Hoy comienza la Semana Santa, comienza con esta celebración festiva que
recuerda la entrada de Jesús En Jerusalén, Donde fue aclamado como rey:
“Bendito
El que viene”.
En
la celebración de hoy distinguiremos con claridad dos partes: la conmemoración
de la entrada del Señor en Jerusalén
–tono
festivo, color rojo, mejor en lugar fuera del templo, con algo o mucho de procesión
y la conmemoración de la Pasión Del Señor.
Cualquier palabra sobraría para llegar a comprender que fue el mayor
acto de amor que pueda conocer la historia. Tras la alegría de la entrada en
Jerusalén que hemos celebrado con la Procesión de los Ramos, la liturgia de
este día lee completa la Pasión de Nuestro Señor que en el presente ciclo --el
B-- corresponde a San Marcos. El relato de Marcos es completo y escueto, rico
en matices. Es ya difícil saber por qué Jesús tiene que morir. Y, sobre todo,
admitir que ha de morir y en la Cruz.
En una
soleada Plaza de San Pedro, adornada para esta ocasión con numerosos olivos y
flores, el Papa Francisco presidió la Procesión y la bendición de las
Palmas y celebró la Santa Misa del Domingo de Ramos, en
coincidencia con la 30ª Jornada Mundial de la Juventud, que este
año se celebra a nivel diocesano.
Ante
miles de fieles y peregrinos procedentes de numerosos países, el Obispo de
Roma afirmó en su homilía que en el centro de esta celebración, que
se presenta tan festiva, está la palabra escuchada precedentemente en el himno
de la Carta a los Filipenses, en que leemos que Jesús “se humilló a sí
mismo”.
Palabra
que – como dijo el Papa Bergoglio – nos desvela el estilo de
Dios y del cristiano: la humildad. Un estilo que nunca dejará de
sorprendernos y ponernos en crisis: nunca nos acostumbraremos a un Dios
humilde.
Tras
explicar que humillarse es ante todo el estilo de Dios; porque Dios se
humilla para caminar con su pueblo, para soportar sus infidelidades,
Francisco destacó que en esta semana, la Semana Santa, que nos conduce a
la Pascua, seguiremos este camino de la humillación de Jesús, puesto que
sólo así será “santa” también para nosotros.
En
efecto, el Pontífice dijo que veremos el desprecio de los jefes del pueblo y
sus engaños para acabar con él. Asistiremos a la traición de Judas, uno
de los Doce, que lo venderá por treinta monedas. Veremos al Señor apresado y tratado
como un malhechor; abandonado por sus discípulos; llevado ante el Sanedrín,
condenado a muerte, azotado y ultrajado. Escucharemos cómo Pedro, la “roca” de
los discípulos, lo negará tres veces. Oiremos los gritos de la muchedumbre,
pidiendo que Barrabás quede libre y que a él lo crucifiquen. Veremos
cómo los soldados se burlarán de él, vestido con un manto color púrpura
y coronado de espinas. Y después, a lo largo de la vía dolorosa y
a los pies de la cruz, sentiremos los insultos de la gente y de los
jefes, que se ríen de su condición de Rey e Hijo de Dios.
Esta es
la vía de Dios – dijo el Papa – el camino de la humildad. Es el camino de Jesús,
no hay otro. Y no hay humildad sin humillación.
Después
de recordar que el Hijo de Dios tomó la “condición de siervo”, Francisco
afirmó que “la humildad quiere decir servicio, significa dejar espacio a
Dios negándose a uno mismo, “despojándose”, como dice la Escritura, porque ésta
es la humillación más grande.
Además
destacó que hay otra vía, contraria al camino de Cristo, que es la mundanidad.
La mundanidad que nos ofrece el camino de la vanidad, del orgullo
y del éxito, que el maligno también se la propuso a Jesús durante cuarenta días
en el desierto. Pero el Señor la rechazó sin dudarlo. Y, con él, nosotros
podemos vencer esta tentación, no sólo en las grandes ocasiones, sino también
en las circunstancias ordinarias de la vida.
De ahí
que el Santo Padre haya puesto de manifiesto la ayuda que nos da el ejemplo de
muchos hombres y mujeres que, en silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día
a sí mismos para servir a los demás como a un familiar enfermo, a un anciano
solo o una persona con discapacidad.
Y
concluyó pidiendo que también nosotros emprendamos con decisión este
camino, movidos por el amor a nuestro Señor y Salvador, quien nos guiará y nos
dará fuerza.
Texto de
la homilía del Domingo de Ramos del Papa Francisco:
En el
centro de esta celebración, que se presenta tan festiva, está la palabra que
hemos escuchado en el himno de la Carta a los Filipenses: “Se humilló a sí
mismo” (2, 8). La humillación de Jesús.
Esta
palabra nos desvela el estilo de Dios y, en consecuencia, el que debe
ser del cristiano: la humildad. Un estilo que nunca dejará de
sorprendernos y ponernos en crisis: nunca nos acostumbraremos a un Dios
humilde.
Humillarse es ante todo el estilo de Dios:
Dios se humilla para caminar con su pueblo, para soportar sus infidelidades.
Esto se aprecia bien leyendo la historia del Éxodo: ¡Qué humillación para el
Señor oír todas aquellas murmuraciones, aquellas quejas! Estaban dirigidas
contra Moisés, pero, en el fondo, iban contra él, contra su Padre, que los
había sacado de la esclavitud y los guiaba en el camino por el desierto hasta
la tierra de la libertad.
En esta
semana, la Semana Santa, que nos conduce a la Pascua, seguiremos
este camino de la humillación de Jesús. Y sólo así será “santa” también para
nosotros.
Veremos
el desprecio de los jefes del pueblo y sus engaños para acabar con él.
Asistiremos a la traición de Judas, uno de los Doce, que lo venderá por treinta
monedas. Veremos al Señor apresado y tratado como un malhechor; abandonado por
sus discípulos; llevado ante el Sanedrín, condenado a muerte, azotado y
ultrajado. Escucharemos cómo Pedro, la “roca” de los discípulos, lo negará tres
veces. Oiremos los gritos de la muchedumbre, soliviantada por los jefes,
pidiendo que Barrabás quede libre y que a él lo crucifiquen. Veremos cómo los
soldados se burlarán de él, vestido con un manto color púrpura y coronado de
espinas. Y después, a lo largo de la vía dolorosa y a los pies de la cruz, sentiremos
los insultos de la gente y de los jefes, que se ríen de su condición de Rey e
Hijo de Dios.
Esta es
la vía de Dios, el camino de la humildad. Es el camino de Jesús, no hay otro. Y
no hay humildad sin humillación.
Al
recorrer hasta el final este camino, el Hijo de Dios tomó la “condición de
siervo” (Flp 2, 7). En efecto, “humildad quiere decir también servicio,
significa dejar espacio a Dios negándose a uno mismo, “despojándose”, como dice
la Escritura (v. 7). Esta – este vaciarse – es la humillación más grande.
Hay otra
vía, contraria al camino de Cristo: la mundanidad. La mundanidad nos
ofrece el camino de la vanidad, del orgullo, del éxito... Es la otra
vía. El maligno se la propuso también a Jesús durante cuarenta días en
el desierto. Pero Jesús la rechazó sin dudarlo. Y, con él, sólo con su
gracia, con su ayuda, también nosotros podemos vencer esta tentación de la
vanidad, de la mundanidad, no sólo en las grandes ocasiones, sino también en
las circunstancias ordinarias de la vida.
En esto,
nos ayuda y nos conforta el ejemplo de muchos hombres y mujeres que, en
silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día a sí mismos para servir a los
demás: un familiar enfermo, un anciano solo, una persona
con discapacidad, un sin techo...
Pensemos
también en la humillación de los que, por mantenerse fieles al Evangelio, son
discriminados y sufren las consecuencias en su propia carne. Y pensemos en
nuestros hermanos y hermanas perseguidos por ser cristianos, los mártires de
hoy – hay tantos – no reniegan de Jesús y soportan con dignidad insultos y
ultrajes. Lo siguen por su camino. Podemos hablar en verdad de “una nube de
testigos”: los mártires de hoy (cf. Hb 12, 1).
Durante
esta Semana Santa,
pongámonos también nosotros en este camino de la humildad, con tanto amor a Él,
a nuestro Señor y Salvador. El amor nos guiará y nos dará fuerza. Y,
donde está él, estaremos también nosotros (cf. Jn 12, 26).
El ambiente colorido y de fiesta de las JMJ
revivió en la Plaza de San Pedro este domingo, 30ª Jornada Mundial de la
Juventud a nivel diocesano. Con este motivo, al mediodía antes la oración
mariana del Ángelus, el Papa Francisco quiso saludar de manera especial a los
miles de jóvenes congregados, instándolos a continuar su camino de preparación
para el próximo gran encuentro mundial en Cracovia, Polonia. Misericordia en el
lema de la Jornada entona bien con el Año de la Misericordia, observó el Santo
Padre, invitando a los jóvenes a dejarse colmar de la ternura del Padre, “para
difundirla a su alrededor”.
El Papa ha realizado la oración mariana del Ángelus en la plaza de San Pedro y no desde la ventana del Palacio Apostólico como acostumbra.
Palabras
del Santo Padre antes del rezo del ÁngelusAl final
de esta celebración, saludo con afecto a todos ustedes aquí presentes, en
particular a los jóvenes.
Queridos jóvenes,
los exhorto a proseguir su camino en las diócesis, o en la peregrinación a través de los continentes, que los llevará el próximo año a Cracovia, patria de san Juan Pablo II, iniciador de las Jornadas Mundiales de la Juventud. el tema de aquel gran Encuentro: «Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia» (Mt 5,7), entona bien con el Año Santo de la Misericordia. Déjense llenar de la ternura del Padre, ¡para difundirla a su alrededor!
los exhorto a proseguir su camino en las diócesis, o en la peregrinación a través de los continentes, que los llevará el próximo año a Cracovia, patria de san Juan Pablo II, iniciador de las Jornadas Mundiales de la Juventud. el tema de aquel gran Encuentro: «Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia» (Mt 5,7), entona bien con el Año Santo de la Misericordia. Déjense llenar de la ternura del Padre, ¡para difundirla a su alrededor!
Aprendamos
de Ella, Vírgen fiel, a seguir al Señor también cuando su camino lleva a la
cruz.
Confío a su intercesión las víctimas del desastre aéreo del pasado martes, entre las cuales se encontraba también un grupo de estudiantes alemanes.
Confío a su intercesión las víctimas del desastre aéreo del pasado martes, entre las cuales se encontraba también un grupo de estudiantes alemanes.
Entre
un “Hosanna” y un “Aleluya” transcurre la Semana Mayor.
HOSANNA!
por el Rey que llega para triunfar muriendo.
ALELUYA!
por el Rey que ha triunfado resucitando.
LA PROFESIÓN DE LA FE
SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA
CAPÍTULO SEGUNDO
CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS
ARTÍCULO 3
"JESUCRISTO FUE CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA
DEL ESPÍRITU SANTO Y NACIÓ DE SANTA MARÍA VIRGEN"
Párrafo 3
LOS MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO
La entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén
559 ¿Cómo va a acoger Jerusalén a su Mesías? Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerle rey (cf. Jn 6, 15), pero elige el momento y prepara los detalles de su entrada mesiánica en la ciudad de "David, su padre" (Lc 1,32; cf. Mt 21, 1-11). Es aclamado como hijo de David, el que trae la salvación ("Hosanna" quiere decir "¡sálvanos!", "Danos la salvación!"). Pues bien, el "Rey de la Gloria" (Sal 24, 7-10) entra en su ciudad "montado en un asno" (Za 9, 9): no conquista a la hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la humildad que da testimonio de la Verdad (cf. Jn 18, 37). Por eso los súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños (cf. Mt 21, 15-16; Sal 8, 3) y los "pobres de Dios", que le aclamaban como los ángeles lo anunciaron a los pastores (cf. Lc 19, 38; 2, 14). Su aclamación "Bendito el que viene en el nombre del Señor" (Sal 118, 26), ha sido recogida por la Iglesia en el Sanctus de la liturgia eucarística para introducir al memorial de la Pascua del Señor.
560 La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías llevará a cabo mediante la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Con su celebración, el domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia abre la gran Semana Santa.
570 La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías, recibido en su ciudad por los niños y por los humildes de corazón, va a llevar a cabo por la Pascua de su Muerte y de su Resurrección.
ARTÍCULO 4
“JESUCRISTO PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO,
FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO”
Párrafo 2
JESÚS MURIÓ CRUCIFICADO
II. La muerte redentora de Cristo
en el designio divino de salvación
"Muerto por nuestros pecados según las Escrituras"
601 Este designio divino de salvación a través de la muerte del "Siervo, el Justo" (Is 53, 11;cf. Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la Escritura como un misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres de la esclavitud del pecado (cf. Is 53, 11-12; Jn 8, 34-36). San Pablo profesa en una confesión de fe que dice haber "recibido" (1 Co 15, 3) que "Cristo ha muerto por nuestros pecados según las Escrituras" (ibíd.: cf. también Hch 3, 18; 7, 52; 13, 29; 26, 22-23). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente (cf. Is 53, 7-8 y Hch 8, 32-35). Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (cf. Mt 20, 28). Después de su Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 25-27), luego a los propios apóstoles (cf. Lc 24, 44-45).
617 Sua sanctissima passione in ligno crucis nobis justificationem meruit ("Por su sacratísima pasión en el madero de la cruz nos mereció la justificación"), enseña el Concilio de Trento (DS, 1529) subrayando el carácter único del sacrificio de Cristo como "causa de salvación eterna" (Hb 5, 9). Y la Iglesia venera la Cruz cantando: O crux, ave, spes unica ("Salve, oh cruz, única esperanza"; Añadidura litúrgica al himno "Vexilla Regis": Liturgia de las Horas).
Nuestra participación en el sacrificio de Cristo
618 La Cruz es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los hombres" (1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, "se ha unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22, 2) Él "ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida [...] se asocien a este misterio pascual" (GS 22, 5). Él llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a seguirle" (Mt 16, 24) porque Él "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas" (1 P 2, 21). Él quiere, en efecto, asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios (cf. Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col 1, 24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2, 35):
«Esta es la única verdadera escala del paraíso, fuera de la Cruz no hay otra por donde subir al cielo» (Santa Rosa de Lima, cf. P. Hansen, Vita mirabilis, Lovaina, 1668)
TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO
PRIMERA SECCIÓN
LA VOCACIÓN DEL HOMBRE:
LA VIDA EN EL ESPÍRITU
CAPÍTULO PRIMERO
LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA
ARTÍCULO 8
EL PECADO
II. Definición de pecado
1851 Es precisamente en la Pasión, en la que la
misericordia de Cristo vencería, donde el pecado manifiesta mejor su violencia
y su multiplicidad: incredulidad, rechazo y burlas por parte de los jefes y del
pueblo, debilidad de Pilato y crueldad de los soldados, traición de Judas tan
dura a Jesús, negaciones de Pedro y abandono de los discípulos. Sin embargo, en
la hora misma de las tinieblas y del príncipe de este mundo (cf Jn 14,
30), el sacrificio de Cristo se convierte secretamente en la fuente de la que
brotará inagotable el perdón de nuestros pecados.
ARTÍCULO 2GRACIA Y JUSTIFICACIÓN
I. La justificación
1992 La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se ofreció en la cruz como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre vino a ser instrumento de propiciación por los pecados de todos los hombres. La justificación es concedida por el Bautismo, sacramento de la fe. Nos asemeja a la justicia de Dios que nos hace interiormente justos por el poder de su misericordia. Tiene por fin la gloria de Dios y de Cristo, y el don de la vida eterna (cf Concilio de Trento: DS 1529)
«Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen —pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios— y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, pasando por alto los pecados cometidos anteriormente, en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser él justo y justificador del que cree en Jesús» (Rm 3 ,21-26).