Ante unos
ocho mil fieles reunidos en el Aula Pablo VI, el Papa Francisco retomó las catequesis
de los miércoles en la que recordó su reciente viaje Corea del Sur, donde
–destacó- existe una Iglesia que nació gracias a la evangelización
realizada por laicos coreanos, muchos de los cuales llegaron al martirio.
En la Audiencia General, el Papa también invitó a
los fieles a permanecer en el amor de Cristo –que combate y derrota al
maligno-, pues “si nos quedamos con Él, en su amor, también nosotros como los
mártires, podemos vivir y dar testimonio de su victoria”.
Compartiendo en lengua italiana su gratitud y
reflexión, después de su viaje pastoral a Corea, el Obispo de Roma expresó a
los peregrinos que, “en la historia de la fe en Corea se ve cómo Cristo no
anula las culturas, no suprime el camino de los pueblos que a través de los
siglos y los milenios buscan la verdad y practican el amor por Dios y el
prójimo”. Afirmó que “Cristo no abroga lo que es bueno, sino que lo lleva a
cumplimiento. En cambio, lo que Cristo combate y derrota es al maligno, que
siembra cizaña entre hombre y hombre, entre pueblo y pueblo”.
Reunidos en el Aula Pablo VI, con capacidad para 8
mil personas y con una multitud que esperaba a Francisco fuera del Aula, el
Papa se explayó sobre la intensa actividad desarrollada en Corea, con la
beatificación de 124 mártires, la Jornada de la Juventud Asiática y la Misa por
la paz y la reconciliación en la península dividida.
“He podido visitar una Iglesia joven y dinámica,
fundada en el testimonio de los mártires y animada por espíritu misionero, en
un País dónde se encuentran antiguas culturas asiáticas y la perenne novedad de
Evangelio” relató Francisco. “La Iglesia es una familia espiritual en la cual
los adultos transmiten a los jóvenes la llama de la fe recibida por los
ancianos”, “el joven siempre es una persona en búsqueda de algo por lo cual
valga la pena vivir, y el mártir da testimonio de algo, es más, de Alguien por
el cual vale la pena dar la vida. Esta realidad es el Amor, es Dios, que se ha
hecho carne en Jesús, el Testigo del Padre”.
El Obispo de Roma explicó que “los primeros
cristianos coreanos se propusieron como modelo la comunidad apostólica de
Jerusalén, practicando el amor fraterno que supera toda diferencia social. Por
eso –dijo- he alentado a los cristianos de hoy a que sean generosos en el
compartir con los más pobres y los excluidos, según el Evangelio de Mateo en el
capítulo 25:
“Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de
mis hermanos, lo hicieron conmigo”.
Palabras del Santo Padre en la audiencia
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En los días pasados he realizado un viaje
apostólico a Corea y hoy junto a ustedes, agradezco al Señor por este gran don.
He podido visitar una Iglesia joven y dinámica, fundada en el testimonio de los
mártires y animada por El Espíritu misionero, en un País donde se encuentran
antiguas culturas asiáticas y la perenne novedad del Evangelio: te las
encuentras a ambas.
Deseo nuevamente expresar mi gratitud a los
queridos hermanos Obispos de Corea, a la Señora Presidenta de la República, a
las otras Autoridades y a todos los que han colaborado para mi visita.
El significado de este viaje apostólico se puede
condensar en tres palabras: memoria, esperanza, testimonio.
La República de Corea es un País que ha tenido un
notable y rápido desarrollo económico. Sus habitantes son grandes trabajadores,
disciplinados, ordenados y deben mantener la fuerza heredada de sus
antepasados.
En esta situación, la Iglesia es custodia de la
memoria y de la esperanza: es una familia espiritual en la cual los adultos
transmiten a los jóvenes la llama de la fe recibida de los ancianos; la memoria
de los testigos del pasado se transforma en nuevo testimonio en el presente y
esperanza de futuro. En esta perspectiva se pueden leer los dos eventos
principales de este viaje: la beatificación de 124 mártires coreanos, que se
agregan a aquellos ya canonizados 30 años atrás por san Juan Pablo II; y el
encuentro con los jóvenes, en ocasión de la sexta Jornada de la Juventud
Asiática.
El joven siempre es una persona en búsqueda de algo
por lo cual valga la pena vivir, y el mártir da testimonio de algo, es más, de
Alguien por el cual vale la pena dar la vida. Esta realidad es el Amor de Dios,
que se ha hecho carne en Jesús, el Testigo del Padre. En los dos momentos del
viaje dedicados a los jóvenes, el Espíritu del Señor resucitado nos ha llenado
de alegría y de esperanza, que los jóvenes llevarán a sus diversos países, ¡y
que harán tanto bien!
La Iglesia en Corea custodia también la memoria del
rol primario que tuvieron los laicos ya sea en los albores de la fe como en la
obra de evangelización. En aquella tierra, de hecho, la comunidad cristiana no
fue fundada por misioneros sino por un grupo de jóvenes coreanos de la segundad
mitad del 1.700, los cuales quedaron fascinados por algunos textos cristianos,
los estudiaron a fondo y los eligieron como regla de vida. Uno de ellos fue
enviado a Pekín para recibir el Bautismo y luego este laico bautizó a los
compañeros. De aquel primer núcleo se desarrolló una gran comunidad, que desde
el comienzo y por cerca de un siglo sufrió violentas persecuciones, con miles
de mártires. Por lo tanto, la Iglesia en Corea está fundada sobre la fe, sobre
el compromiso misionero y sobre el martirio de los fieles laicos.
Los primeros cristianos coreanos se propusieron como
modelo la comunidad apostólica de Jerusalén, practicando el amor fraterno que
supera toda diferencia social. Por eso he alentado a los cristianos de hoy a
que sean generosos en el compartir con los más pobres y los excluidos, según el
Evangelio de Mateo en el capítulo 25: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron
con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”.
Queridos hermanos, en la historia de la fe en Corea
se ve como Cristo no anula las culturas, no suprime el camino de los pueblos
que a través de los siglos y los milenios buscan la verdad y practican el amor
por Dios y el prójimo. Cristo no abroga lo que es bueno, sino que lo lleva
adelante, lo lleva a cumplimiento.
En cambio, lo que Cristo combate y derrota es el
maligno, que siembra cizaña entre hombre y hombre, entre pueblo y pueblo; que
genera exclusión a causa de la idolatría del dinero: que siembra el veneno de
la nada en los corazones de los jóvenes. Esto sí, Jesucristo lo ha combatido y
lo ha vencido con su Sacrificio de amor. Y si nos quedamos con Él, en su amor,
también nosotros como los mártires, podemos vivir y dar testimonio de su
victoria.
Con esta fe hemos rezado y también ahora rezamos
para que todos los hijos de la tierra coreana, que sufren las consecuencias de
guerras y divisiones, puedan cumplir un camino de fraternidad y de
reconciliación.
Este viaje ha sido iluminado por la fiesta de María
Asunta al Cielo. Desde lo alto, donde reina con Cristo, la Madre de la Iglesia
acompaña el camino del pueblo de Dios, sostiene los pasos más arduos, consuela
a cuántos están en la prueba y tiene abierto el horizonte de la esperanza. Por
su maternal intercesión, el Señor bendiga siempre al pueblo coreano, le done
paz y prosperidad; y bendiga la Iglesia que vive en aquella tierra, para que
sea siempre fecunda y llena de la alegría del Evangelio.»
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