CARTA APOSTÓLICA
DADA EN FORMA DE MOTU PROPRIO
DADA EN FORMA DE MOTU PROPRIO
PARA LA CONSTITUCIÓN DE LAS COMISIONES
PREPARATORIAS
DEL CONCILIO ECUMÉNICO
DEL CONCILIO ECUMÉNICO
Inspiración del Altísimo Nos parece el pensamiento, que desde el
principio de Nuestro Pontificado brotó en Nuestra mente, como flor de primavera
imprevista, de convocar un Concilio Ecuménico. En efecto, con la solemne
asamblea de Obispos en torno al Pontífice Romano, la Iglesia, amada esposa de
Cristo, puede adquirir, en estos agitados tiempos, un nuevo y mayor resplandor
y respecto de los que, gloriándose del nombre cristiano viven con todo
separados de esta Sede Apostólica, brilla de nuevo la esperanza de que, oyendo
las voces del divino Pastor, vengan a la única Iglesia de Cristo.
Por eso, el 25 de enero de 1959, en la fiesta de la Conversión de San
Pablo Apóstol, después de haber asistido a los Sagrados Ritos en la Basílica
Ostiense, manifestamos Nuestro propósito de convocar un Concilio Ecuménico al
Sacro Colegio Cardenalicio, que lo acogió con expresiones de júbilo y de
fervorosos deseos. Más adelante, el 17 de mayo siguiente, en la fiesta de
Pentecostés, para que los primeros trabajos se ejecutasen con solicitud y
diligencia, nombramos una Comisión Antepreparatoria del Concilio Ecuménico,
compuesta de Prelados muy escogidos de la Curia Romana y presidida por Nuestro
querido hijo el Cardenal Domingo Tardini, Nuestro Secretario de Estado.
En Nuestra primera Carta Encíclica especificamos que el Concilio
Ecuménico se celebraba con el fin principal de «promover el incremento de la Fe
Católica y una saludable renovación de las costumbres del pueblo cristiano y de
adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades de nuestros tiempos. Esto
constituirá, a no dudarlo, un espectáculo tan maravilloso de verdad, de unidad
y de caridad, que su vista aún a los que se separaron de esta Sede Apostólica
será una suave invitación —como lo esperamos— a buscar y encontrar la unidad
por la cual Jesucristo dirigió a su Padre celestial tan ardiente súplica»
(Encíclica Ad Petri Cathedram, 29 de junio de 1959, AAS, LI, p. 511).
Determinamos además que por la sede, en la cual se celebraría, el futuro
Concilio se denominase Vaticano segundo.
La Comisión Antepreparatoria ha llevado a cabo con suma diligencia el
encargo que Nos le confiamos. Se ha puesto en contacto con el Episcopado para
recibir sus consejos y sugerencias acerca de las materias de que se ha de
tratar en el Concilio: y después de haber ordenado cuidadosamente el material
contenido en las dos mil y más respuestas, enviadas por Obispos y Prelados con
expresiones de regocijo y felicitación, lo ha puesto en conocimiento de las SS.
Congregaciones de la Curia Romana, que han podido utilizar con gran provecho en
la elaboración de las proposiciones que Nos han presentado. Además las
Universidades de los estudios eclesiásticas y católicas, movidas por un celo
semejante, han presentado votos y estudios sobre asuntos que serán de gran
utilidad para la Iglesia.
Nos mismo hemos seguido estos trabajos de investigación, realizados con
cuidado y diligencia, y Nos hemos reservado el examinar personalmente con la
mayor atención las sugerencias y consejos de los Obispos, las proposiciones de
las SS. Congregaciones de la Curia Romana, los votos y los estudios de las
Universidades. Damos, pues, al Señor vivísimas gracias porque a Nuestro
propósito ha correspondido un trabajo tan generoso y ferviente de Nuestros
Venerables Hermanos y queridos Hijos.
Ya del material, tan abundantemente recogido, aparece claramente de qué
asuntos debe ocuparse el próximo Concilio Ecuménico para el bien de la Iglesia
y para la salud de las almas: ha llegado, pues, el momento de proceder, con la
ayuda de Dios, a la constitución de las Comisiones, que deben atender al
estudio de las materias, que podrán tratarse en el Concilio. Estarán compuestas
de Cardenales, Obispos y Eclesiásticos, insignes en virtud y doctrina, así del
clero secular como del regular, escogidos en las diversas partes del mundo, para
que aún en esto brille la catolicidad de la Iglesia.
Así que con el presente Motu proprio establecemos:
1. Para preparar el Concilio Ecuménico, Vaticano II, se constituyen
las Comisiones Preparatorias, con el fin de estudiar los asuntos,
escogidos por Nos, a vista de los votos de los Obispos y las proposiciones de
las SS. Congregaciones de la Curia Romana.
2. Según sus exigencias cada Comisión podrá dividirse en secciones o
subcomisiones.
3. Cada Comisión tendrá un Presidente y cierto número de miembros. El
presidente será un Cardenal. Los miembros serán escogidos entre los Obispos y
Eclesiásticos ilustres.
4. Se agregarán a cada Comisión algunos Consultores escogidos entre
gente experta.
5. Cada Comisión tendrá su Secretario.
6. Los Presidentes y los Miembros de cada Comisión, como también los
Consultores y el Secretario serán escogidos por Nos.
7. Se han constituido diez Comisiones, si fuere necesario podrán
constituirse otras, con Nuestro beneplácito. Las Comisiones, pues, son las
siguientes:
a) Comisión Teológica, encargada de examinar las cuestiones que rozan
con la Santa Escritura, la Santa Tradición, la fe y las costumbres;
b) Comisión de los Obispos y del gobierno de las diócesis;
c) Comisión para la disciplina del Clero y del pueblo cristiano;
d) Comisión de los Religiosos;
e) Comisión de la disciplina de las Sacramentos;
f) Comisión de la Sagrada Liturgia;
g) Comisión de los Estudios y de los Seminarios;
h) Comisión para la Iglesia Oriental;
i) Comisión para las Misiones;
l) Comisión del apostolado de los laicos, para todas las cuestiones relativas a la acción católica, religiosa y social.
b) Comisión de los Obispos y del gobierno de las diócesis;
c) Comisión para la disciplina del Clero y del pueblo cristiano;
d) Comisión de los Religiosos;
e) Comisión de la disciplina de las Sacramentos;
f) Comisión de la Sagrada Liturgia;
g) Comisión de los Estudios y de los Seminarios;
h) Comisión para la Iglesia Oriental;
i) Comisión para las Misiones;
l) Comisión del apostolado de los laicos, para todas las cuestiones relativas a la acción católica, religiosa y social.
8. Se instituye además un Secretariado para tratar de las cuestiones
tocantes a los medios modernos de difusión del pensamiento (prensa, radio,
televisión, cine, etc.). Este Secretariado estará dirigido por un Prelado,
nombrado por Nos; y tendrá Miembros y Consultores igualmente nombrados por Nos.
9. Demostrando Nuestro amor y benevolencia hacia los que se llaman
cristianos, pero están separados de esta Sede Apostólica, para que también
ellos puedan seguir los trabajos del Concilio y encontrar más fácilmente el
camino para alcanzar la unidad por la cual «Jesucristo dirigió al Padre
Celestial tan ardiente súplica», instituimos un "Consejo" o
Secretariado especial, presidido por un Cardenal, escogido por Nos, y
organizado como se ha dicho de las Comisiones.
10. Finalmente se instituye una Comisión Central que Nos mismo
presidiremos, personalmente o por un Cardenal de Nuestra designación.
Miembros de la Comisión Central serán los Presidentes de cada Comisión,
algunos otros Cardenales, y algunos Obispos de las diversas partes del mundo.
11. A la Comisión Central se agregará cierto número de Consejeros,
escogidos entre los Obispos e insignes eclesiásticos.
12. La Comisión Central tendrá su Secretario, que será Secretario
general.
13. Los Miembros de la Comisión Central, como también los Consejeros y
el Secretario general serán escogidos por Nuestra autoridad.
14. La Comisión Central tiene la misión de seguir y coordinar, si fuere
necesario, los trabajos de cada una de las Comisiones, de cuyas conclusiones
Nos dará una relación, para que podamos establecer los asuntos de que se ha de
tratar en el Concilio Ecuménico.
A la Comisión Central corresponde además proponer las normas relativas
al desarrollo del futuro Concilio.
15. Finalmente para proveer a la parte económica y técnica de la
celebración del Concilio, serán constituidos los convenientes Secretariados.
Todo lo que en esta materia hemos creído útil establecer, queremos y ordenamos
que permanezca firme y decidido, así como ha sido establecido, en su totalidad
y en cada una de sus partes: sin que conste ninguna cosa contraria.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 5 de junio, de fiesta de
Pentecostés, del año 1960, segundo de Nuestro Pontificado.
IOANNES PP. XXIII
CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA
HUMANAE SALUTIS
DE NUESTRO SANTÍSIMO SEÑOR
J U A N
POR LA DIVINA PROVIDENCIA
PAPA XXIII
por la que se convoca el Concilia Vaticano II
VENERABLES HERMANOS,
SALUD Y BENDICIÓN APOSTÓLICA
SALUD Y BENDICIÓN APOSTÓLICA
1. El Reparador de la salvación humana, Jesucristo, quien, antes de
subir a los cielos, ordenó a sus Apóstoles predicar el Evangelio a todas las
gentes, les hizo también, como apoyo y garantía de su misión, la consoladora
promesa: «Mirad que yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación
de los siglos» (Mt 28,20).
2. Esta gozosa presencia de Cristo, viva y operante en todo tiempo en la
Iglesia santa, se ha advertido sobre todo en los períodos más agitados de la
humanidad. En tales épocas, la Esposa de Cristo se ha mostrado en todo su
esplendor coma maestra de verdad y administradora de salvación y ha hecho ver a
todos el poder extraordinario de la caridad, de la oración, del sacrificio y
del dolor soportados por la gracia de Dios; todos los cuales son medios
sobrenaturales y totalmente invencibles y son los mismos que empleó su divino
Fundador, quien, en la hora solemne de su vida, declaró: «Confiad, yo he
vencido al mundo» (Jn 16,33).
3. La Iglesia asiste en nuestros días a una grave crisis de la
humanidad, que traerá consigo profundas mutaciones. Un orden nuevo se está
gestando, y la Iglesia tiene ante sí misiones inmensas, como en las épocas mas
trágicas de la historia. Porque lo que se exige hoy de la Iglesia es que
infunda en las venas de la humanidad actual la virtud perenne, vital y divina
del Evangelio. La humanidad alardea de sus recientes conquistas en el campo
científico y técnico, pero sufre también las consecuencias de un orden temporal
que algunos han querido organizar prescindiendo de Dios. Por esto, el progreso
espiritual del hombre contemporáneo no ha seguido los pasos del progreso
material. De aquí surgen la indiferencia por los bienes inmortales, el afán
desordenado por los placeres de la tierra, que el progreso técnico pone con
tanta facilidad al alcance de todos, y, por último, un hecho completamente
nuevo y desconcertante, cual es la existencia de un ateísmo militante, que ha
invadido ya a muchos pueblos.
4. Todos estos motivos de dolorosa ansiedad que se proponen para
suscitar la reflexión tienden a probar cuán necesaria es la vigilancia y a
suscitar el sentido de la responsabilidad personal de cada uno. La visión de
estos males impresiona sobremanera a algunos espíritus que sólo ven tinieblas a
su alrededor, como si este mundo estuviera totalmente envuelto por ellas. Nos,
sin embargo, preferimos poner toda nuestra firme confianza en el divino
Salvador de la humanidad, quien no ha abandonado a los hombres por Él redimidos.
Mas aún, siguiendo la recomendación de Jesús cuando nos exhorta a distinguir
claramente los signos... de los tiempos (Mt 16,3),
Nos creemos vislumbrar, en medio de tantas tinieblas, no pocos indicios que nos
hacen concebir esperanzas de tiempos mejores para la Iglesia y la humanidad.
Porque las sangrientas guerras que sin interrupción se han ido sucediendo en
nuestro tiempo, las lamentables ruinas espirituales causadas en todo el mundo
por muchas ideologías y las amargas experiencias que durante tanto tiempo han
sufrido los hombres, todo ello está sirviendo de grave advertencia. El mismo
progreso técnico, que ha dado al hombre la posibilidad de crear instrumentos
terribles para preparar su propia destrucción, ha suscitado no pocos
interrogantes angustiosos, lo cual hace que los hombres se sientan actualmente
preocupados para reconocer más fácilmente sus propias limitaciones, para desear
la paz, para comprender mejor la importancia de los valores del espíritu y para
acelerar, finalmente, la trayectoria de la vida social, que la humanidad con
paso incierto parece haber ya iniciado, y que mueve cada vez más a los
individuos, a los diferentes grupos ciudadanos y a las mismas naciones a
colaborar amistosamente y a completarse y perfeccionarse con las ayudas mutuas.
Todo esto hace más fácil y más expedito el apostolado de la Iglesia, pues
muchos que hasta ahora no advirtieron la excelencia de su misión, hoy,
enseñados mas cumplidamente por la experiencia, se sienten dispuestos a aceptar
con prontitud las advertencias de la Iglesia.
5. Por lo que a la Iglesia se refiere, ésta no ha permanecido en modo
alguno como espectadora pasiva ante la evolución de los pueblos, el progreso
técnico y científico y las revoluciones sociales; por el contrario, los ha
seguido con suma atención. Se ha opuesto con decisión contra las ideologías
materialistas o las ideologías que niegan los fundamentos de la fe católica. Y
ha sabido, finalmente, extraer de su seno y desarrollar en todos los campos del
dinamismo humano energías inmensas para el apostolado, la oración y la acción,
por parte, en primer lugar, del clero, situado cada vez más a la altura de su
misión por su ciencia y su virtud, y por parte, en segundo lugar, del laicado,
cada vez más consciente de sus responsabilidades dentro de la Iglesia, y sobre
todo de su deber de ayudar a la Jerarquía eclesiástica. Añádense a ellos los
inmensos sufrimientos que hoy padecen dolorosamente muchas cristiandades, por
virtud de los cuales una admirable multitud de Pastores, sacerdotes y laicos sellan
la constancia en su propia fe, sufriendo persecuciones de todo género y dando
tales ejemplos de fortaleza cristiana, que con razón pueden compararse a los
que recogen los períodos más gloriosos de la Iglesia. Por esto, mientras la
humanidad aparece profundamente cambiada, también la Iglesia católica se ofrece
a nuestros ojos grandemente transformada y perfeccionada, es decir, fortalecida
en su unidad social, vigorizada en la bondad de su doctrina, purificada en su
interior, por todo lo cual se halla pronta para combatir todos los sagrados
combates de la fe.
6. Ante este doble espectáculo, la humanidad, sometida a un estado de
grave indigencia espiritual, y la Iglesia de Cristo, pletórica de vitalidad, ya
desde el comienzo de nuestro pontificado —al que subimos, a pesar de nuestra
indignidad, por designio de la divina Providencia— juzgamos que formaba parte
de nuestro deber apostólico el llamar la atención de todos nuestros hijos para
que, con su colaboración a la Iglesia, se capacite ésta cada vez más para
solucionar los problemas del hombre contemporáneo. Por ello, acogiendo como
venida de lo alto una voz intima de nuestro espíritu, hemos juzgado que los
tiempos estaban ya maduros para ofrecer a la Iglesia católica y al mundo el
nuevo don de un Concilio ecuménico, el cual continúe la serie de los veinte
grandes Sínodos, que tanto sirvieron, a lo largo de los siglos, para
incrementar en el espíritu de los fieles la gracia de Dios y el progreso del
cristianismo. El eco gozoso que en todos los católicos suscitó el anuncio de
este acontecimiento, las oraciones elevadas a Dios con este motivo sin
interrupción por toda la Iglesia, y el fervor realmente alentador en los
trabajos preparatorios, así como el vivo interés o, al menos, la atención
respetuosa hacia el Concilio por parte de los no católicos y hasta de los no
cristianos, han demostrado de la manera más elocuente que a nadie se le oculta
la importancia histórica de este hecho.
7. Así, pues, el próximo Sínodo ecuménico se reúne felizmente en un
momento en que la Iglesia anhela fortalecer su fe y mirarse una vez más en el
espectáculo maravilloso de su unidad; siente también con creciente urgencia el
deber de dar mayor eficacia a su sana vitalidad y de promover la santificación
de sus miembros, así como el de aumentar la difusión de la verdad revelada y la
consolidación de sus instituciones. Será ésta una demostración de la Iglesia,
siempre viva y siempre joven, que percibe el ritmo del tiempo, que en cada
siglo se adorna de nuevo esplendor, irradia nuevas luces, logra nuevas
conquistas, aun permaneciendo siempre idéntica a sí misma, fiel a la imagen
divina que le imprimiera en su rostro el divino Esposo, que la ama y protege,
Cristo Jesús.
8. En un tiempo, además, de generosos y crecientes esfuerzos que en no
pocas partes se hacen con el fin de rehacer aquella unidad visible de todos los
cristianos que responda a los deseos del Redentor divino, es muy natural que el
próximo Concilio aclare los principios doctrinales y dé los ejemplos de mutua
caridad, que harán aún más vivo en los hermanos separados el deseo del
presagiado retorno a la unidad y le allanarán el camino.
9. Finalmente, el próximo Concilio ecuménico está llamado a ofrecer al
mundo, extraviado, confuso y angustiado bajo la amenaza de nuevos conflictos
espantosos, la posibilidad, para todos los hombres de buena voluntad, de
fomentar pensamientos y propósitos de paz; de una paz que puede y debe venir
sobre todo de las realidades espirituales y sobrenaturales, de la inteligencia
y de la conciencia humana, iluminadas y guiada por Dios, Creador y Redentor de
la humanidad.
10. Pero estos frutos, que Nos ardientemente esperamos del Concilio
ecuménico y sobre los que gustamos detenernos tan a menudo, exigen para
preparar tan importante acontecimiento un vasto programa de trabajo. Propónense
por ello cuestiones doctrinales y cuestiones prácticas, y se proponen para que
las enseñanzas y los preceptos cristianos se apliquen perfectamente en la
compleja vida diaria y sirvan para la edificación del Cuerpo místico de Cristo
y cumplimiento de su misión sobrenatural. Todo esto se refiere a la divina
Escritura, la sagrada Tradición, los sacramentos y la oración de la Iglesia, la
disciplina de las costumbres, la acción caritativa y asistencial, el apostolado
seglar y la acción misionera.
11. Pero este orden sobrenatural debe tener máxima eficacia sobre el
orden temporal, que, por desgracia termina tantas veces por ser el único que
ocupa y preocupa al hombre. Porque en este campo también ha demostrado ser la
Iglesia Mater et magistra, según la expresión de nuestro glorioso
antecesor Inocencio III, pronunciada con ocasión del Concilio ecuménico
Lateranense IV. Aunque la Iglesia no tiene una finalidad primordialmente
terrena, no puede, sin embargo, desinteresarse en su camino de los problemas
relativos a las cosas temporales ni de las dificultades que de éstas surgen.
Ella sabe cuánto ayudan y defienden al bien del alma aquellos medios que
contribuyen a hacer más humana la vida de los hombres, cuya salvación eterna
hay que procurar. Sabe que, iluminando a los hombres con la luz de Cristo, hace
que los hombres se conozcan mejor a sí mismos. Porque les lleva a comprender su
propio ser, su propia gran dignidad y el fin que deben buscar. De aquí la
presencia viva de la Iglesia, de hecho o de derecho, en los actuales organismos
internacionales y la elaboración de una doctrina social sobre la familia, la
escuela, el trabajo, la sociedad civil y, finalmente, sobre todos los problemas
de este campo, que ha elevado a tal prestigio el Magisterio de la Iglesia, que
su grave voz goza hoy de gran autoridad entre los hombres sensatos, como
intérprete y baluarte del orden moral y como defensora de los deberes y
derechos de todos los seres humanos y de todas las comunidades políticas.
12. Por lo cual, como vivamente esperamos, el influjo benéfico de las
deliberaciones conciliares llegará a iluminar con la luz cristiana y penetrar
de fervorosa energía espiritual no sólo lo íntimo de las almas, sino también el
conjunto de las actividades humanas.
13. El primer anuncio del Concilio, hecho por Nos el 25 de enero de
1959, fue como la menuda semilla que echamos en tierra con ánimo y mano
trémula. Sostenidos por la ayuda del cielo, nos dispusimos seguidamente al
complejo y delicado trabajo de preparación. Tres años han pasado ya, en los
que, día a día, hemos visto desarrollarse la menuda semilla y convertirse, con
la bendición de Dios, en gran árbol. Al volver la vista al largo y fatigoso
camino recorrido, se eleva de nuestra alma un himno de acción de gracias al
Señor por la largueza de sus ayudas, gracias a las cuales todo se ha
desarrollado de forma conveniente y con armonía de espíritu.
14. Antes de determinar los temas de estudio para el futuro Concilio,
quisimos oír primeramente el sabio y luminoso parecer del Colegio cardenalicio,
del Episcopado de todo el mundo, de los sagrados dicasterios de la Curia
romana, de los superiores generales de las órdenes religiosas, de las
universidades católicas y de las facultades eclesiásticas. En el curso de un año
fue llevado a cabo este ingente trabajo de consulta, de cuyo examen resultaron
claros los puntos que deberán ser objeto de un profundo estudio.
15. Para preparar el Concilio creamos entonces diversos
organismos, a los que confiamos la ardua tarea de elaborar los esquemas
doctrinales y disciplinares, de entre los que escogeremos los que habrán de ser
sometidos a las congregaciones conciliares.
16. Tenemos, finalmente, la alegría de comunicar que este intenso
trabajo de estudio, al que han prestado preciosa contribución Cardenales,
Obispos, Prelados, teólogos, canonistas y expertos de todo el mundo, está
tocando a su fin.
17. Así, pues, confiando en la ayuda del Redentor divino, principio y
fin de todas las cosas; de su augusta Madre, la Santísima Virgen María, y de
San José, a quien desde el comienzo confiamos tan gran acontecimiento, nos
parece llegado el momento de convocar el Concilio ecuménico Vaticano II.
18. Por lo cual, después de oír el parecer de nuestros hermanos los
Cardenales de la S. I. R., con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los
santos apóstoles Pedro y Pablo, y nuestra, publicamos, anunciamos y convocamos,
para el próximo año 1962, el sagrado Concilio ecuménico y universal Vaticano
II, el cual se celebrará en la Patriarcal Basílica Vaticana, en días que se
fijarán según la oportunidad que la divina Providencia se dignara depararnos.
19. Queremos entretanto y ordenamos que a este Concilio ecuménico por
Nos convocado acudan, de dondequiera, todos nuestros queridos hijos los Cardenales,
los venerables hermanos Patriarcas, Primados, Arzobispos Obispos, ya
residenciales, ya sólo titulares, y además todos los que tienen derecho y deber
de asistir al Concilio ecuménico.
20. Por último, rogamos a cada uno de los fieles y a todo el pueblo
cristiano que, concentrando sus afanes en el Concilio, pidan a Dios que
favorezca benignamente tan magno y ya inminente acontecimiento y con la
fortaleza de su gracia permita celebrarlo con la debida dignidad. Que esta
oración común sea inspirada por una fe viva y perseverante; que se vea
acompañada de la penitencia voluntaria, que la hace más acepta a Dios y acrece
su eficacia; que esté igualmente avalorada por el esfuerzo generoso de vida
cristiana, que sea como prenda anticipada de la resuelta disposición de cada
uno de los fieles a aceptar las enseñanzas y directrices prácticas que emanarán
del Concilio.
21. Nuestro llamamiento se dirige al venerable clero, así secular como
regular, esparcido por todo el mundo, y a todas las categorías de fieles; pero
encomendamos el éxito del Concilia, de modo especial, a las oraciones de los
niños, pues sabemos bien cuán poderosa es delante de Dios la voz de la
inocencia, y a los enfermos y dolientes, para que sus dolores y su vida de
inmolación, en virtud de la cruz de Cristo, se transformen en oración, en
redención y en manantial de vida para la Iglesia.
22. A este coro de oraciones invitamos, finalmente, a todos los
cristianos de las Iglesias separadas de Roma, a fin de que también para ellos
sea provechoso el Concilio. Nos sabemos que muchos de estos hijos están
ansiosos de un retorno a la unidad y a la paz, según la enseñanza de Jesús y su
oración al Padre. Y sabemos que el anuncio del Concilio no sólo ha sida acogido
por ellos con alegría, sino también que no pocos han ofrecido sus oraciones por
el buen éxito de aquél y esperan mandar representantes de sus comunidades para
seguir de cerca sus trabajos. Todo ello constituye para Nos motivo de gran
consuelo y esperanza, y justamente para facilitar estos contactos creamos de
tiempo atrás un secretariado con este fin concreto.
23. Repítase así ahora en la familia cristiana el espectáculo de los
Apóstoles reunidos en Jerusalén después de la ascensión de Jesús al cielo,
cuando la Iglesia naciente se encontró unida toda en comunión de pensamiento y
oración con Pedro y en derredor de Pedro, Pastor de los corderos y de las
ovejas. Y dígnese el Espíritu divino escuchar de la manera más consoladora la
oración que todos los días sube a Él desde todos los rincones de la tierra: «Renueva
en nuestro tiempo los prodigios como de un nuevo Pentecostés, y concede que la
Iglesia santa, reunida en unánime y más intensa oración en torno a María, Madre
de Jesús, y guiada por Pedro, propague el reino del Salvador divino, que es
reino de verdad, de justicia, de amor y de paz. Así sea» (cf. ASS 51
(1959) 382).
24. Queremos, pues, que esta Constitución sea eficaz ahora y para
siempre, de tal manera que sus decretos se observen escrupulosamente por
aquellos a quienes afectan, y así obtengan su resultado. Ningún mandato en
contrario, de cualquier clase que sea, podrá impedir la eficacia de esta
Constitución, ya que los derogamos todos mediante la misma Constitución. Por lo
tanto, si alguien, cualquiera que sea su autoridad, a sabiendas o sin darse cuenta,
actuare en contra de lo por Nos establecido, mandamos que se considere como
nulo y de ningún valor. Además, a nadie le será licito ni romper ni falsificar
estos documentos de nuestra voluntad; y se ha de dar también completamente el
mismo crédito que se daría a este documento si se dejara ver, a sus copias y
pasajes, sean impresos o manuscritos, que antepongan el sello de alguien
constituido en dignidad eclesiástica y lleven también la firma de algún notario
público. Si alguno menospreciare o de cualquier modo criticare estos nuestros
decretos en general, sepa que incurrirá en las penas establecidas en el derecho
contra los que no cumplen los mandatos de los Sumos Pontífices.
Dado en Roma, junto a San Pedro, en el día de la Natividad del Señor, 25
de diciembre de 1961, cuarto de nuestro pontificado.
Yo, JUAN, Obispo de la Iglesia católica
50 Aniversario del Concilio Vaticano II y 20 años del Catecismo: se
inicia el Año de la Fe
Es un tiempo para reforzar la fe y anunciarla, reformar la amistad con
Dios y renovar el impulso misionero de la Iglesia
Se inicia el Año de la Fe
Este jueves, 11 de octubre, el Papa inaugura formalmente el Año de la
Fe, que se extenderá hasta el 24 de noviembre de 2013. Es un tiempo para
reforzar la fe y anunciarla, reformar la amistad con Dios y renovar el impulso
misionero de la Iglesia.
La Iglesia universal tiene como objetivo a lo largo de este año renovar
un impulso a la misión de todas las Iglesias de conducir a los hombres fuera
del desierto en que a menudo se encuentran hacia el lugar de la vida, la
amistad con Cristo que nos da su vida en plenitud.
De tal manera esta celebración será un momento de gracia y compromiso
por una conversión a Dios cada vez más plena, para reforzar nuestra fe en Él y
anunciarlo con alegría al hombre de hoy.
Además, durante el Año de la Fe se conmemorará el 50 aniversario del
comienzo del Concilio Vaticano II y el 20 aniversario de la publicación del
Catecismo de la Iglesia Católica.
El Concilio Vaticano II “brújula de la Iglesia”
Precisamente Benedicto XVI dijo este miércoles que el Concilio Vaticano
II, sigue siendo válido y que los documentos emanados de ese “gran evento
eclesial” son “una brújula” que permiten a la Iglesia navegar en mar abierto
“para llegar a la meta”.
“Los documentos del Concilio
Vaticano II, a los que hay que volver, liberándoles de una masa de
publicaciones que muchas veces en vez de que se conozcan lo esconden, siguen
siendo para nuestro tiempo una brújula que permite a la nave de la Iglesia
navegar en mar abierto, en medio a las tempestades o aguas calmas y tranquilas
para navegar de manera segura y llegar a la meta”, afirmó el papa.
El obispo de Roma, que participó en ese Concilio que lanzó a la Iglesia
hacia el tercer milenio cuando era un joven profesor de teología, hizo estas
manifestaciones ante varias decenas de miles de personas que asistieron en la
plaza de San Pedro del Vaticano a la audiencia pública de los miércoles.
Por primera vez en la audiencia, se usó el árabe para explicar la
catequesis papal y después Benedicto XVI dijo en esa lengua que rezaba por
todos los árabes, a los que bendijo.
Joseph Ratzinger, de 85 años, recordó que él fue testigo directo del
Vaticano II y afirmó que ese momento de gracia que supuso para la Iglesia
“continúa hoy” y que hay que seguir recogiendo la extraordinaria riqueza que
emanó, “a descubrir pasajes de esos textos, fragmentos y trozos”.
Benedicto XVI en algunas ocasiones ha dicho que tras el Vaticano II se
desató “un utopismo anárquico entre algunos miembros de la Iglesia
convencido de que todo sería nuevo" y que se han cometido numerosos abusos
de la liturgia. De ahí que hoy volviera a pedir su relectura.
El pontífice aseguró que vio una Iglesia “viva”, esperanzada y alegre y
a cerca de tres mil obispos de todo el mundo que se unían bajo el Espíritu
Santo, lo que demostraba la universalidad de la Iglesia.
Dos décadas del Catecismo de la Iglesia católica
Paralelamente al Año de la Fe, este 11 de octubre se cumple 20 años de
la primera publicación del Catecismo de la Iglesia católica. Esta exposición de
la fe ha representado uno de los frutos más significativos del Concilio, pues
fue el Sínodo extraordinario de los Obispos de 1985, convocado para conmemorar
los 20 años de la clausura del Concilio, quien pidió al Beato Juan Pablo II su
elaboración.
El Papa Juan Pablo II instituyó
en julio de 1986 la ‘Comisión para la preparación del Catecismo para la Iglesia
universal’, presidida por el entonces cardenal prefecto de la Congregación para
la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger, e integrada además por el cardenal Jan
Pieter Schotte, el cardenal Christoph Schönborn, el entonces monseñor Tarcisio
Bertone, monseñor Claudio María Celli y monseñor Ternyák Csaba. Dicha
comisión concluyó sus trabajos en diciembre de 1992 con la promulgación del
Catecismo.
La publicación del Catecismo católico, fue sucedida por la publicación
en junio de 2005 de un ‘Compendium’, un resumen del Catecismo, firmado por
Benedicto XVI, que según el Papa alemán contiene “de forma concisa, todos los
elementos esenciales y fundamentales de la fe de la Iglesia”. El Compendio,
sigue la misma estructura de su ‘hermano mayor' y se presenta en el didáctico
método de preguntas y respuestas.
El Sínodo de los obispos y la Nueva Evangelización
Este miércoles, 9 de octubre se inició paralelamente el Sínodo de los
Obispos dedicado a la Nueva Evangelización. El propio Papa Benedicto XVI
participa en los trabajos de la misma.
“La participación del Santo
Padre ha sido increíble”, dijo Curtis Martin, fundador de la Comunidad de
Estudiantes de Universidades Católicas, con sede en Estados Unidos. Martin, que
asiste al sínodo como un observador, dijo que el Papa tomo un entusiasta
interés en los debates.
El Papa, señaló Martin a ACI Prensa, “está tomando varias notas,
trabajando más duro, me parece, que cualquiera en el salón. Ha sido
extraordinario observar a este hombre, que me dobla la edad, trabajando tan
duro como yo”.
En sus palabras al inicio de la sesión del sínodo, Benedicto XVI explicó
cómo la Iglesia es misionera y que hay dos ramas en su misión. Esas áreas son
“el anuncio del Evangelio a quienes aún no han conocido a Jesucristo ni su
mensaje de salvación, y la Nueva Evangelización, (que está) dirigida
principalmente a aquellos que, a pesar de haber sido bautizados, se han alejado
de la Iglesia, y viven sin ninguna referencia a la vida cristiana”.
La participación está siendo muy alta por parte de los padres
sinoidales, que han traído sus ideas e inquietudes de los diferentes rincones
del mundo de donde provienen para hacer llegar a lo largo de este Año de la Fe
una comunicación más sólida y una evangelización más eficaz. Un año para
reforzar la fe y anunciarla, reformar la amistad con Dios y renovar el impulso
misionero de la Iglesia.
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