Miles de
peregrinos procedentes de todo el mundo han participado esta mañana en Roma en
la audiencia de los miércoles del Papa Francisco. Dentro de la misma, el Obispo
de Roma ha pronunciado una nueva catequesis centrada también esta semana en el
Sacramento de la Eucaristía, tras la cual ha hecho un resumen en todos los
idiomas y ha terminado impartiendo la Bendición Apostólica.
En su Catequesis de hoy miércoles 12 de febrero, el Papa Francisco dedicó la Audiencia General de este miércoles a la Eucaristía preguntándonos qué relación
tiene la Eucaristía con nuestra vida. "Quien celebra la Eucaristía, notó
el Obispo de Roma, no lo hace porque sea mejor que los demás, sino porque se
reconoce necesitado de la misericordia de Dios". “La Eucaristía no es un
mero recuerdo de algunos dichos y hechos de Jesús. Es obra y don de Cristo que
sale a nuestro encuentro y nos alimenta con su Palabra y su vida”, puntualizó
el Papa.
Durante
su alocución el Pontífice ha comenzado recordando cómo la semana pasada había
reflexionado sobre la introducción del cristiano en el Misterio Pascual de
Cristo gracias a la participación en la Eucaristía. Esto le lleva a lanzar a
los creyentes la pregunta acerca de si vivmos la Eucaristía a fondo y si nos
lleva a tener presentes a los necesitados. Cristo se entrega en la cruz por
todos y quiere estar siempre con los amigos, lo cual me invita a ver a los
demás como hermanos.
El Santo
Padre insiste en que el Sacrificio Eucarístico nos ha de llevar al perdón de
las ofensas de los otros y a la reconciliación. Francisco insiste en que esta
celebración no es una conmemoración de un hecho que ocurrió en pasado, sino una
acción continua del Señor, hasta tal punto que nos ha de ayudar a saber vivir
este Banquete en la vida de la comunidad parroquial.
Esta
celebración puede resultar impecable desde el punto de vida exterior, ha
señalado el Pontífice, quien también ha dicho que si no hay vivencia interna
que una liturgia y vida no tiene ningún sentido la celebración de este
Sacramento. Y es que el Misterio Eucarístico nos debe llevar al encuentro
personal con el Señor Jesús.
Con la invitación a poner nuestra mirada en
Cristo Eucaristía que cumplirá sus palabras de vida eterna y salvación, el Papa
ha animado a profundizar cada vez más en este Misterio. Después de estas
palabras el Santo padre saludó a todos los peregrinos e impartió la Bendición
Apostólica extensiva a los enfermos y necesitados.
Texto
completo del Papa durante la Audiencia General
Queridos
hermanos y hermanas,
En la
última Catequesis subrayé que la Eucaristía nos introduce en la Comunión real
con Jesús y su Misterio Pascual, renovando para nosotros, como fuente
inagotable, todo el amor y la gracia que brotan de la pasión, muerte y
resurrección de Cristo.
Ahora podemos plantearnos algunas preguntas respecto a
la relación entre la Eucaristía que celebramos y nuestra vida, como Iglesia y
como cristianos a nivel individual. …. Nos preguntamos: ¿Cómo vivimos la
Eucaristía? ¿Qué es para nosotros? ¿Es sólo un momento de fiesta, una tradición
consolidada, una ocasión para encontrarnos o para sentirnos bien, o algo más?
Hacer memoria de cuánto el Señor nos ha amado y dejarnos nutrir por Él – por su
Palabra y por su Cuerpo – ¿toca realmente nuestro corazón, nuestra existencia,
nos hace más similares a Él, o bien supone un paréntesis, un momento en sí que
no nos implica y no nos cambia?
Hay
señales muy concretas para comprender cómo vivimos todo esto. La primera señal
es nuestra manera de mirar y de considerar a los demás. En la Eucaristía Cristo
realiza siempre de nuevo el don de sí que hizo en la Cruz. Toda su vida es un
acto de total don de sí por amor; por ello Él quería estar con los discípulos y
con las personas que conocía. Esto significaba para Él compartir sus deseos,
sus problemas, lo que agitaba sus almas y sus vidas. Ahora nosotros, cuando
participamos en la Santa Misa, nos encontramos con hombres y mujeres de todo
tipo: jóvenes, ancianos, niños; pobres y gente acomodada; nativos y forasteros;
acompañados de sus familiares y solos … Pero la Eucaristía que celebro, ¿me
lleva a sentirlos a todos, de verdad, como hermanos y hermanas? ¿Hace crecer en
mí la capacidad de alegrarme con el que se alegra y de llorar con el que llora?
¿Me empuja a ir hacia los pobres, los enfermos, los marginados? ¿Me ayuda a
reconocer en ellos el rostro de Jesús?
Un
segundo indicio, muy importante, es la gracia de sentirnos perdonados y
dispuestos a perdonar. A veces alguno pregunta: ¿Para qué se debería ir a la Iglesia, dado que los que participan habitualmente en la Santa Misa es pecador
como los demás?” En realidad, quien celebra la Eucaristía no lo hace porque se
considera o quiere parecer mejor que los demás, sino precisamente porque se
reconoce siempre necesitado de ser acogido y regenerado por la misericordia de
Dios, hecha carne en Jesucristo. Ese “Yo confieso” que decimos al principio no
es un “pro forma”, ¡es un verdadero acto de penitencia! No debemos nunca
olvidar que la Ultima Cena de Jesús tuvo lugar “en la noche en que iba a ser
entregado” (1 Cor 11,23). En ese pan y en ese vino que ofrecemos y en torno al
cual nos reunimos se renueva cada vez el don del Cuerpo y de la Sangre de
Cristo para la remisión de nuestros pecados. Esto resume de la mejor forma el
sentido más profundo del sacrificio del Señor Jesús y ensancha a su vez nuestro
corazón al perdón de los hermanos y a la Reconciliación.
Un ultimo
indicio precioso se nos ofrece en la relación entre la Celebración Eucarística
y la vida de nuestras comunidades cristianas. Es necesario tener siempre
presente que la Eucaristía no es algo que hacemos nosotros; no es una especie
de conmemoración de lo que Jesús dijo e hizo. No. ¡Es una acción de Cristo! Es
un don de Cristo, el cual se hace presente y nos reúne en torno a sí, para
nutrirnos de su Palabra y de su misma vida. Esto significa que la misión y la
identidad misma de la Iglesia surgen de allí, de la Eucaristía, y allí toman
siempre forma.
Entonces debemos poner atención: una Celebración puede resultar
impecable desde el punto de vista exterior, pero si no nos conduce al encuentro
con Jesús, corre el riesgo de no traer ningún alimento a nuestro corazón y a
nuestra vida. A través de la Eucaristía, en cambio, Cristo quiere entrar en
nuestra existencia y permearla de su gracia, para que en cada comunidad
cristiana haya coherencia entre liturgia y vida.
Palabras
en español del Papa durante la Audiencia General
Queridos
amigos, el corazón se llena de confianza y de esperanza pensando en las
palabras de Jesús recogidas en el Evangelio de Juan: “El que come mi carne y
bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (6,54).
Vivamos la Eucaristía con espíritu de fe y de oración, en la certeza de que el
Señor realizará lo que ha prometido.
Queridos
hermanos y hermanas:
nos
preguntamos qué relación tiene la Eucaristía con nuestra vida. Hay algunos
indicadores concretos que nos ayudan en este sentido.
Si
vivimos bien la Eucaristía, un indicador es ¿cómo nos relacionamos con los
demás? A Jesús le gustaba estar con la gente, compartir sus anhelos, los
problemas y preocupaciones. En la Santa Misa nos encontramos con muchas
personas, pero ¿las vemos en verdad como hermanos y hermanas? ¿La Eucaristía
nos lleva a salir al encuentro de los pobres, de los enfermos, de los
marginados, viendo en ellos el rostro de Jesús? ¿ O más bien cuando salimos de
misa criticamos a uno, al otro, de cómo estaba vestido, o esto, o aquello?
Un
segundo indicador es sentirnos perdonados e impulsados a perdonar. Quien
celebra la Eucaristía no lo hace porque sea mejor que los demás. Todos somos
pecadores y si uno no se siente pecador ¡es mejor que no vaya a misa! Porque el
primer acto que hacemos cuando entramos a misa es decir “confieso que soy
pecador” y pedir perdón por los pecados. Si no lo siente, no va a vivir bien la
Eucaristía.
Y un
último indicador es la coherencia entre la Liturgia y la vida de nuestras
comunidades. La Eucaristía no es un mero recuerdo de algunos dichos de Jesús.
Es la obra y el don de Cristo, presente allí, que sale a nuestro encuentro y
nos alimenta con su Palabra y con su vida.
Saludo a
los peregrinos de lengua española, en particular a los miembros de la Hermandad
matriz de Nuestra Señora del Rocío, acompañados por el Obispo de Huelva, así
como a los demás grupos provenientes de España, México, Argentina, y otros
países latinoamericanos.
Invito a todos a vivir la Eucaristía con espíritu de Fe y de Oración, sabiendo que quien come el Cuerpo de Cristo y bebe su Sangre
tendrá la vida eterna. Muchas gracias.
FUENTE:
LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO
SEGUNDA SECCIÓN:
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
CAPÍTULO PRIMERO
EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA
Los frutos de la comunión
1391 La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él" (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57):
«Cuando en las fiestas [del Señor] los fieles reciben el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a otros la Buena Nueva, se nos han dado las arras de la vida, como cuando el ángel dijo a María [de Magdala]: "¡Cristo ha resucitado!" He aquí que ahora también la vida y la resurrección son comunicadas a quien recibe a Cristo» (Fanqîth, Breviarium iuxta ritum Ecclesiae Antiochenae Syrorum, v. 1).
1392 Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, "vivificada por el Espíritu Santo y vivificante" (PO 5), conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.
1393 La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es "entregado por nosotros", y la Sangre que bebemos es "derramada por muchos para el perdón de los pecados". Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados:
«Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del Señor (cf. 1 Co 11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados . Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio» (San Ambrosio, De sacramentis 4, 28).
1394 Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales (cf Concilio de Trento: DS 1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en Él:
«Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestro propios corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para nosotros, y sepamos vivir crucificados para el mundo [...] y, llenos de caridad, muertos para el pecado vivamos para Dios» (San Fulgencio de Ruspe, Contra gesta Fabiani 28, 17-19).
1395 Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están en plena comunión con la Iglesia.
1396 La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (cf 1 Co 12,13). La Eucaristía realiza esta llamada: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10,16-17):
«Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis "Amén" [es decir, "sí", "es verdad"] a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y respondes "amén". Por lo tanto, sé tú verdadero miembro de Cristo para que tu "amén" sea también verdadero» (San Agustín, Sermo 272).
1397 La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cf Mt 25,40):
«Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. [...] Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno [...] de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso (S. Juan Crisóstomo, hom. in 1 Co 27,4).
1398 La Eucaristía y la unidad de los cristianos. Ante la grandeza de esta misterio, san Agustín exclama: O sacramentum pietatis! O signum unitatis! O vinculum caritatis! ("¡Oh sacramento de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad!") (In Iohannis evangelium tractatus 26,13; cf SC 47). Cuanto más dolorosamente se hacen sentir las divisiones de la Iglesia que rompen la participación común en la mesa del Señor, tanto más apremiantes son las oraciones al Señor para que lleguen los días de la unidad completa de todos los que creen en Él.
1399 Las Iglesias orientales que no están en plena comunión con la Iglesia católica celebran la Eucaristía con gran amor. "Estas Iglesias, aunque separadas, [tienen] verdaderos sacramentos [...] y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún más con nosotros con vínculo estrechísimo" (UR 15). Una cierta comunión in sacris, por tanto, en la Eucaristía, "no solamente es posible, sino que se aconseja...en circunstancias oportunas y aprobándolo la autoridad eclesiástica" (UR 15, cf CIC can. 844, §3).
1400 Las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, separadas de la Iglesia católica, "sobre todo por defecto del sacramento del orden, no han conservado la sustancia genuina e íntegra del misterio eucarístico" (UR 22). Por esto, para la Iglesia católica, la intercomunión eucarística con estas comunidades no es posible. Sin embargo, estas comunidades eclesiales "al conmemorar en la Santa Cena la muerte y la resurrección del Señor, profesan que en la comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa" (UR 22).
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