La
Cuaresma nos recuerda los cuarenta días de ayuno y oración que el Señor vivió
en el desierto antes de comenzar su misión pública.
Lo mismo que Moisés antes
de recibir las Tablas de la Ley, o que Elías antes de encontrar a Dios en el
monte Horeb, Jesús oró y ayunó prolongadamente.
San Juan Crisóstomo escribió: “Del mismo modo que, al final del invierno, cuando vuelve la primavera, el navegante arrastra hasta el mar su nave, el soldado limpia sus armas y entrena su caballo para el combate, el agricultor afila la hoz, el peregrino fortalecido se dispone al largo viaje y el atleta se despoja de sus vestiduras y se prepara para la competición; así también nosotros, al inicio de este ayuno, casi al volver una primavera espiritual, limpiamos las armas como los soldados; afilamos la hoz como los agricultores; como los marineros disponemos la nave de nuestro espíritu para afrontar las olas de las pasiones absurdas; como peregrinos reanudamos el viaje hacia el cielo; y como atletas nos preparamos para la competición despojándonos de todo” (Homilías al pueblo de Antioquía, 3).
San Juan Crisóstomo escribió: “Del mismo modo que, al final del invierno, cuando vuelve la primavera, el navegante arrastra hasta el mar su nave, el soldado limpia sus armas y entrena su caballo para el combate, el agricultor afila la hoz, el peregrino fortalecido se dispone al largo viaje y el atleta se despoja de sus vestiduras y se prepara para la competición; así también nosotros, al inicio de este ayuno, casi al volver una primavera espiritual, limpiamos las armas como los soldados; afilamos la hoz como los agricultores; como los marineros disponemos la nave de nuestro espíritu para afrontar las olas de las pasiones absurdas; como peregrinos reanudamos el viaje hacia el cielo; y como atletas nos preparamos para la competición despojándonos de todo” (Homilías al pueblo de Antioquía, 3).
Entramos
en un austero clima cuaresmal que nos permite redescubrir, agradecer y vivir el
don de la fe que recibimos con el Bautismo y nos impulsa a acercarnos al
sacramento de la Reconciliación, situando nuestro esfuerzo de conversión bajo
el signo de la misericordia divina.
En la
Cuaresma profundizamos en el sentido profundo del sacramento de la Eucaristía
para destacar su relación con el amor cristiano, tanto respecto a Dios como al
prójimo.
En la Eucaristía Jesús no da “algo”, sino que se da a sí mismo; ofrece
su cuerpo y derrama su sangre. Entrega toda su vida manifestando la fuente
originaria del amor divino. De la Eucaristía brota el servicio de la caridad
para con el prójimo.
Toda la
Cuaresma es un camino hacia el encuentro con Cristo, hacia la inmersión en
Cristo y a la renovación de la vida en Cristo. Todo ello es consecuencia de la
acción del Padre en nosotros, a través del Espíritu Santo.
La Cuaresma nos invita a un entrenamiento espiritual para crecer en la caridad y en el anuncio y testimonio de Cristo, en cuyo nombre está la vida verdadera.
La Cuaresma nos invita a un entrenamiento espiritual para crecer en la caridad y en el anuncio y testimonio de Cristo, en cuyo nombre está la vida verdadera.
Hemos de
vivir la Cuaresma del Año de la fe como “una invitación a una
auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo” (Porta
fidei, 6).
PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE
LA PROFESIÓN DE LA FE
SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA
CAPÍTULO SEGUNDO
CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS
CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS
ARTÍCULO 4
“JESUCRISTO PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO,
FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO”
“JESUCRISTO PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO,
FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO”
575 Muchas de las obras y de las palabras de Jesús han sido, pues, un
"signo de contradicción" (Lc 2, 34) para las autoridades religiosas de
Jerusalén, aquéllas a las que el Evangelio de san Juan denomina con frecuencia
"los judíos" (cf. Jn 1, 19; 2, 18; 5, 10; 7, 13; 9, 22; 18, 12; 19, 38;
20, 19), más incluso que a la generalidad del pueblo de Dios (cf. Jn 7,
48-49). Ciertamente, sus relaciones con los fariseos no fueron solamente
polémicas. Fueron unos fariseos los que le previnieron del peligro que corría (cf.
Lc 13, 31). Jesús alaba a alguno de ellos como al escriba de Mc
12, 34 y come varias veces en casa de fariseos (cf. Lc 7, 36; 14, 1).
Jesús confirma doctrinas sostenidas por esta élite religiosa del pueblo de Dios:
la resurrección de los muertos (cf. Mt 22, 23-34; Lc 20, 39), las
formas de piedad (limosna, ayuno y oración, cf. Mt 6, 18) y la costumbre
de dirigirse a Dios como Padre, carácter central del mandamiento de amor a Dios
y al prójimo (cf. Mc 12, 28-34).
SEGUNDA PARTE
LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO
LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO
SEGUNDA SECCIÓN:
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
CAPÍTULO PRIMERO
LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA
LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA
ARTÍCULO 3
EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA
EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA
1387 Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los
fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia. Por
la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la solemnidad,
el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped.
1430 Como ya en los profetas, la llamada de
Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras
exteriores "el saco y la ceniza", los ayunos y las mortificaciones, sino a la
conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de
penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión
interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles,
gestos y obras de penitencia (cf Jl 2,12-13; Is 1,16-17; Mt 6,1-6. 16-18).
1434 La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy
variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el
ayuno, la oración, la limosna (cf. Tb 12,8; Mt 6,1-18), que expresan la
conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los
demás. Junto a la purificación radical operada por el Bautismo o por el
martirio, citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos
realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la
preocupación por la salvación del prójimo (cf St 5,20), la intercesión de los
santos y la práctica de la caridad "que cubre multitud de pecados" (1 P 4,8).
1438 Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año
litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en memoria de la muerte del
Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia. Estos tiempos son particularmente
apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las
peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el
ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y
misioneras).
TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO
LA VIDA EN CRISTO
PRIMERA SECCIÓN
LA VOCACIÓN DEL HOMBRE:
LA VIDA EN EL ESPÍRITU
LA VOCACIÓN DEL HOMBRE:
LA VIDA EN EL ESPÍRITU
CAPÍTULO TERCERO
LA SALVACIÓN DE DIOS:
LA LEY Y LA GRACIA
LA SALVACIÓN DE DIOS:
LA LEY Y LA GRACIA
ARTÍCULO 3
La Iglesia, madre y maestra
La Iglesia, madre y maestra
2043 El cuarto mandamiento («abstenerse de comer carne
y ayunar en los días establecidos por la Iglesia») asegura los
tiempos de ascesis y de penitencia que nos preparan para las fiestas
litúrgicas y para adquirir el dominio sobre nuestros
instintos, y la libertad del corazón .
El quinto mandamiento («ayudar a la Iglesia en sus necesidades») enuncia que los
fieles están
obligados de ayudar, cada uno según su posibilidad, a las
necesidades materiales de la Iglesia.
CUARTA PARTE
LA ORACIÓN CRISTIANA
LA ORACIÓN CRISTIANA
PRIMERA SECCIÓN
LA ORACIÓN EN LA VIDA CRISTIANA
LA ORACIÓN EN LA VIDA CRISTIANA
CAPÍTULO TERCERO
LA VIDA DE ORACIÓN
LA VIDA DE ORACIÓN
ARTÍCULO 2 EL COMBATE DE LA ORACIÓN
2742 “Orad constantemente” (1 Ts 5, 17), “dando gracias
continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo”
(Ef 5, 20), “siempre en oración y suplica, orando en toda ocasión en el
Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos”
(Ef 6, 18).“No nos ha sido prescrito trabajar, vigilar y ayunar constantemente;
pero sí tenemos una ley que nos manda orar sin cesar” (Evagrio Pontico,
Capita practica ad Anatolium, 49).
Este ardor incansable no puede venir más que del amor. Contra nuestra inercia y
nuestra pereza, el combate de la oración es el del amor humilde, confiado y
perseverante. Este amor abre nuestros corazones a tres evidencias de fe,
luminosas y vivificantes.
(Miércoles y viernes)
Padre amoroso, hoy he decidido ayunar.
Recuerdo que tus profetas ayunaban,
que Jesús Nuestro Señor ayunó,
y que también lo hicieron sus discípulos.
La Santísima Virgen también ayunó
y ahora me invita a que yo lo haga.
Padre Eterno, te ofrezco este día de ayuno.
Que a través de él pueda yo estar más cerca tuyo,
me muestre tus caminos y abra mis ojos
para que reconozca tus muchos dones.
Que mi corazón rebose de amor hacia Ti y hacia mi prójimo.
Señor, que este ayuno me haga crecer en comprensión
hacia el hambriento, el que está desposeído, el pobre.
Haz que vea mis posesiones como dones del peregrinar
que deben ser compartidos.
Dame también la gracia de la humildad
y la fuerza para hacer tu Voluntad.
Señor, que este ayuno me limpie de los malos hábitos,
calme mis pasiones, y aumente en mí tus virtudes.
Y tú, Madre mía, obtén para mí la gracia de ayunar con alegría,
que mi corazón pueda cantar contigo
un canto de acción de gracias.
Pongo en tus manos mi decisión de ayunar con firmeza.
Enséñame, a través del ayuno, a ser más y más
como tu Hijo Jesucristo, por medio del Espíritu Santo.
Amén.
Queridos hijos, hoy los invito a renovar la oración y el ayuno, aún con mayor entusiasmo, hasta que la oración se convierta en alegría para ustedes. Hijitos, quien ora no teme el futuro y quien ayuna no teme el mal. Les repito una vez más: sólo con la oración y el ayuno hasta las guerras pueden ser detenidas, las guerras de vuestra incredulidad y de vuestro miedo por el futuro.
Recuerdo que tus profetas ayunaban,
que Jesús Nuestro Señor ayunó,
y que también lo hicieron sus discípulos.
La Santísima Virgen también ayunó
y ahora me invita a que yo lo haga.
Padre Eterno, te ofrezco este día de ayuno.
Que a través de él pueda yo estar más cerca tuyo,
me muestre tus caminos y abra mis ojos
para que reconozca tus muchos dones.
Que mi corazón rebose de amor hacia Ti y hacia mi prójimo.
Señor, que este ayuno me haga crecer en comprensión
hacia el hambriento, el que está desposeído, el pobre.
Haz que vea mis posesiones como dones del peregrinar
que deben ser compartidos.
Dame también la gracia de la humildad
y la fuerza para hacer tu Voluntad.
Señor, que este ayuno me limpie de los malos hábitos,
calme mis pasiones, y aumente en mí tus virtudes.
Y tú, Madre mía, obtén para mí la gracia de ayunar con alegría,
que mi corazón pueda cantar contigo
un canto de acción de gracias.
Pongo en tus manos mi decisión de ayunar con firmeza.
Enséñame, a través del ayuno, a ser más y más
como tu Hijo Jesucristo, por medio del Espíritu Santo.
Amén.
Queridos hijos, hoy los invito a renovar la oración y el ayuno, aún con mayor entusiasmo, hasta que la oración se convierta en alegría para ustedes. Hijitos, quien ora no teme el futuro y quien ayuna no teme el mal. Les repito una vez más: sólo con la oración y el ayuno hasta las guerras pueden ser detenidas, las guerras de vuestra incredulidad y de vuestro miedo por el futuro.
(25/01/2001)
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