En Cuaresma somos invitados a la oración, el ayuno y la limosna para amar más y mejor. Claro que aprendemos mirando al Maestro que nos amó primero; en su escuela de amor aprendemos a rezar, a ayunar y a dar limosna.
Si aprendemos mirándolo a Él nos daremos cuenta que no podemos rezar de cualquier modo, ni ayunar sin un sentido profundo, verdadero, y tampoco dar limosna o hacer sacrificios sin un amor generoso hacia los demás.
La oración que nos enseña el Maestro, nos traspasa las fibras del corazón, nos hace entregados al servicio, deseosos de amar más y mejor porque nos sentimos profundamente amados por Dios y ya no queremos pasarnos el resto de la vida calculando cuándo le daremos nuestro tiempo, nuestro corazón; también dejamos de calcular si lo serviremos en los más humildes o no. La invitación a la oración en Cuaresma es invitación a estar más unidos al Maestro, a querer parecernos más a Él, en su estilo de vida y en sus elecciones.
El domingo pasado contemplábamos a Jesús tentado en el desierto, hoy lo contemplamos transfigurado. Son dos escenas que apuntan hacia la pascua, que nos anticipan el misterio pascual.
La lucha de Jesús con el diablo en el desierto anticipa la gran lucha final de la Pasión, explicitada en el relato de Getsemaní.
La transfiguración anticipa la gloria de Jesús resucitado.
El domingo pasado contemplábamos a Jesús plenamente hombre, como nosotros, hasta el punto de ser tentado. Este domingo contemplamos a Jesús transfigurado, divinizado, Hijo de Dios.
Dice el Papa Benedicto XVI: “Podríamos decir que estos dos domingos son como dos pilares sobre los que se apoya todo el edificio de la Cuaresma hasta la Pascua, más aún, (sobre estos dos domingo se apoya) toda la estructura de la vida cristiana, que consiste esencialmente en el dinamismo pascual: de la muerte a la vida.”
Estos dos domingos nos dan una lección impagable de cómo se desarrolla el verdadero seguimiento del Cristo:
Un seguimiento donde seremos tentados, y con su ayuda las venceremos todas. Las prácticas cuaresmales (oración, ayuno, limosna) son un remedio potentísimo para superar las tentaciones. Especialmente rezar con la palabra de Dios, Jesús supera las tentaciones citando la Palabra de Dios. Es bueno que en el domingo II de Cuaresma nos preguntemos: ¿Cómo van nuestros compromisos cuaresmales?
Un seguimiento basado en la oración: hoy contemplamos un acontecimiento de oración. “Jesús llamó a Pedro, a Juan y a Santiago, y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba...”. Lo que hoy hace Jesús sólo se puede hacer en el ámbito de la oración: la voluntad humana de Jesús se adhiere a la voluntad divina de su Padre. En la oración, las voluntades del Padre y el Hijo se unen formando una sola cosa. Jesús una vez más dice “Amén”, dice “sí”, “aquí estoy”, “hágase en mí vuestra voluntad de amor”. Y aparecen los signos de la complacencia del Padre hacia el Hijo: la luz transfigura a Cristo y la voz lo proclama “Éste es mi Hijo, el escogido.”
También nuestra plegaria ha de ser un adherirse a la voluntad de nuestro Padre. Sólo hay plegaria auténtica si nos desinstalamos de nuestras visiones y vamos a la búsqueda de la voluntad de nuestro Padre. Esto es la conversión: ponernos cara a cara con Dios (con su Palabra) y dejarnos conmover, interpelar, desinstalar.
Por eso decía que estos dos domingos nos dan una lección impagable de cómo es el verdadero seguimiento del Cristo. Un seguimiento donde seremos tentados, un seguimiento basado en la oración, un seguimiento donde habrá cruces.
La Santa Misa
es la Oración perfecta porque en ella cumplimos las cuatro condiciones para que una oración sea completa: adorar, dar gracias, suplicar perdón y pedir favores.
Siempre
debemos recordar que tenemos una Madre que es maestra de oración, María. Hace
unos años pasé un tiempo en un pequeño convento de capuchinos en Suiza. Había
una niña en el lugar de cinco años, era hija de una mujer que ayudaba en la
casa, que venía a menudo a ponerse de rodillas junto a alguno de los frailes
que veía orando en el coro, unía sus manitas y mirándole a los ojos decía con
toda seriedad: “Venga, hazme rezar”.
Nosotros podemos imitar a aquella niña pequeña, ponernos en espíritu junto a
María y decirle:
«Por favor, hazme rezar».
Pidamos
a María que sea para nosotros la Madre fuerte y amable que nos prepara al Bautismo del Espíritu (como lo
hizo con los apóstoles) y a un nuevo Pentecostés, porque todos necesitamos de
un nuevo Pentecostés. Si leemos los Hechos de los Apóstoles, veremos muchos
Pentecostés. Ojalá, por su intercesión, pueda ser realidad también para
nosotros aquella promesa de Jesús: «Vosotros seréis bautizados
dentro de pocos días».Amén. P. Raniero CANTALAMESSA, OFMCap -Predicador Pontificio-
¿Como debe ser la oración del cristiano en Cuaresma?
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