Hace unos días celebrábamos el día de Cristo Rey.
Cristo es un Rey que no es de este mundo. El Reino que Él nos vino a enseñar pertenece a los pobres, a los pequeños y también a los pecadores arrepentidos, es decir, a los que lo acogen con corazón humilde y los declara bienaventurados porque de "ellos es el Reino de los Cielos".... y a lo "pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas ocultas a los sabios y a los ricos.
Es preciso entrar en ese Reino y para eso hay que hacerse discípulo de Cristo.
A nosotros no toca ser portadores del mensaje que Jesús vino a traer a la Tierra.
Cristo no vivió su vida para sí mismo, sino para nosotros desde su Encarnación. por "nosotros los hombres y por nuestra salvación hasta su muerte, por nuestros pecados" (1Co 15,3) y en su Resurrección "para nuestra justificación (Rm4,1) "estando siempre vivo para interceder en nuestro favor" (Hb 7,25). Con todo lo que vivió y sufrió por nosotros, de una vez por todas, permanece presente para siempre "ante el acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9,24).
Cuatro domingos faltan para que celebremos su llegada. Días y semanas para meditar, menos carreras, menos cansancio del bullicio y ajetreo de compras y compromisos, de banalidades y gastos superfluos.... mejor preparar nuestro corazón y tratar de que los demás lo hagan también para el Gran Día del Nacimiento en la Tierra de Dios que se hace hombre.
ESTO ES EL ADVIENTO. PREPARÉMOSNOS CON ILUSIÓN Y CON FE.
¿Cuál es ese núcleo de la vivencia del Adviento?
Podemos tomar como punto de partida la palabra «Adviento»; este término no significa «espera», como podría suponerse, sino que es la traducción de la palabra griega parusía, que significa «presencia», o mejor dicho, «llegada», es decir, presencia comenzada. En la antigüedad se usaba para designar la presencia de un rey o señor, o también del dios al que se rinde culto y que regala a sus fieles el tiempo de su parusía. Es decir, que el Adviento significa la presencia comenzada de Dios mismo. Por eso nos recuerda dos cosas: primero, que la presencia de Dios en el mundo ya ha comenzado, y que él ya está presente de una manera oculta; en segundo lugar, que esa presencia de Dios acaba de comenzar, aún no es total, sino que esta proceso de crecimiento y maduración. Su presencia ya ha comenzado, y somos nosotros, los creyentes, quienes, por su voluntad, hemos de hacerlo presente en el mundo. Es por medio de nuestra fe, esperanza y amor como él quiere hacer brillar la luz continuamente en la noche del mundo. De modo que las luces que encendamos en las noches oscuras de este invierno serán a la vez consuelo y advertencia: certeza consoladora de que «la luz del mundo» se ha encendido ya en la noche oscura de Belén y ha cambiado la noche del pecado humano en la noche santa del perdón divino; por otra parte, la conciencia de que esta luz solamente puede —y solamente quiere— seguir brillando si es sostenida por aquellos que, por ser cristianos, continúan a través de los tiempos la obra de Cristo.
La luz de Cristo quiere iluminar la noche del mundo a través de la luz que somos nosotros; su presencia ya iniciada ha de seguir creciendo por medio de nosotros. Cuando en la noche santa suene una y otra vez el himno Hodie Christus natus est, debemos recordar que el inicio que se produjo en Belén ha de ser en nosotros inicio permanente, que aquella noche santa es nuevamente un «hoy» cada vez que un hombre permite que la luz del bien haga desaparecer en él las tinieblas del egoísmo (...) el niño ‑ Dios nace allí donde se obra por inspiración del amor del Señor, donde se hace algo más que intercambiar regalos.
Adviento significa presencia de Dios ya comenzada, pero también tan sólo comenzada. Esto implica que el cristiano no mira solamente a lo que ya ha sido y ya ha pasado, sino también a lo que está por venir. En medio de todas las desgracias del mundo tiene la certeza de que la simiente de luz sigue creciendo oculta, hasta que un día el bien triunfará definitivamente y todo le estará sometido: el día que Cristo vuelva. Sabe que la presencia de Dios, que acaba de comenzar, será un día presencia total. Y esta certeza le hace libre, le presta un apoyo definitivo (...)».
" Alegraos en el Señor..."
“Alegraos, una vez más os lo digo: alegraos”. La alegría es fundamental en el cristianismo, que es por esencia evangelium, buena nueva. Y sin embargo es ahí donde el mundo se equivoca, y sale de la Iglesia en nombre de la alegría, pretendiendo que el cristianismo se la arrebata al hombre con todos sus preceptos y prohibiciones. Ciertamente, la alegría de Cristo no es tan fácil de ver como el placer banal que nace de cualquier diversión. Pero sería falso traducir las palabras: «Alegraos en el Señor» por estas otras: «Alegraos, pero en el Señor», como si en la segunda frase se quisiera recortar lo afirmado en la primera. Significa sencillamente «alegraos en el Señor», ya que el apóstol evidentemente cree que toda verdadera alegría está en el Señor, y que fuera de él no puede haber ninguna. Y de hecho es verdad que toda alegría que se da fuera de él o contra él no satisface, sino que, al contrario, arrastra al hombre a un remolino del que no puede estar verdaderamente contento. Por eso aquí se nos hace saber que la verdadera alegría no llega hasta que no la trae Cristo, y que de lo que se trata en nuestra vida es de aprender a ver y comprender a Cristo, el Dios de la gracia, la luz y la alegría del mundo. Pues nuestra alegría no será auténtica hasta que deje de apoyarse en cosas que pueden sernos arrebatadas y destruidas, y se fundamente en la más íntima profundidad de nuestra existencia, imposible de sernos arrebatada por fuerza alguna del mundo. Y toda pérdida externa debería hacernos avanzar un paso hacia esa intimidad y hacernos más maduros para nuestra vida auténtica.
Así se echa de ver que los dos cuadros laterales del tríptico de Adviento, Juan y María, apuntan al centro, a Cristo, desde el que son comprensibles.
Celebrar el Adviento significa, dicho una vez más, despertar a la vida la presencia de Dios oculta en nosotros. Juan y María nos enseñan a hacerlo. Para ello hay que andar un camino de conversión, de alejamiento de lo visible y acercamiento a lo invisible. Andando ese camino somos capaces de ver la maravilla de la gracia y aprendemos que no hay alegría más luminosa para el hombre y para el mundo que la de la gracia, que ha aparecido en Cristo. El mundo no es un conjunto de penas y dolores, toda la angustia que exista en el mundo está amparada por una misericordia amorosa, está dominada y superada por la benevolencia, el perdón y la salvación de Dios.
Quien celebre así el Adviento podrá hablar con derecho de la Navidad feliz bienaventurada y llena de gracia. Y conocerá cómo la verdad contenida en la felicitación navideña es algo mucho mayor que ese sentimiento romántico de los que la celebran como una especie de diversión de carnaval».
Estar preparados...
«En el capitulo 13 que Pablo escribió a los cristianos en Roma, dice el Apóstol lo siguiente: “La noche va muy avanzada y se acerca ya el día. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y vistamos las armas de la luz. Andemos decentemente y como de día, no viviendo en comilonas y borracheras, ni en amancebamientos y libertinajes, ni en querellas y envidias, antes vestíos del Señor Jesucristo...” Según eso, Adviento significa ponerse en pie, despertar, sacudirse del sueño. ¿Qué quiere decir Pablo? Con términos como “comilonas, borracheras, amancebamientos y querellas” ha expresado claramente lo que entiende por «noche». Las comilonas nocturnas, con todos sus acompañamientos, son para él la expresión de lo que significa la noche y el sueño del hombre. Esos banquetes se convierten para San Pablo en imagen del mundo pagano en general que, viviendo de espaldas a la verdadera vocación humana, se hunde en lo material, permanece en la oscuridad sin verdad, duerme a pesar del ruido y del ajetreo. La comilona nocturna aparece como imagen de un mundo malogrado. ¿No debemos reconocer con espanto cuan frecuentemente describe Pablo de ese modo nuestro paganizado presente? Despertarse del sueño significa sublevarse contra el conformismo del mundo y de nuestra época, sacudirnos, con valor para la virtud v la fe, sueño que nos invita a desentendernos a nuestra vocación y nuestras mejor posibilidades. Tal vez las canciones del Adviento, que oímos de nuevo esta semana se tornen señales luminosas para nosotros que nos muestra el camino y nos permiten reconocer que hay una promesa más grande que la el dinero, el poder y el placer. Estar despiertos para Dios y para los demás hombres: he ahí el tipo de vigilancia a la que se refiere el Adviento, la vigilancia que descubre la luz y proporciona más claridad al mundo».
“El adviento,
en su mismo término, en su palabra, es <presencia> y <espera>… El
adviento es tiempo de esperanza gozosa y espiritual. No es tanto un tiempo como
la cuaresma de penitencia, sino de gozo, de espera y esperanza gozosa. Toda la
liturgia de este tiempo persigue una finalidad concreta: despertar en nosotros
sentimientos de esperanza, de espera gozosa y anhelante”. (Vicent Ryan)
“El
adviento es un tiempo atractivo, cargado de contenido, evocador, válido… Vivir
el adviento cristiano es revivir poco a poco aquella gran esperanza de los
grandes pobres de Israel… Vivir el adviento es ir adiestrando el corazón para
las sucesivas sementeras de Dios que preparan la gran venida de la recolección,
recolección exitosa para todos los que desde su lucidez o ignorancia aportan su
lucecita de amor y de ternura… La vida es todo adviento o hemos perdido la
capacidad de que algo nos sorprenda grata y definitivamente… La esperanza es la
virtud del adviento. Y la esperanza es el arte de caminar gritando nuestros
deseos”. (Vicent Ryan)
DONES QUE
EL SEÑOR QUE VIENE NOS TRAERÁ
“El pan
de los ángeles”
“La
salvación y la paz”
“La
gracia recuperada”
“El don
de la vida nueva”
“El
desbordamiento de la misericordia”
¿Qué
significa la llamada de la Palabra de Dios y de la
Liturgia a la vigilancia durante el Adviento?
1.- Justo
desapego de los bienes terrenos.
2.-
Sincero arrepentimiento de los propios errores.
3.-
Humilde confianza en las manos de Dios nuestro Padre, tierno y misericordioso.
4.-
Apertura a los signos de los tiempos y a saber descubrir y discernir los
acontecimientos grandes y los hechos sencillos desde un corazón abierto a
la Providencia.
5.-
Gozosa, íntima y orante actitud de acogida, escucha y de la contemplación de la
Palabra de Dios para ver la realidad, el mundo y el prójimo con ojos nuevos,
vivir con esperanza fiable y actuar con caridad efectiva.
6.-
La vigilancia cristiana es seguir al Señor, caminar hacia el encuentro con
Cristo que está continuamente visitándonos.
7.-
La vigilancia cristiana es elegir lo que El eligió.
8.-
Es amar lo que El ha amado y ama.
9.-
Es configurar la propia vida con la suya.
10.-
Es recorrer cada minuto de nuestra vida y de nuestro tiempo en el horizonte de
su amor sin dejarnos abatir por las dificultades pequeñas o grandes, cotidianas
o extraordinarias.
Acercándonos a la Navidad... Yo no sé si el hombre de hoy sabe
que es el «Adviento». Incluso, no sé si, los que nos llamamos cristianos, nos sentimos
de verdad inmersos en esa dinámica de «vivir en Adviento».
Y, sin embargo, para quienes concebimos el mundo y la historia
traspasados de «trascendencia», resulta que todo es «adviento». Pasado, futuro
y presente giran ininterrumpidamente pendientes de
"Alguien que vino, que
vendrá y que está viniendo".
El pueblo que camina en tinieblas
El pueblo de la Antigua Alianza, después de pasar un largo
calvario de esclavitudes, privaciones, destierros y caminos, fue dándose cuenta
de que «Dios había venido a ellos». Aquel éxodo les fue educando. Y
comprendieron que Dios los había guiado y protegido. Adviento pasado. Y así lo
recitaban en sus salmos: «Recordad las maravillas que Yahvé ha obrado, sus
portentos, las sentencias de su boca».
Y la reflexión sobre ese «adviento pasado» le sirvió, además, como figura y
anticipo, como ejercicio de esperanza, para anhelar un «adviento futuro». Dios
los visitaría con nuevas gracias. Con la gran gracia.Y en esa esperanza se debatió, gimió, anheló y rezó. Oigamos a Isaías: «Destilad, cielos, el rocío de lo alto y que las nubes lluevan al Justo». Y en otro lugar: «Compadécete, Señor, de nosotros, que te esperamos». Hasta que el «futuro» se hizo «presente». Cuando «llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley».
Comienza el tiempo nuevo
Ahí empezó la nueva economía. Y un Adviento tridimensional gira y gira. ¡Es la bella danza de la esperanza!- ante los ojos y el corazón de cada creyente y delante del «pueblo de Dios» que camina en éxodo.
Adviento de ayer, de hoy y de siempre
Y así, teniendo en cuenta esa «Encarnación, Muerte y
Resurrección» del Hijo de Dios -¡adviento pasado!- aprendamos, como el pueblo
de Israel, a vivir en la esperanza del «adviento futuro». Y así, como el
«criado solícito», o como las «vírgenes prudentes», preparemos el futuro, en
diligente anhelo: «viviendo sobriamente, honradamente, religiosamente,
aguardando la dicha que esperamos». Porque «el Señor vendrá, a la hora en que
menos pensemos». Y estas palabras del Señor «no fallarán». «Antes fallarán el
cielo y la tierra».
Y, teniendo nuestras vidas enmarcadas entre esos dos
advientos, pasado y futuro, ejercitémonos cada día en el convencimiento de que
Dios está presente entre nosotros; celebremos jubilosamente en todos los
matices que nos ofrece la Liturgia; y busquemos sobre todo la dirección que
Jesús mismo nos señaló para vivir siempre en su presencia, los POBRES: «A los
pobres /os tendréis siempre entre vosotros».
Nuevo Año Litúrgico. Puesta en marcha de «un nuevo Tour». 365
etapas. De montaña y de llanura. De contrarreloj y de aparente calma.
Hoy mismo comenzamos a correr dando vueltas alrededor de "El que era, El que es y El que vendrá".
Siempre es Adviento.
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