domingo, 5 de abril de 2015

FRANCISCO EN EL TRIDUO SANTO: «Entrar en el misterio» significa capacidad de asombro, de contemplación; capacidad de escuchar el silencio y sentir el susurro de ese hilo de silencio sonoro en el que Dios nos habla.



El significado del Triduo Santo fue el Tema central de la Catequesis del papa Francisco en la audiencia general del 1º de abril, en la víspera de los días que recuerdan “la pasión, muerte y resurrección de Cristo, la culminación de todo el año litúrgico, la cumbre de nuestra vida cristiana”.

 “En estos días del Triduo Sacro -­pidió Francisco- ­no nos limitemos a conmemorar la pasión del Señor: entremos en el misterio, hagamos nuestros sus sentimientos, sus pensamientos, como nos invita a hacer el apóstol Pablo: “Sintiendo lo mismo que Jesús”.


 
Tal como solía hacer siendo arzobispo de Buenos Aires, en señal de servicio y evocando lo que hizo Jesús durante la Última Cena, Jorge Bergoglio les lavó hoy los pies a 12 detenidos -seis hombres y seis mujeres- de la cárcel romana de Rebibbia.
En un clima extremadamente emotivo, antes de realizar este rito tradicional del Jueves Santo por tercera vez fuera del Vaticano, en un sermón brevísimo, directo y conciso, el papa Francisco explicó el por qué de este gesto de humildad y servicio.

"Jesús nos amó, nos ama, sin límites, siempre. El amor de Jesús no tiene límites, no se cansa de amar, nos ama a todos. Es tanto el amor, que se hizo esclavo para purificarnos, curarnos", dijo.
Tal como había hecho el año pasado, el Papa explicó que en tiempos de Jesús era una costumbre lavar los pies de quien llegaba a un hogar, porque las calles eran polvorientas. "Pero eso no lo hacía del dueño de casa, lo hacían los esclavos", recordó.
"Yo también necesito ser lavado por el Señor. Recen para que Dios lave mis suciedades y para que me convierta aún más esclavo en el servicio"
"Tenemos que tener la certeza de que cuando el Señor nos lava los pies nos purifica, nos hace sentir su amor", siguió, y lo definió como un amor tan incondicional como el que tienen las madres por sus hijos. "Yo lavaré los pies de 12 de ustedes, pero en estos hermanos y hermanas están representados todos los que viven aquí", aseguró, al referirse a la cárcel de Rebibbia, de las afueras de Roma, que aloja a unos 2000 detenidos. "Pero yo también necesito ser lavado por el Señor", advirtió. "Recen para que Dios lave mis suciedades y para que me convierta aún más esclavo en el servicio", pidió.
Acto seguido, ayudado por algunos colaboradores y en un evidente esfuerzo debido a sus 78 años, Francisco se fue arrodillando doce veces ante seis hombres y seis mujeres de diversas nacionalidades, entre los cuales algunos africanos, de Ecuador y Brasil. Les lavó los pies -utilizando una jarra y una toalla- y luego se los besó. "Gracias", les decían tímidamente los elegidos para este gesto, a quienes el Papa les devolvía una sonrisa.
La emoción era evidente en el rostro de los doce reclusos. Una de las imágenes más fuertes fue cuando el Papa le lavó los pies a un bebe de color y luego a su madre, que estaba en lágrimas.
Gran entusiasmo
Igual de conmovedora fue la llegada del Papa a la cárcel. En medio de aplausos y gran entusiasmo, saludó, uno por uno, a las decenas de reclusos de diversas nacionalidades que lo esperaban detrás de un vallado, que no iban a poder estar en la misa en la capilla de la cárcel, donde cabían solamente unas 300 personas. Entonces, bendijo rosarios, se dejó besar y abrazar por los detenidos, sonriente, concediéndose a todos. Lo mismo ocurrió al ingresar con paramentos a la misa de la Última cena y al salir de la ceremonia. El año pasado el Papa le había lavado los pies a 12 doce enfermos de un centro y el anterior, a 12 menores detenidos en una cárcel de las afueras de Roma.

Miles de peregrinos y fieles católicos se congregaron hoy en Roma para recordar la pasión y muerte de Jesucristo, mientras el papa Francisco encabeza la celebración de Cristo tradicional en la basílica de San Pedro este Viernes Santo.
"La Crucifixión de Cristo no es una derrota: la cruz es amor y gracia", escribió hoy el Papa en su cuenta de Twitter.
El pontífice argentino, la máxima autoridad de más de 1300 millones de católicos en todo el mundo, encabeza el tradicional oficio de Viernes Santo en al Basílica de San Pedro en el Vaticano, cargada de silencio y gravedad en recuerdo de la pasión de Cristo.
El principal acto tendrá lugar después con el Vía Crucis en el Coliseo, en el que el pontífice hará un recorrido en recuerdo de las 14 estaciones de la cruz que recorrió Jesucristo desde Jerusalén hasta su crucifixión, según la tradición católica. El pontífice encabezará oraciones en cada una de ellas. La tradicional ceremonia atrae a miles de peregrinos y medios de todo el mundo.


 El tradicional Via Crucis en el Coliseo romano se hará esta noche encabezado por Francisco. Los textos de las meditaciones de este año fueron escritas por el obispo emérito italiano, monseñor Renato Corti de 79 años. 

Durante las catorce estaciones del Via Crucis se reza por los que padecen diferentes sufrimientos, entre ellos, las víctimas de persecuciones religiosas o a causa de la justicia, las familias en dificultad y la explotación de menores. También se proponen los sentimientos y pensamientos de Jesús durante su pasión. Entre las personas que cargan la Cruz se encontrarán familias y personas procedentes de Irak, Siria, Nigeria, Egipto y China.



El Papa Francisco presidió esta noche la Vigilia Pascual en la Basílica de San Pedro, en la cual llamó a los fieles a entrar en el Misterio de la Pascua con humildad y de la mano de la Virgen María, siguiendo el ejemplo de las primeras discípulas de Jesús.





Inesperadamente la luz irrumpe con fuerza,
 las tinieblas se abren para dar paso a un alba nueva. 
La alegría desborda en canto y el agua restituye la vida.
 Esta es la noche que cambia la historia de la humanidad. 
Es la noche “de vigilia por el Señor”, que san Agustín llama justamente la "madre de todas las vigilias". Este sábado el Papa presidió la Vigilia Pascual en la Basílica de San Pedro, con los ritos de la bendición del fuego y del agua y el bautismo de algunos catecúmenos. En estas horas velaremos confiados con Francisco por el tránsito de Jesús, que pasa de la cruz a la vida, de la muerte a la resurrección. El rito comenzará con la bendición del fuego, por lo que el Pontífice incidirá con un punzón sobre el Cirio Pascual, que lleva una cruz con la primera y la última letra del alfabeto griego, la alfa y la omega, y las cifras del año en curso, mientras pronuncia en latín un antiguo pregón que reza "Cristo ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega. A Él pertenece el tiempo y los siglos, a Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos". Después se realizará la procesión hacia el altar mayor, en un ambiente de pleno recogimiento, encabezada por el diácono que portará el Cirio y conformada por el Pontífice así como por diferentes miembros del clero. Una vez en el altar mayor, y tras la bendición del Papa, el diácono impregnará el Cirio con incienso al tiempo que proclamará el "Exultet", el anuncio de la Pascua, al que los fieles esperarán con una vela encendida. Tras el rito del encendido, marcación y bendición del Cirio se celebrará la "Liturgia de la Palabra" y la "Liturgia Bautismal" en la que el Santo Padre bautizará a diez catecúmenos. El acto de este sábado precede a la misa solemne del Domingo de Resurrección, en la que el Pontífice leerá su Mensaje Pascual e impartirá la tradicional bendición Urbi et Orbi desde el balcón central de la Basílica de San Pedro.



A continuación el texto completo de la homilía del Papa:




Esta noche es noche de vigilia.
El Señor no duerme, vela el guardián de su pueblo (cf. Sal 121,4), para sacarlo de la esclavitud y para abrirle el camino de la libertad.
El Señor vela y, con la fuerza de su amor, hace pasar al pueblo a través del Mar Rojo; y hace pasar a Jesús a través del abismo de la muerte y de los infiernos.
Esta fue una noche de vela para los discípulos y las discípulas de Jesús. Noche de dolor y de temor. Los hombres permanecieron cerrados en el Cenáculo. Las mujeres, sin embargo, al alba del día siguiente, fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús. Sus corazones estaban llenos de emoción y se preguntaban: «¿Cómo haremos para entrar?, ¿quién nos removerá la piedra de la tumba?...». Pero he aquí el primer signo del Acontecimiento: la gran piedra ya había sido removida, y la tumba estaba abierta.
«Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco» (Mc 16,5). Las mujeres fueron las primeras que vieron este gran signo: el sepulcro vacío; y fueron las primeras en entrar.
«Entraron en el sepulcro». En esta noche de vigilia, nos viene bien detenernos en reflexionar sobre la experiencia de las discípulas de Jesús, que también nos interpela a nosotros. Efectivamente, para eso estamos aquí: para entrar, para entrar en el misterio que Dios ha realizado con su vigilia de amor.
No se puede vivir la Pascua sin entrar en el misterio. No es un hecho intelectual, no es sólo conocer, leer... Es más, es mucho más.
«Entrar en el misterio» significa capacidad de asombro, de contemplación; capacidad de escuchar el silencio y sentir el susurro de ese hilo de silencio sonoro en el que Dios nos habla (cf. 1 Re 19,12).
Entrar en el misterio nos exige no tener miedo de la realidad: no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes... Entrar en el misterio significa ir más allá de las cómodas certezas, más allá de la pereza y la indiferencia que nos frenan, y ponerse en busca de la verdad, la belleza y el amor, buscar un sentido no ya descontado, una respuesta no trivial a las cuestiones que ponen en crisis nuestra fe, nuestra fidelidad y nuestra razón.

Para entrar en el misterio se necesita humildad, la humildad de abajarse, de apearse del pedestal de nuestro yo, tan orgulloso, de nuestra presunción; la humildad para redimensionar la propia estima, reconociendo lo que realmente somos: criaturas con virtudes y defectos, pecadores necesitados de perdón. Para entrar en el misterio hace falta este abajamiento, que es impotencia, vaciándonos de las propias idolatrías... adoración. Sin adorar no se puede entrar en el misterio.
Todo esto nos enseñan las mujeres discípulas de Jesús. Velaron aquella noche, junto la Madre. Y ella, la Virgen Madre, las ayudó a no perder la fe y la esperanza. Así, no permanecieron prisioneras del miedo y del dolor, sino que salieron con las primeras luces del alba, llevando en las manos sus ungüentos y con el corazón ungido de amor. Salieron y encontraron la tumba abierta. Y entraron. Velaron, salieron y entraron en el misterio. Aprendamos de ellas a velar con Dios y con María, nuestra Madre, para entrar en el misterio que nos hace pasar de la muerte a la vida.




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