En una plaza colmada y con una transmisión que se pudo ver por
primera vez en 3 D, el papa
Francisco, en su segunda Misa del Gallo como pontífice en la Basílica de
San Pedro del Vaticano, pidió varias veces a los hombres "paciencia",
como la que tuvo Dios; y "humildad". "La vida tiene que serr
vivida con bondad, mansedumbre", también dijo en la celebración del
nacimiento de Jesús con los fieles católicos que acudieron a escucharlo.
"También nosotros, en esta noche bendita, hemos venido a la casa de
Dios atravesando las tinieblas que envuelven la tierra, guiados por la llama de
la fe que ilumina nuestros pasos y animados por la esperanza de encontrar la
luz grande'. Abriendo nuestro corazón, tenemos también nosotros la posibilidad
de contemplar el milagro de ese niño sol que, viniendo de lo alto, ilumina el
horizonte", dijo en un fragmento de su homilía."Pensemos en aquel oscuro momento en que fue cometido el primer crimen de la humanidad, cuando la mano de Caín, cegado por la envidia, hirió de muerte a su hermano Abel (cf. Gn 4,8). También el curso de los siglos ha estado marcado por la violencia, las guerras, el odio, la opresión. Pero Dios, que había puesto sus esperanzas en el hombre hecho a su imagen y semejanza, aguardaba pacientemente. Dios esperaba. Esperó durante tanto tiempo que quizás en un cierto momento hubiera tenido que renunciar. En cambio, no podía renunciar, no podía negarse a sí mismo (cf. 2 Tm 2,13). Por eso ha seguido esperando con paciencia ante la corrupción de los hombres y de los pueblos. La paciencia de Dios, como es difícil entender esto, la paciencia de Dios delante de nosotros", dijo Francisco.
La tradicional misa comenzó a las 21.30 (hora local) y duró menos de dos horas. Durante el oficio, el Papa explicó el significado del nacimiento de Jesús para los cristianos. "Una luz que irrumpe y disipa la más densa oscuridad", resumió.
La homilía completa del papa Francisco en esta Misa de Gallo
"El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló" (Is 9,1). "Un ángel del Señor se les presentó (a los pastores): la gloria del Señor los envolvió de claridad" (Lc 2,9).
De este modo, la Liturgia de la santa noche de Navidad nos presenta el nacimiento del Salvador como luz que irrumpe y disipa la más densa oscuridad. La presencia del Señor en medio de su pueblo libera del peso de la derrota y de la tristeza de la esclavitud, e instaura el gozo y la alegría.
También nosotros, en esta noche bendita, hemos venido a la casa de Dios atravesando las tinieblas que envuelven la tierra, guiados por la llama de la fe que ilumina nuestros pasos y animados por la esperanza de encontrar la "luz grande". Abriendo nuestro corazón, tenemos también nosotros la posibilidad de contemplar el milagro de ese niño-sol que, viniendo de lo alto, ilumina el horizonte.
El origen de las tinieblas que envuelven al mundo se pierde en la noche de los tiempos. Pensemos en aquel oscuro momento en que fue cometido el primer crimen de la humanidad, cuando la mano de Caín, cegado por la envidia, hirió de muerte a su hermano Abel (cf. Gn 4,8).
También el curso de los siglos ha estado marcado por la violencia, las guerras, el odio, la opresión. Pero Dios, que había puesto sus esperanzas en el hombre hecho a su imagen y semejanza, aguardaba pacientemente. Esperó durante tanto tiempo, que quizás en un cierto momento hubiera tenido que renunciar. En cambio, no podía renunciar, no podía negarse a sí mismo (cf. 2 Tm 2,13). Por eso ha seguido esperando con paciencia ante la corrupción de los hombres y de los pueblos.
A lo largo del camino de la historia, la luz que disipa la oscuridad nos revela que Dios es Padre y que su paciente fidelidad es más fuerte que las tinieblas y que la corrupción. En esto consiste el anuncio de la noche de Navidad. Dios no conoce los arrebatos de ira y la impaciencia; está siempre ahí, como el padre de la parábola del hijo pródigo, esperando atisbar a lo lejos el retorno del hijo perdido.
La profecía de Isaías anuncia la aparición de una gran luz que disipa la oscuridad. Esa luz nació en Belén y fue recibida por las manos tiernas de María, por el cariño de José, por el asombro de los pastores. Cuando los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento del Redentor, lo hicieron con estas palabras: "Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,12). La "señal" es la humildad de Dios llevada hasta el extremo; es el amor con el que, aquella noche, asumió nuestra fragilidad, nuestros sufrimientos, nuestras angustias, nuestros anhelos y nuestras limitaciones.
El mensaje que todos esperaban, que buscaban en lo más profundo de su alma, no era otro que la ternura de Dios: Dios que nos mira con ojos llenos de afecto, que acepta nuestra miseria, Dios enamorado de nuestra pequeñez.
Esta noche santa, en la que contemplamos al Niño Jesús apenas nacido y acostado en un pesebre, nos invita a reflexionar. ¿Cómo acogemos la ternura de Dios? ¿Me dejo alcanzar por él, me dejo abrazar por él, o le impido que se acerque? "Pero si yo busco al Señor" -podríamos responder-. Sin embargo, lo más importante no es buscarlo, sino dejar que sea él quien me encuentre y me acaricie con cariño.
Ésta es la pregunta que el Niño nos hace con su sola presencia: ¿permito a Dios que me quiera? Y más aún: ¿tenemos el coraje de acoger con ternura las situaciones difíciles y los problemas de quien está a nuestro lado, o bien preferimos soluciones impersonales, quizás eficaces pero sin el calor del Evangelio?
¡Cuánta necesidad de ternura tiene el mundo de hoy!
La respuesta del cristiano no puede ser más que aquella que Dios da a nuestra pequeñez. La vida tiene que ser vivida con bondad, con mansedumbre. Cuando nos damos cuenta de que Dios está enamorado de nuestra pequeñez, que él mismo se hace pequeño para propiciar el encuentro con nosotros, no podemos no abrirle nuestro corazón y suplicarle: "Señor, ayúdame a ser como tú, dame la gracia de la ternura en las circunstancias más duras de la vida, concédeme la gracia de la cercanía en las necesidades de los demás, de la humildad en cualquier conflicto".
Queridos hermanos y hermanas, en esta noche santa contemplemos el misterio: allí "el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande" (Is 9,1). La vio la gente sencilla, dispuesta a acoger el don de Dios. En cambio, no la vieron los arrogantes, los soberbios, los que establecen las leyes según sus propios criterios personales, los que adoptan actitudes de cerrazón.
Miremos al misterio y recemos, pidiendo a la Virgen Madre: "María, muéstranos a Jesús".
El papa
Francisco, en el centro, ofrece la bendición "Urbi et Orbi" (a la
ciudad y al mundo) desde el balcón central de la basílica de San Pedro en el
Vaticano, el 25 de diciembre de 2014. Decenas de miles de romanos y turistas en
la plaza de San Pedro acudieron a escuchar al papa otorgando la tradicional
bendición navideña.
El papa Francisco ofreció hoy un tradicional mensaje
por Navidad enfocado en la violencia y persecución que sufren miles de
personas en todo el mundo, sobre todo en países como Irak y Siria, que
atraviesan por conflictos internos.
El
pontífice también recordó a las personas que lucharon contra la epidemia del
ébola, que afectó sobre todo a África. Francisco también se refirió a la
crisis política en Ucrania, pero sobre todo a los estragos que causa el
grupo terrorista Estado Islámico.
‘‘En esta Navidad hay muchas lágrimas’‘
“¡Que la
Navidad les traiga esperanza, así como a tantos desplazados, prófugos y
refugiados, niños, adultos y ancianos, de aquella región y de todo el mundo”,
destacó ante miles de fieles reunidos en la Plaza San Pedro.
En el
mensaje de la segunda Navidad de su pontificado, el papa Francisco mencionó
a “los niños víctimas de la violencia, objeto de tráfico ilícito y trata de
personas, o forzados a convertirse en soldados, y a los niños abusados”.
Texto
oficial en español del mensaje navideño "Urbi et Orbi" que el papa
Francisco pronunció en italiano desde el balcón central de la Basílica de San
Pedro el jueves:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡feliz Navidad!
Jesús, el
Hijo de Dios, el Salvador del mundo, nos ha nacido. Ha nacido en Belén de una
virgen, cumpliendo las antiguas profecías. La virgen se llama María, y su
esposo José.
Son
personas humildes, llenas de esperanza en la bondad de Dios, que acogen a Jesús
y lo reconocen. Así, el Espíritu Santo iluminó a los pastores de Belén, que
fueron corriendo a la cueva y adoraron al niño. Y luego el Espíritu guio a los
ancianos Simeón y Ana en el templo de Jerusalén, y reconocieron en Jesús al
Mesías. ”Mis ojos han visto a tu Salvador - exclama Simeón -, a quien has
presentado ante todos los pueblos“ (Lc 2,30).
Sí,
hermanos, Jesús es la salvación para todas las personas y todos los pueblos.
A él, el
Salvador del mundo, le pido hoy que guarde a nuestros hermanos y hermanas de
Irak y de Siria, que padecen desde hace demasiado tiempo los efectos del
conflicto que aún perdura y, junto con los pertenecientes a otros grupos
étnicos y religiosos, sufren una persecución brutal. Que la Navidad les traiga
esperanza, así como a tantos desplazados, prófugos y refugiados, niños, adultos
y ancianos, de aquella región y de todo el mundo; que la indiferencia se
transforme en cercanía y el rechazo en acogida, para que los que ahora están
sumidos en la prueba reciban la ayuda humanitaria necesaria para sobrevivir a
los rigores del invierno, puedan regresar a sus países y vivir con dignidad.
Que el Señor abra los corazones a la confianza y otorgue la paz a todo el Medio
Oriente, a partir la tierra bendecida por su nacimiento, sosteniendo los
esfuerzos de los que se comprometen activamente en el diálogo entre israelíes y
palestinos.
Que
Jesús, Salvador del mundo, custodie a cuantos están sufriendo en Ucrania y
conceda a esa amada tierra superar las tensiones, vencer el odio y la violencia
y emprender un nuevo camino de fraternidad y reconciliación.
Que
Cristo Salvador conceda paz a Nigeria, donde se derrama más sangre y demasiadas
personas son apartadas injustamente de sus seres queridos y retenidas como
rehenes o masacradas. También invoco la paz para otras partes del continente
africano. Pienso, en particular, en Libia, el Sudán del Sur, la República
Centroafricana y varias regiones de la República Democrática del Congo; y pido
a todos los que tienen responsabilidades políticas a que se comprometan, mediante
el diálogo, a superar contrastes y construir una convivencia fraterna duradera.
Que Jesús
salve a tantos niños víctimas de la violencia, objeto de tráfico ilícito y
trata de personas, o forzados a convertirse en soldados; niños, tantos niños
que sufren abusos. Que consuele a las familias de los niños muertos en Pakistán
la semana pasada. Que sea cercano a los que sufren por enfermedad, en
particular a las víctimas de la epidemia de ébola, especialmente en Liberia,
Sierra Leona y Guinea. Agradezco de corazón a los que se están esforzando con
valentía para ayudar a los enfermos y sus familias, y renuevo un llamamiento
ardiente a que se garantice la atención y el tratamiento necesario.
El Niño
Jesús. Pienso en todos los niños hoy maltratados y muertos, sea los que lo
padecen antes de ver la luz, privados del amor generoso de sus padres y
sepultados en el egoísmo de una cultura que no ama la vida; sean los niños
desplazados a causa de las guerras y las persecuciones, sujetos a abusos y
explotación ante nuestros ojos y con nuestro silencio cómplice; a los niños
masacrados en los bombardeos, incluso allí donde ha nacido el Hijo de Dios.
Todavía hoy, su silencio impotente grita bajo la espada de tantos Herodes.
Sobre su sangre campea hoy la sombra de los actuales Herodes. Hay
verdaderamente muchas lágrimas en esta Navidad junto con las lágrimas del Niño
Jesús.
Queridos
hermanos y hermanas, que el Espíritu Santo ilumine hoy nuestros corazones, para
que podamos reconocer en el Niño Jesús, nacido en Belén de la Virgen María, la
salvación que Dios nos da a cada uno de nosotros, a todos los hombres y todos
los pueblos de la tierra. Que el poder de Cristo, que es liberación y servicio,
se haga oír en tantos corazones que sufren la guerra, la persecución, la
esclavitud. Que este poder divino, con su mansedumbre, extirpe la dureza de
corazón de muchos hombres y mujeres sumidos en lo mundano y la indiferencia, en
la globalización de la indiferencia. Que su fuerza redentora transforme las
armas en arados, la destrucción en creatividad, el odio en amor y ternura. Así
podremos decir con júbilo: ”Nuestros ojos han visto a tu Salvador“.
Con estos
pensamientos, feliz Navidad a todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario