Hoy 16
de noviembre es el penúltimo domingo del Tiempo Ordinario. Tenemos ya muy cerca
el Adviento, tiempo de espera y de esperanza. Jesús de Nazaret nos relata hoy,
mediante el texto de San Mateo, la parábola de los talentos. Es un relato
importante, fuerte, llamativo. El conservadurismo y la falta de acción de uno
de los siervos es juzgado con severidad por Jesús.
Es un mensaje que nos debe a incitar a hacer
balance de los frutos que el Señor nos ha dado y de cómo los hemos
administrado. A todos según nuestras capacidades, Dios nos dio cualidades y aptitudes, son dones, ‘talentos’ de todo tipo para que construyamos su Reino en beneficio de toda la humanidad.
El campo para desarrollarlos es la vida: el hogar, el trabajo, el barrio, la comunidad, la escuela. Allí están nuestros hermanos, allí está Jesús identificándose con ellos, nuestra respuesta tiene que ser un amor activo manifestado en esfuerzo, para que aquellos dones den sus frutos.
En el Evangelio, Jesús nos invita a no cruzar los brazos, sino a reconocer y desarrollar los dones que hemos recibido. No podemos esconder nuestra vida, debemos darla.
La parábola que Jesús no explica hoy –nos la narra San Mateo—es también finalista y propia de los últimos días del tiempo ordinario.
El premio por los resultados de los dones que hemos recibido del señor –por los talentos—forma parte de ese resultado postrero de servicio a los hermanos.
Los réditos que el Señor quiere son obras para los hermanos. Jesús como el domingo anterior nos pide que estemos atentos y que trabajemos en paz, que nunca estaremos ociosos esperando acontecimientos.
Este
domingo al mediodía en durante el rezo del Ángelus ante miles de fieles y
peregrinos, el Papa se refirió al Evangelio de hoy: la parábola de los
talentos. Mientras en el lenguaje común el término “talento” indica una
resaltante calidad individual – por ejemplo en la música, en el deporte,
etcétera –, en la parábola los talentos representan los bienes del Señor,
que Él nos confía para que los hagamos fructificar. El pozo cavado en el
terreno por el «servidor malo y perezoso» indica el temor del riesgo que
bloquea la creatividad y la fecundidad del amor. Jesús no nos pide que
conservemos su gracia en una caja fuerte, sino que quiere que la usemos
para provecho de los demás. Es como si nos dijese: “He aquí mi misericordia, mi
ternura, mi perdón: tómalos y úsalos abundantemente”.
Palabras
del Papa antes del rezo del Ángelus
¡Queridos
hermanos y hermanas, buenos días!
El
Evangelio de este domingo es la Parábola de los talentos, tomada de san Mateo
(25,14-30). Narra de un hombre que, antes de partir para un viaje, convoca a
sus servidores y les confía su patrimonio en talentos, monedas antiguas de un
gran valor. Ese hombre confía al primer servidor cinco talentos, al segundo
dos, al tercero uno. Durante la ausencia del hombre, los tres servidores deben
hacer fructificar este patrimonio. El primer y el segundo servidor duplican
cada uno el capital inicial; el tercero, en cambio, por miedo a perder todo,
entierra en un pozo el talento recibido. Al regreso del señor, los primeros dos
reciben felicitaciones y la recompensa, mientras el tercero, que devuelve
solamente la moneda recibida, es reprendido y castigado.
El
significado de esto es claro. El hombre de la parábola representa a Jesús, los
servidores somos nosotros y los talentos son el patrimonio que el Señor nos
confía. ¿Cuál es el Patrimonio? Su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre
celeste, su perdón… en resumen, tantas cosas, sus más preciosos bienes. Este es
el patrimonio que Él nos confía. No solamente para custodiar, sino para
multiplicar. Mientras en el lenguaje común el término “talento” indica una
resaltante cualidad individual – por ejemplo un talento en la música, en el
deporte, etcétera –, en la parábola los talentos representan los bienes
del Señor, que Él nos confía para que los hagamos fructificar.
El pozo cavado en el terreno por el «servidor malo y perezoso» (v. 26) indica el temor del riesgo que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor. Porque el miedo de los riesgos en el amor nos bloquea. Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte. Jesus no nos pide esto, sino que quiere que la usemos para provecho de los demás. Todos los bienes que hemos recibido son para darlos a los demás, y así se multiplican. Es como si nos dijese: “He aquí mi misericordia, mi ternura, mi perdón: tómalos y úsalos abundantemente”. Y nosotros ¿qué hemos hecho con ellos? ¿A quién hemos “contagiado” con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos alentado con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? Son preguntas que nos hará bien formularnos. Cualquier ambiente, también el más lejano y árido, puede convertirse en un lugar donde hacer fructificar los talentos. No existen situaciones o lugares excluidos a la presencia y al testimonio cristiano. El testimono que Jesús nos pide no es cerrado, es abierto, depende de nosotros.
El pozo cavado en el terreno por el «servidor malo y perezoso» (v. 26) indica el temor del riesgo que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor. Porque el miedo de los riesgos en el amor nos bloquea. Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte. Jesus no nos pide esto, sino que quiere que la usemos para provecho de los demás. Todos los bienes que hemos recibido son para darlos a los demás, y así se multiplican. Es como si nos dijese: “He aquí mi misericordia, mi ternura, mi perdón: tómalos y úsalos abundantemente”. Y nosotros ¿qué hemos hecho con ellos? ¿A quién hemos “contagiado” con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos alentado con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? Son preguntas que nos hará bien formularnos. Cualquier ambiente, también el más lejano y árido, puede convertirse en un lugar donde hacer fructificar los talentos. No existen situaciones o lugares excluidos a la presencia y al testimonio cristiano. El testimono que Jesús nos pide no es cerrado, es abierto, depende de nosotros.
Esta
parábola nos empuja a no esconder nuestra fe y nuestra pertenencia a Cristo, a
no sepultar la Palabra del Evangelio, sino a hacerla circular en nuestra vida,
en las relaciones, en las situaciones concretas, como fuerza que pone en
crisis, que purifica, que renueva. Así como también el perdón, que el Señor nos
dona especialmente en el Sacramento de la Reconciliación: no lo tengamos
encerrado en nosotros mismos, sino dejémoslo que desate su fuerza, que haga
caer los muros que nuestro egoísmo ha levantado, que nos haga dar el primer
paso en las relaciones bloqueadas, retomar el diálogo donde no hay más
comunicación… Hacer que estos talentos, estos regalos, estos dones que el Señor
nos ha dado, sean para los demás, crezcan, den fruto con nuestro testimonio.
Creo que
hoy sería una cosa buena que cada uno en casa tomase el Evangelio, el Evangelio
de San Mateo, capítulo 25, versículos del 14 al 30, Mateo 25, 14-30, leer esto
y meditarlo un poco: "los talentos, las riquezas, todo aquello que Dios me
ha dado de espiritual, de bondad, la Palabra de Dios. ¿Cómo hago para que
crezcan en los demas? ¿O solamente los custodio en una caja
fuerte?".
Además el
Señor no da a todos las mismas cosas y de la misma manera: nos conoce
personalmente y nos confía aquello que es justo para nosotros; pero en todos,
en todos hay algo de igual: la misma, inmensa confianza. Dios se fía de
nosotros, Dios tiene esperanza en nosotros. Esto es igual para todos ¡No lo
defraudemos! ¡No nos dejemos engañar por el miedo, sino intercambiemos
confianza con confianza!
La Virgen María encarna esta actitud de la forma más bella y más plena. Ella ha recibido y acogido el don más sublime, Jesús en persona, y a su vez lo ha ofrecido a la humanidad con corazón generoso. Pidámosle ayudarnos a ser “servidores buenos y fieles”, para participar “de la alegría de nuestro Señor”.
La Virgen María encarna esta actitud de la forma más bella y más plena. Ella ha recibido y acogido el don más sublime, Jesús en persona, y a su vez lo ha ofrecido a la humanidad con corazón generoso. Pidámosle ayudarnos a ser “servidores buenos y fieles”, para participar “de la alegría de nuestro Señor”.
Y al
recordar que hoy se celebra la “Jornada mundial de las víctimas de la
carretera”, el Pontífice invitó a rezar por cuantos han perdido la vida,
deseando el empeño constante en la prevención de los accidentes de circulación.
Saludos
del Papa tras el rezo del Ángelus dominical
Queridos
hermanos y hermanas,
En estos días, en Roma, hubo tensiones más bien fuertes entre residentes e inmigrados. Son hechos que suceden en diversas ciudades europeas, especialmente en barrios periféricos marcados por otras necesidades. Invito a las Instituciones, de todos los niveles, a asumir como prioridad lo que ya constituye una emergencia social y que, si no es afrontada lo más pronto posible y de modo adecuado, hace que se corra el riesgo de degenerar cada vez más.
En estos días, en Roma, hubo tensiones más bien fuertes entre residentes e inmigrados. Son hechos que suceden en diversas ciudades europeas, especialmente en barrios periféricos marcados por otras necesidades. Invito a las Instituciones, de todos los niveles, a asumir como prioridad lo que ya constituye una emergencia social y que, si no es afrontada lo más pronto posible y de modo adecuado, hace que se corra el riesgo de degenerar cada vez más.
La
comunidad cristiana se empeña de modo concreto para que no haya desencuentro,
sino encuentro. Ciudadanos e inmigrados, con los representantes de las
instituciones, pueden encontrarse, también en una sala de la parroquia, y
hablar juntos de la situación. Lo importante es no ceder a la tentación del
desencuentro, rechazar toda violencia. Es posible dialogar, escucharse,
proyectar juntos, y de este modo superar la sospecha y el prejuicio y construir
una convivencia cada vez más segura, pacífica e inclusiva.
Hoy se
celebra la “Jornada mundial de las víctimas de la carretera”. Recordamos en la
oración a cuantos han perdido la vida, deseando el empeño constante en la
prevención de los accidentes de circulación, así como también un comportamiento
prudente y respetuoso de las normas por parte de los automovilistas.
Saludo a
todos ustedes, familias, parroquias, asociaciones y fieles, que han venido de
Italia y de tantas partes del mundo. De manera especial, saludo a los
peregrinos procedentes de Murcia, España, Cagliari, Teramo, Gubbio y Lissone;
al coro Amadeus de Villafranca, a la asociación de “Acompañantes a los
Santuarios Marianos en el Mundo” y a los chicos de la Confirmación de Monte San
Savino y de Torano Nuovo. Saludo a los empleados del Hospital Fatebenefratelli
de Roma y al grupo de músicos del Teatro de la Opera de Roma.
Y no se
olviden, hoy en casa, de tomar el Evangelio de Mateo, San Mateo, capítulo 25,
versículo 14, y leerlo. Y hacerse las preguntas que vengan.
A todos
deseo bueno domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y
hasta la vista!
PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE
SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA
CAPÍTULO SEGUNDO
CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS
ARTÍCULO 7
“DESDE ALLÍ HA DE VENIR A JUZGAR A VIVOS Y MUERTOS”
II. «Para juzgar a vivos y muertos»
679 Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno
derecho de juzgar definitivamente las obras y los corazones de los hombres
pertenece a Cristo como Redentor del mundo. "Adquirió" este derecho
por su Cruz. El Padre también ha entregado "todo juicio al Hijo" (Jn
5, 22; cf. Jn 5, 27; Mt 25, 31; Hch 10, 42; 17, 31; 2
Tm 4, 1). Pues bien, el Hijo no ha venido para juzgar sino para salvar (cf.
Jn 3,17) y para dar la vida que hay en él (cf. Jn 5, 26). Es por
el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno se juzga ya a sí mismo
(cf. Jn 3, 18; 12, 48); es retribuido según sus obras (cf. 1 Co
3, 12- 15) y puede incluso condenarse eternamente al rechazar el Espíritu de
amor (cf. Mt 12, 32; Hb 6, 4-6; 10, 26-31).
CAPÍTULO TERCERO
CREO EN EL ESPÍRITU SANTO
ARTÍCULO 12
“CREO EN LA VIDA ETERNA”
VI. La
esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva
1050 "Todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de
nuestra diligencia, tras haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del
Señor y según su mandato, los encontraremos después de nuevo, limpios de toda
mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre el reino
eterno y universal" (GS
39; cf. LG
2). Dios será entonces "todo en todos" (1 Co 15, 22), en la vida
eterna:«La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por el Hijo y en el Espíritu Santo, derrama sobre todos sin excepción los dones celestiales. Gracias a su misericordia, nosotros también, hombres, hemos recibido la promesa indefectible de la vida eterna» (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses illuminandorum 18, 29).
SEGUNDA PARTE
LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO
SEGUNDA SECCIÓN:
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
CAPÍTULO SEGUNDO
LOS SACRAMENTOS DE CURACIÓN
ARTÍCULO 4
EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACIÓN
IX. Los
efectos de este sacramento
1470 En este sacramento, el pecador, confiándose al juicio
misericordioso de Dios, anticipa en cierta manera el juicio al
que será sometido al fin de esta vida terrena. Porque es ahora, en esta vida,
cuando nos es ofrecida la elección entre la vida y la muerte, y sólo por el
camino de la conversión podemos entrar en el Reino del que el pecado grave nos
aparta (cf 1 Co 5,11; Ga 5,19-21; Ap 22,15).
Convirtiéndose a Cristo por la penitencia y la fe, el pecador pasa de la muerte
a la vida "y no incurre en juicio" (Jn 5,24). TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO
PRIMERA SECCIÓN
LA VOCACIÓN DEL HOMBRE:
LA VIDA EN EL ESPÍRITU
CAPÍTULO PRIMERO
LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA
ARTÍCULO 3
LA LIBERTAD DEL HOMBRE
1730 Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una persona dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos. “Quiso Dios “dejar al hombre en manos de su propia decisión” (Si 15,14.), de modo que busque a su Creador sin coacciones y, adhiriéndose a Él, llegue libremente a la plena y feliz perfección”(GS 17):
«El hombre es racional, y por ello semejante a Dios; fue creado libre y dueño de sus actos» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 4, 3).
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