En nuestro camino de conversión, el pasado domingo tuvimos la oportunidad de acompañar a Jesús en la experiencia del desierto.
Hoy -Domingo II de Cuaresma- Jesús nos invita
a vivir la experiencia del monte Tabor. Para descubrir en Él toda la luz, toda
la grandeza y toda la fuerza de Dios.
La Liturgia de este Domingo II de Cuaresma, nos presenta a Jesús,
radiante en la Transfiguración, quien nos invita a renovar nuestra vida,
siguiéndolo en el camino de la cruz. Éste es el único camino que conduce a la Gloria
del Hijo de Dios.
El Evangelio de San Marcos une la Transfiguración al primer
anuncio de la Pasión. Así, el Cristo paciente y glorioso adquiere mayor
relevancia. El Padre, avalando al Hijo
mediante la invitación a que sea escuchado, acepta su entrega sacrificial y lo
coloca por encima de todos los personajes del Antiguo Testamento.
En este segundo domingo de Cuaresma antes del rezo del Ángelus dominical y a su regreso de la semana de ejercicios espirituales en Ariccia, el Santo Padre recordó ante todo la liturgia del domingo pasado, que nos presentó a Jesús tentado por satanás en el desierto, pero victorioso de su tentación.
A la luz
de este Evangelio, señaló el Pontífice, hemos tomado nuevamente conciencia de
nuestra condición de pecadores, pero también de la victoria del bien sobre el
mal ofrecida a cuantos emprenden el camino de conversión y, como Jesús, quieren
hacer la voluntad del Padre.
La
Iglesia, dijo el Papa, nos indica en este segundo domingo de camino cuaresmal
la meta de este itinerario de conversión, es decir, la participación en la Gloria de Cristo.
TEXTO
COMPLETO DE LAS PALABRAS DEL PAPA EN EL ÁNGELUS
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El pasado
domingo la liturgia nos presentó a Jesús que es tentado por satanás en el
desierto, pero que sale victorioso de la tentación. A la luz de este Evangelio,
hemos tomado nuevamente conciencia de nuestra condición de pecadores, pero
también de la victoria sobre el mal donado a cuantos inician el camino de
conversión o, como Jesús, quieren hacer la voluntad del Padre. En este segundo
domingo de cuaresma, la Iglesia nos indica la meta de este itinerario de
conversión, es decir, la participación a la gloria de Cristo, en quien
resplandece el rostro del Siervo obediente, muerto y resucitado por nosotros.
El texto
evangélico narra el evento de la Transfiguración, que se ubica en el culmen del
ministerio público de Jesús. Él se encuentra en camino hacia Jerusalén, donde
se cumplirán las profecías del “Siervo de Dios” y se consumará su sacrificio
redentor. La gente no entendía esto y frente a las perspectivas de un Mesías
que contrasta con sus expectativas terrenas, lo han abandonado. Porque ellos
pensaban que el Mesías habría sido un liberador del dominio de los romanos,
liberador de la patria. Y esta perspectiva de Jesús no le gustaba a la gente y
lo dejan. Incluso los apóstoles no entienden las palabras con las cuales Jesús
anuncia el cumplimiento de su misión en la pasión gloriosa. No entienden. Entonces
Jesús toma la decisión de mostrar a Pedro, Santiago y Juan una anticipación de
su Gloria, aquella que tendrá después de la Resurrección, para confirmarlos en
la fe y alentarlos a seguirlo en el camino de la prueba, en el camino de la
Cruz. Y así sobre un monte alto, en profunda oración, se transfigura delante de
ellos: su rostro y toda su persona irradian una luz resplandeciente. Los tres
discípulos se asustan, mientras una nube los envuelve y de lo alto resuena –
como en el bautismo del Jordán – la voz del Padre: «Este es mi Hijo, el amado:
¡escúchenlo!» (Mc 9,7). Y Jesús es el Hijo hecho Servidor, enviado al mundo
para realizar por medio de la Cruz el plan de salvación. ¡Para salvarnos a
todos nosotros! Su plena adhesión a la voluntad del Padre hace que su humanidad
sea transparente a la gloria de Dios, que es el Amor.
Así Jesús
se revela como el ícono perfecto del Padre, la irradiación de su gloria. Es el
cumplimiento de la revelación; por ello junto a Él transfigurado aparecen
Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas. Esto significa que todo
termina e inicia en Jesús, en su Pasión y en su Gloria.
El
mensaje para los discípulos y para nosotros es este: “!Escuchémoslo!”. Escuchar
a Jesús. Es Él el Salvador: síganlo. Escuchar a Cristo, de hecho, significa
asumir la lógica de su misterio pascual, ponerse en camino con Él para hacer de
la propia existencia un don de amor para los demás, en dócil obediencia a la
voluntad de Dios, con una actitud de desapego de las cosas mundanas y de
libertad interior. En otras palabras, es necesario, estar listos a “perder la
propia vida”, donándola para que todos los hombres se salven y nos encontremos
en la felicidad eterna. El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad. No
lo olvidemos: ¡el camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad! Habrá
siempre en medio una cruz, las pruebas, pero al final siempre nos lleva a la
felicidad. ¡Jesús no nos engaña! Nos ha prometido la felicidad y nos la dará,
si nosotros seguimos su camino.
Con
Pedro, Santiago y Juan subamos también nosotros al monte de la Transfiguración
y permanezcamos en contemplación del rostro de Jesús, para recibir el mensaje y
traducirlo en nuestra vida; para que también nosotros podamos ser
transfigurados por el Amor. En realidad el Amor es capaz de transfigurar todo:
¡el Amor transfigura todo! ¿Creen ustedes en esto? ¿Creen? … Me parece que no
creen tanto por aquello que escucho… ¿Creen que el Amor transfigura todo? …
Bien, ahora veo… Nos sostenga en este camino la Virgen María, a quien ahora invocamos
con la oración del Ángelus.
Después del rezo a la Madre de Dios,
el Obispo de Roma con especial atención a las dramáticas
noticias que llegan desde Siria e Irak, además de asegurar a
las personas implicadas su cercanía y la de la Iglesia, pidió a todas las
personas, según las propias posibilidades, de trabajar para aliviar el
sufrimiento de cuantos están pasando por esta difícil prueba.
No cesan, lamentablemente, de llegar noticias dramáticas desde Siria e Irak, relativas a violencias, secuestros de personas y abusos contra los cristianos y otros grupos. Queremos asegurar a las personas involucradas en estas situaciones que no las olvidamos, sino que estamos cerca de ellas y rezamos insistentemente para que lo antes posible se ponga fin a la brutalidad intolerable de la cual son víctimas. Junto con los miembros de la Curia Romana he ofrecido esta intención en la última Santa Misa de los Ejercicios Espirituales, el viernes pasado. Al mismo tiempo les pido a todos, según las propias posibilidades, de trabajar para aliviar el sufrimiento de cuantos están en la prueba, a menudo solamente por la fe que profesan. Recemos por estos hermanos y estas hermanas que sufren por la fe en Siria y en Irak. Recemos en silencio”.
Asimismo el Sucesor de Pedro, Padre y Pastor de la Iglesia Universal, recordó la situación de aguda tensión que está viviendo la Nación hermana de Venezuela. En el corazón del Pontífice, el muchacho muerto hace pocos días en San Cristóbal:
“Deseo recordar también a Venezuela, que está viviendo de nuevo momentos de aguda tensión. Rezo por las víctimas y, en particular, por el chico muerto hace pocos días en San Cristóbal. Exhorto a todos a rechazar la violencia y a respetar la dignidad de cada persona y la sacralidad de la vida humana, y los animo a volver a emprender un camino común para el bien del país, reabriendo espacios de encuentro y diálogo, sinceros y constructivos. Encomiendo ese amado país a la intercesión materna de Nuestra Señora de Coromoto”.
Finalmente el Pontífice dirigió sus saludos a todos los fieles presentes en la plaza de San Pedro, familias, grupos parroquiales, asociaciones, peregrinos en Roma, de Italia y de otros países. También saludó a los fieles provenientes de San Francisco, California, a los jóvenes de las parroquias de la isla de Formentera, a los grupos de Fontaneto d'Agogna y Montello, a los Bomberos de Tassullo, y a los chicos de Zambana.
Palabras especiales tuvo hacia los seminaristas de Pavia presentes en la plaza junto con su rector y padre espiritual, quienes han apenas terminado los ejercicios espirituales y hoy regresan a su diócesis: “Pidamos por ellos y por todos los seminaristas la gracia de ser buenos sacerdotes”, expresó.
“Les deseo a todos un buen domingo. No se olviden, por favor, de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!”
LA PROFESIÓN DE LA FE
SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA
CAPÍTULO SEGUNDO
CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS
ARTÍCULO 3
"JESUCRISTO FUE CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA
DEL ESPÍRITU SANTO Y NACIÓ DE SANTA MARÍA VIRGEN"
Párrafo 3
LOS MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO
554 A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Maestro "comenzó a mostrar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén, y sufrir [...] y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día" (Mt 16, 21): Pedro rechazó este anuncio (cf. Mt 16, 22-23), los otros no lo comprendieron mejor (cf. Mt 17, 23; Lc 9, 45). En este contexto se sitúa el episodio misterioso de la Transfiguración de Jesús (cf. Mt 17, 1-8 par.; 2 P 1, 16-18), sobre una montaña, ante tres testigos elegidos por él: Pedro, Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de Jesús se pusieron fulgurantes como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le "hablaban de su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén" (Lc 9, 31). Una nube les cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía: "Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle" (Lc 9, 35).
555 Por un instante, Jesús
muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra
también que para "entrar en su gloria" (Lc 24, 26), es
necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria
de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos
del Mesías (cf. Lc 24, 27). La Pasión de Jesús es la voluntad por
excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios (cf. Is 42, 1).
La nube indica la presencia del Espíritu Santo: Tota Trinitas apparuit:
Pater in voce; Filius in homine, Spiritus in nube clara ("Apareció
toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la
nube luminosa" (Santo Tomás de Aquino, S.th. 3, q. 45, a. 4, ad 2):
«En el monte te transfiguraste, Cristo Dios, y tus discípulos contemplaron tu gloria, en cuanto podían comprenderla.
Así, cuando te viesen crucificado, entenderían que padecías libremente, y anunciarían al mundo que tú eres en verdad el resplandor del Padre»
(Liturgia bizantina, Himno Breve de la festividad de la Transfiguración del Señor)
556 En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el bautismo de Jesús "fue manifestado el misterio de la primera regeneración": nuestro Bautismo; la Transfiguración "es es sacramento de la segunda regeneración": nuestra propia resurrección (Santo Tomás de Aquino, S.Th., 3, q. 45, a. 4, ad 2). Desde ahora nosotros participamos en la Resurrección del Señor por el Espíritu Santo que actúa en los sacramentos del Cuerpo de Cristo. La Transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo "el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Flp 3, 21). Pero ella nos recuerda también que "es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios" (Hch 14, 22):
«Pedro no había comprendido eso cuando deseaba vivir con Cristo en la montaña (cf. Lc 9, 33). Te ha reservado eso, oh Pedro, para después de la muerte. Pero ahora, él mismo dice: Desciende para penar en la tierra, para servir en la tierra, para ser despreciado y crucificado en la tierra. La Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir?» (San Agustín, Sermo, 78, 6: PL 38, 492-493).
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