Tras su breve pero intenso viaje apostólico a Estrasburgo del día anterior, el Papa Francisco celebró el último miércoles de noviembre su tradicional audiencia general en la Plaza de San Pedro, ante la presencia de varios miles de fieles y peregrinos procedentes de numerosos países, deseosos de escuchar su catequesis y de recibir su bendición apostólica.
En su Catequesis el Santo Padre se refirió a la Iglesia que peregrina hacia el Reino, explicando que, como afirma el Concilio Vaticano II, la Iglesia no es una realidad estática, sino que camina continuamente en la historia hacia la meta última y maravillosa que es el Reino de los Cielos.
El Papa dijo que en este camino es hermoso percibir la comunión entre la Iglesia celestial, que nos sostiene con su intercesión, y nosotros, que en la Eucaristía estamos invitados a ofrecer oraciones por las almas que se encuentran a la espera de la felicidad eterna.
También afirmó que aunque ignoramos el tiempo en el que llegará el fin de todo lo creado, sabemos por la Revelación que Dios nos prepara una nueva tierra, donde habitará la justicia y la felicidad saciará de manera sobreabundante los deseos del corazón del hombre, lo que constituye el "Paraíso", que no es un lugar sino un "estado", en el que nuestras esperanzas serán verdaderamente colmadas, en una nueva creación, con plenitud de ser, verdad y belleza, libre de todo mal y de la misma muerte.
Al saludo a los peregrinos de lengua española el Obispo de Roma los invitó a pedir a la Virgen María, nuestra Madre del cielo, que nos acompañe siempre y nos ayude a ser, como ella, signo gozoso de esperanza para nuestros hermanos.
Mientras hablando en italiano, el Papa Francisco recordó que pasado mañana viajará a Turquía, para realizar un nuevo viaje apostólico, razón por la cual invitó a todos a rezar para que esta visita de Pedro a su hermano Andrés produzca frutos de paz, diálogo sincero entre las religiones y concordia en la nación turca.
Francisco invitó a todos a la oración, en la audiencia que precede el VI Viaje Apostólico de su Pontificado, que le llevará a Estambul y en el que el 30 de noviembre, celebrará en El Fanar, con el Patriarca Ecuménico Bartolomé I, la fiesta de San Andrés, Patrono de la Iglesia de Constantinopla y hermano del Apóstol Pedro:
«Como saben, desde el próximo viernes hasta el domingo, iré a Turquía en Viaje Apostólico. Invito a todos a rezar para que esta visita de Pedro al hermano Andrés brinde frutos de paz, diálogo sincero entre las religiones y concordia en la nación turca».
El Obispo de Roma deseó a los peregrinos de tantas partes del mundo que su visita a las Tumbas de los Apóstoles impulse en todos un renovado compromiso en favor de la paz, con Dios y con los hermanos y con la creación.
En sus cordiales palabras y saludos a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados, el Papa recordó asimismo que el próximo Domingo comienza el Tiempo litúrgico del Adviento. Que la espera del Salvador llene su corazón de alegría, deseó a los queridos jóvenes. A los queridos enfermos los alentó a perseverar adorando al Señor que viene también en la prueba. Y a los queridos recién casados los invitó a aprender a amar siguiendo el ejemplo de Jesús, que por amor se hizo hombre por nuestra salvación.
Texto
completo de la Catequesis del Papa
La
Iglesia: peregrina hacia el Reino
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Un poco
feo el día, pero ustedes son valientes. ¡Felicitaciones! Esperamos rezar juntos
hoy.
Al
presentar la Iglesia a los hombres de nuestro tiempo, el Concilio Vaticano II
tenía bien presente un verdad fundamental, que no hay que olvidar jamás: la Iglesia
no es una realidad estática, detenida, con fin en sí misma, sino que está
continuamente en camino en la historia, hacia la meta última y maravillosa que
es el Reino de los cielos, del cual la Iglesia en la tierra es el germen y el
inicio (cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost. Dogm. sobre la Iglesia Lumen Gentium,
5). Cuando nos dirigimos hacia este horizonte, nos damos cuenta que nuestra
imaginación se detiene, revelándose apenas capaz de intuir el esplendor del
misterio que domina nuestros sentidos. Y surgen espontáneas en nosotros algunas
preguntas: ¿cuándo llegará este pasaje final? ¿Cómo será la nueva dimensión en
la cual la Iglesia entrará? ¿Qué será entonces la humanidad? ¿Y de lo creado
que nos circunda?
Pero
estas preguntas no son nuevas, las habían hecho los discípulos a Jesús en aquel
tiempo ¿pero cuándo sucederá esto? ¿Cuándo será el triunfo del Espíritu sobre
la creación, sobre lo creado, sobre todo? Son preguntas humanas, preguntas
antiguas. También nosotros hacemos estas preguntas.
La
Constitución conciliar Gaudium et spes, de frente a estos interrogativos que
resuenan desde siempre en el corazón del hombre, afirma: “Ignoramos el tiempo
en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco conocemos
de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo, deformada
por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y
una nueva tierra donde habita la justicia y cuya bienaventuranza es capaz de
saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano” (n.
39). He aquí la meta a la cual aspira la Iglesia: es como dice la Biblia la
“Jerusalén nueva”, el “Paraíso”.
Más que de un lugar, se trata de un “estado”
del alma, en el cual nuestras expectativas más profundas serán cumplidas de manera
superabundante y nuestro ser, como criaturas y como hijos de Dios, alcanzará la
plena maduración. ¡Seremos finalmente revestidos de la alegría, de la paz y del
amor de Dios en modo completo, sin más ningún límite, y estaremos cara a cara
con Él! ¡Es bello pensar esto! Pensar en el cielo. Todos nosotros nos
encontraremos allí. Todos, todos, allí, todos. Es bello. ¡Da fuerza al alma!
2. En
esta perspectiva, es bello percibir cómo hay una continuidad y una comunión de
fondo entre la Iglesia que está en el cielo y aquella todavía en camino sobre
la tierra. Aquellos que ya viven en la presencia de Dios, de hecho, nos pueden
sostener e interceder por nosotros, rezar por nosotros.
Por otro lado, también
nosotros estamos siempre invitados a ofrecer buenas acciones, oraciones y la
Eucaristía misma para aliviar las tribulaciones de las almas que todavía están
esperando la beatitud sin fin. Sí, porque en la perspectiva cristiana, la
distinción no es más entre quien ya está muerto y que todavía no lo está, sino
entre quien está en Cristo y quién no lo está. Éste es el elemento
determinante, realmente decisivo para nuestra salvación y para nuestra
felicidad.
3. Al
mismo tiempo, la Sagrada Escritura nos enseña que el cumplimiento de este
diseño maravilloso no puede no interesar también todo aquello que nos rodea, y
que ha salido del pensamiento y del corazón de Dios. El apóstol Pablo lo afirma
explícitamente, cuando dice que también “la creación será liberada de la
esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los
hijos de Dios”. (Rom 8,21). Otros textos utilizan la imagen del “cielo nuevo” y
la “tierra nueva” (cf. 2 P 3,13; Ap 21,1), en el sentido de que todo el
universo será renovado y liberado de una vez para siempre de todos los rastros
del mal y de la misma muerte. Lo que se prospecta, como cumplimiento de
una transformación que en realidad ya está en acto a partir de la muerte y
resurrección de Cristo, es por lo tanto una nueva creación; no una aniquilación
del cosmos y de todo lo que nos rodea, sino que es llevar cada cosa a su
plenitud de ser, de verdad, de belleza. Este es el diseño que Dios, Padre, Hijo
y Espíritu Santo, desde siempre quiere realizar y está realizando.
Queridos
amigos, cuando pensamos en estas maravillosas realidades que nos esperan, nos
damos cuenta del maravilloso don que es pertenecer a la Iglesia, que lleva
inscrita una vocación altísima. Pidamos entonces a la Virgen María, Madre de la
Iglesia, que vigile siempre sobre nuestro camino y nos ayude a ser, como ella,
un signo gozoso de confianza y esperanza entre nuestros hermanos.
Texto
completo del resumen de la Catequesis del Papa en nuestro idioma:
Queridos
hermanos y hermanas,
En la Catequesis de hoy reflexionamos sobre la Iglesia que peregrina hacia el Reino.
Bueno el Reino ya está dentro de nosotros. Vamos caminando hacia el encuentro
con Dios, con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que es la plenitud del
Reino.
Como bien
afirma el Concilio Vaticano II, la Iglesia no es una realidad estática, sino
que camina continuamente en la historia hacia la meta última y maravillosa que
es el Reino de los Cielos, del cual la Iglesia es en la tierra su semilla y su
inicio. En este camino, es hermoso percibir la comunión entre la Iglesia del
cielo, que nos sostiene con su intercesión, y nosotros, que en la Eucaristía
estamos invitados a ofrecer oraciones por las almas que se encuentran a la
espera de la felicidad eterna.
Desde la
perspectiva cristiana, la distinción ya no es entre quien está muerto o quien
no lo está, sino entre quien está con Cristo y quien no está con Cristo; éste
es el elemento fundamental y decisivo para nuestra felicidad.
Aunque no
sabemos el tiempo en el que llegará el fin de todo lo creado, sabemos por la
Revelación que Dios nos prepara una nueva tierra, donde habitará la justicia y
la felicidad saciará de manera sobreabundante los deseos del corazón del
hombre. Esto es el “Paraíso”, que no es un lugar sino un “estado”, donde nuestras
esperanzas serán verdaderamente colmadas, en una nueva creación, con plenitud
de ser, verdad y belleza, libre de todo mal y de la misma muerte.
Saludo a
los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de
España, Argentina, México, así como a los venidos de otros países
latinoamericanos.
Conscientes del don maravilloso de pertenecer a la Iglesia,
pidamos a la Virgen María, nuestra Madre del cielo, que nos acompañe siempre y
nos ayude a ser, como ella, signo gozoso de esperanza para nuestros hermanos.
Muchas gracias.
FUENTE:
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