaba en Betania donde María, la hermana de Lázaro y Marta, tomaba una libra de perfume de nardo puro, muy costoso, y ungía a Jesús.
En el Evangelio de hoy en este Martes Santo se nos recuerda que ha llegado la “hora de Jesús”. Jesús reafirma el sentido de su vida: es un “paso”. Este paso se realiza por el amor puesto al servicio de los demás. Exhorta a sus discípulos a reconocer la grandeza que hay en la actitud del siervo que se pone al servicio de los demás, del que da una prueba concreta en el lavatorio de los pies. Pero no todos los discípulos le imitarán, y anuncia que Judas le traicionará (Jn 13,21-33.36.38). Jesús toma la iniciativa de anunciar la traición, pero nadie entiende nada. La traición de Judas está en rechazar el amor, un amor que se manifiesta hasta el fin en el obsequio acogedor que el anfitrión hacía a un invitado importante.
Pidamos a Dios Padre para que nunca traicionemos la Palabra de Jesús y su mensaje, su gracia y su presencia, su amor y su amistad.

































El Evangelio de hoy nos presenta tres personas



















La primera es un hombre preocupado por sus propios intereses y necesidades, su satisfacción egoísta. No es una persona libre; no está abierto a Cristo, porque está sirviendo al dinero y a la codicia. Traicionará a Jesús. Este hombre es Judas.

Después, hay un segundo hombre, una buena persona, abierto a Cristo, pero débil. Trata de ocultar su fragilidad con valentía impetuosa y autosuficiente.  Pero se raja en la hora de la prueba. Negará a Jesús. Esta persona es Pedro.

La tercera persona es Jesús. Él es totalmente desinteresado y generoso, totalmente abierto a Dios y a todo el mundo.

Y, porque fue el Siervo perfecto, pudo salvarnos a todos.





Porque tú, Dios mío,
fuiste mi esperanza y mi confianza,
Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías.
(Salmo 70) 
Señor, que nunca te traicione mi egoísmo,
que nunca te niegue por mi debilidad.
Perdona Señor mi egoísmo y mis intereses,
perdona Señor mi debilidad y mi cobardía.
Señor te pido que aumentes  mi Fé.
Amén.




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