Ciudad del Vaticano, 3 nov 2013-
El papa Francisco afirmó hoy que no existe una profesión, una condición social, un pecado o crimen que pueda sacar a alguien del corazón de Dios, porque él no olvida a ninguno de los seres que ha creado.
Durante el rezo del Ángelus dominical en la plaza de San Pedro del Vaticano, el pontífice argentino lanzó un mensaje directo a sus fieles, diciéndoles que, aunque tengan "un peso" sobre su conciencia y "vergüenza de muchas cosas", se acerquen a Jesucristo, porque él nunca se casa de perdonar.
Por eso, Francisco lanzó un mensaje directo a quien le pudiera estar escuchando tanto en la plaza de San Pedro del Vaticano, como más allá a través de los medios de comunicación que retransmiten el rezo del Ángelus.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!:
La página del Evangelio de Lucas de
este domingo nos muestra a Jesús que, en su camino hacia Jerusalén, entra en la
ciudad de Jericó. Esta es la última etapa de un viaje que resume en sí el
sentido de toda la vida de Jesús, dedicada a buscar y salvar a las ovejas
perdidas de la casa de Israel. Pero cuanto el camino más se acerca a la meta,
tanto más en torno a Jesús se va estrechando un círculo de hostilidad.
Y sin
embargo, en Jericó sucede uno de los acontecimientos más gozosos narrados por
san Lucas: la conversión de Zaqueo.
Este hombre es una oveja perdida, es
despreciado, es un “excomulgado”, porque es un publicano, es más, es el jefe de
los publicanos de la ciudad, amigo de los odiados ocupantes romanos, es un
ladrón, es un explotador. Bella figura, ¡eh! Es así…
Impedido
de acercarse a Jesús, probablemente a causa de su mala fama, y siendo bajo de
estatura, Zaqueo se trepa a un árbol, para poder ver al Maestro que pasa. Pero
este gesto exterior, un poco ridículo, expresa el acto interior del hombre que
trata de ponerse por encima de la muchedumbre para tener un contacto con Jesús.
El mismo Zaqueo desconoce el sentido profundo de su gesto, no sabe por qué hace
esto, pero lo hace; ni siquiera osa esperar que pueda ser superada la distancia
que lo separa del Señor; se resigna a verlo sólo de paso.
Pero
Jesús, cuando está cerca de aquel árbol, lo llama por su nombre: “Zaqueo, baja
pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa” (Lc 19, 5).
Aquel hombre pequeño de estatura, rechazado por todos y distante de Jesús, está
como perdido en el anonimato; pero Jesús lo llama, y aquel nombre, Zaqueo, en
las lenguas de aquel tiempo, tiene un bello significado lleno de alusiones: En
efecto, “Zaqueo” quiere decir “Dios recuerda”. Es bello, Dios recuerda.
Y Jesús
va a la casa de Zaqueo, suscitando las críticas de toda la gente de Jericó.
Porque también en aquel tiempo se hablaba tanto, ¡eh! Y la gente decía, ¿pero
cómo, con todas las personas buenas que hay en la ciudad, va a estar
precisamente con aquel publicano? Sí, porque él estaba perdido; y Jesús dice:
“Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de
Abraham” (Lc 19, 9). Desde aquel día, en la casa de Zaqueo, entró
la alegría. Entró la paz, entró la salvación, entró Jesús.
No hay
profesión o condición social, no hay pecado o crimen de ningún tipo que puede
borrar de la memoria y del corazón de Dios a uno solo de sus hijos. “Dios
recuerda”. Siempre. No se olvida de ninguno de los que ha creado; Él es Padre,
siempre en espera, vigilante y amorosa, de ver renacer en el corazón del hijo
el deseo del regreso a casa. Y cuando reconoce aquel deseo, incluso
sencillamente insinuado, y tantas veces casi inconsciente, inmediatamente le
está a su lado, y con su perdón le vuelve más leve el camino de la conversión y
del regreso.
Pero
miremos hoy a Zaqueo sobre el árbol. Ridículo. Pero es un gesto de salvación. Y
yo te digo a ti: si tienes un peso en tu conciencia, si tienes vergüenza de
tantas cosas que has hecho, detente un poco. No te asustes. Piensa que hay uno
que te espera. Porque jamás ha dejado de acordarse de ti, de pensarte. Y éste
es tu Padre, es Dios, es Jesús que te espera. ¡Trépate, como hizo Zaqueo,
súbete al árbol por las ganas de ser perdonado! Yo te aseguro que no serás
decepcionado. ¡Jesús es misericordioso y jamás se cansa de perdonar! Acuérdense
bien de esto, así es Jesús.
Hermanos
y hermanas, ¡dejemos también nosotros que Jesús nos llame por nuestro nombre!
En lo profundo del corazón, escuchemos su voz que nos dice: “Hoy debo detenerme
en tu casa”. Yo quiero detenerme en tu casa, en tu corazón, es decir en tu
vida. Y recibámoslo con alegría: Él puede cambiarnos, puede transformar nuestro
corazón de piedra en corazón de carne, puede liberarnos del egoísmo y hacer de
nuestra vida un don de amor. Jesús puede hacerlo. ¡Deja que Jesús te mire!
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