“Los
obispos están puestos a la cabeza de las comunidades cristianas como garantes
de su fe. Comprendemos, entonces, que no se trata de una posición de prestigio,
de un cargo honorífico”, señaló Francisco la mañana de este miércoles
durante una audiencia pública en la Plaza de San Pedro.
Al
reflexionar sobre la estructura de la Iglesia católica, ante más de 15
mil personas, sostuvo que “el episcopado no es un honor, sino un servicio”,
porque “así lo quiso Jesús”.
“No debe
haber puesto en la Iglesia para la mentalidad mundana. La mentalidad mundana
dice: ‘Pero este hombre hizo carrera eclesiástica’, ¿llegó a ser obispo? No,
no. En la Iglesia no debe haber espacio para esta mentalidad. El episcopado es
un servicio, no para alardear”, añadió.
No es la
primera vez que el obispo de Roma se pronuncia contra el clericalismo,
el abuso de poder, el “carrierismo”, la vanagloria y la ambición en la Iglesia
católica. En realidad estos temas se encuentran cotidianamente incluidos en sus
predicaciones.
Pero esta
vez fue diferente, porque apenas un par de horas después de su catequesis de la
mañana, la sala de prensa del Vaticano dio a conocer un documento legal
firmado por Jorge Mario Bergoglio que –entre otras cosas- permitirá a las
autoridades eclesiásticas pedir la renuncia anticipada a sus puestos a los
obispos que protagonicen escándalos.
Se trata
de un “Rescriptum ex audientia Ss.mi”, un texto compuesto de una introducción y
siete artículos que aprueba una serie de disposiciones sobre la renuncia de los
obispos diocesanos y de los titulares de cargos de nombramiento
pontificio.
El
escrito retoma y confirma normas ya vigentes, pero introduce algunas frases que
dejan en claro algunas prácticas que ya se utilizaban, pero no se encontraban
codificadas.
El más
destacable es el artículo 5 del “rescriptum” que establece: “En algunas
circunstancias particulares la autoridad competente puede considerar necesario
pedir a un obispo que presente la renuncia a su cargo pastoral, después de
haberle hecho conocer los motivos de tal solicitud y escuchar atentamente sus
razones, en diálogo fraterno”.
Este
párrafo se refiere al apartado 401.2 del Código de Derecho Canónico –ley
fundamental de la Iglesia católica- el cual pide al obispo diocesano que
presente su renuncia si “por causas de fuerza mayor” ya no puede seguir
desempeñando su papel.
Hemos
escuchado las cosas que el Apóstol Pablo dice al Obispo Tito: “¿Pero cuántas
virtudes debemos tener los obispos?” ¿Hemos oído todos, no? No es fácil. No es
fácil porque nosotros somos pecadores. Pero nos confiamos a sus oraciones
para que al menos nos acerquemos a esas cosas que el apóstol Pablo
aconseja a todos los obispos. ¿De acuerdo? ¿Rezarán por nosotros?
Ya hemos
tenido ocasión de señalar, en las Catequesis precedentes, cómo el Espíritu
Santo colma siempre la Iglesia de sus dones, con abundancia. Ahora, en el poder
y en la gracia de su Espíritu, Cristo no deja de suscitar ministerios, con el
fin de construir las comunidades cristianas como su cuerpo. Entre estos ministerios,
se distingue aquel episcopal. En el Obispo, coadyuvado por los
presbíteros y diáconos, es Cristo mismo quien se hace presente y que continúa
cuidando a su Iglesia, asegurando su protección y guía.
En la
presencia y en el ministerio de los Obispos, Sacerdotes y Diáconos, podemos
reconocer el verdadero rostro de la Iglesia: es la Santa Madre Iglesia
Jerárquica. Y realmente a través de estos hermanos elegidos por el Señor y
consagrados con el sacramento del Orden, la Iglesia ejerce su maternidad: nos engendra
en el Bautismo como cristianos, haciéndonos nacer de nuevo en Cristo; vigila
nuestro crecimiento en la fe; nos acompaña entre los brazos del Padre para
recibir su perdón; prepara para nosotros la mesa eucarística, donde nos
alimenta con la palabra de Dios y el Cuerpo y la Sangre de Jesús; invoca sobre
nosotros la bendición de Dios y la fuerza de su Espíritu, sosteniéndonos en
todo el transcurso de nuestra vida y envolviéndonos con su ternura y su calor,
sobre todo en los momentos más delicados de prueba, de sufrimiento y de muerte.
Esta maternidad de la Iglesia se expresa en particular en la persona del Obispo y en su ministerio. De hecho, como Jesús eligió a los apóstoles y los envió a predicar el Evangelio y apacentar su rebaño, así los obispos, sus sucesores, son colocados a la cabeza de las comunidades cristianas, como garantes de su fe y como un signo vivo de la presencia del Señor en medio de ellos. Comprendemos, por lo tanto, que no se trata de una posición de prestigio, de un cargo honorífico. El episcopado no es una condecoración, es un servicio. Jesús lo ha querido así. No debe haber lugar en la Iglesia para la mentalidad mundana. La mentalidad mundana, dice: “este hombre ha hecho la carrera eclesiástica, se ha convertido en Obispo…”No. En la Iglesia no debe haber lugar para esta mentalidad. El episcopado es un servicio, no es una condecoración con la que jactarse. Ser Obispos quiere decir tener siempre ante los ojos el ejemplo de Jesús, que como Buen Pastor, no vino a ser servido, sino a servir (cf. Mt 20, 28; Mc 10,45), y para dar su vida por las ovejas (cf. Jn 10,11). Los santos Obispos - y hay muchos en la historia de la Iglesia, muchos obispos santos - nos muestran que este ministerio no se busca, no se pide, no se compra, sino que se recibe en obediencia, no para elevarse, sino para abajarse, al igual que Jesús que “se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte en cruz “ (Flp 2,8). Es triste cuando se ve un hombre que busca este oficio y que hace tantas cosas para llegar hasta allí, y cuando llega allí, no sirve, se pavonea, vive solamente para su vanidad.
Esta maternidad de la Iglesia se expresa en particular en la persona del Obispo y en su ministerio. De hecho, como Jesús eligió a los apóstoles y los envió a predicar el Evangelio y apacentar su rebaño, así los obispos, sus sucesores, son colocados a la cabeza de las comunidades cristianas, como garantes de su fe y como un signo vivo de la presencia del Señor en medio de ellos. Comprendemos, por lo tanto, que no se trata de una posición de prestigio, de un cargo honorífico. El episcopado no es una condecoración, es un servicio. Jesús lo ha querido así. No debe haber lugar en la Iglesia para la mentalidad mundana. La mentalidad mundana, dice: “este hombre ha hecho la carrera eclesiástica, se ha convertido en Obispo…”No. En la Iglesia no debe haber lugar para esta mentalidad. El episcopado es un servicio, no es una condecoración con la que jactarse. Ser Obispos quiere decir tener siempre ante los ojos el ejemplo de Jesús, que como Buen Pastor, no vino a ser servido, sino a servir (cf. Mt 20, 28; Mc 10,45), y para dar su vida por las ovejas (cf. Jn 10,11). Los santos Obispos - y hay muchos en la historia de la Iglesia, muchos obispos santos - nos muestran que este ministerio no se busca, no se pide, no se compra, sino que se recibe en obediencia, no para elevarse, sino para abajarse, al igual que Jesús que “se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte en cruz “ (Flp 2,8). Es triste cuando se ve un hombre que busca este oficio y que hace tantas cosas para llegar hasta allí, y cuando llega allí, no sirve, se pavonea, vive solamente para su vanidad.
Hay otro
elemento precioso que merece ser resaltado. Cuando Jesús escogió y llamó a los
apóstoles, los pensó no separados el uno del otro, cada uno por su cuenta, sino
juntos, para que estuvieran con Él, unidos como una sola familia. También los
Obispos constituyen un único colegio, reunidos en torno al Papa, que es el
custodio y garante de esta profunda comunión, tan querida por Jesús y por
sus mismos apóstoles. ¡Qué bello es, entonces, cuando los obispos junto con el
Papa expresan esta colegialidad y buscan ser más y más, más, más servidores de
los fieles, más servidores en la Iglesia! Lo hemos experimentado recientemente
en la Asamblea del Sínodo sobre la familia. Pero pensemos en todos los Obispos
desparramados en el mundo que, aun viviendo en localidades, culturas,
sensibilidades y tradiciones diferentes y distantes entre sí, de una parte a la
otra, - los otros días un obispo me decía que para llegar a Roma se necesitaban,
desde donde él está, más de 30 horas de avión…- tan lejos unos de otros y se
convierten en expresión de la unión íntima, en Cristo, y entre sus comunidades
. Y en la oración común eclesial, todos los Obispos se colocan juntos en
escucha del Señor y del Espíritu, pudiendo de este modo poner atención en
profundidad al hombre y a los signos de los tiempos (cf. Conc. Concilio
Ecuménico. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 4 ).
Queridos
amigos, todo esto nos hace comprender por qué las comunidades cristianas reconocen
en el Obispo un gran don, y están llamadas a alimentar una comunión sincera y
profunda con él, empezando por los presbíteros y diáconos. No es una
Iglesia sana si los fieles, los diáconos y los presbíteros no están unidos al
obispo. Esta Iglesia no unida al obispo es una Iglesia enferma. Jesús ha
querido esta unión de todos los fieles con el obispo, también de los diáconos y
de los presbíteros. Y esto lo hacen en la conciencia de que es justamente en el
Obispo que se hace visible la relación de cada Iglesia con los Apóstoles y con
todas las otras comunidades, unidas con sus Obispos y con el Papa en la única
Iglesia del Señor Jesús, que es nuestra Santa Madre Iglesia jerárquica.
Gracias.
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