domingo, 12 de octubre de 2014

Ángelus del Papa Francisco, 12 de octubre: "Invoquemos la protección de María en el Sínodo sobre la familia".


_ “El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre... Este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo sobrepasa toda comprensión y toda representación. La Escritura nos habla de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas... 
 
La invitación es un signo de su amor. El rechazo de la invitación es cerrarle a las puertas a una vida de comunión profunda con Dios.


El tema de la invitación al banquete que se nos presenta en las lecturas de esteXXVIII, puede ser una ocasión propicia para revisar aquellos elementos de la celebración, que son precisamente, típicos de una fiesta centrada en un banquete. ¿Qué invitará a participar del banquete? El testimonio que demos día a día los miembros de la comunidad cristiana.
La Eucaristía es un anticipo real del banquete del Reino de Dios.

Participemos en ella con el traje de fiesta de nuestra fe, que como los precios, va aumentando y produciendo los frutos que Dios espera de nosotros.


Hoy Mateo nos trae la parábola del banquete nupcial, conectada con la del domingo pasado, y viene a demostrar concretamente la conclusión de la misma. La diocidencia entre ambas parábolas se refiere a los destinatarios; a la idea, la salvación para todos los pueblos; a los mensajeros, los profetas y sobre todo Cristo, como figura central del plan e historia de salvación que ambas parábolas resumen.

Los primeros invitados se hicieron indignos porque le dieron prioridad a sus ocupaciones personales, no quisieron verse incomodados en los proyectos en los cuales se movían. El ofrecimiento de la comunión con Dios fue liquidado como algo que no tenía valor e impertinente.
El Rey convoca entonces a nuevos comensales: la puerta se abre para todos sin excepción. Pero también en este caso puede salir a relucir la indignidad. Un hombre llega a la sala del banquete sin el vestido de fiesta. En el lenguaje simbólico bíblico, el vestido indica el estado completo de una persona, cómo aparece ante Dios (ver por ejemplo: Apocalipsis 3,4.5.18).
En esta parábola se quiere decir que la comunión con Dios no se da en cualquier estado, que es necesario estar preparado. Y es que para la comunidad de Mateo ésta era una realidad muy concreta: a ella llegaba de todo, buenos y malos, todos eran acogidos (ver Mt 18,1-10), pero surgían entonces conflictos porque algunos pensaban que podían llegar de cualquier forma y no se les notaba un esfuerzo de conversión.
El Evangelio de Mateo nos enseña que escuchando a Jesús y haciendo la voluntad del Padre, adquirimos el vestido nupcial, alcanzamos la disposición global que es necesaria para la comunión con Dios. Por el camino del tomar en serio la Palabra se entra en el proceso de conversión.
La frase final, “muchos son los llamados pero pocos los escogidos” (22,14), no quiere darnos datos estadísticos sobre el número inicial de los corredores y el bajo número de los que llegan a la meta. Se trata de una advertencia para que no nos acomodemos, sintiéndonos seguros de todo, no sea que fracasemos al final.
Debemos emplear todas nuestras fuerzas para corresponder con altura a la llamada del Señor.



Como cada domingo, miles de peregrinos han estado puntualmente  a las 12 del mediodía en la Plaza de San Pedro, en Roma, para asistir al rezo del Ángelus del papa Francisco en este 12 de octubre, festividad de la Virgen del Pilar, Patrona de la Hispanidad. El Santo Padre ha reflexionado sobre el Evangelio de este domingo en el que se contempla la Parábola de los invitados a la boda que no van y ha pedido a María que ilumine en los trabajos de los Padres Sinodales, que se encuentran abordando el tema de la familia.


El Papa Francisco invitó a los fieles católicos a no encerrarse en sus "iglesitas", porque el mensaje cristiano es para todos, especialmente para los marginados, los excluidos y los perseguidos.



Queridos hermanos y hermanas,

En el Evangelio de este domingo, Jesús nos muestra la respuesta a la invitación de Dios representado por un rey-para asistir a un banquete de bodas (cf. Mt -14 22,1). La invitación tiene tres características claves: gratuidad, anchura, universalidad.
Los invitados son muchos, pero algo sorprende: Ninguno de los elegidos se compromete a participar en las festividades, tienen otras cosas que hacer. De hecho algunos muestran indiferencia, distanciamiento, incluso molestia. Dios es bueno con nosotros, nos da gratis su amistad, su alegría, su salvación, pero muchas veces no aceptamos sus dones, tenemos primeros y ante todo nuestras preocupaciones, nuestros intereses materiales.


Algunos invitados  hasta llegaron a matar a los sirvientes que entregan la invitación. Pero, a pesar de la falta de interés en la llamada, el plan de Dios no se interrumpe. Ante la negativa de los primeros invitados, el Rey no está desanimado, no suspende la fiesta, invita más allá de cualquier límite razonable y envía a sus siervos a las plazas y el cruce de las carreteras para reunir a todos aquellos que se encuentran. Estas personas son pobres, abandonados, buenos y malos, sin distinción. Y la sala se llena de "excluidos". El Evangelio, rechazado por algunos, es una inesperada bienvenida en tantos otros corazones.


La bondad de Dios no tiene fronteras y no discrimina a nadie: Esta fiesta de regalos del Señor es universal, para todo el mundo. Todo el mundo se da la oportunidad de responder a su invitación a su llamada. Nadie tiene el derecho de sentirse privilegiado o reclamando una exclusiva. Todo esto nos lleva a posicionarnos en el centro, abrirnos a los suburbios, reconociendo que incluso aquellos que están en los márgenes tienen la generosidad de Dios. Todos estamos llamados a no reducir el Reino de Dios dentro de los límites de la "iglesia", sino a ampliar el tamaño de la iglesia unida de Dios.

Sin embargo, existe una condición de permanecer en este banquete de bodas: llevar su vestido de boda. Este episodio nos recuerda que, por fe, ya hemos participado en la fiesta del Señor y disfrutamos de sus dones que nos apoyan en nuestro viaje. Sin embargo, nosotros no podemos decir que llevamos el vestido de boda si no vivimos en el amor de Dios y al prójimo. Fe requiere el testimonio de caridad, se manifiesta en actitudes concretas de solidaridad y servicio a nuestros hermanos, especialmente los más vulnerables, los más débiles y entre ellos, hay quienes son perseguidos.


Encomendamos a la intercesión de María, los dramas y las esperanzas de tantos de nuestros hermanos y hermanas que son perseguidas por motivos de fe, e invocamos su protección también en los trabajos del Sínodo de los obispos ha reunido estos días en el Vaticano.


FUENTE 







Durante esta semana, los obispos han intercambiado opiniones sobre temas como el reconocimiento de las uniones homosexuales, el concepto de familia o el de consentir que los divorciados que hayan vuelto a casarse puedan recibir la Comunión.
Hoy, el Sínodo de obispos trabaja para redactar y aprobar un documento final que entregará al papa Francisco.
Las conclusiones, tal y como recordó el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, serán el punto de partida para el Sínodo ordinario de octubre de 2015, que tendrá también como tema la familia.




PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE

SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA

CAPÍTULO TERCERO
CREO EN EL ESPÍRITU SANTO

ARTÍCULO 12
“CREO EN LA VIDA ETERNA”



I. El juicio particular
1021 La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros.
II. El cielo
1023 Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4):
«Definimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición general de Dios, las almas de todos los santos [...] y de todos los demás fieles muertos después de recibir el Bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar cuando murieron [...]; o en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una vez que estén purificadas después de la muerte [...] aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el Reino de los cielos y paraíso celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura» (Benedicto XII: Const. Benedictus Deus: DS 1000; cf. LG 49).
1024 Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el cielo" . El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha.

1027 Este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo, sobrepasa toda comprensión y toda representación. La Escritura nos habla de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso: "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman" (1 Co 2, 9).

1029 En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación entera. Ya reinan con Cristo; con Él "ellos reinarán por los siglos de los siglos" (Ap 22, 5; cf. Mt 25, 21.23).
V. El Juicio final
1038 La resurrección de todos los muertos, "de los justos y de los pecadores" (Hch 24, 15), precederá al Juicio final. Esta será "la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz [...] y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá "en su gloria acompañado de todos sus ángeles [...] Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda [...] E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna." (Mt 25, 31. 32. 46).
1039 Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta al desnudo definitivamente la verdad de la relación de cada hombre con Dios (cf. Jn 12, 49). El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena:
«Todo el mal que hacen los malos se registra y ellos no lo saben. El día en que "Dios no se callará" (Sal 50, 3) [...] Se volverá hacia los malos: "Yo había colocado sobre la tierra —dirá Él—, a mis pobrecitos para vosotros. Yo, su cabeza, gobernaba en el cielo a la derecha de mi Padre, pero en la tierra mis miembros tenían hambre. Si hubierais dado a mis miembros algo, eso habría subido hasta la cabeza. Cuando coloqué a mis pequeñuelos en la tierra, los constituí comisionados vuestros para llevar vuestras buenas obras a mi tesoro: como no habéis depositado nada en sus manos, no poseéis nada en Mí"» (San Agustín, Sermo 18, 4, 4).
1041 El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los hombres todavía "el tiempo favorable, el tiempo de salvación" (2 Co 6, 2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la "bienaventurada esperanza" (Tt 2, 13) de la vuelta del Señor que "vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído" (2 Ts 1, 10).
VI. La esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva
1042 Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del Juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado:
La Iglesia [...] «sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo [...] cuando llegue el tiempo de la restauración universal y cuando, con la humanidad, también el universo entero, que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a través del hombre, quede perfectamente renovado en Cristo» (LG 48).
1043 La sagrada Escritura llama "cielos nuevos y tierra nueva" a esta renovación misteriosa que trasformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1). Esta será la realización definitiva del designio de Dios de "hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef 1, 10).

 SEGUNDA PARTE 
LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO
SEGUNDA SECCIÓN:
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA

CAPÍTULO PRIMERO
LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA

ARTÍCULO 3
EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA

VII. La Eucaristía, "Pignus futurae gloriae"
1405 De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva en los que habitará la justicia (cf 2 P 3,13), no tenemos prenda más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra este misterio, "se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3) y "partimos un mismo pan [...] que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre" (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Ephesios, 20, 2).



TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO

PRIMERA SECCIÓN
LA VOCACIÓN DEL HOMBRE:
LA VIDA EN EL ESPÍRITU

CAPÍTULO PRIMERO
LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA

ARTÍCULO 7
LAS VIRTUDES


II. Las virtudes teologales

La esperanza
1821 Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman (cf Rm 8, 28-30) y hacen su voluntad (cf Mt 7, 21). En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, “perseverar hasta el fin” (cf Mt 10, 22; cf Concilio de Trento: DS 1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que “todos los hombres [...] se salven” (1Tm 2, 4). Espera estar en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo:
«Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin» (Santa Teresa de Jesús, Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3)


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